Cierto mensajero fue enviado en una misión urgente a una lejana ciudad. Ensilló su caballo, y partió a todo galope. Después de pasar sin parar frente a varias posadas, el caballo pensó:
-No hemos parado para comer en ningún establo, lo que significa que ya no me están tratando como a un caballo, sino como a un ser humano. Al igual que todos los hombres, creo que comeré en la próxima gran ciudad.
Pero las grandes ciudades se sucedían una tras otra, y su jinete proseguía el viaje. Entonces el caballo comenzó a pensar:
- Tal vez no me haya transformado en un ser humano, sino en un ángel, pues los ángeles nunca necesitan comer.
Finalmente, alcanzaron el destino, y al animal lo condujeron hasta el establo, donde devoró el heno que allí se encontraba con un apetito voraz.
- ¿Por qué pensar que las cosas cambian apenas porque no siguen el ritmo de siempre?-se decía a sí mismo-. No soy ni un hombre ni un ángel: tan solo soy un caballo hambriento.
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
jueves, 13 de octubre de 2011
El caballo y su destino
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