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jueves, 27 de octubre de 2011

De las Homilías de San Asterio de Amasea, obispo.



Imitemos el estilo del Señor en su manera de apacentar; meditemos los Evangelios y, viendo en ellos, como en un espejo, su ejemplo de diligencia y benignidad, aprenderemos a fondo estas virtudes.
En ellos en efecto, encontramos descrito, con un lenguaje parabólico y misterioso, a un hombre, pastor de cien ovejas, el cual cuando una de las cien se separó del rebaño e iba errando descarriada, no se quedó con las demás que continuaban paciendo ordenadamente , sino que se marchó a buscar a la descarriada, atravesando valles y desfiladeros, subiendo montes altos y escarpados, pasando por desiertos, y así le fue siguiendo la pista con gran fatiga , hasta que la halló errante.
Una vez hallada, no le dió de azotes, ni la hizo volver con prisas y a empujones al rebaño, sino que la cargó sobre sus hombros y tratándola suavemente, la llevó al rebaño, con una alegría mayor por aquella sola que había encontrado que por la muchedumbre de las demás. Reflexionemos sobre el significado de este hecho, envuelto en la oscuridad de una semejanza. Esta oveja y este pastor no significan simplemente una oveja y un pastor cualquiera, sino algo más profundo.
En estos ejemplos se esconde una enseñanza sagrada. En ellos se nos advierte que no tengamos nunca a nadie por perdido sin remedio y que, cuando alguien se halle en peligro, no seamos negligentes o remisos en prestarle ayuda, sino que a los que se han desviado de la recta conducta los volvamos al buen camino, nos alegremos de su vuelta y los agreguemos a la muchedumbre de los que viven recta y piadosamente.

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