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miércoles, 31 de agosto de 2011

Ultima Cena del Señor


Ulltima Cena
Significado
Homilía de Benedicto XVI en la misa en la Cena del Señor del Jueves Santo, 5 abril 2007 (ZENIT.org)
Negritas son nuestras


Queridos hermanos y hermanas:

En la lectura del Libro del Éxodo, que acabamos de escuchar (12,1-8. 11-14) , se describe la celebración de la Pascua de Israel tal y como era reglamentada por la ley mosaica. En el origen, pudo haberse celebrado una fiesta de primavera de los nómadas. Para Israel, sin embargo, se había convertido en una fiesta de conmemoración, de acción de gracias y al mismo tiempo de esperanza. En el centro de la cena pascual, reglamentada según determinadas reglas litúrgicas, estaba el cordero, como símbolo de la liberación de la esclavitud en Egipto. Por este motivo, el «haggadah» pascual era parte integrante de la comida a base de cordero: el recuerdo de que había sido el mismo Dios quien había liberado Israel «con la mano alzada». Él, el Dios misterioso y escondido, había sido más fuerte que el faraón con todo el poder que tenía a su disposición. Israel no tenía que olvidar que Dios había tomado personalmente en mano la historia de su pueblo y que esta historia se basaba continuamente en la comunión con Dios. Israel no tenía que olvidarse de Dios.

La conmemoración estaba rodeada de palabras de alabanza y de acción de gracias tomadas de los Salmos. El hecho de dar gracias y de bendecir a Dios alcanzaba su ápice e la «berakha», que en griego se dice «eulogia» o «eucaristía»: bendecir a Dios se convierte en bendición para quienes bendicen. El hombre vuelve a recibir bendecida la oferta, que había entregado a Dios. Todo esto levantaba un puente del pasado hacia el presente y hacia el futuro: todavía no se había cumplido la liberación de Israel. La nación todavía sufría como pequeño pueblo en medio de las tensiones entre las grandes potencias. El recuerdo agradecido de la acción de Dios en el pasado se convertía al mismo tiempo en súplica y esperanza: ¡culmina aquello que has comenzado! ¡Danos la libertad definitiva!

Esta cena con sus múltiples significados fue celebrada por Jesús con los suyos en la noche antes de su Pasión. Teniendo en cuenta este contexto, podemos comprender la nueva Pascua, que él nos dio en la santa Eucaristía. En las narraciones de los evangelistas, se da una aparente contradicción entre el Evangelio de Juan, por una parte, y lo que por otra nos dicen Mateo, Marcos y Lucas. Según Juan, Jesús murió en la cruz precisamente en el momento en el que, en el templo, se inmolaban los corderos de Pascua. Su muerte y el sacrificio de los corderos coincidieron. Esto significa que Él murió en la vigilia de Pascua y que, por tanto, no pudo celebrar personalmente la cena pascual, al menos esto es lo que parece.

Según los tres evangelistas sinópticos, por el contrario, la Última Cena de Jesús fue una cena pascual, en cuya forma tradicional Él introdujo la novedad del don de su cuerpo y de su sangre. Esta contradicción hasta hace unos años parecía imposible de resolver. La mayoría de los exegetas pensaba que Juan no había querido comunicarnos la verdadera fecha histórica de la muerte de Jesús, sino que había optado por una fecha simbólica para hacer de este modo evidente la verdad más profunda: Jesús es el nuevo y verdadero cordero que derramó su sangre por todos nosotros.

El descubrimiento de los escritos de Qumran nos ha llevado a una posible solución convincente que, si bien todavía no es aceptada por todos, tiene un elevado nivel de probabilidad. Ahora podemos decir que lo que Juan refirió es históricamente preciso. Jesús realmente derramó su sangre en la vigilia de Pascua en la hora de la inmolación de los corderos. Él, sin embargo, celebró la Pascua con sus discípulos probablemente según el calendario de Qumran, es decir, al menos un día antes –la celebró sin cordero, como la comunidad de Qumran, que no reconocía el templo de Herodes y estaba a la espera del nuevo templo--. Por tanto, Jesús celebró la Pascua sin cordero, no, no sin cordero: en lugar del cordero se entregó a sí mismo, su cuerpo y su sangre. De este modo anticipó su muerte coherentemente con su anuncio: «Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente» (Juan 10, 18). En el momento en el que entregaba a sus discípulos su cuerpo y su sangre, cumplía realmente con esta afirmación. Ofreció él mismo su vida. Sólo de este modo la antigua Pascua alcanzaba su verdadero sentido.

San Juan Crisóstomo, en sus catequesis eucarísticas, escribió en una ocasión: ¿Qué estás diciendo, Moisés? ¿Qué la sangre de un cordero purifica a los hombres? ¿Qué les salva de la muerte? ¿Cómo puede purificar la sangre de un animal a los hombres? ¿Cómo puede salvar a los hombres, tener poder contra la muerte? De hecho, sigue diciendo Crisóstomo, el cordero sólo podía ser un símbolo y, por tanto, la expresión de la expectativa y de la esperanza en Alguien que sería capaz de realizar lo que no podía hacer un animal. Jesús celebró la Pascua sin cordero y sin templo, y, sin embargo, no lo hizo sin cordero ni sin templo. Él mismo era el Cordero esperado, el verdadero, como había preanunciado Juan Bautista al inicio del ministerio público de Jesús: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29). Y Él mismo es el verdadero templo, el templo vivo, en el que vive Dios, y en el que podemos encontrarnos con Dios y adorarle. Su sangre, el amor de Quien es al mismo tiempo Hijo de Dios y verdadero hombre, uno de nosotros, esa sangre sí que tiene capacidad para salvar. Su amor, ese amor en el que Él se entrega libremente por nosotros, es lo que nos salva. El gesto nostálgico, en cierto sentido sin eficacia, de la inmolación del inocente e inmaculado cordero encontró respuesta en quien se convirtió para nosotros al mismo tiempo en Cordero y Templo.

De este modo, en el centro de la nueva Pascua de Jesús se encontraba la Cruz. De ella procedía el nuevo don traído por Él. Y de este modo permanece siempre en la santa Eucaristía, en la que podemos celebrar con los apóstoles a través de los tiempos la nueva Pascua. De la Cruz de Cristo procede el don. «Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente». Ahora Él nos la ofrece a nosotros. El «haggadah» pascual, la conmemoración de la acción salvífica de Dios, se convierte en memoria de la cruz y de la resurrección de Cristo, una memoria que no sólo recuerda el pasado, sino que nos atrae hacia la presencia del amor de Cristo. De este modo, la «berakha», la oración de bendición y de acción de gracias de Israel, se convierte en nuestra celebración eucarística, en la que el Señor bendice nuestros dones, el pan y el vino, para entregarse a sí mismo.

Pidamos al Señor que nos ayude a comprender cada vez más profundamente este misterio maravilloso y a amarlo cada vez más y, en él, a amarle cada vez más a Él. Pidámosle que nos atraiga con la santa comunión cada vez más hacia sí mismo. Pidámosle que nos ayude a no retener nuestra vida para nosotros mismos, sino a entregársela a Él y de este modo a actuar junto a Él para que los hombres encuentren la vida, la auténtica vida que sólo puede venir de quien es Él mismo el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.

Corpus Christi

La Ultima Cena


La Solemnidad

La Sagrada Eucaristía

Oración a Cristo, Sumo Sacerdote

Novena de la Santa Comunión

Himno Adoro Te

Himno Pange Lingua

Para Comulgantes Frecuentes

Oraciones para la Misa

Nuestra Señora del Santísimo
Sacramento

La Hora Santa

Quince minutos en compañia
de Jesús Sacramentado


El Sacramento de la Sagrada Eucaristía

La Eucaristía es el Sacramento que contiene verdaderamente el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad, toda la Persona de Cristo vivo y glorioso, bajo las apariencias de pan y vino.

El concilio de Trento define claramente esta verdad, fundamental para la vivencia y adoración de Cristo: " En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente."

Como católicos, creemos que Jesucristo está personalmente presente en el altar siempre que haya una hostia consagrada en el sagrario. Es el mismo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que andaba por los caminos de Galilea y Judea. Creemos que El viene ahora como nuestro huésped personal, cada vez que recibimos la Santa Comunión.

La Eucaristía es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo para que participemos de la vida de Dios. Es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene a Cristo mismo, el Autor Divino de los Sacramentos.
Hay tres aspectos o momentos en la Eucaristía.

El primero se dice real Presencia de Cristo en el altar, siempre que haya una hostia consagrada en el Sagrario. Segundo, la Eucaristía como sacrificio, que es la Misa. Y tercero, la Santa Comunión.

La palabra Eucaristía, derivada del griego, significa "Acción de gracias". Se aplica a este sacramento, porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es para nosotros el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios.

La Sagrada Eucaristía es el verdadero centro del culto católico, el corazón de la fe. Y porque creemos que el hijo de Dios está verdaderamente presente en el Sacramento del altar, construimos bellas iglesias, ricamente adornadas.

El Sacrificio de la Misa no se limita a ser mero ritual en recuerdo del sacrificio del Calvario. En él, mediante el ministerio sacerdotal, Cristo continua de forma incruente el Sacrificio de la Cruz hasta que se acabe el mundo.

La Eucaristía es también comida que nos recuerda la Ultima Cena; celebra nuestra fraternidad en Cristo y anticipa ya el banquete mesiánico del Reino de los Cielos.

Por la Eucaristía, se da Jesús mismo, Pan de Vida, en alimento a los cristianos para que sean un pueblo más grato a Dios, amándole más y al prójimo por Él.

Se reserva la Eucaristía en nuestras iglesias como ayuda poderosa para orar y servir a los demás. Reservar el Santísimo Sacramento significa que, al terminar la comunión, el Pan consagrado que sobra se coloca en el Sagrario y allí se guarda reverentemente. La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos.
Debemos agradecimiento, adoración y devoción a la real presencia de Cristo reservado en el Santísimo Sacramento.

Las tumbas de los mártires, las pinturas murales de las catacumbas y la costumbre de reservar el Santísimo Sacramento en las casas de los primeros cristianos durante las persecuciones, ponen de manifiesto la unidad de la fe en los primeros siglos del Cristianismo sobre la doctrina de la Eucaristía, en la cual Cristo realmente se contiene, se ofrece y se recibe. De la Eucaristía sacó fuerzas toda la Iglesia para luchar valerosamente y conseguir brillantes victorias. La Eucaristía es el centro de toda la vida sacramental, pues es de capital importancia para unir y robustecer la Iglesia.

La novena en honor del Sacramento de la Sagrada Eucaristía puede hacerse muchas veces durante el Año Litúrgico, para ahondar nuestra fe en este gran misterio de amor, centro de toda la vida sacramental de la Iglesia.


La Palabra de Dios

"Yo soy el pan de la vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto
Y murieron; éste es el pan que baja del cielo,
para que quien lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por
la vida del mundo…."Si no coméis la carne
del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros.

"El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el ultimo día.
Porque mi carne es verdadera comida
y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en Mí, Y yo en él".

"Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre, también el que me coma
vivirá por mí". Jn 6, 48-57

"Mientras estaban comiendo, tomo Jesús pan
y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos dijo:
"Tomad, comed, éste es mi cuerpo."
Tomo luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo:
"bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza,
que es derramada por muchos para el perdón de los pecados".
Mt 26, 26-28

"Hagan esto en memoria mía".
Lc 22,19


Oración propia de la Novena

Te doy gracias, Jesús, mi Dios y Redentor, por haber venido al mundo para salvarnos; por instituir el admirable Sacramento de la Eucaristía y quedarte con nosotros hasta el fin del mundo. Te doy gracias por haber ocultado bajo las especies eucarísticas tu infinita Majestad y Hermosura, cuya contemplación hace las delicias de los ángeles. Así me inspiras confianza para acercarme al trono de tu Misericordia.

Te doy gracias, Jesús mío, porque te me das a Ti mismo en el Santísimo Sacramento y tanto lo enriqueces con el tesoro de tu amor que no hay otro don mayor para mí. Te doy gracias por haberte hecho alimento para mí y ofrecerte constantemente en sacrificio a tu eterno Padre por mi salvación.

Te doy gracias a ti Dios y Sacerdote, por ofrecerte a ti mismo como sacrificio diariamente sobre nuestros altares en adoración y homenaje a la Santísima Trinidad, perfeccionando nuestra pobre y defectuosa adoración. Te doy gracias por actualizar aquí diariamente el sacrificio de la Cruz ofrecido en el Calvario, así satisfaces por nosotros, pobres pecadores, a la Divina Justicia.

Te doy gracias, Jesús amadísimo, por haberte hecho la Víctima inapreciable que merece plenitud de favores celestiales. Despierta en mi tal confianza que desciendan gracias cada vez más abundantes y fructuosas sobre mi alma. Te vivo agradecido por ofrecerte a ti mismo en acción de gracias a Dios por todos los beneficios espirituales y temporales que Él me ha otorgado.

En unión con tu propio ofrecimiento en el santo Sacrificio de la Misa te pido esta gracia particular (mencione el favor que desea)
Concédemelo, si es conforme a tu Santa Voluntad. Quiero también recibir de Ti la gracia de perseverar en tu amor y servicio fielmente, una santa muerte y la eternidad contigo en el Cielo. Amén.


Oración a Cristo, sumo Sacerdote.

Señor, Jesucristo, nuestro magnifico y supremo Sacerdote. Por tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos. Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos. Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección por los sacramentos del Bautismo y Confirmación, para unirnos en el ofrecimiento del sacrificio de Ti mismo por la participación de tu Sacerdocio en la Eucaristía. Así pertenecemos a tu Reino en la tierra, haciendonos tu pueblo santo.

Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Amor y Vida que nos una a ti, Sacerdote y Víctima, para que el plan de salvación para todos los pueblos se establezca dentro de nosotros.
Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Sabiduría y unión, que a todos nos unifique en tu Cuerpo Místico, la Iglesia, para ser tus testigos en el mundo.
Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, tu cruz remedie nuestros males, tu Resurrección nos renueve, tu Espíritu Santo nos santifique, tu Realeza nos glorifique y nos redima tu Sacerdocio, para que podamos unirnos contigo como tu lo estas con el Padre en el Espíritu Santo.

Señor, Jesús, reúnenos a todos en tu Persona –Víctima, Sacerdote, Rey – por el banquete salvador de la Eucaristía que Tu y nosotros ofrecemos en el altar del Sacrificio, ahora y durante todos los días de nuestra peregrinación por este mundo. Cuando nos llames a tu Reino celestial, entonces podamos participar con todos los santos de tu gloria, amor y vida en unión con el Padre y el Espíritu Santo por toda la eternidad. Amén.

Oración
¡Oh Señor! Nos has regalado este sagrado Banquete en el cual recibimos a Cristo, se renueva la memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y nos es dada en prenda la gloria futura. Nos has dado pan del cielo que contiene en sí todo deleite.

Oremos: Oh Dios y Padre nuestro, has designado Supremo Sacerdote a Jesucristo, para tu gloria y nuestra salvación. Haz que el pueblo rescatado con su Sangre para Ti llegue a participar del poder de tu Cruz y Resurrección por la celebración de su Memorial en la Eucaristía, porque Él vive y reina contigo en el Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Oh Jesús Tu nos has dejado el recuerdo vivo de tu Pasión oculto bajo los velos de este Sacramento, concédenos te pedimos venerar de tal manera estos sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que podamos siempre gozar de los frutos de tu Redención. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Novena de la Santa Comunión

La Ultima Cena

Meditación:
El Sacrificio de la Misa no se limita a ser un mero ritual en recuerdo del Sacrificio del Calvario. En él, por ministerio sacerdotal, Cristo continua de manera incruenta el Sacrificio de la Cruz hasta el final del mundo. La Eucaristía es también comida, que nos recuerda la Ultima cena, celebra nuestra fraternidad en Cristo y anticipa ya el banquete mesiánico del Reino de los Cielos.

Jesús se hace El mismo alimento de nuestras almas, el Pan de Vida. Se ofrece a Sí mismo como Sacrificio en la Cruz. En la Sagrada Comunión participamos del Cuerpo que fue entregado a la muerte por nosotros, y de la Sangre que se derramó para nuestra salvación. Este sagrado banquete nos recuerda lo que sucedió en la Ultima Cena, cuando Jesús mandó a sus apóstoles a hacer lo mismo en memoria de Él.

Comulgar en la Misa es comer el Cuerpo del Señor que nos alimenta con la vida de Dios y nos une a Jesús y entre nosotros mismos. Atrayéndonos a la unión con Jesús, nuestro Padre celestial nos acerca más entre nosotros, porque participamos de la vida de Cirsto en cuanto Dios por medio de su gracia. La Sagrada Eucaristía es signo de unidad y amor que nos estrecha con Jesús y a unos con otros. Además nos da la gracia que necesitamos para que ese amor sea fuerte y sincero.

La Sagrada Comunión nos da ya una parte del banquete de Cristo en el Reino de los Cielos, porque es el mismo hijo de Dios hecho Hombre quien se unirá a nosotros en gozo para siempre en el Cielo. Jesús prometió que también nuestro cuerpo disfrutará algún día de su presencia. Él dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitare el último día" (Jn 6, 54). La comida que Dios Padre nos ha preparado nos dispone a participar en aquella comunión espiritual con Jesús y su Padre.

En la Eucaristía, Jesús mismo, Pan de vida, se da como alimento a los cristianos para que sean pueblo más agradable al Padre, con mayor amor a Dios y al prójimo.

La Santa Comunión es Cristo mismo, bajo las especies de pan y vino, que se unen al cristiano para alimentar su alma. Dijo el Señor: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo".(Jn 6,51)

La Santa Comunión nos ayuda a amar más a Dios por la gracia divina que aumenta en nuestras almas. La misma gracia nos ayuda a amar a los demás por amor de Dios. Jesús nos fortalece con la gracia actual y sacramental, para que superemos la tentación y no pequemos contra Dios ni contra el prójimo. Solo con la ayuda de su gracia podemos verdaderamente vivir vida de caridad y cumplir el mayor de sus mandamientos. Por eso, la Eucaristía es Sacramento de unidad, pues une a los fieles más con Dios y entre sí mismos. Comiendo el Cuerpo del Señor estamos aumentando nuestra unión con Dios y con los demás. Dice San Pablo: Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Cor 10,17).


La Palabra de Dios

" Yo soy la vid;
Vosotros los sarmientos.
El que permanece en mi y yo en él,
Ese da mucho fruto;
Porque separados de mi no podéis hacer nada."
Jn 15,5

"En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros."
Jn 5,53

"y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi;
la vida que vivo al presente en la carne,
la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó
y se entrego a sí mismo por mí."
Gal 2,20

"Porque donde esté vuestro tesoro,
allí estará también vuestro corazón."
Lc 12,34


Oración propia de la Novena

Jesús, mi amigo en la Eucaristía, acepta esta novena de la Santa Comunión que estoy haciendo para acercarme más a tu Sagrado Corazón con el amor más sincero. Si es así tu voluntad, concédeme la gracia particular por la que ahora estoy haciendo esta novena (Mencione el favor que desea).

Jesús, Tu has dicho: "Pedid y se os dará; buscad y hallareis; llamad se os abrirá". (Mt. 7,7). Por intercesión de tu Santísima Madre, yo pido, yo busco, yo llamo; por favor concede mi plegaria.
Jesús, tu has dicho: "lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre." (Jn.16,23).

Por intercesión de tu Santísima Madre, nuestra Señora del Santísimo Sacramento, pido al Padre en tu nombre que me conceda lo que deseo.

Jesús, Tu has dicho: " Si permaneceis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que querais y lo conseguireis. (Jn 15,7). Por intercesión de tu Santa Madre, nuestra Señora del Santísimo Sacramento, concedeme lo que te pido pues quiero vivir en Ti por la Comunión frecuente.

Señor yo creo que para conseguir lo que deseo no puedo hacer nada mejor que asistir a la Santa Misa y unirme a ti por la Santa Comunión, que eres tu, fuente de toda gracia.

Cuando estas real y verdaderamente presente en mi alma, como Dios y Hombre, tengo la mayor confianza, pues tu quieres ayudarme, porque eres la misma Bondad. Tu sabes como ayudarme, porque eres la misma sabiduría. Tu puedes ayudarme, porque eres todopoderoso. Sacratísimo Corazón de Jesús, yo creo en el amor que me tienes.

Jesús, como prueba de mi más sincera gratitud prometo recibirte en la Santa Comunión con la mayor frecuencia que pueda asistiendo a la Misa. Que yo te ame en la Sagrada Eucaristía como mi mayor tesoro en la tierra. Los efectos de la comunión frecuente me ayuden a servirte con mayor fidelidad para salvar mi alma y estar contigo eternamente en el cielo.

Amén.




Himno Adóro te devote


Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria.

Amén.

Santo Tomas de Aquino


Himno Pange Lingua

Santo Tomas de Aquino

Canta, oh lengua, del glorioso,
Cuerpo de Cristo el misterio,
Y de la Sangre preciosa
Que, en precio del mundo
Vertió el Rey de las naciones
Fruto del más noble seno.
Veneremos, pues postrados
Tan augusto sacramento;
Y el oscuro rito antiguo
Ceda a la luz de este nuevo;
Supliendo la fe sencilla
Al débil sentido nuestro.
Al Padre, al Hijo,
Salud, honor y poder,
Bendición y gozo eterno:
Y al que procede de ambos
Demos igual alabanza.
Amén.


Para comulgantes frecuentes

La Ultima CenaAmable Jesús mío, viniste al mundo para dar tu vida divina a todas las almas. Quisiste hacerte nuestro alimento diario para conservar y fortalecer esta vida sobrenatural, frente a las debilidades y faltas de cada día.

Te pedimos humildemente que derrames tu Espíritu Divino sobre nosotros por amor de tu Sagrado Corazón. Vuelvan a ti las almas que llevadas del pecado han perdido la vida de la gracia. Que acudan frecuentemente a tu sagrado Altar todos los que se hallan en gracia, para que, participando en tu Sagrado Banquete, reciban la fortaleza que les haga victoriosos en la batalla de cada día contra el pecado y así crezcan siempre ante tus ojos en pureza y santidad hasta alcanzar la vida eterna en tu compañía. Amén.


Nuestra Señora del Santísimo Sacramento

Virgen María, Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, gloria del pueblo cristiano, gozo de la Iglesia universal, ruega por nosotros y concede a todos los fieles verdadera devoción a la Sagrada Eucaristía, siendo dignos de recibirla cada día.

Oración
Oh Sagrado Banquete, en el cual recibimos a Cristo, se renueva la Memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y nos es dada en prenda la vida futura!
V. Les has dado pan del cielo
R. Que contiene en sí todo deleite.

Oremos: Oh Dios, Tu nos has dejado el memorial vivo de tu Pasión bajo los velos de este sacramento. Concédenos, te suplicamos, venerar los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre de manera que podamos siempre gozar de los frutos de tu Redención. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

El hecho de la Eucaristía
La riqueza inagotable de este sacramento se expresa en los distintos nombres que se le da:
  • Eucaristía: de origen griego "Eukharistia", significa "acción de gracias". Esta palabra recuerda las bendiciones judías que proclaman las obras de Dios: la creación, la redención, la santificación. (cfr. Lc. 22,19; 1 Co 11,24; Mt 26,26; Mc 14,22).
  • Banquete del Señor: porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión ( 1 Co 11,20).
    Fracción del Pan: porque este rito fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia. Con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas. Con él quiere significar que todos los que comen de este único pan partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él ( cfr. Mt 14,19; 15,36; Mc 8, 6-19; Hch 2,42.46; 20, 7.11; 1 Co 10, 16-17).
  • Asamblea Eucarística: porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia. ( Cf 1 Co 11, 17-3)
    à Santo Sacrificio: porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia (Cfr. Hch 13,15; Sal 116, 13.17; 1 Pe 2,5)
  • Comunión: porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (Cfr. 1 Co 16-17).
  • Santa Misa: porque cuando la Eucaristía se celebraba n latín se despedía a la gente diciendo "Ite Missa est", que habla del envío a cumplir con la voluntad de Dios en su vida.

La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo en la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor. Cristo instituyó en la Ultima Cena, el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su Sangre para perpetuar por los siglos el sacrificio de la cruz y confiar el memorial de su muerte y resurrección a la Iglesia. Es signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo.

El Significado de la Eucaristía

La Nueva Pascua
En los Evangelios se establece una estrecha conexión entre la cena eucarística y la fiesta de la Pascua (Mt 26, 2.17. 18-19; Jn 6,4; 11,56; 1 Cor 5,7). Esto nos indica que para los evangelios la Eucaristía es la nueva Pascua de los cristianos.

Sabemos que, en la tradición del Antiguo Testamento, el acontecimiento de la Pascua se pone en estrecha relación con la salida de Egipto (Ex 12, 21-23). La celebración de la Pascua estaba dedicada a conmemorar lo que Dios hizo con su pueblo al liberarlo de la esclavitud. (Dt 16,1; Ex 12, 11-14).

Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar a la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía. El signo del agua convertida en vino en Caná, anuncia ya la hora de la glorificación de Jesús, manifiesta el cumplimiento del banquete de bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo, convertido en Sangre de Cristo.

En la Pascua de Jesús se vence la esclavitud de la muerte y el pecado, abriéndose el camino a la salvación. Si la Eucaristía viene a sustituir para los cristianos lo que era la antigua Pascua para los judíos, el sentido de la Eucaristía es también el de celebrar la liberación integral que nos consigue Jesús.

Actualización del sacrificio de Jesús
La cena pascual consistía, además, en el sacrificio de un cordero (Ex 12, 1-14. 43-45). El Paralelismo que existe entre Jesús y el cordero pascual (Mc 12, 22-24; Lc 22,19s; Jn 19,36; 1 Cor 5,7) nos hace ver que la Eucaristía es la actualización del auténtico sacrificio, en el que Jesús se entrega por los demás.

El carácter de sacrificio de la Eucaristía se halla claramente indicado en las palabras que Jesús pronunció sobre el cáliz, según el evangelio de Mateo: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26,28).
Esta frase evoca el relato en el que Moisés rocía con sangre del sacrificio del Sinaí al pueblo, al tiempo que dice: "Esta es la sangre de la Alianza que el Señor ha hecho con vosotros" (Ex 24,8)

La Institución de la Eucaristía

El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor, para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus los apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento"

"Yo soy el pan e vida. Sus padres comieron el maná en el desierto, pero murieron, aquí está el pan que baja del cielo para comerlo y no morir. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Pero además, el pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva... el que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna y yo lo resucitaré en el último día." (Jn 6, 48-60).

Los que escucharon este discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, no pudieron entender como era posible comer su carne y beber su sangre. Incluso los escandalizó: "es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?". La Eucaristía y la cruz son piedras de escándalo. Es el mismo misterio y no cesa de ser ocasión de división. "También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68) y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo.
Los apóstoles para entender la manera de cómo realizar esta comida celestial, tuvieron que esperar hasta la Ultima Cena, más aún, la venida del Espíritu Santo.

Cuatro veces encontramos narrada la institución de la Eucaristía, tres en los evangelios: Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-23; Lc 22, 19-20 y una vez en la primera carta a los Corintios 11, 23-25. Las cuatro narraciones coinciden en lo esencial:

  • Cristo ofreciendo el pan y el vino a sus apóstoles, les dice que coman de su cuerpo y beban de su sangre. Los apóstoles y las primeras comunidades cristianas aceptaron este hecho.
  • Cristo dice "hagan esto en memoria mía".
  • Jesús habla de la Nueva Alianza

Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:

"Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; Jesús envió a Pedro y a Juan diciendo: "Id y preparadnos la Pascua para que la comamos"... fueron y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los Apóstoles y les dijo; "Con ansía he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.... Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: "Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual modo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este es el cáliz de la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros" (Lc 22, 7-20)

La presencia real de Cristo
Cuando Jesús instituyó la Eucaristía tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a los discípulos diciendo: "Tomad, comed, esto es mi cuerpo" (Mt 26,26). En esta frase sorprende el realismo con que se identifica al sujeto "esto" (el pan) con el predicado "mi cuerpo" (la persona de Jesús). Las palabras de Jesús no dejan lugar a dudas. No se trata de una comparación: esto es como mi cuerpo, sino de una afirmación real esto es mi cuerpo.

El pan y el vino pierden en la Eucaristía su sentido natural como alimento corporal y reciben un nuevo ser y un nuevo sentido. Son signos- simbólicos reales de la presencia real y de la entrega personal de Jesucristo. En los signos sensibles de pan y de vino, se hace presente realmente Jesucristo, que se entrega por nosotros (CIC 1373-1381)


"Haced esto en memoria mía"
El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga", no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre.

"Cristo se sacrificó una sola vez para borrar los pecados de todos los hombres" (Heb 9,28). Las misas que se celebran continuamente en todo el mundo no son repeticiones del sacrificio de Cristo, sino celebraciones en las cuales se vuelve a hacer presente. Participar en la Eucaristía, es unirse al culto más grande que el hombre pueda realizar, porque no es el ofrecimiento de oraciones y obras buenas lo que se hace, sino el mismo ofrecimiento de Cristo, al cual el hombre se une mediante la aceptación de la Palabra de Dios, la oblación de sí mismo, y la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor.

Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jesucristo se dice: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones.. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón" (Hch 2, 42. 46)). Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para partir el pan. Desde entonces hasta nuestros días, la celebración de la Eucaristía se ha perpetuado.

La Comunión

El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carde del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo"( 1 Cor 11, 27-29) Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel solo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastara para sanarme".

La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles a recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.


  • Frutos de la Comunión
    Acrecienta la unión con Cristo: "quién come mi Carne y bebe mi Sangre, habita en mí y yo en él" (Jn 6,56.
    Fortalece el Espíritu: Lo que el alimento material produce en la vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en la vida espiritual. La comunión conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.
    Separa del pecado: como el alimento sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad, que en la vida cotidiana, tiene a debilitarse, y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Cuanto más se participa en la vida de Cristo y más se progresa en su amista, tanto más difícil será romper con él por el pecado mortal.
    Entraña un compromiso a favor de los demás: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregado por nosotros, debemos reconocer a Cristo en el prójimo, sobre todo en los más pobres y necesitados.
    Fortalece la unidad del Cuerpo místico. La Eucaristía hace a la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo, por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo que es la iglesia. La Comunión renueva, fortifica y profundiza la incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo.

La Celebración Eucarística

La Eucaristía o Misa consta de dos grandes partes:
Liturgia de la Palabra dividida en:

  • Rito de entrada: los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística alabando y dando gracias a Dios. A su cabeza está Cristo mismo que es el Sumo Sacerdote, su representante es el sacerdote quien preside la celebración y actúa en su nombre. Se comienza con el saludo invocando a la Santísima Trinidad
  • Acto penitencial: es reconocerse pecadores y pedir perdón a Dios para disponerse a escuchar su Palabra y a celebrar dignamente la Eucaristía constituidos en una comunidad. Incluye el Señor ten piedad y el Gloria, además de la Oración Colecta que expresa generalmente la índole de la celebración con una súplica a Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo.
  • Liturgia de la Palabra: consta de las lecturas de la Sagrada Escritura, seguidas de la homilía que es una reflexión y explicación de la Palabra de Dios. Se recita el Credo o Profesión de Fe y se hace la Oración de los fieles.

Liturgia de la Eucaristía, dividida en:

  • Ofertorio: o presentación de las ofrendas que se ponen sobre el altar, éstas son el pan y el vino que, junto con la vida del hombre se ofrecen a Dios.
  • Plegaria Eucarística: se da gracias a Dios por la obra de la salvación y por sus dones, el pan y el vino. Se pide la presencia del Espíritu Santo para que las convierta en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, repitiendo las mismas palabras que Jesús pronunció en la Ultima Cena.
  • Fracción del Pan y el Rito de Comunión: que manifiesta la unidad de los fieles. Se recita el Padre Nuestro y los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles los recibieron de manos de Jesús.
  • Rito de despedida: saludo y bendición sacerdotal, para terminar con la despedida en donde se invita al pueblo a que vuelva a sus quehaceres haciendo vida el Evangelio.

Por lo tanto, debemos considerar la Eucaristía como:

  • Acción de gracias y alabanza al Padre
  • Memorial del Sacrificio de Cristo y de su Cuerpo
  • Presencia de Cristo por el poder de su Padre y de su Espíritu

"Jesús se esconde en el Santísimo Sacramento del altar, para que nos atrevamos a tratarle, para ser el sustento nuestro, con el fin de que nos hagamos una sola cosa con Él. Al decir sin mí no podéis nada, no condenó al cristiano a la ineficacia, ni le obligó a una búsqueda ardua y difícil de su Persona. Se ha quedado entre nosotros con una disponibilidad total".

Cuando nos reunimos ante el altar mientras se celebra el Santo Sacrificio de la Misa, cuando contemplamos la Sagrada Hostia expuesta en la custodia o la adoramos escondida en el Sagrario, debemos reavivar nuestra fe, pensar en esa existencia nueva, que viene a nosotros, y conmovernos ante el cariño y la ternura de Dios" (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa No. 153).

La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Señor Jesucristo"


Última Pascua

Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de San Juan Bautista.

Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre.

Los vasos y los instrumentos necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo.

Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto.

El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo y Felipe.

Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy de prisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie, apoyándose sólo un poco sobre el respaldo de su silla. Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyó la otra. Trajeron otra copa de vino; y Jesús decía: "Tomad este vino hasta que venga el reino de Dios". Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y habiéndose lavado otra vez las manos, se sentaron en las sillas.

Al principio estuvo muy afectuoso con sus Apóstoles; después se puso serio y melancólico, y les dijo: "Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está conmigo en esta mesa". Había sólo un plato de lechuga; Jesús la repartía a los que estaban a su lado, y encargó a Judas, sentado en frente, que la distribuyera por su lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que espantó a todos los Apóstoles, dijo: "Un hombre cuya mano está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía", lo que significa: "Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan". No designó claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería darle un aviso, pues, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir lechuga. Jesús añadió: "El hijo del hombre se va, según esta escrito de Él; pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no haber nacido".

Los Apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: "Señor, ¿soy yo?", pues todos sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: "Señor, ¿quién es?". Entonces tuvo aviso que quería designar a Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: "Este a quien le doy el pan que he mojado". Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando el Señor mojó el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a Judas, que preguntó también: "Señor, ¿soy yo?". Jesús lo miró con amor y le dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con una afección cordial, para avisar a Judas, sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de rabia. Yo vi, durante la comida, una figura horrenda, sentada a sus pies, y que subía algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con los ojos.

En la fe cristiana, La Última Cena fue la última ocasión en la que Jesús de Nazaret se reunió con sus apóstoles para compartir el pan y el vino antes de su muerte. Se considera para la iglesia católica que es el momento en que se instituye la eucaristía. La Última Cena, ha sido el tema de numerosas pinturas, siendo quizás la obra de Leonardo da Vinci la más conocida de todas.

En el nuevo testamento

Cronología

Estatua de La Última Cena, usada durante la procesión del viernes santo en Qormi Malta.

La cena es considerada por la mayoría de los teóricos como un Séder o Cena de Pascua celebrada en la noche del jueves santo antes de la crucifixión el viernes santo. Esta creencia se basa en la cronología de los evangelios, pero la cronología del Evangelio de Juan indica que se celebró antes de Pascua (Juan 13:1, 18:28). Las referencias en el evangelio de Juan marcan el día de la preparación para la pascua (Juan 19:14, 31, y 42), se toman por muchos para indicar que la muerte de Cristo ocurrió en el tiempo de la matanza de los corderos de la Pascua (esta cronología posterior es la aceptada por la iglesia Ortodoxa). Sin embargo, aquellos que sitúan la última cena en la tarde del jueves, generalmente le atribuyen a Marcos 14:12 y Lucas 22:7 las únicas referencias explícitas en los evangelios a que en el momento de la crucifixión de Cristo se da la matanza de corderos, y se da lugar el Día de la Preparación en el Evangelio de Juan como una posible referencia al Viernes de pascua durante el cual se realizan las preparaciones para el descanso del Shabat.

Además, muchos teóricos han cuestionado estas cronologías, y han rechazado sus afirmaciones de que los evangelios hacen referencia a la pascua y sostienen que coinciden con Juan,1 ya que existen multitud de hechos que tienen lugar tras la Última Cena, como la traición, el arresto, interrogatorio y los posteriores juicios, que difícilmente podrían haber tenido lugar durante una noche.2 Algunos grupos minoritarios de cristianos creen que un exhaustivo examen de los evangelios indican que la Última Cena tuvo lugar en martes, y que Jesús fue crucificado en un miércoles.3

La cena se discute a través de los cuatro evangelios de la biblia canónica. Los evangelios sinópticos afirman que en la mañana del mismo día el cordero pascual para la cena, sea sacrificado. Sin embargo, bajo el método judío de tiempo recogimiento, el día era considerado que empieza justo al amanecer, por lo tanto la festividad de la pascua se contempla que ocurra en el día posterior en que fue sacrificado. Esto implica que o los sinópticos no están instruidos en el conocimiento del recogimiento judío, o que ellos usaron la técnica literaria de ver los eventos que pasaron en varios días en solo uno. Otros interpretan el lenguaje de los Evangelios sinópticos como suficientemente permisivos para tener una tarde sacrificando a los corderos pascuales.

Iconografía

La Última Cena de Leonardo da Vinci

Artículo principal: La Última Cena (Leonardo)

La Última Cena es una pintura mural realizada por Leonardo da Vinci en los años 1494-1497. Se encuentra en la pared sobre la que se pintó originalmente: el refectorio de Santa Maria delle Grazie en Milán. Frente a la iconografía clásica que puede verse en otras obras renacentistas, Leonardo no representa a Judas, el traidor delante de la mesa, sino incluido entre los apóstoles. Leonardo ha optado por representar el momento posterior al anuncio de Cristo de que uno de ellos lo traicionará y todos se preguntan «¿Soy yo, Señor?». En lugar de representar a Jesucristo como uno más con el apóstol Juan en brazos, Leonardo opta por aislar la figura de Jesucristo y agrupar a los apóstoles de tres en tres, caracterizando a cada uno de ellos a través de su actitud y movimiento.

La Última Cena de Leonardo.

Ejemplos clásicos

El tema ha sido tratado en numerosas ocasiones por el arte cristiano, no siendo un tema nuevo que tratase por primera vez Leonardo cuyo cuadro, sin embargo, se ha convertido en la quintaesencia del tema. El nombre Il Cenacolo es una evidente referencia al Simposio de Platón; por ello los apóstoles han sido estructurados en cuatro tríades, de las cuales las dos del extremo luminoso corresponden a tríades platónicas.

Véase también




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