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lunes, 2 de octubre de 2017

Santa Teresa del Niño Jesús y los Papas


Santa Teresa de Liseux y los Papas


A lo largo del siglo XX y XXI, Sta. Teresa de Lisieux ha ejercido una enorme influencia sobre el pueblo cristiano. Numerosos Pastores, teólogos y fieles, así como representantes de las distintas áreas del saber le han dedicado importantes estudios. En este artículo recordaremos brevemente su presencia en el magisterio pontificio.

LEÓN XIII (1878-1903)


Teresa, siendo aun adolescente, acudió personalmente a Roma el 20 de noviembre de 1887 para pedir a León XIII permiso para entrar en el Carmelo con sólo 15 años. Cuando apareció la “Historia de un Alma” en octubre de 1898, el Carmelo de Lisieux hizo llegar dos ejemplares a Roma. León XIII leyó y recomendó el libro a otros, e hizo saber a la priora del Carmelo que le había agradado el homenaje, llegando a escribir: “He tenido el mayor placer de mi vida leyendo la Historia de un Alma”.

S. PÍO X (1903-1914)


El 15 de marzo de 1907, el Papa recibió la edición francesa de la “Historia de un Alma” El regalo fue muy apreciado. En 1910 le ofrecieron la traducción italiana y escribió una carta autógrafa de agradecimiento a la Priora del Carmelo de Florencia, en la que decía: “Teresa ha florecido como un lirio, ha extendido su olor agradable y ha producido una floración extraordinaria de gracias divinas”. Antes de iniciarse el proceso de beatificación, en una audiencia pública, como respuesta a un obispo misionero que le regaló un cuadro de Teresa, exclamó: “He aquí la santa más grande de los tiempos modernos”. A quien le hizo notar que en su vida no había nada de extraordinario, el mismo Papa le respondió: “Esta extrema sencillez es precisamente lo que hay de más extraordinario y notable en esta alma. Abrid vuestra teología”.

A pesar de que las leyes canónicas exigían entonces un mínimo de 50 años desde la muerte de una persona, antes de iniciar el proceso de beatificación, Pío X lo puso en marcha. Poco antes de fallecer, el 10 de junio de 1914 dio su “visto bueno” favorable a la sentencia de la Sda. Congregación de Ritos que concluía el proceso Informativo y designaba la Comisión del Proceso Apostólico.

BENEDICTO XV (1914-1922)


El 14 de agosto de 1921 aprobó el decreto de Heroicidad de virtudes y, ante los componentes del Dicasterio romano, trazó un verdadero panegírico de la nueva bienaventurada tomando como eje de su intervención el “Camino de la santa Infancia”. Allí el Papa decía: “No hay persona que conozca un poco la vía de Teresita, que no se una a este camino de la infancia espiritual... (el cual) excluye, de hecho, el sentimiento de soberbia o de autosuficiencia, la presunción de alcanzar por medios humanos fines sobrenaturales y la engañosa veleidad de sentirse suficientes a la hora de la tentación o peligro. Por otra parte, supone una fe muy viva en la existencia de Dios y una confianza incondicional ante la divina Providencia de quien nos obtiene la gracia de evitar el mal y practicar el bien... (Teresa) no estuvo formada en grandes estudios humanos, sin embargo tuvo la ciencia tanto de vivir como de enseñar a otros este precioso camino de salvación”.

PÍO XI (1922-1939)


Los lazos que unieron a Pío XI con Teresa fueron muy profundos. El 11 de febrero de 1923, durante la promulgación del Decreto de aprobación de los milagros para la Beatificación, declaró a Teresa la “estrella” de su Pontificado, “milagro de virtudes y prodigio de milagros, verdadera flor de amor venida del cielo sobre la tierra, para maravillar al cielo y a la tierra”. El 30 de abril, al día siguiente de la beatificación de Teresita, el Santo Padre retomaba esta expresión: “Henos aquí a la luz de esta estrella -como a Nosotros nos gusta llamarla-, en quien la mano de Dios ha querido resplandecer, al comienzo de nuestro Pontificado, un presagio y una promesa de protección de la cual Nos tenemos ya dichosa experiencia”.

En el Decreto de Beatificación, escribe: “Teresa nos enseña la dulce y sincera humildad de corazón, la fidelidad total a los deberes de estado, sean los que sean y en la esfera que sean, en cualquier grado de la jerarquía humana en que Dios nos ha colocado, y nos mande a trabajar, la aceptación de todos los sacrificios, y el total abandono confiado en manos de Dios y, por encima de todo, la caridad verdadera, el real amor a Dios, la ternura verdadera por Jesucristo, respondiendo a la misma que El tuvo y que nos ha testimoniado. Tal es la lección que Teresita nos ofrece hoy, a fin de que podamos elevar nuestras aspiraciones a la perfección de la vida cristiana... Ella es una Palabra de Dios para el mundo de hoy”.

El 17 de mayo del Año Santo de 1925 canonizó a la Santita. Se pueden leer en la Bula de canonización palabras altamente elogiosas no sólo de su santidad sino también de la novedad de su doctrina: “La doctrina más importante de Teresa es la Infancia espiritual, que supone la más entera y filial confianza y lleva a la total entrega en manos del Padre Misericordioso, tan amado... Este Camino de la Infancia espiritual según el Evangelio, lo enseñó a las otras hermanas... y, luego, a través de sus escritos llenos de celo apostólico, enseñó el camino de la sencillez evangélica, con santo entusiasmo, a todo el mundo”.

El 14 de diciembre de 1927, en respuesta a una petición de numerosos obispos misioneros, declaró a Sta. Teresa “Patrona Universal de las Misiones”. El 11 de julio de 1937, el entonces cardenal Eugenio Pacelli, su legado, bendecía la Basílica de Lisieux, Pío XI se unía al acto y a la muchedumbre de peregrinos enviando un ferviente mensaje radiofónico.

PÍO XII (1939-1958)


Cuando aun era Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, ya mantenía excelentes relaciones con Lisieux y nuestra Santa. Al bendecir su Basílica, como legado papal, dijo: “Teresa ha sabido trazar un camino nuevo. Su ciencia de las cosas divinas no la ha guardado para ella sola. Nos ha dicho claramente: Mi misión es hacer amar a Nuestro Padre, como yo le amo y enseñar mi pequeño camino a las almas. He aquí uno de los más maravillosos aspectos bajo los cuales aparece esta fisonomía tan atractiva de la pequeña carmelita, desde lo oculto de su convento da un ejemplo al mundo, a este siglo tan orgulloso de sus inventos y de su ciencia. Ella tiene una misión, tiene una doctrina. Pero su doctrina, como su persona, es humilde y sencilla, se encierra en dos palabras: infancia espiritual... Esta joven carmelita ha conquistado en menos de medio siglo numerosos discípulos. Grandes doctores de la ley se han hecho discípulos de su escuela, el Pastor Supremo la ha exaltado, y en este preciso momento hay desde un extremo al otro del mundo, millones de almas cuya vida interior ha sido transformada por la influencia benéfica de su libro Historia de un Alma”.

El 23 de marzo de 1938 el Cardenal Pacelli ponía en evidencia los lazos estrechos existentes entre la Santa y la vida sacerdotal, exhortando a los seminaristas a recurrir frecuentemente a su protección. Cuando llegó a ser papa, Pío XII, continuó manifestado su adhesión en numerosas ocasiones a la doctrina de Santa Teresita.

El 11 de julio de 1954, en un largo radiomensaje con ocasión de la consagración de la Basílica de Lisieux, después de hacer memoria del 11 de julio de 1937, cuando él mismo bendecía la Basílica, el Papa proseguía: “Si la Providencia nos ha permitido la extraordinaria difusión de su culto ¿acaso no es porque nos ha transmitido y nos transmite siempre un mensaje de admirable profundidad espiritual y un testimonio único de humildad, confianza y de amor?... En el seno de un mundo imbuido de sí mismo, de descubrimientos científicos y de virtuosidades técnicas... Teresa de Lisieux aparece con las manos vacías, sin fortuna, honor, influencia, eficacia temporal, nada que atraiga, nada que la aparte de Dios sólo y su Reino... Pero en desquite el Señor la introduce en su casa, le confía sus secretos. Y después de haber vivido silenciosa y oculta, ahora se dirige a toda la humanidad, a los ricos y a los pobres, a los grandes y a los humildes”.

JUAN XXIII (1958-1963)


Teresa del Niño Jesús aparecía constantemente en sus declaraciones. Le gustaba mucho hablar de la relación entre Teresa de Avila y Teresa de Lisieux. Sirva de ejemplo su discurso en la audiencia del 16 de octubre de 1960: “Grande fue Teresa de Avila por haber afirmado de una manera espléndida el dinamismo de la santificación en la reforma del cristianismo; grande fue Teresa de Lisieux por haber, en su humildad, simplicidad y abnegación constante, cooperado en la empresa y trabajo de la gracia por el bien de innumerables fieles. A este propósito y, deseando dar una comparación adecuada, el santo Padre se complace en recordar cuántas veces ha tenido la posibilidad de mirar el puerto de Constantinopla. Enormes navíos cargados de mercancías llegaban y algunos en razón de su gran tonelaje no podían aproximarse al muelle. Así al lado de cada uno de estos navíos, se encontraban otros más pequeños. A simple vista parecían inútiles o secundarios, superfluos, pero, de hecho, eran los que hacían posible la descarga de mercancías de los grandes navíos hasta el muelle. Así, la doctrina de Teresa del Niño Jesús ayuda mucho a los fieles a comprender la doctrina y la santidad de la vida cristiana como la expresa la gran Teresa de Avila. Teresita cumple su misión de una forma más discreta, pero ¡cuán preciosa para que las almas puedan llegar a los misterios y riquezas de Dios!”.

PABLO VI (1963 -1978)


Siempre afirmó que él le debía todo a Santa Teresita. Ella, antes de morir, había dicho que ofrecía sus últimos sufrimientos por los niños que serían bautizados en ese día. A él le gustaba recordar que fue bautizado mientras Santa Teresita fallecía, el 30 de septiembre de 1897. Las citas explícitas o implícitas a su doctrina y ejemplo se encuentran en casi todas sus intervenciones.

El 29 de diciembre de 1971 afirmaba: “Teresita de Lisieux nos ha enseñado el espíritu de la infancia espiritual, una de las corrientes espirituales más vivas de la actualidad; allí no hay nada de pueril o afectado. Procede de estas palabras de Jesús, paradójicas, pero siempre divinas: Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los Cielos. Los fundamentos evangélicos de esta espiritualidad no podrían estar mejor asegurados”.

Con ocasión del primer Centenario del nacimiento de Teresa (1873-1973) escribió una carta, en la que presentaba a la Santa como una “luz providencial” para los hombres de nuestro tiempo. “Muchos prueban duramente los límites de sus fuerzas físicas y morales; se sienten impotentes ante los inmensos problemas del mundo, del cual se sienten justamente solidarios. El trabajo diario parece aplastante, oscuro, inútil... El sentido de la vida puede no aparecer muy claro, el silencio de Dios, como se suele decir, parece hacerse opresor... A unos y a otros, Teresa del N.J. les enseña a no mirarse a sí mismos, sino a mirar y centrarse en el Amor misericordioso de Cristo, que es mucho más grande que nuestro corazón, y nos asocia a la ofrenda de su pasión y al dinamismo de su Vida. Puede enseñar a todos el Camino de la Infancia espiritual, que está en las antípodas de la puerilidad o el infantilismo, la pasividad o la tristeza... Exhortamos vivamente a todos los sacerdotes, educadores y predicadores, así como a los teólogos, a escrutar esta doctrina espiritual del Sta. Teresita del Niño Jesús”.

JUAN PABLO I (1978)


Escribió sobre ella en numerosas ocasiones mientras era Patriarca de Venecia y le dedicó una de las cartas más características de su libro “Ilustrísimos señores”.

JUAN PABLO II (1978-2005)

Muchas han sido sus intervenciones recurriendo a la doctrina de Teresa de Lisieux. Poco después de su elección, decía a los peregrinos franceses: “Sin entrar vosotros en el Carmelo, tenéis una vida de laicos cristianos. A ejemplo de Santa Teresa, convertíos resueltamente a la oración y al espíritu misionero. Sí, organizad aun más vuestra vida diaria, semanal y mensual, para respirar a Dios, de cualquier forma, en el silencio, en la oración y meditación; incrementad vuestro ardor misionero”.
En 1980 pronunció en la Basílica de Lisieux una homilía memorable: “El Espíritu de Dios ha permitido a Teresa revelar directamente a todos los hombres el misterio fundamental, la realidad del Evangelio: el hecho de haber recibido el espíritu de hijo adoptivo que nos hace gritar ¡Abba!... ¿Qué verdad del mensaje evangélico es más fundamental y universal que ésta? ¡Dios es nuestro Padre, y nosotros somos hijos!... Cuando murió víctima de la tuberculosis, que largo tiempo atrás había incubado, era casi una niña. Nos has dejado el recuerdo de una niña. Fue una niña. Pero una niña confiada hasta el heroísmo”.
El pensamiento de Teresa de Lisieux aparece en los mensajes anuales de las Jornadas Misioneras Mundiales. En 1984 nos dice: “Santa Teresa del Niño Jesús, prisionera del Amor en el Convento del Carmelo, había deseado recorrer el mundo entero e implantar la cruz de Cristo en todo lugar. Ha concretizado el carácter universal y apostólico de sus deseos en el sufrimiento aceptado y en la ofrenda preciosa de ella misma como víctima al Amor misericordioso. Sufrimiento que alcanza su culmen y al mismo tiempo el más alto grado de fecundidad apostólica en el martirio del espíritu, en el tormento de la oscuridad de la fe, ofrecido de manera heroica, para obtener la luz de la fe para todos sus hermanos sumidos en las tinieblas”.
En el mensaje a los Jóvenes del Encuentro de París de 1997, el Papa escribía: “Teresa es una santa joven, que propone hoy un anuncio sencillo y sugestivo, lleno de maravillas y de gratitud: Dios es amor y cada persona es amada por Dios, y Dios Padre espera ser escuchado y amado por cada uno. Un mensaje que vosotros, jóvenes de hoy, estáis llamados a acoger y a gritarlo a otros jóvenes: Todo hombre es amado por Dios. Tal es el anuncio sencillo y transformante que la Iglesia desea dar al hombre de hoy”.
En el discurso de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud de París, el 22 de agosto de 1997, dijo: “En el momento de esta clausura tengo que evocar la figura de Teresa de Lisieux, que entró en la Vida justamente hace cien años. Esta joven carmelita fue totalmente poseída del Amor de Dios. Ella vivió radicalmente la ofrenda de sí misma en respuesta al Amor de Dios. En la sencillez de la vida diaria supo igualmente practicar el amor fraterno. A imitación de Jesús supo aceptar sentarse a los pies de los pecadores, sus hermanos para que fueran purificados por el amor, que a ella misma animaba, por el ardiente deseo de ver a todos los hombres esclarecidos por la luz de la fe. Teresa ha conocido el sufrimiento y la prueba en su fe pero ha permanecido fiel porque en su inteligencia espiritual ha sabido que Dios es justo y misericordioso; poseída sólo del amor recibido de Dios, mucho más que cualquier criatura puede proporcionar. Hasta el fin de la noche puso su esperanza sólo en Jesús, el Siervo Sufriente que entregó su vida por los pecadores... La enseñanza de Teresa, verdadera ciencia de amor, es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio de Cristo y de su experiencia personal de la gracia; ayuda a los hombres y mujeres de hoy, y ayudará a los de mañana a percibir mejor los dones de Dios y a vivir la Buena Nueva de su Amor infinito... Respondiendo a numerosas encuestas y consultas, y después de cuidadosos estudios, tengo la alegría de anunciaros, que, el domingo de las misiones, 19 de octubre, y en la Basílica de S. Pedro de Roma, yo proclamaré a Sta. Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz, Doctora de la Iglesia Universal. He querido anunciarlo solemnemente aquí, en este acto, porque Teresa es una santa joven y representa a nuestro tiempo y os conviene particularmente a vosotros los jóvenes: en la escuela del Evangelio ella os abre el camino de la madurez cristiana, os llama a una infinita generosidad, os invita a permanecer en el corazón de la Iglesia, y a ser los testigos y discípulos ardientes de Cristo”.
Con ocasión de esta proclamación del Doctorado de Teresa, Juan Pablo II publicó la Carta Apostólica “Divini Amoris Scientia”. En el curso de la Misa pronunció una homilía notable, subrayando la actualidad y universalidad del mensaje de la Santa: “Entre los doctores de la Iglesia, Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz es la más joven, pero su ardiente itinerario espiritual, tanta madurez en sus intuiciones de la fe expresadas en sus escritos, la hacen merecedora de tener un puesto entre los grandes maestros y doctores de la Iglesia... Su camino espiritual es en realidad muy exigente, como lo es el Evangelio. Pero es un camino penetrado del sentido de abandono confiado en el Padre, confiado a la misericordia divina, que hace más ligera la entrega espiritual, más rigurosa... Teresa de Lisieux es una Santa que permanece joven, a pesar de los años que pasen, y se propone como un modelo eminente y un guía para el camino cristiano de nuestro tiempo...”


Benedicto XVI (2005-2013)


Benedicto XVI apreciaba mucho a Santa Teresita. Dedicó la audencia del 6 de abril de 2011 a hablar ampliamente de su figura. He aquí un extracto de su intervención:

Queridos amigos, también nosotros, con santa Teresa del Niño Jesús, deberíamos poder repetir cada día al Señor, que queremos vivir de amor a él y a los demás, aprender en la escuela de los santos a amar de una forma auténtica y total. Teresa es uno de los «pequeños» del Evangelio que se dejan llevar por Dios a las profundidades de su Misterio. Una guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos. Con la humildad y la caridad, la fe y la esperanza, Teresa entra continuamente en el corazón de la Sagrada Escritura que contiene el Misterio de Cristo. Y esta lectura de la Biblia, alimentada con la ciencia del amor, no se opone a la ciencia académica. De hecho, la ciencia de los santos, de la que habla ella misma en la última página de la Historia de un alma, es la ciencia más alta: «Así lo entendieron todos los santos, y más especialmente los que han llenado el universo con la luz de la doctrina evangélica. ¿No fue en la oración donde san Pablo, san Agustín, san Juan de la Cruz, santo Tomás de Aquino, san Francisco, santo Domingo y tantos otros amigos ilustres de Dios bebieron aquella ciencia divina que cautivaba a los más grandes genios?» (MS C, 36r). La Eucaristía, inseparable del Evangelio, es para Teresa el sacramento del Amor divino que se rebaja hasta el extremo para elevarnos hasta él. En su última Carta, sobre una imagen que representa a Jesús Niño en la Hostia consagrada, la santa escribe estas sencillas palabras: «Yo no puedo tener miedo a un Dios que se ha hecho tan pequeño por mí (...) ¡Yo lo amo! Pues él es sólo amor y misericordia» (Carta 266).

En el Evangelio Teresa descubre sobre todo la misericordia de Jesús, hasta el punto de afirmar: «A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas (...). Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás), me parece revestida de amor» (MS A, 84r). Así se expresa también en las últimas líneas de la Historia de un alma: «Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr... No me abalanzo al primer puesto, sino al último... Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él» (MS C, 36v-37r). «Confianza y amor» son, por tanto, el punto final del relato de su vida, dos palabras que, como faros, iluminaron todo su camino de santidad para poder guiar a los demás por su mismo «caminito de confianza y de amor», de la infancia espiritual (cf. MS C, 2v-3r; Carta 226). Confianza como la del niño que se abandona en las manos de Dios, inseparable del compromiso fuerte, radical, del verdadero amor, que es don total de sí mismo, para siempre, como dice la santa contemplando a María: «Amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo» (Poesía Por qué te amo, María: p 54/22). Así Teresa nos indica a todos que la vida cristiana consiste en vivir plenamente la gracia del Bautismo en el don total de sí al amor del Padre, para vivir como Cristo, en el fuego del Espíritu Santo, su mismo amor por todos los demás.

Papa Francisco (2013- ?)


Conocimos que la santa preferida del Papa Francisco era Santa Teresita de Lisieux gracias a que le regaló a la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, una rosa blanca en su honor.
La gran devoción del Papa Francisco por la mística carmelitana y patrona universal de la misiones -cuya fiesta celebra la Iglesia cada 1 de octubre- es notoria y muy significativa.
¿Qué significa la rosa blanca para el Papa Francisco? Lo explicó él mismo, cuando era cardenal, en el libro entrevista “El Jesuita” escrito por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti. Los periodistas, al describir la biblioteca de Bergoglio en Buenos Aires, escriben: “La escenografía de su biblioteca personal se completa con algunos retratos de personas queridas. Por caso, una foto de un joven estudiante de ingeniería, que murió en un accidente, y un cuadro de Daniela Pisarev, una amiga judía, pintora, a quien casó con un católico. Nos llamó la atención ver en uno de los estantes de la biblioteca un cuenco lleno de rosas blancas con una estampa de Santa Teresita detrás. “Cuando tengo un problema -contó- le pido a la santa, no que lo resuelva, sino que lo tome en sus manos y me ayude a asumirlo y, como señal, recibo casi siempre una rosa blanca.”
Una nueva voz -y muy autorizada- ha hecho mención a ella. Se trata del profesor Gerardo del Pozo quien durante la lección inaugural “Teología de los santos en Joseph Ratzinguer: Teresa de Lisieux”, del curso académico 2013-2014 de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, explicaba lo siguiente:
“El Papa Francisco se ha referido ya varias veces a santa Teresa de Lisieux. Por ejemplo, cuando le preguntaron qué llevaba en la bolsa con que subió al avión en su vuelo a Río de Janeiro, dijo que, junto a los enseres habituales, incluía un libro de santa Teresa de Lisieux”. “A los pocos días de su elección una periodista amiga suya, Stefania Falasca, publicó un artículo con el título: Una rosa blanca de santa Teresa. Cuenta allí que el cardenal Bergoglio tenía la costumbre de acompañar sus cartas o simples saludos con una imagen de Teresa de Lisieux y que siempre la lleva en los viajes”.
“En un Consistorio de Cardenales de 2007, esta misma periodista se encontró en Roma con el cardenal Bergoglio, que llevaba consigo la imagen de santa Teresita. Entonces le dijo que cuando tiene un problema se lo confía a Teresa: “No le pido que lo resuelva, sólo que lo tenga en sus manos y me ayude. Como señal recibo casi siempre una rosa”. Incluso rezó delante de ella una parte de la oración para obtener la rosa: Florecita de Jesús, pídele hoy a Dios que me alcance la gracia que yo ahora pongo con confianza en tus manos”.
En una entrevista a la mencionada periodista italiana durante la preparación del documento final de Aparecida, le dijo el entonces cardenal Bergoglio ‘No hay que tener miedo a depender sólo de la ternura de Dios, como lo ha hecho Teresa de Lisieux, que es por eso una hija predilecta de María y una gran misionera’”.
El domingo 8 de septiembre, el día siguiente de la vigilia de oración por la paz en Siria, durante la cual fueron leídos algunos pasajes de santa Teresa de Lisieux, el Papa Francisco recibió como regalo, sorprendentemente, una rosa blanca. Una flor que para él representa una “señal” vinculada justamente con la devoción a una de sus santas predilectas.
Esto lo reveló, autorizado por el mismo Papa Francisco, el arzobispo de Ancona-Ósimo, Edoardo Menichelli, quien escuchó la anécdota de los labios del mismo Papa, y la narró durante la presentación del libro “Teresa de Lisieux. La fascinación de la santidad. Los secretos de una doctrina reencontrada”, el voluminoso y documentado ensayo de Gianni Gennari que el Pontífice llevaba consigo en el equipaje de mano durante el viaje a Brasil en ocasión de la JMJ.
Monseñor Menichelli contó de esta manera la anécdota papal: “El Papa me dijo que fue sorprendido, mientras paseaba por los jardines vaticanos el domingo 8 de septiembre, por un jardinero que le regaló una rosa blanca apenas cortada. Una flor que considera una “señal”, un “mensaje” de santa Teresita, a la que se había dirigido con preocupación el día anterior”. El arzobispo llevaba a los que asistieron a la presentación del libro los saludos de Papa Francisco e indicó que había sido el mismo Papa quien le había autorizado hablar sobre la anécdota de la rosa blanca.
La primera vez que celebró el Papa Francisco la fiesta de santa Teresa de Lisieux, el 1 de octubre de 2013, afirmó en la homilía de la Santa Misa: “Nos hará bien reflexionar en el espíritu de humildad, de ternura, de bondad. Un espíritu humilde que el Señor quiere de todos nosotros. ¿Dónde está por lo tanto la fuerza que nos conduce a este espíritu? Precisamente en el amor, en la caridad, en la conciencia de que estamos en las manos del Padre”.
“Esa caridad que todo sufre, todo perdona, que no se vanagloria, que es humilde, que no se busca a sí misma. Alguien puede decir -y había algunos filósofos que pensaban así- que esta sea como una humillación de la majestad del hombre, de la grandeza del hombre. ¡Esto es estéril! La Iglesia sabia ha hecho a esta Santa, humilde, pequeña, confiada de Dios, dócil: la ha hecho Patrona de las Misiones”.
“La caridad es simple: ¡adorar a Dios y servir a los demás! Y este testimonio hace crecer a la Iglesia. He aquí el por qué una monja tan humilde, pero tan confiada en Dios, como Santa Teresa del Niño Jesús, fue declarada Patrona de las Misiones, porque su ejemplo hace que la gente diga ¡Queremos venir con vosotros!”.

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