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jueves, 3 de agosto de 2017

Evangelio del Día jueves 03 Agosto 2017

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Jueves de la decimoséptima semana del tiempo ordinario

Beato Agustín Kazotic
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Leer el comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II: «El Reino de los cielos se compara a una red que es arrojada en el mar»

Exodo 40,16-21.34-38.

Moisés realizó exactamente todo lo que el Señor le había ordenado.
En el segundo año, el primer día del primer mes, se procedió a la erección de la Morada.
Para ello, Moisés asentó sus bases, colocó sus bastidores, dispuso sus travesaños y levantó sus columnas.
Después extendió la carpa por encima de la Morada, y sobre ella colocó la cobertura de la carpa, como el Señor se lo había ordenado.
En seguida tomó las tablas del Testimonio y las puso en el arca; sujetó las andas en el arca, y sobre ella colocó la tapa.
Entonces condujo el arca hasta el interior de la Morada, colgó el velo que la protegía y así cubrió el Arca del Testimonio, conforme a la orden que el Señor le había dado.
Entonces la nube cubrió la Carpa del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada.
Moisés no podía entrar en la Carpa del Encuentro, porque la nube se había instalado sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada.
En todas las etapas del camino, cuando la nube se alzaba, alejándose de la Morada, los israelitas levantaban el campamento.
Pero si la nube no se alzaba, ellos no se movían, hasta que la nube volvía a hacerlo.
Porque durante el día, la nube del Señor estaba sobre la Morada, y durante la noche, un fuego brillaba en ella, a la vista de todo el pueblo de Israel. Esto sucedía en todas las etapas del camino.

Salmo 84(83),3.4.5-6a.8a.11.

Mi alma se consume de deseos
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne claman ansiosos
por el Dios viviente.

Hasta el gorrión encontró una casa,
y la golondrina tiene un nido
donde poner sus pichones,
junto a tus altares, Señor del universo,
mi Rey y mi Dios.

¡Felices los que habitan en tu Casa
y te alaban sin cesar!
¡Felices los que encuentran su fuerza en ti!
Ellos avanzan con vigor siempre creciente.

Vale más un día en tus atrios
que mil en otra parte;
yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios
antes que vivir entre malvados.




Mateo 13,47-53.

Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".
Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

Concilio Vaticano II
Gaudium et Spes, 39, 2-3

«El Reino de los cielos se compara a una red que es arrojada en el mar»

      Cierto, bien sabemos nosotros que de nada le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo (Lc 9, 25), no obstante la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. 

      Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: «reino de verdad  y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz»(Rm 8,19-21). Misteriosamente, el Reino está  ya presente en nuestra tierra; espera su perfección cuando  el Señor venga.


Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XVII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.
Comentario: Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell (Agullana, Girona, España)
«Recogen en cestos los buenos y tiran los malos»
Hoy, el Evangelio constituye una llamada vital a la conversión. Jesús no nos ahorra la dureza de la realidad: «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego» (Mt 13,49-50). ¡La advertencia es clara! No podemos quedarnos dormidos.

Ahora debemos optar libremente: o buscamos a Dios y el bien con todas nuestras fuerzas, o colocamos nuestra vida en el precipicio de la muerte. O estamos con Cristo o estamos contra Él. Convertirse significa, en este caso, optar totalmente por pertenecer a los justos y llevar una vida digna de hijos. Sin embargo, tenemos en nuestro interior la experiencia del pecado: vemos el bien que deberíamos hacer y en cambio obramos el mal; ¿cómo intentamos dar una verdadera unidad a nuestras vidas? Nosotros solos no podemos hacer mucho. Sólo si nos ponemos en manos de Dios podremos lograr hacer el bien y pertenecer a los justos.

«Por el hecho de no estar seguros del tiempo en que vendrá nuestro Juez, debemos vivir cada jornada como si nos tuviera que juzgar al día siguiente» (San Jerónimo). Esta frase es una invitación a vivir con intensidad y responsabilidad nuestro ser cristiano. No se trata de tener miedo, sino de vivir en la esperanza este tiempo que es de gracia, alabanza y gloria.

Cristo nos enseña el camino de nuestra propia glorificación. Cristo es el camino del hombre, por tanto, nuestra salvación, nuestra felicidad y todo lo que podamos imaginar pasa por Él. Y si todo lo tenemos en Cristo, no podemos dejar de amar a la Iglesia que nos lo muestra y es su cuerpo místico. Contra las visiones puramente humanas de esta realidad es necesario que recuperemos la visión divino-espiritual: ¡nada mejor que Cristo y que el cumplimiento de su voluntad!



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