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martes, 28 de marzo de 2017

¿Vives triste, amargado y lamentándote siempre? Esto es lo que te dice Papa Francisco


El Papa durante la Misa. Foto: L'Osservatore Romano




VATICANO, 28 Mar. 17 / 04:55 am (ACI).- Al comentar el Evangelio de día en el que Jesús cura a un paralítico, el Papa Francisco dijo que hay mucha gente que vive siempre triste, lamentándose de todo y afectada por la desgana, pero si quieren “sanar” solo tiene que escuchar a Jesús.
En la Misa matutina de Santa Marta, explicó que Jesús le pregunta al enfermo “¿quieres curarte?”. “Es bonito que Jesús siempre nos dice esto a nosotros: ‘¿quieres sanar?, ¿quieres ser feliz? ¿quieres mejorar tu vida?, ¿quieres estar lleno del Espíritu Santo?, ¿quieres sanar?’. Es palabra de Jesús. todos lo que estaban allí, enfermos, ciegos, cojos, paralíticos habrían dicho: ‘Sí, Señor, ¡Sí!’”.

“Pero este es un hombre extraño, y le responde a Jesús: ‘Señor, no tengo nadie que me meta en la piscina cuando el agua se agita y cuando yo voy a ella otro se adelanta y desciende a ella’. La respuesta es un lamento: ‘Mira Señor, que feo, que injusta ha sido la vida conmigo. Todos los otros pueden ir y curarse y yo desde hace 38 años lo busco y nada’”.
El Papa explicó que “este hombre era como el árbol plantado en las corrientes de agua, del que habla el primer salmo, ‘pero tenía las raíces secas’ y ‘esas raíces no llegaban al agua, no podía tomar la salud del agua’”.
“Esto se entiende por la actitud, los lamentos y por buscar siempre echar la culpa al otro: ‘Pero son los otros quienes van antes que yo, soy un pobrecito de 38 años’. Esto es un pecado muy feo, el pecado de la pereza. Este hombre estaba enfermo no tanto por la parálisis sino por la pereza, que es peor que tener el corazón tibio, todavía peor”.
“Es vivir porque vivo, pero sin querer seguir adelante, no tener deseos de hacer algo en la vida, haber perdido la memoria de la alegría. Este hombre ni siquiera conocía la alegría de nombre, la había perdido. Este es el pecado. Es una enfermedad fea: ‘Estoy cómodo así, me he acostumbrado. La vida ha sido injusta conmigo’. Y se ve el resentimiento, la amargura del corazón”.
Entonces Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla y camina”. Así es como el paralítico se cura, pero al ser sábado los doctores de la Ley le dicen a Jesús que no es lícito llevar la camilla: “Va en contra de las normas, no es de Dios ese hombre”.
El paralítico “se levantó con esa desgana” que hace “vivir porque es gratis el oxígeno”, hace “vivir siempre mirando a los otros que son más felices que yo” y si está “en la tristeza”, se olvida la alegría.
“La desidia –continuó– el Papa, es un pecado que paraliza, nos hace paralíticos. No nos deja caminar. También hoy el Señor nos mira a cada uno de nosotros, todos tenemos pecados, todos somos pecadores, pero mirando este pecado” dice “levántate”.
“Hoy el Señor a cada uno de nosotros nos dice: ‘Levántate, toma tu vida como sea, bonita, fea, como sea, tómala y ve adelante. No tengas miedo, ve adelante con tu camilla’. ‘Pero Señor, no es el último modelo de camilla’. ¡Ve hacia delante! ¡Con esa camilla fea, quizás, pero ve adelante! Es tu vida, es tu alegría. ‘¿Quieres curarte?’, es la primera pregunta que nos hace hoy el Señor. ‘Sí, Señor’. ‘Levántate’. Y en la antífona al comienzo de la Misa hemos escuchado ese inicio tan bonito: ‘Vosotros que tenéis sed venid a las aguas –es un agua gratis, que no se paga–. Saciaréis vuestra sed con alegría’.
“Si decimos al Señor ‘Sí, quiero sanar. Sí, Señor, ayúdame que quiero levantarme’, sabremos cómo es la alegría de la salvación”. 
Lecturas comentadas por el Papa:
Primera lectura
Ezequiel 47:1-9, 12
1 Me llevó a la entrada de la Casa, y he aquí que debajo del umnbral de la Casa salía agua, en dirección a oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia oriente. El agua bajaba de debajo del lado derecho de la Casa, al sur del altar.
2 Luego me hizo salir por el pórtico septentrional y dar la vuelta por el exterior, hasta el pórtico exterior que miraba hacia oriente, y he aquí que el agua fluía del lado derecho.
3 El hombre salió hacia oriente con la cuerda que tenía en la mano, midió mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta los tobillos.
4 Midió otros mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta las rodillas. Midió mil más y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta la cintura.
5 Midió otros mil: era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar.
6 Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?» Me condujo, y luego me hizo volver a la orilla del torrente.
7 Y a volver vi que a la orilla del torrente había gran cantidad de árboles, a ambos lados.
8 Me dijo: «Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada.
9 Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente.
12 A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina.»
Salmo responsorial
Salmo 46:2-3, 5-6, 8-9
2 Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto.
3 Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes se conmueven en el fondo de los mares,
5 ¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santificando las moradas del Altísimo.
6 Dios está en medio de ella, no será conmovida, Dios la socorre al llegar la mañana.
8 ¡Con nosotros Yahveh Sebaot, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!
9 Venid a contemplar los prodigios de Yahveh, el que llena la tierra de estupores.
Evangelio
Juan 5:1-16
1 Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
2 Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos.
3 En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua.
4 Porque el Angel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera.
5 Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
6 Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?»
7 Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo.»
8 Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda.»
9 Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. Pero era sábado aquel día.
10 Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla.»
11 El le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla y anda.»
12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: Tómala y anda?»
13 Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar.
14 Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor.»
15 El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
16 Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

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