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viernes, 8 de enero de 2016

El Papa Francisco habla del gran amor de Dios que abraza a cada uno a pesar de sus pecados


El Papa en la Misa en la capilla de la Casa Santa Marta. Foto: L'Osservatore Romano





VATICANO, 08 Ene. 16 / 05:34 am (ACI).- El amor de Dios es infinito y no tiene límites. Así de concreto fue hoy el Papa Francisco en la homilía de la Misa que celebró en la Casa Santa Marta a primera hora de la mañana, donde explicó que Dios espera a cada persona para abrazarla tal cual es, por muy pecadora que sea.
“¿Para qué nos espera?”, se preguntó. “Para abrazarnos, nada más. Para decir: ‘Hijo, hija, te amo. He dejado que crucificaran a mi Hijo por ti; este es el precio de mi amor’. Este es el regalo de amor”, reflexionó el Papa.
Francisco comentó la primera lectura de la liturgia del día, del apóstol San Juan, que habla sobre los dos mandamientos principales de la vida: el amor de Dios y el amor al prójimo y señaló que la certeza de que “el Señor me espera, el Señor quiere que abra la puerta de mi corazón” hay que tenerla “siempre”, y si alguno tuviera el escrúpulo de no sentirse digno del amor de Dios, “es mejor, porque Él te espera, así como tú eres, no como te dicen que deber ser”.
“Vayan al Señor y digan: ‘Pero tú sabes Señor que te amo’. O si no siento decirlo así: ‘Tú sabes Señor que quisiera amarte, pero soy muy pecador, muy pecadora’. Y Él hará lo mismo que ha hecho con el hijo pródigo que ha gastado todo el dinero en los vicios: no te dejará terminar tu discurso, con un abrazo te hará callar. El abrazo del amor de Dios”.
El Santo Padre meditó sobre el significado de la palabra “amor”, “que se usa muchas veces y no se sabe, cuando se utiliza, qué significa exactamente”.
“¿Qué es el amor? A veces pensamos en el amor de las telenovelas, no, ese no parece amor. O el amor puede parecer entusiasmo por una persona y después… se apaga”.
“¿De dónde viene el verdadero amor? Todo el que ama ha sido generado por Dios, porque Dios es amor”, explicó.
Francisco apuntó que Dios ama “primero”, como se observa en el Evangelio del día que narra la multiplicación de los panes y los peces. Ahí –dijo el Papa– Jesús tiene “compasión” de la gente, algo distinto a “tener pena”. “El amor que Jesús tiene para las personas que le rodean lo lleva a “sufrir con ellos, a participar en la vida de la gente”.
“Cuando tenemos algo en el corazón y queremos pedir perdón al Señor, es Él el que espera para darnos el perdón”, añadió.
Francisco aprovechó también para recordar que se está celebrando el Jubileo de la Misericordia y su significado es precisamente este: “nosotros sabemos que el Señor nos está esperando, a cada uno de nosotros”. 
Primera Lectura del día:
Epístola I de San Juan 4,7-10
Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él.
Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. 
Evangelio del día:
San Marcos 6,34-44
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde.
Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer”.
El respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. Ellos le dijeron: “Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos”.
Jesús preguntó: “¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver”. Después de averiguarlo, dijeron: “Cinco panes y dos pescados”.
Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde,
y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.
Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos alcielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente.
Todos comieron hasta saciarse,
y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado.
Los que comieron eran cinco mil hombres. 

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