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lunes, 10 de agosto de 2015

AHORA TÚ... AHORA YO



Ahora tú… ahora yo…



Dos hermanitos en puros harapos, provenientes de un barrio periférico, uno de cinco años y otro de diez, iban pidiendo un poco de comida por las casas de la calle que rodea la colina.  Estaban hambrientos.

"¡Vaya a trabajar y no moleste!" -se oía atrás de la puerta.
"¡Aquí no hay nada pordiosero!" -decía otro.
Las múltiples tentativas frustradas entristecían a los niños.

Por fin una señora muy atenta les dijo:
"Voy a ver si tengo algo para ustedes... ¡Pobrecitos!"  Y volvió con una latita de leche. ¡Qué fiesta!  Ambos se sentaron en la acera. 

El más pequeño le dijo al de diez años: "Tú eres el mayor, toma primero" y lo miraba con sus dientes blancos, con la boca medio abierta, relamiéndose.
Yo contemplaba la escena como tonto ¡Si vieran al mayor mirando de reojo al pequeñito...!

El mayor se lleva la lata a la boca y haciendo de cuenta que bebía, apretaba los labios para que no le entre ni una sola gota de leche.  Después, extendiéndole la lata, decía al hermano:
"Ahora es tu turno, solo un poquito".  Y el hermanito, dando un trago, exclamaba: "¡Está sabrosa!"

"Ahora yo" -dice el mayor. Y llevándose a la boca la latita, ya medio vacía, no bebía nada.  "Ahora tú".  "Ahora yo".  "Ahora tú".  "Ahora yo".

Y después de tres, cuatro, cinco o seis tragos, el menorcito, de cabello ondulado, con la camisa afuera, se acababa toda la leche... él solito. Esos "ahora tú", "ahora yo", me llenaron los ojos de lágrimas.

Y entonces, sucedió algo que me pareció extraordinario. El mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la lata vacía de la leche. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría. Brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias, sin darle la mayor importancia.

De aquel muchacho, podemos aprender una gran lección: Quien da, es más feliz que quien recibe. Es así como debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tanta elegancia, con tanta discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que hemos prestado.

¿Cómo podrías hoy encontrar un poco de esta felicidad y hacer la vida de alguien mejor, con más "gusto de vivirla"?

¡Adelante, levántate y haz lo necesario! Cerca de nosotros puede haber un amigo que necesita de nuestro hombro, de nuestro consuelo y, quizá aún más, de un poco de nuestra paz...

¿Preparados para escuchar?  Cuando escuchamos los lamentos ajenos y consolamos el llanto de un amigo, nos volvemos más fuertes y al oír toda su historia, salimos con ella más fortalecidos, con más experiencia, porque al oír y compartir... aprendemos.

¡Que siempre demos sin demostrar nada y sin pedir nada a cambio!

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