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jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo

SERMÓN XVII DEL CANTAR DE LOS CANTARES: SOBRE LA PRESENCIA Y AUSENCIA DEL ESPÍRITU Y EL JUICIO DE DIOS EN FAVOR DE LOS HUMILDES


I. SOBRE LA PRESENCIA Y LA AUSENCIA DEL ESPÍRITU
 ¿Creemos quizá que ya nos hemos adentrado bastante en el santuario divino sondeando su admirable misterio, o nos decidimos a seguir más adelante tras el Espíritu, para ver si aún nos queda algo por escudriñar? Porque el Espíritu lo sondea todo: el corazón y las entrañas del hombre, e incluso lo profundo de Dios. Puedo seguirle a dondequiera que vaya, tanto si desciende a mi intimidad como si se remonta hasta lo más sublime. Lo importante es que custodie nuestro espíritu y cuando está ausente y nos desviemos siguiendo nuestro propio sentir y no el suyo. Porque llega y se marcha cuando quiere; pero no sabes de dónde viene o a dónde va.
 Lo cual podemos ignorarlo sin riesgo para nuestra salvación; pero sería muy peligroso no enterarnos cuándo viene o cuándo se ausenta. Pues si no estamos atentos con suma vigilancia a estas alternancias que el Espíritu Santo dispone para con nosotros, no lo echarás de menos en sus ausencias ni lo alabarás por su presencia. Se ausenta para que lo busques con mayor avidez. Pero ¿cómo lo buscarás si no te enteras de que se ha ido? Igualmente, él se digna volver para consolarte. Pero ¿cómo lo acogerás con la dignidad que se merece su grandeza si no sientes su presencia? El alma que ignora su ausencia está expuesta a engañarse; y el espíritu que no advierte su regreso no agradecerá su visita.
 Eliseo, cuando advirtió la inminente partida de su maestro, le pidió una gracia; pero como sabéis, sólo la consiguió con la condición de que lograse verle cuando lo apartasen de su lado. Estas cosas les sucedieron figurativamente y fueron escritas para nosotros. Que sepamos velar y esforzarnos en la obra de nuestra salvación, que promueve el Espíritu Santo sin cesar en nuestra intimidad, con exquisito primor y con el encanto de su divina sutileza; así nos lo enseña él nos lo exhorta el ejemplo de este Profeta. Ojalá nunca se retire de nosotros sin advertirla esa divina unción, la maestra que nos va enseñando todo, para no vernos privados de un doble don: que cuando llegue nos encuentre esperándolo, erguida nuestra cabeza, abiertos nuestros brazos, para recibir la bendición copiosa del Señor.
 ¿Cómo desea él que seamos? Pereceos a los que aguardan aque su amo vuelva de la boda. El nunca llega de las delicias abundosas de la mese celestial con las manos vacías. Estad, por tanto, en vela, preparados en todo momento, pues no sabemos el instante en que vendrá el Espíritu y se ausentará otra vez. Es Espíritu marcha y vuelve. El que se mantiene en pie mientras lo posee consigo, seguro que caerá cuando se vaya; pero no se lastimará, porque el Señor lo tiene de la mano. Entra y sale sin cesar de las personas espirituales o de las que intenta hacer más espirituales, visitándolas por la mañana, para probarlas luego inesperadamente. Siete veces cae el justo y otras tantas se levanta, si es que cae de día. Porque puede verlo a la luz, saber que está caído, desear levantarse, buscar la mano que lo levante y decir: Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza: pero escondiste tu rostro y quedé desconcertado.
II. SOBRE LA DUDA Y EL ERROR, QUE SE ALEJAN CON LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU
Una cosa es dudar de la verdad, lo cual tendremos que soportarlo cuando no sopla el Espíritu, y otra saborear el error. Esto lo evitarás fácilmente si no ignoras tu propia ignorancia y dices también tú: Si es que he cometido un yerro, con ese yerro me quedo yo. Esta sentencia es del santo Job. Mirad; la ignorancia es una madre nefasta que tiene dos hijas pésimas: la falsedad y la duda. La primera es más vil, la segunda más digna de compasión. Aquélla es más dañina, ésta más molesta. Ambas ceden cuando habla el Espíritu, porque no es sólo la verdad, sino la verdad cierta. Es el Espíritu de la verdad, cuyo contrario es la mentira. Es el espíritu de la sabiduría, transparencia de la vida eterna, que brilla por todas partes por su pureza, concompatible con la oscuridad de la duda.
 Cuando calle el Espíritu, aunque no podamos evitar el disgusto de la duda, sí debemos detestar el error. Porque hay gran diferencia entre sentir la incertidumbre de lo que se debe opinar y afirmar temerariamente lo que se ignora. O nos habla siempre el Espíritu, y eso no depende de nosotros, o cuando desea permanecer silencioso, él mismo nos lo hace saber y nos habla al menos con su silencio para que no creamos falsamente que va delante de nosotros, y mal orientados vayamos tras nuestro propio error y no en por de él. Pero aun cuando nos mantenga en la duda, no nos abandona en el engaño. Puede suceder que alguien profiera una mentira sin certeza, y no miente. Otro puede afirmar una verdad que ignora, y miente. En el primer caso no afirma que sea verdad lo que dice, sino que así lo cree y lo dice; dice la verdad, aunque no sea cierto lo que dice. En el segundo caso, da como cierto algo de lo que no tiene certeza; no dice la verdad, aunque sea verdadero lo que afirma.
 Hechas estas indicaciones para prevenir a los inexpertos, y con esas mismas cautelas, seguiré, si soy capaz, al Espíritu que guía mis pasos, como confío. E intentaré cumplir lo que enseño, para que no me digáis: Enseñando tú a otros, ¿no te enseñas nunca a ti mismo? Conviene distinguir entre lo dudoso y lo evidente, para no dedar de lo que es cierto, ni afirmar temerariamente lo que es ambiguo. Debemos esperar del Espíritu este discernimiento, porque no podemos conseguirlo por nosotros mismos.
III. SI HUBO EN EL CIELO UN JUICIO ANTERIOR SOBRE EL DIABLO
¿Puede saber el hombre si antes del juicio al que me referí en un sermón anterior, se celebró otro en los cielos?
 Yo me pregunto si Lucifer, hijo de la aurora, que con tanta prisa pretendió sublimarse antes de volverse niebla, no envidiaría al género humano porque lo iban a perfumar con aquel ungüento, y no murmuraría indignado en su interior diciendo: ¿A qué viene este derroche? No afirmo que esto lo haya dicho el Espíritu Santo, pero tampoco sostengo que haya dicho lo contrario: porque no lo sé. Pudo suceder, de no juzgarlo increíble, que colmado de sabiduría y de acabada belleza, fuese capaz de saber anticipadamente que serían creados los hombres, y que incluso alcanzarían su mismo grado de gloria. Pero si lo supo, lo vio sin duda en el Verbo de Dios y, lívido de envidia, maquinó dominarlos, desdeñándolos como compañeros de su gloria. 
 Son más débiles, se dijo, y de una naturaleza inferior a la mía. Es indigno que sean conciudadanos míos, rivales de mi gloria. ¿Acaso su presuntuosa exaltación no nos delata esta impía conjura? ¿Sus ansias de supremacía no nos revelan esta confabulación? Lo dice él expresamente: Escalaré los cielos; por encima de los astros divinos levantaré mi trono. Así soñaba llega a cierta semejanza con el Altísimo; y lo mismo que éste se halla entronizado sobre querubines y gobierna todo el mundo angélico, él usurparía la sede suprema, y regiría al género humano. Pero jamás lo conseguirá. Acostado ha meditado el crimen, y la maldad se ha engañado a sí misma. Nosotros no reconocemos como juez sino a nuestro creador. No será el diablo; será el Señor quien juzgue el orbe con justicia. Este es nuestro Dios por los siglos de los siglos; él nos guiará por siempre jamás. 
 Si en el cielo concibió el crimen, en el paraíso dio a luz el engaño, prole de la maldad, madre de la muerte y de la desgracia: la soberbia, germen de todos los males. Si la muerte irrumpió en el mundo por envidia del diablo, el origen de todo pecado es la soberbia. Pero ¿de qué le sirvió? A pesar suyo, tu estás con nosotros, Señor, tu nombre ha sido invocado sobre nosotros, y el pueblo de tu heredad, la Iglesia de los redimidos, exclama: Tu nombre es como un bálsamo fragante. Aun cuando me rechaces, tú lo derramas por dentro y por fuera de mí, porque en tu ira tendrás presente tu misericordia.
 Sin embargo, Satanás reina sobre todos los hijos de la soberbia, constituido príncipe de las tinieblas. Mas la soberbia sirve al reino de la humildad, pues en este principado suyo temporal tan decisivo, erige como reyes excelsos y eternos a muchos humildes. Dichosa decisión. Por ella aquel soberbio, el perseguidor de los humildes, les prepara sin saberlo coronas imperecederas; en su lucha contra todos ellos sale siempre derrotado. En todo momento y lugar el Señor defiende a los humildes del pueblo, defiende a los hijos de los pobres y quebranta al explotador. Siempre saldrá en defensa de los suyos, los librará de los malhechores y no pesará el cetro de los malvados sobre el lote de los justos, para que no extiendan su mano a la maldad. Rompe, finalmente, los arcos, quiebra las lanzas y prende fuego a los escudos. Tú desgraciado, levantas tu trono más allá de los astros divinos en el espacio gélido y tenebroso. Pero contempla cómo levantan del polvo al desvalido y alzan de la basura al pobre, hasta hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria, y te recomerá que se cumplan estas promesas: Pobres y afligidos alaban tu nombre. 
 Te doy gracias, padre de huérfanos y protector de viudas: pusiste junto a nosotros un monte fértil, un monte cuajado. Los cielos destilaron ante el Dios del Sinaí, se ha derramado el bálsamo, ha resonado claramente su nombre, al que aborrece el inicuo por nosotros y a nosotros por él. Su resonancia ha llegado hasta los corazones y labios de los niños; y de la boca de los niños de pecho ha sacado una alabanza. El malvado, al verlo, se irritará. Mas su ira será implacable, como inextinguible es el fuego que ya está ardiendo para él y para sus ángeles. El celo del Señor lo realizará.
IV. ESTOS DOS JUICIOS CONSUELAN A LOS HUMILDES; TRANSICIÓN AL SENTIDO MORAL
¡Cómo me amas, Dios mío, amor mío! ¡Cómo me amas, que siempre me tienes presente, celoso en todas partes por la salvación del pobre y desvalido, no sólo contra la soberbia de los hombres sino también contra la presunción de los ángeles! Tú juzgas, Señor, en el cielo y en la tierra a los que me atacan, guerreas contra los que me hacen guerra; en todas partes sales en mi defensa, asistes y estás a mi derecha siempre para que no vacile. Alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. Este es su poder, las maravillas que realizó. Este es el juicio primordial que me reveló aquella Virgen, María, testigo de los misterios, cuando dijo: Derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. El segundo no es menos importante y ya lo habéis escuchado: Los que no ven, verán, y los que ven, quedarán ciegos. Consuélese con estos dos juicios el pobre y diga: Recordando tus antiguos juicios, Señor, quedé consolado.
 Pero entremos en nosotros mismos y examinemos nuestra conducta; invoquemos al Espíritu de la verdad, para hacerlo en la verdad. Traigámoslo desde lo alto, a donde nos había llevado, para que nos preceda también en el regreso a nuestro interior, pues sin él nada podemos. No temamos que se niegue a descender con nosotros; al contrario, le ofende que nos empeñemos en prescindir de él para lo más insignificante. El no es alimento fugaz que no torna; nos guía y acompaña con resplandor creciente como Espíritu del Señor. A veces nos arrebata consigo en su luz, o emerge alumbrando nuestras tinieblas, para que, bien sobre nosotros, bien a nuestro lado, pero siempre en la luz, nos comportemos como hijos de la luz. 
 Ya hemos dejado atrás las oscuridades de las alegorías y hemos llegado a su sentido moral. Se ha consolidado la fe: ordenemos ahora nuestra vida. Hemos ilustrado el entendimiento: formulemos nuestras obras. Porque tienen buen juicio los que practican esa fe, cuando la inteligencia y las obras se encaminan juntas a la gloria y alabanza de nuestro Señor Jesús, Cristo. Bendito él por siempre. 


RESUMEN
El Espíritu Santo aparece y desaparece en nuestras vidas, nos ampara y desampara para que lo busquemos con mayor avidez. Pero debemos distinguir el estado de error (siempre desagradable y asimilable a al soberbia) del estado de duda, que podemos presentir por la ausencia del espíritu. 
 Lucifer ha intentado crear su propio reino, doblegar a los seres humanos, pero nuestro Creador no lo permitirá nunca. La base y el peor de los pecados es la soberbia, pero hasta los niños más pequeños alaban, espontáneamente, al verdadero Dios.
 Entender que Dios está a nuestro lado, que quiere que acudamos a Él, que nuestras obras estén en consecuencia con ese conocimiento,  es un gran consuelo para las personas humildes y contrario al error de la soberbia.

SERMÓN XVIII SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES: LAS DOS OPERACIONES DEL ESPÍRITU SANTO, QUE SON LA INFUSIÓN Y LA EFUSIÓN




                                 
SERMÓN 18 DEL CANTAR DE LOS CANTARES

 1. Tu nombre es bálsamo derramado. ¿Qué quiere descubrir claramente en nosotros el Espíritu Santo con estas palabras? Sin duda lo que en esta vida nos ocurre: esa experiencia de su doble manera de actuar en nuestro interior. Por la primera robustece en nosotros las virtudes que nos salvan; por la segunda nos reviste externamente de dones para servir a los demás. Lo primero lo recibimos para nosotros, lo segundo para los nuestros. Por ejemplo, la gracia, la fe, la esperanza y el amor son para nosotros; sin esto no podemos salvarnos. Las palabras oportunas y sabias, el don de curaciones, el carisma de profecía y otros semejantes, de los que podemos carecer sin riesgo de nuestra propia salvación, se nos conceden sin duda para la salvación de los hermanos.
 A estas intervenciones del Espíritu que experimentamos en nosotros mismos y en los demás, las llamaremos, si os place, infusión y efusión; términos que expresan mejor sus efectos. ¿Y a cuál de los dos se aplica más adecuadamente esta frase: Tu nombre es bálsamo derramado? ¿No será la efusión? Si se refiriese a la infusión, más bien habría dicho "infundido", no "derramado". Precisamente por el exquisito perfume que exhala su pecho, exclama la esposa: Tu nombre es bálsamo derramado, calificando como fragante el nombre del esposo, semejante al aroma derramado sobre los pechos. Asimismo, a quien se sienta como perfumado por los dones y gracias para derramarlos sobre otros, sele puede decir también: Tu nombre, es bálsamo derramado.
2. Pero hay que guardarse mucho de dar lo que hemos recibido para nosotros, o de reservarnos lo que se nos ha dado para distribuirlo. Te guardarías para ti lo que es del prójimo si, lleno de virtudes y dones de sabiduría y de palabra, por timidez quizá o desidia, o or una humildad sin discernimiento, con un silencio estéril y censurable, encadenases la palabra de edificación; serías maldito por acaparar el pan del pueblo. Y a la inversa: desperdigarías y echarías a perder lo tuyo, si antes de colmarte tú plenamente, lleno a medias, te apresuras a derramarte.Equivaldría a incumplir la ley, arando con el primogénito de tus vacas o esquilando la primicia de sus ovejas. Porque te privas de la vida y salvación que das a oro, si vacío de buena intención, te hinchas con el soplo de la vanagloria o te envenenas con la ponzoña del egoísmo terrreno, para destrozarte en el tumor letal. 
3.Si eres sensato, preferirás ser concha y no canal; éste según recibe el agua la deja correr. La concha no: espera a llenarse y, sin menoscabo propio, rebosa lo que le sobra, consciente de que caerá la maldición sobre el que malgaste lo que le ha correspondido. No desprecies mi consejo y escucha a Salomón, más abio que yo: El necio vacía de una vez todo su espíritu, pero el sensato guarda algo para más tarde. Hoy nos sobran canales en la Iglesia y tenemos poquísimas conchas. Parece ser tan grande la caridad ded quienes vierten sobre nosotros las aguas del cielo, que prefieren derramarlas sin embeberse de ellas,  dispuestos más a hablar que a escuchar, y a enseñar lo que no aprendieron. Se desviven por regir a los demás y no saben controlarse a sí mismos. 
 Yo creo que no se puede anteponer ningún otro criterio de servicio ante la salvación, sino el propuesto por el Sabio:Apiádate de tu alma procurando agradar a Dios. Si no tengo más que un poco de bálsamo para ungirme, ¿crees que debo dártelo y quedarme sin nada? Lo guardo para mí y no lo presto hasta que me lo mande el Profeta. Si me lo piden una y otra vez quienes me consideran mejor de lo que soy por mis aparienias o por lo que oyen de mí, les responderé: Por si acaso no hay bastante para todos, mejor será que os vayáis a comprarlo. Me replicarás: El amor no busca lo suyo. ¿Sabes por qué? No busca lo suyo, sencillamente porque lo posee. ¿Quién busca lo que ya tiene? El amor siempre disfruta de lo que es suyo, es decir, posee y le sobra lo necesario para su propia salvación. Desea que le sobre para sí mismo, con el fin de que llegue para todos; guarda para sí todo lo que necesita, para que a nadie le falte. Si el amor no estuviera lleno no sería perfecto.
4. Por lo demás, hermano, tú que aún no tienes muy segura tu propia salvación, tú que aún no posees la caridad, o es tan flexible y frágil como caña sacudida por el viento, porque da fe a toda inspiración, zarandeada por cualquier ventolera de doctrina; tú que te entregas a una caridad tan sublime que sobrepasa la ley, amando a tu prójimo más que a ti mismo; mas por otra parte, la diluye cualquier favor, decae ante cualquier temor, la turba la tristeza, la contrae la avaricia y la dilata la ambición, la angustian las sospechas, la atormentan las injurias, la consumen los afanes, la engríen los honores, la derriten las envidias. A ti que experimentas todo esto dentro de ti mismo, a ti te pregunto: ¿qué clase de locura te domina para ambicionar o admitir la dedicación a los demás?
 Escucha más bien este consejo de la caridad cauta y precavida:No se trata de aliviar a otros pasando estrechez, sino como exigencia de la igualdad. No te pases en tu afán de ser justo.Basta que ames al prójimo como a ti mismo. Eso es lo que exige la igualdad. Dice David: Que se sacie mi alma como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Deseaba recibir primero y luego difundirlo; y no solo recibir sino llenarse, para eructar de su plenitud y no espirar vaciedad. Ciertamente, pues lo que para otros podría ser un alivio, para él sería su tormento; y desinteresadamente, imitando a aquel de cuya plenitud todos hemos recibido.
 Aprende tú también a derramar sólo de tu plenitud; no pretendas dar más que el mismo Dios. La concha debe imitar al manantial, que no fluye por el arroyuelo, ni llega hasta el lago, hasta que no se colma de agua. No tiene por qué avergonzarse de no ser más profusa que la fuente. Al fin, el que es la Fuente viva, lleno en sí mismo y de sí mismo, ¿no brota y fluye primero por lo más secreto de los cielos, para inundarlos con su bondad? Después, colmados los cielos más encumbrados y profundos, llega hasta la tierra, desbordándose para salvar a hombres y animales con su inapreciable misericordia. Primeramente llenó lo más inmediato, y rebosando toda su gran bondad apareció en la tierra, la regó y la enriqueció sin medida. Anda y haz tu lo mismo. Llénate previamente y luego tratarás de comunicarlo. El amor entrañable y prudente es siempre un manantial, no un torrente. Lo dice Salomón: Hijo mío, no lo dejes fluir. Y el Apóstol: Para no andar a la deriva, debemos conservar mejor lo que hemos escuchado. ¿Es que eres tú más sabio que Salomón y más santo que Pablo? Porque yo tampoco puedo enriquecerme con lo tuyo, si estás tú agotado. Si contigo mismo eres malo, ¿con quién serás bueno? Si puedes, dame algo de lo que te sobra; de lo contrario, resérvatelo.
5. Más escuchad ya qué cosas y hasta dónde son necesarias para nuestra propia salvación, de qué y hasta dónde hemos de llenarnos, antes de tener  el  valor de derramarlo. Lo resumiré cuando pueda, porque la hora avanza y urge acabar este sermón. El médico se acerca al herido; el espíritu al alma. ¿Habrá alguien a quien no le encuentre herido por la espada del diablo, aun después de curada su herida del primer pecado con la medicina del bautismo? A esa alma que exclama: Mis llagas están podridas y supuran a causa de mi insensatez, ¿qué es lo que más le urge cuando llega el espíritu? Que le extirpe el tumor o le cierre la úlcera que quizá se le formó en la herida y está minando su salud. Que le ampute la úlcera de la vetusta costumbre con el hierro penetrante de la compunción. Será dolorosísimo; pero le aliviará el ungüento de la devoción, que es el gozo engendrado por la esperanza del perdón. Esta engendra el control de la continencia y la victoria sobre el pecado.
 Ya puede cantar agradecido:  Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Aplica después la medicina de la penitencia, con las cataplasmas de los ayunos, las vigilias y la oración y otros ejercicios de penitencia. Mas por su debilidad necesita una sobrealimentación de las buenas obras, para que no desfallezca. Así te lo indica el que dijo: Para mí es alimento cumplir el designio de mi Padre. Vayan, pues, unidos los sufrimientos e la penitencia y el consuelo de las obras de piedad. El que hace limosna presenta al Altísimo una buena ofrenda.
 La comida da sed y hay que beber algo. Añádase la bebida de la oración al alimento de las buenas obras; así el estómago de la conciencia digerirá bien las buenas acciones y agradarán a Dios. La oración es el vino que alegra el corazón del hombre; ese vino es el Espíritu que embriaga hasta relegar al olvido los deleites carnales. Empapa el interior de la conciencia reseca; ayuda a digerir las buenas obas y distribuye su fuerza entre los diversos miembros del alma: robustece la fe, conforta la esperanza, vitaliza y equilibra la caridad, y vigoriza las costumbres.
6.Después de comer y beber, ¿qué le queda por hacer al enfermo sino descansar, entregándose a la paz de la contemplación tras el desgaste de la acción? Dormido en la contemplación, sueña con Dios confusamente y como en un espejo, más aún no le ve cara a cara. Sólo lo vislumba, no lo palpa, y momentáneamente, como brillo de una chispa fugaz. Pero apenas tocado levemente, se inflama en el amor y exclama:  Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti. Es un amor celoso; el que corresponde al amigo del esposo y consume necesariamente al siervo fiel y solícito, puesto por el Señor al frente de su familia. Es un amor que lo invade, lo inflama, hierve y bulle en su interior; seguro ya, lo deja correr arrollador y dice:  ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mi me dé fiebre? Por eso predica, es fecundo, renueva los prodigios, repite los portentos: donde todo lo ocupa el amor, no hallará resonancia la vanidad. Porque si el amor es total, viene a ser la plenitud de la ley y del corazón. Dios es amor y nada creado puede colmar a la criatura hecha a imagen de Dios, sino Dios-Amor; sólo él es más grande que el amor.
 Es peligrosísimo designar para un cargo al que aún no haya llegado al amor, por muchas virtudes que parezca poseer. Ya puede penetrar todo secreto, ya puede dar en limosnas todo lo que tiene, ya puede dejarse quemar vivo: si no tiene amor está vacío. Hasta ese extremo debemos estar poseídos interiormente por el amor, antes de apresurarnos a volcar nuestra plenitud, no a entregar nuestra penuria. En consecuencia: lo primero debe ser la compunción, lo segundo la devoción, lo tercero el dolor de la penitencia, lo cuarto las obras de piedad, lo quinto la entrega a la oración, lo sexto el ocio de la contemplación, lo séptimo la plenitud del amor. Todo esto lo activa el mismo y único Espíritu, mediante esa manera suya de actuar que llamamos infusión. Entonces lo que hemos llamado efusión, se desprende sencillamente y sin riego alguno, para alabanza y gloria de nuestro Señor, Jesús, Cristo, que con el Padre y el mismo Espíritu Santo, vive y reina, y es dios por siempre eternamente. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
El Espíritu Santo actúa sobre nosotros mediante dos formas o mecanismos: la infusión y la efusión. Ambas formas son formas de actuar la gracia de Cristo y podemos decir que su nombre es como bálsamo derramado. La infusión sería comparable a una concha que se llena de una fuente. Y lo hace con la belleza y serenidad de un manantial. La efusión es transmitir, como un arroyo o un río que desparrama el agua santa por campos y paisajes. Siempre debemos preferir la infusión, ser concha, y que lo que rebosa de nuestro recipiente espiritual discurra por los distintos canales para uso de otros. Si no nos ocupamos de nosotros mismos –concha- difícilmente podremos compartir, sinceramente, las virtudes de la gracia. Cuando ese espíritu llega a nosotros actúa mediante la compunción, la reparación y otras formas de mantenimiento en la vida cristiana, pero es fundamental la oración que es como el vino y nos lleva hasta la vida contemplativa, primero atisbada fugazmente. Luego arraigada, firmemente, en nosotros.

Nota: del capitulo I del Cantar de los Cantares: "sí, el aroma de tus perfumes es exquisito, tu nombre es un perfume que se derrama"

SERMÓN XVI SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES. LA CONFESIÓN DEBE SER HUMILDE, SENCILLA Y CRÉDULA.


I. HEMOS CAÍDO EN UNA DISGRESIÓN, COMO LOS QUE CONTEMPLAN UN PANORAMA DESDE LA ALTURA, O COMO EL CAZADOR QUE DE REPENTE PERSIQUE A OTRA PIEZA
1. 1. ¿Qué significa, entonces, este número de siete? No creo que haya entre nosotros alguien tan simple, que pueda pensar que los siete bostezos del niño no significan nada, y que ese número es fortuito. Pienso que algo querría representar el Profeta cuando se echó sobre el cadáver, encogió su cuerpo a la estatura del niño, unió la boca con la suya, los ojos con los suyos y las manos con sus manos. Todo esto lo hizo el Espíritu Santo y dispuso que se registrara por escrito. Sin duda deseaba reformar esos espíritus envueltos en un cuerpo corrompido como compañero infiel, y a quienes la necia sabiduría del mundo los familiarizó con su locura: Porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente pensativa.
 Que nadie se extrañe, pues, y lo lleve a mal, si revisando esta especie de despensa del Espíritu Santo, me muestro indiscreto; porque así viviré y sé que en ello me va la vida del espíritu. Quiero prevenir a los que en alas de su inteligencia, casi antes de comenzar los sermones exigen conocer la conclusión; también me debo, y especialmente, a los más lentos. Porque no me preocupa tanto desarrollar el comentario de los textos como llegar a los corazones. Sepan que mi deber es sacar agua del pozo y darles de beber: lo cual no se consigue yendo aprisa, sino tratándolos detenidamente y con frecuentes exhortaciones. Es cierto que yo tampoco esperaba detenerme tanto exponiendo estos misterios. Os confieso que me pareció suficiente un sermón, para atravesar en seguida este bosque sombrío y cerrado de las alegorías, y llegar a la planicie de su sentido moral en una sola jornada. Pero no ha sido así. Llevamos ya dos jornadas, y aún nos queda mucho por andar.
 Contemplábamos desde lejos las copas de los árboles y las cumbres de los montes; pero se nos ocultaba la vasta extensión de los valles y la espesura de los jarales. ¿Quién podía prever que el milagro de Eliseo, por ejemplo, podía interceptarnos de repente el paso, cuando tratábamos del llamamiento de los paganos y la repulsa de los judíos? Pero una vez que sucedió, no vamos a lamentarnos por entretenernos un poco más, para volver después al tema que habíamos dejado. Porque está en juego nada menos que el pasto de las almas. También los perros y los cazadores abandonan más de una vez la pieza que acosaban, y se lanzan tras otra que inesperadamente les salió al paso.
II. DE QUE ES SIGNO EL MILAGRO DE ELISEO CUANDO PUSO SU BOCA. SUS OJOS Y SUS MANOS SOBRE EL NIÑO MUERTO
Yo confío mucho en la fuerza que me infunde aquel gran Profeta, poderoso en obras y palabras, que descendió de los más altos cielos, se dignó visitarme a mí, polvo y ceniza, compadecerse de un cadáver, echarse sobre él, encogerse y adaptarse al pequeño, compartir con el ciego la luz de sus ojos, soltar la lengua muda con el beso de su propia boca y, a su contacto, devolver la fuerza a sus manos. Lo rumio todo dulcemente y se llenan mis entrañas, se sacia mi interior y la médula de mis huesos segrega alabanza. De una vez por todas concedió eso al mundo entero; y ahora todos experimentamos cada día cómo lo sigue haciendo con nosotros. A nuestro espíritu le da la luz de la inteligencia; a nuestras palabras, su oportunidad; a nuestras obras, su eficacia. Nos hace capaces de pensar rectamente, hablar con provecho y ser eficientes en nuestras obras.
 Es como una soga de tres cuerdas, muy resistente, capaz de arrancar las almas de la prisión diabólica, hasta arrastrarlas consigo al reino de cielo, si tiene sentimientos nobles, si sus palabras son dignas y su vida las confirma. Con sus ojos tocó los míos para alumbrar con las antorchas de la fe y de la inteligencia el rostro del hombre interior. Juntó mi boca con la suya e imprimidó el signo de la paz sobre mi cadáver, pues siendo enemigos, muertos para la justicia, nos reconcilió con Dios.
 Aplicó su boca a mi boca, soplándome repetidas veces el aliento de la vida, una vida más santa que la anterior. Porque la primera vez creó en mí un ser vivo, pero ahora me ha reformado para ser un espíritu vivificado. Puso sus manos sobre las mías, mostrándome el modelo de su vida en forma de obediencia. O mejor, aplica sus manos al duro trabajo y adiestra las mías para el combate, mis dedos para la pelea. 
III. QUÉ SIGNIFICAN LOS SIETE BOSTEZOS DEL NIÑO
Y el niño bostezó siete veces. Era suficiente que bostezara una sola vez, para manifestar la gloria del milagro; pero que lo hiciera precisamente siete veces, nos anuncia un misterio. Si lo miras bien, en un primer cadáver, ingente por ser el de toda la humanidad, descubrirás a la Iglesia que, al recuperar la vida por medio del Profeta echado sobre ella, analogamente bostezó siete veces y tomó la costumbre de cantar las alabanzas siete veces al día. Pero si te miras a ti mismo, advertirás que tu vida espiritual abarca este misterioso número, si sometes los cinco sentidos a las dos exigencias de la caridad; es decir, si pones ahora, como aconseja el Apóstol, al servicio de la santidad tu cuerpo, antes esclavo de la inmoralidad y del desorden total. O bien, si entregas esos mismos sentidos a la salvación de los hermanos; y para completar el número de siete, añade otras dos aptitudes: cantar la bondad y la justicia del Señor. 
 Encuentro, además, otros siete bostezos o signos, sin los que no es posible tener certeza de que haya resucitado de verdad mi espíritu: cuatro hacen referencia al sentimiento interior de compunción y tres a su confesión. Si vives, si sientes, si hablas, puedes reconocerlas en ti mismo. Sabrás que has recuperado por completo la sensibilidad, si tu conciencia se siente herida por cuatro punzadas de la compunción: dos de confusión y otras dos de temor. Y además, cuando tres especies de confesión atestigüen que vives, completando el número septenario. De eso hablaremos más tarde. ¿No tiene en cuenta ese número el santo Jeremías en su lamentación?
IV.SOBRE LA DOBLE VERGÜENZA
Imítale tú al Profeta cuando llores por tu alma. Piensa que Dios es tu creador, tu bienhechor, tu padre y tu Señor. Por estas cuatro razones eres delincuente: gime por cada una de ellas. Responde con tu temor a la primera y a la última; con tu confusión a las otras dos. Nadie teme al padre porque es padre. El padre siempre se enternece y perdona. Cuando castiga golpea con una vara, no con un bastón; y si hiere, cura. Lo dice como Padre: Yo desgarro y yo curo. No tienes por qué temer al padre; si alguna vez castiga, no lo hace por vengarse, sino por corregir. El que advierte que ha ofendido al padre se siente avergonzado, no atemorizado. Por propia iniciativa me engendró con el mensaje de la verdad, no me arrojó impulsado por la pasión carnal, como el que concibió mi cuerpo. 
 Pero ese padre no perdonó a su propio hijo para salvar al que así había engendrado. Ha sido para mí un verdadero padre, pro yo no le he correspondido como hijo. Un hijo tan pésimo ¿cómo puede atreverse a mirarle a la cara a un padre tan bueno? Me avergüenza haberme comportado tan indignamente con mi progenitor; me llena de confusión haber sido tan degenerado para con mi padre. Bajen de mis ojos arroyos de lágrimas, cubra mi rostro la vergüenza; que el pudor encienda mis mejillas y me envuelvan las tinieblas. Mi vida se consumirá en el dolor y mis años en los gemidos. ¡Qué dolor! ¿Salí ganando con lo que ahora me sonroja? Si cultivé los bajos instintos, de ellos cosecharé corrupción. Sembré para el mundo, que también perece con su codicia. En una palabra: desgraciado e insensato de mí, no se me cayó la cara de vergüenza cuando al amor y a la honra de mi padre eterno preferí lo caduco, vacío e insignificante, cuyo paradero es la muerte. Me aturde y abochorna escuchar: Si yo soy tu padre, ¿dónde queda mi honra?
 Pero aunque no fuese padre, me abruma con sus beneficios. Son como testigos que hace desfilar ante mí. Pasando por alto otros muchos, ahí están el sustento diario de mi cuerpo, el tiempo que me da la tregua, y muy especialmente, la sangre de su amado Hijo que clama desde la tierra. Me sofoca mi ingratitud. Y para colmo de mi confusión, seré acusado de haber devuelto mal por bien, odio por amor. Nada puedo temer de mi bienhechor, que además es mi padre. Es el verdadero bienhechor que da sin regatear y sin humillar. No humillan sus dones, porque son puro don; los regala, no los vende y nunca se arrepiente de haberlos regalado. Pero cuanto más constreñido me vea por su benignidad, más me hundo en mi propia bajeza. Avergüénzate, alma mía; duélete, puesto que sus dones son irrevocables, no humillantes. ¿Seremos unos perfectos ingratos que ni los recordamos? ¿Cómo pagaré al Señor, al menos ahora, todo el bien que me ha hecho?
 Pero si la confusión se repliega, abatida sobre sí misma, deberá acudir en su auxilio el temor. Acuda y anímelo. 
V. SOBRE EL DOBLE TEMOR
De momento dejemos a un lado estas dos entrañables palabras de bienhechor y padre, y fijémonos en otras más severas, pues si leemos que es Padre cariñoso y Dios de todo consuelo,también se nos dice que es Dios de la venganza, un Juez justo, temible  en sus decisiones sobre los hijos de los hombres, un Dios celoso. Para ti es padre y bienhechor; para sí mismo, Señor y Creador. Pues por el testimonio de la Escritura, todo lo ha creado para su gloria. Se desvive por lo que es tuyo y te lo guarda, ¿no crees que a veces sentirá celo por lo suyo? ¿No reclamará el honor de su sabiduría? Por eso irrita a Dios el malvado cuando piensa para sí: No lo reclamará. ¿Qué significa decir interiormente que no lo reclamará? Perder el temor de que pueda hacerlo. Pero él exigirá hasta el último céntimo, lo reclamará y lo pagarán con creces los soberbios. Requerirá el servicio de su redimido y la gloria de aquel a quien plasmó.
 Concedamos que por ser padre, disimula; que el bienhechor, perdona; pero no así el Señor y Creador. El que disculpa al hijo no condesciende con la criatura, no rehabilita a su criado infiel. Consider qué pánico y espanto debes sentir por haber despreciado a tu Creador y al de todos los hombres, y haber ofendido al Señor, de la majestad. Impone temor la majestad, impone temor el Señor, y sobre todo esta majestad y este Señor. Si al reo de lesa majestad, aunque sea humana, las leyes lo condenan a pena de muerte, ¿cuál será el fin de los que desprecian la omnipotencia divina? Él toca los montes y echan humo ¿y tiene la osadía de irritar a tan tremenda majestad una vil mota de polvo, que la desparrama el más leve soplo sin posibilidad de recogerla?
 Temed, sí, temed al que tiene poder para matar el cuerpo y después echarlo en el fuego. Temo al infierno, tiemblo ante el rostro de un juez terrible hasta para los coros angélicos. Me estremece la ira del poderoso, su furor, dispuesto a destruir el mundo que se desploma, precedido de fuego voraz, de violenta tempestad, del grito del arcángel, de la palabra terrible. Me estremecen las fauces de la bestia infernal, el vientre del abismo, los leones que rugen dispuestos a devorarme. Me horrorizan el gusano roedor, el río de fuego, los torbellinos de humo, las exhalaciones de vapor, azufre y el viento huracanado; me horrorizan las tinieblas exteriores. ¡Quién echará agua sobre mi cabeza, quién hará brotar de mis ojos torrentes de lágrimas, para prevenir con mi llanto los lamentos y el crujir de dientes, las esposas y los grilletes insoportables, el eso de apretadas cadenas que hieren y desuellan, pero no acaban con la vida! ¡Ay de mí, madre mía! ¿Por qué me engendraste para ser hijo del dolor y de la amargura, de la ira y del llanto eterno? ¿Para qué me acogiste en tu regazo y me criaron tus pechos, si nací para ser abrasado como pasto de las llamas?
 El que de verdad se sienta afectado por todo esto, ése ha recuperado su sensibilidad; con este doble temor y aquella doble confusión de sí mismo ya ha bostezado cuatro veces.
VI. Bostezará tres veces más cuando haga su confesión. Nadie podrá decir ya que no habla, que no siente, si esta confesión brota de un corazón humilde, sencillo y confiado. Confiesa, pues, cuanto le remuerde a tu conciencia; pero con humildad, sencillez y confianza. Así llegas al número misterioso. Algunos se complacen haciendo daño y se alegran de la perversión, como dice graficamente el Profeta: Publican sus pecados como Sodoma, pero aquí no me refiero a ellos; son extraños a nosotros. ¿Es asunto mío juzgar a los de fuera?
Sin embargo, hemos escuchado alguna vez descaradas añoranzas y jactancias de sus pasadas aberraciones a quienes llevan el hábito y la vida de monjes. De haberse enfrentado con alguien como aguerrido gladiador o en sutiles controversias literarias; o de cosas muy apreciadas para la vanidad mundana, pero muy nocivas, perniciosas y peligrosas para la salvación del alma. Esto delata un espíritu aún muy mundano; el hábito que lleva no responde a una nueva vida, sino que encubre su vida anterior. Algunos incluso la echan de menos, profundamente entristeticidos; se aferran a las apetencias de la gloria y no borran sus culpas. Se engañan a sí mismos porque con Dios no se juega. 
 No se despojaron del hombre viejo; sólo lo cubren con el nuevo. Con esta fonfesión no se hace una buena limpieza de la levadura vieja, sino que se levanta todavía más, como está escrito: Mientras callé se envejecieron mis huesos, rugiendo todo el día. Avergüenza recordar la altanería con que algunos se jactan sin pudor alguno de su deplorable soberbia -deespués de haber tomado el santo hábito-para suplantar a otros, para abusar de su hermano y devolver temerariamente mal por mal o insulto por insulto, aplicando la ley del talión como respuesta a la injuria o a la calumnia.
 Para hacernos una confesión más perniciosa y mucho más arriesgada, porque es más sutiomente falaz, cuando no tenemos recato en descubrir nuestras torpes deshonestidades; no porque seamos humildes, sino por aparentarlo. Mal que que apatetece ser alabado por su humildad, no posee esta virtud: la destruye. el verdadero humilde desea que se le considere un despreciable y que no elogien su humildad. Goza cuando lo menosprecian; sólo es juiciosamente soberbio para desechar toda alabanza. ¿Existe mayor aberración o algo más indigno que poner al servicio de la soberbia a la misma confesión, que es de suyo garantía de humildad? ¿Pretender ser considerado mo el mejor allí donde deberías ser enjuiciado como el peor? Maravillosa especie de jactancia, esa que no consiente contarte entre los santos, si no es exhibiendo tu maldad. Tal confesión guarda una apariencia de humildad, pero no es virtud, y además de no merecer el perdón, provoca la ira divina.
 ¿Le sirvió de algo a Saúl confesar su pecado al verse reprendido por Samuel? Es claro que aquella confesión fue reprobable y no borró la culpa. ¿Cómo podía rechazar una confesión humilde el maestro de la humildad, dispuesto siempre a dar su gracia a los humildes? Era imposible que no le hubiera aplacado, si la humildad que insinuaban sus labios hubiese resplandecido en su corazón. Aquí tenéis la razón por la que dije que la confesión debe ser humilde.
VII. LA CONFESIÓN SENCILLA
Pero debe ser también sencilla. Que no se quede satisfecha justificando su intención, posiblemente oculta, pero culpable; ni suavizando el pecado realmente grave; ni fingiendo influencias ajenas, cuando nadie le coaccionó contra su voluntad. Lo primero no sería una justificación, sino justificar el delito; no reconcilia, desafía. Lo segundo es signo de ingratitud; cuanto más se rebaja la culpa, menos se aprecia la gloria del que la perdona. Un servicio se presta siempre con mayor resistencia cuando se presiente que será menos agradecido, por creerlo menos necesario. De hecho renuncia al perdón el que devalúa la oferta del que se lo concede; eso es lo que hace en realidad todo el que se obstine en atenuar su delito con disculpas. 
 Tomemos, por fin, el ejemplo del primer hombre: no negó, es cierto, su culpa; pero tampoco consiguió el perdón, sin duda porque implicó en la culpa a su mujer. Acusar a otro cuando a ti te inculpan, es una manera de excusarse. El santo David explicará qué absolutamente inútil y pernicioso es pretender excusarte, cuando alguien te corrige. Llama palabras maliciosas a las que empleamos para pretextar excusas a nuestros pecados, y ruega e implora que no deje inclinar su corazón a esta maldad. Y con razón. Pues quien se excusa peca contra su alma: aleja de sí el remedio del perdón y con sus propios labios se cierra a sí mismo el paso a la vida. ¿Cabe mayor malicia? ¡Armarse contra la propia salvación, herite a ti mismo como el puñal de tu lengua! ¿Con quién puede ser bueno el que es inicuo consigo mismo?
VIII. LA CONFESIÓN CRÉDULA Y LAS SIETE REDOMAS QUE TRAJO EL SEÑOR JESÚS, CINCO LLENAS DE ACEITE Y DOS DE VINO
Finalmente, la confesión debe ser confiada, para confesar con esperanza en el perdón total, no sea que en vez de justificarte te condenes con tu boca. Judás, el que vendió al Señor, y Caín el fratricida, confesaron su crimen, pero no confiaron. Escucha al principio: He pecado, entregando a la muerte a un inocente. Y el segundo confiesa: Es demasiado grave mi pacado para merecer el perdón. Fueron sinceros, pero de nada les sirvió su confesión desconfiada. Si sumamos estas tres condiciones de la confesión a las cuatro cualidades interiores de la compunción, nos dan el número plenario de siete.
 Si tu compunción es así y así has confesado, totalmente seguro de que has vuelto a la vida, creo que debes estar cierto de que no pronuncias en vano el nombre de Jesús, que pudo y quiso realizar en ti tales maravillas. El no ha bajado en vano, después de haber enviado antes su bastón. No ha venido inutilmente, porque no llegó de vacío. ¿Es que no habita en la plenitud total? Y llegó cuando se cumplió el plazo revelando que venía con toda su plenitud. Verdaderamente colmado, porque el Padre lo había ungido con aceite de júbilo entre todos sus compañeros; lo ungió y lo envió lleno de gracia y lealtad. Lo ungió para que ungiese a los demás. Todos fueron ungidos por él, porque todos pudieron recibir de su plenitud. Por eso dice: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, a los prisioneros la libertad, para anunciar el año de gracia del Señor.
 Como has podido escuchar, vino para ungir nuestras heridas, y mitigar nuestros dolores. Por eso vino ungido, sencillo y humilde, con entrañas de misericordia para cuantos lo invocan. Sabía que bajaba para los débiles, mostrándose como ellos lo necesitaban. Y como eran tantas las enfermedades, como médico prevenido procuró traer toda clase de medicinas. Vino con el espíritu de prudencia y sabiduría, el espíritu de consejo y valentía, el espíritu de conocimiento y de piedad, y el espíritu de temor del Señor.
 Ya ves cuántas redomas llenas de ungüentos compuso este médico celestial, para sanar las heridas de aquel infeliz que cayó en manos de los salteadores. Son siete las que hemos enumerado, en consonancia con los siete signos que describíamos. Porque esas redomas contenían la vida del espíritu. De ellas sacó el aceite con que ungió mis heridas; también puso un poco de vino, pero menos que aceite. Era lo más eficaz para mis debilidades, pues necesitaban más misericordia que justicia; también el aceite flota sobre el vino. Por eso nos trajo cinco barrilles de óleo y sólo dos de vino. El temor y el poder corresponden al vino, y las otras cinco representan al aceite por la suavidad que le es propia. Con su espíritu de fortaleza, como un valiente excitado por el vino, descendió a los infiernos, destrozó las puertas de bronce, quebró los cerrojos de hierro, ató al malvado fuerte y se alzó con su botín. También descendió con el espíritu de temor, pero no temeroso, sino terrible.
 ¡Oh Sabiduría! ¡Qué habilidad la tuya! Con vino y aceite curas mi alma, para devolverle la salud fuertemente suave y suavemente fuerte. Fuerte para mí y suave conmigo. Pues, por lo demás, alcanzas con vigor de extremo a extremo y gobiernas el universo con acierto, domeñando al enemigo para proteger al débil. Sáname Señor, y quedaré sano; daré gracias y tañeré para tu nombre, diciendo: Tu nombre es omo bálsamo fragante. 
 No lo alabo como vino generoso -para que no llames a juicio a su siervo-, sino como bálsamo que me colma de gradcia y de ternura. Como verdadero óleo que sube por encima de todo líquido con el que se mezcle, claramente simboliza el nombre que sobrepasa todo nombre. ¡Oh suavísimo y dulvísimo nombre! ¡Nombre excelente, preferido a todos, alabado por los siglos! Este es el bálsamo más suave, que da brillo al rostro humano; ungüento que perfuma la cabeza del que ayuna para que no exhale el hedor del pecado. Este es el nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor, con el que le había llamado el ángel antes de su concepción. No sólo el judío, sino cualquiera que lo invoque se salvará: hasta esos límites llega su fragancia. El Padre se lo ha concedido al Hijo, Esposo de la Iglesia y Señor nuesro, Jusús, Cristo, bendito por siempre. Amén.


RESUMEN:
El número siete se repite en numerosas ocasiones:
-El niño resucitado por Eliseo bostezó siete veces.
-La Iglesia tomó la costumbre de alabar a Dios siete veces al día (matitines, laudes....).
-Los cinco sentidos más: cantar la bondad y la justicia del Señor.
Cuatro punzadas de la compunción ( dos de confusión y dos de temor) más tres especies de confesión. 
-El número de lamentaciones de Jeremías.
Si tenemos verdadera sensibilidad hacia Dios consideremos el significado oculto de cuatro bostezos en el niño resucitado por Eliseo: se refieren a la naturaleza de Dios, al hecho de  serpadre y bienhechor; al de ser Señor y creador. No pensemos que va a dejar de ejercer estas funciones: nos exigirá que seamos coherentes con sus deseos y su poder. 
 El quinto bostezo es que la confesión debe ser humilde. Quiere esto decir que no debe ser muy expresiva en los propios defectos, para expresar una humildad que no existe sino para aparentarla.
 El sexto bostezo indica que la confesión debe ser sencilla, evitando excusarnos para aminorar el daño que hemos hecho, pues esa actitud lo único que ocasiona es disminuir el perdón concedido.
 Finalmene la confesión debe ser confiada en el perdón y no precabida por la grandeza del pecado. Este es el séptimo bostezo.
 Nuestro Señor vino a sococrrernos con sus unguentos: con vino y con aceite. Para ello trajo siete redomas. Cinco de ellas contenían aceite que se refiere a la misericordia (de lo que más estemos necesitados) y dos al vino (que corresponde a la justicia) que también es necesario. 

SERMÓN XV SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES: EL NOMBRE DE JESÚS ES BÁLSAMO Y MEDICINA


I. TODOS LOS NOMBRES DEL ESPOSO INDICAN SU PODER Y SU BONDAD
1. El Espíritu de la Sabiduría es todo bondad y no se muestra inaccesible para los que lo invocan, pues con frecuencia, antes de que se le llame responde: "Aquí estoy". Escuchad por eso lo que gracias a vuestra oración se digna manifestaros a traves de mí, con relación a lo que ayer diferimos para este sermón y recoged el fruto sazonado de vuestra plegaria. Os mostraré, pues, cuál es el nombre que se compara razonablemente con el bálsamo y por qué razones.
 Muchos son los apelativos del Esposo que podéis encontrar diseminados por toda la Escritura divina: yo los reduciré a dos. Pues creo que no hallaréis ninguno que, en mi opinión, a la gracia de su bondad o al poder de su majestad. Lo dice también el Espíritu por medio de su portavoz más familiar: "Dos cosas he escuchado: que Dios tiene el poder y tú, Señor, la gracia". Por eso, mirando a su majestad se nos dice: Su nombre es sagrado y temible. Y considerando su bondad: "No tenemos los hombres otro nombre bajo el cielo al que recurrir para salvarnos". Pero lo veremos más claro con algunos ejemplos.
 "Lo llamarán con el nombre del Señor-justicia nuestra". Este es un título de poder. Otro apelativo: "Y le pondrá por nombre: Dios-con-nosotros", que insinúa bondad. El mismo asume estos dos nombres, cuando dice: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor". El primero se refiere a su gracia y el segundo a su majestad. Pues no se requiere menor bondad para comunicar sabiduría al alma como alimento al cuerpo. En otro lugar dice el Profeta: Y su nombre es: Admirable, Consejero, Dios, Guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. El primero, tercero y cuarto indican su majestad y los demás su bondad.
 ¿Cuál de ellos es el que perfuma? Los nombres que expresan majestad y poder se mezclan como por transfusión con los que indican bondad y gracia, y su fragancia la exhala copiosamente nuestro Salvador, Jesús, Cristo. Así, por ejemplo, ¿no se clarifica y suaviza el nombre "Dios", al añadirle el de  "Dios con nosotros" o "Emmanuel"? Y el de "Admirable" se funde con el de "Consejero"; los de "Dios" y "Guerrero" con los de "Padre perpetuo" y "Príncipe de la paz"; el de "Señor-justicia-nuestra" con el de "Señor piadoso y clemente". No estoy diciendo nada nuevo. Ya antaño se transformó el nombre de "Abram" en "Abraham" y el de "Saray" en "Sara". Encontramos allí un misterio  que ensalzaba y prefiguraba la fusión del nombre que iba a salvarnos.
2. ¿Dónde queda aquella terrible y estruendosa voz que tantas veces escucharon los antiguos: Yo soy el Señor, yo soy el Señor? Ahora me enseñan una oración que comienza con el dulce nombre de "Padre", y me da la confianza de que conseguiré las demás peticiones que prosiguen. A los siervos se les llama amigos y la resurrección no se anuncia a los discípulos, sino a los hermanos.

II. COMO Y POR QUE EL NOMBRE FRAGANTE DEL ESPOSO ES JESÚS, CRISTO
Y lo comprendo. Porque cumplido el plazo se consumó la fusión del nombre. Dios, fiel a la promesa profética de Joel, derramó su Espíritu sobre toda carne, y como puedes leerlo, ya se había realizado desde antiguo entre los hebreos. Supongo que ya adivináis lo que quiero decir. Y si no, ¿ cuál fue la primera respuesta que recibió Moisés cuando preguntó quién le hablaba? Yo soy el que soy. Posteriormente añadió: El que es me ha enviado a vosotros. Yo no sé si el mismo Moisés la habría entendido, si no hubiera recibido alguna transfusión del nombre. Pero se extendió ese nombre y lo entendió. No sólo se extendió: hubo una efusión del mismo, pues ya había sido infundido. Lo poseían los cielos y lo conocían los ángeles. Ahora se divulgaba al exterior; se entregaba a los hombres lo que sólo se había infundido a los ángeles como algo íntimo. Desde entonces resonaría en toda la tierra con razón: Tu nombre es como bálsamo fragante, si no se hubiera interpuesto la detestable obstinación de un pueblo ingrato. Pues él mismo dice: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
3. Apresuraos, naciones, que en vuestras manos esta la salvación. Se ha publicado ya su nombre y cuantos lo involucren se salvarán. El Dios de los ángeles se llama también Dios de los hombres. Derramó el bálsamo sobre Jacob y cayò sobre Israel. Decid a vuestros hermanos: Danos de vuestro bálsamo. Si se niegan, rogad al Señor del bálsamo para que lo extienda sobre vosotros. Insistid: Quita nuestra afrenta. Te suplico que el malvado no insulte a su amada, a la que te has digdano llamar desde los confines de la tierra, tanto más bondadoso cuanto menos lo merecía. ¿No sería bochornoso que un siervo desalmado echase fuera a los invitados por el Señor de la casa? Tú has dicho: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. ¿Y de nadie más?
 Derrámalo, derrámalo, abre tu mano y sacia de favores a todo sirviente. Vengan de Oriente y de Occidente a sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios. Vengan, suban todas las tribus de Israel a celebrar su nombre. Entren y tomen asiento en su banquete, rebosantes de alegría y entre sus cantos de júbilo y alabanza sólo resonará un grito en todo lugar: Tu nombre es como bálsamo fragrante.
 Doy por seguro que si Andrés y Felipe fuesen los porteros, no seríamos rechazados ninguna de los que pedimos el bálsamo, ninguno de los que pedimos ver a Jesús. Felipe se lo dirá al punto a Andrés; Andrés y Felipe a Jesús. ¿Y Jesús qué dirá? Lo que ya sabemos: Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante. Por eso Cristo tendrá que morir, resucitará al tercer día y en su nombre se predicará la conversión a todos los pueblos y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén. Y sólo por este nombre, que es Cristo, miles y miles de creyentes se llamarán cristianos y exclamarán: Tu nombre es como bálsamo fragrante.
4. Me resulta conocido este nombre, porque he leído en Isaías:A sus siervos les dará otro nombre; el que con él sea bendito, bendito será del Dios verdadero, Amén. ¡Bendito nombre que todo lo perfuma! ¿Hasta dónde llega su aroma? Desde el cielo hasta Judá, desde allí se propaga por toda la tierra, y la iglesia proclama en todo el munco: Tu nombre es como bálsamo fragante. Tan fragrante que embriaga con su perfume cielos y tierra y se vierte sobre los infiernos; de modo que ante el nombre de Jesús toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclama: Tu nombre es como bálsamo fragante. Ese nombre  es Cristo, es Jesús. Ambos se infundieron en los ángeles, ambos se derramaron sobre los hombres -esos hombres corrompidos en su basura como anamales-para salvar a hombres y animales: así derrochó Dios su misericordia.
 ¡Un nombre que es tan admirable y tan común! Muy común, sí, pero es salvador. Si no fuese tan común, no se derramaría sobre mí. Si no fuese tan salvador, no me salvaría a mí. Yo llevo ese nombre y soy heredero. Soy cristiano, soy hermano de Cristo. Si vivo lo que soy, soy heredero de Dios, coheredero con Cristo. ¿Os parece extraño que el nombre del Esposo sea tan fragante, si su misma persona es bálsamo? Se vació de sí mismo tomando la condición de siervo. El lo dice: Estoy como agua derramada. Se ha derramado la plenitud de la Divinidad, mientras habitaba corporalmente sobre la tierra,  por él hemos recibido esa plenitud todos los que llevamos un cuerpo mortal, y podemos decir embriagados por su fragancia: Tu nombre es como bálsamo fragante. Ahí tenéis a cuál es el nombre fragante, cómo y hasta dónde llega su fragancia.
III. LAS TRES RAZONES DE ESTA COMPARACIÓN DEL BÁLSAMO CON EL NOMBRE DEL ESPOSO, QUE ES JESÚS.
5. ¿Y por qué es bálsamo? Aún no lo he dicho. Comencé a exponerlo en el sermón anterior, pero surgió de improviso algo que juzgué interesante anticiparlo y me entretuve más de lo que pretendía. Creo que se metió por medio la mujer hacendosa, la Sabiduría; se puso a trabajar en la rueca y sus dedos comenzaron a hilar tan hábilmente, que de un poco de lana y lino sacó un hilo larguísimo y tejió una tela capaz de vestir a sus criados con trajes forrados.
 Existe sin duda una semejanza entre el bálsamo y el nombre del Esposo; el Espíritu Santo no los comparó en vano. Si vosotros no tenéis otras razonas más válidas, yo pienso que lo hizo porque el bálsamo reune tres cualidades: luce, alimenta y unge. Aviva el fuego, robustece el cuerpo y alivia el dolor; es luz, manjar y medicina. Descubramos ahora estas tres cualidades en el nombre del Esposo: luce cuando es predicado, alimenta cuando se medita, unge y alivia cuando se invoca. 
6. ¿De dónde crees que llega la luz tan intensa y veloz de la fe a todo el mundo, sino de la predicación del nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios a su maravilloso resplandor por la luz de este nombre? Iluminados por su luz, que nos hace ver la luz, exclamará Pablo con razón: Antes, sí, erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. A este mismo Apóstol se le encargó que diera a conocer este nombre a los paganos y sus reyes, y a los hijos de Israel. Lo llevaba como una antorcha para iluminar la patria, gritando por todas partes: La noche está avanzada, el día se echa encima, abandonemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos para actuar en la luz; comportémonos con decoro como en pleno día. Y mostraba a todos la luz sobre el candelero, anunciando a Jesús por donde pasaba, y a éste crucificado. ¡Cómo brilló esta luz, hiriendo los ojos de cuantos la miraban, cuando salió de la boca de Pedro con el fulgor de un relámpago y robusteció las piernas y los tobillos de un paralítico, hasta quedar iluminados muchos espiritualmente ciegos! ¿No despidió fuego cuando dijo: En el nombre de Jesús, el Nazareno, levántate y anda? 
 Mas el nombre de Jesús no es sólo luz, también es alimento. ¿No te sientes reconfortado siempre que lo recuerdas? ¿Hay algo que sacie tanto el espíritu del que lo medita? ¿O que pueda reparar tanto las fuerzas perdidas, fortalecer las virtudes, incrementar los hábitos buenos y honestos, fomentar los afectos castos? Todo alimento es desabrido si no se condimenta con este aceite; insípido, si no se sazona con esta sal. Lo Lo que escribas me sabrá a nada, si no encuentro el nombre de Jesús. Si en tus controversias y disertaciones no resuena el nombre de Jesús, nada me dicen. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón. 
IV. POR QUÉ EL NOMBRE DE JESÚS ES MEDICINA.
Y tambiés es medicina. ¿Sufre alguno de vosotros? Si penetra Jesús en su corazón y de allí pasa a la boca, inmediatamente clareará la luz de su nombre, y disipándose toda oscuridad, volverá la serenidad. ¿Ha cometido alguien un delito? ¿Corre desesperado tras el lazo de la muerte? Si invoca el nombre de la vida, al punto respirará alientos de vida. ¿Quién se obstinó ante este nombre de salvación en la dureza de su corazón, en la indolencia de su desidia, en el rencor de su alma, en la molicie de su acedia? Si alguna vez se le agotó a alguien la fuente de las lágrimas, ¿no se le arrasaron de repente los ojos y corrió mansamente su llanto al invocar a Jesús? ¿Quién temblaba aterrado ante un peligro y no recobró al instante la confianza, venciendo el miedo cuando recurrió al poder de su nombre? Cuando alguien fluctuaba zarandeado en un mar de dudas, ¿no vio brillar la certeza en cuanto invocó la luz de este nombre? Si pronunció este grito de socorro, ¿le faltaron las fuerzas al que, a punto de desaparecer, se desesperaba en la adversidad?
 Estas sson las enfermedades y achaques del alma; pero he aquí su gran remedio. Si necesitas pruebas, te dice: Invócame el día del peligro; yo te libraré y tú me darás gloria. Nada como él reprimirá la violencia de la ira, sosegará la pasión de la soberbia, curará la llaga de la envidia, reducirá el furor de la lujuria, extinguirá el fuego de la sensualidad, apagará la sed de la avaricia, eliminará el prurito de todo apetito vergonzoso.
 Cuando pronuncio el nombre de Jesús evoco el recuerdo de un hombre sencillo y humilde, bueno, sobrio, casto, misericordioso, el primero por su rectitud y santidad. Evoco al mismo Dios todopoderoso, que me convierte con su ejemplo y me da fuerzas con su ayuda. Todo esto revive en mí, cuando escucho el nombre de Jesús. De su humanidad extraigo un testimonio de vida para mí; de su poder, fuerzas. Lo primero es un jugo medicinal; lo segundo es como un estímulo al exprimirlo. Y con ambos me preparo una receta que ningún médico puede superarla. 
7. Aquí tienes, alma mía, tu catálogo, resumido en la esencia de este nombre, Jesús, salvífico de verdad, que nunca falló en cualquier epidemia. Llévalo siempre en tu corazón. Tenlo siempre a mano, para que todos tus sentimientos y acciones te lleven a Jesús. El precisamente te ha invitado a que procedas así: Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón. Pero esto lo comentaremos en su día. De momento ya tienes con qué curar tu brazo y tu corazón. Quiero decirte que el nombre de Jesús enderezará tus malas obras y perfeccionará las defectuosas; y controlará tus sentimientos, para que no se adulteren, o para que se orienten cuando se desvíen. 
V.ALGUNOS QUE ANTAÑO LLEVARON EL NOMBRE DE JESÚS, PERO VACÍO DE SENTIDO, FUERON COMO EL BASTÓN QUE NO RESUCITÓ AL NIÑO MUERTO. 
8. Hubo en Judea otros personajes que se llamaron Jesús, pero ostentaban ese nombre sin contenido. Porque no brillan, no alimentan, no curan. Por eso la Sinagoga está sumida en tinieblas hasta hoy, hambrienta y débil. No se curará ni se saciará hasta que mi Jesús reine en Jacob y hasta los confines del mundo. Entonces volverá por la tarde, hambrienta como los perros y errante por la ciudad. Es cierto que ellos fueron enviados por delante, como el Profeta mandó su bastón para resucitar al niño muerto. Pero no pudieron dar sentido a su nombre: era una palabra vacía. Pusieron el bastón encima del cadáver, pero no recuperó el habla ni los sentidos. Al fin, no dejaba de ser un bastón. Sin embargo, bajó el que lo había enviado e inmediatamente salvó de los pecados a su pueblo, demostrando que él era aquel de quien se decía: ¿Quién es este que hasta perdona pecados? O como él mismo dice de sí mismo: Yo soy el Salvador del pueblo. 
 Ya habla, ya reacciona; ha mostrado que él no lleva su nombre en vano, como los anteriores. Es evidente que le ha devuelto la vida y se pregona el gran prodigio. Dentro hay vitalidad interior y afuera lo publican los gritos. Primero el dolor, luego el reconocimiento y al final la profesión de fe, son otros tantos signos de la vida: Porque del que está muerto, como de quien no existe, no puedes esperar que manifieste reconocimiento alguno.
 Ya vivo, ahora siento; me han despertado tan perfectamente que ha resucitado todo mi ser. ¿Qué es la muerte corporal sino la privación de los sentidos y de la vida? El pecado, que es la muerte del alma, me había privado de la sensibilidad de la compunción y había apagado el grito de mis alabanzas, porque yacía muerto. Vino el que perdona los pecados, me devolvió ambas cosas y dice a mi alma: Yo soy tu Salvador. ¿Cómo no iba a ser vencida la muerte, cuando descendió la Vida? La fe del corazón consigue la rehabilitación y por la profesión exterior de la fe llega la salvación. Ya bosteza el niño, bosteza siete veces y exclama: Siete veces al día te alabaré, Señor. Fijaos en este número siete. Es un número sagrado lleno de misterios. Pero será mejor que dejemos esto para otro sermón. Así nos sentaremos con apetito y descansados en la mesa de tan espléndido banquete, invitados por el esposo de la Iglesia, nuestro Señor, Jesús, Cristo, Dios soberano, bendito por siempre. Amén.

RESUMEN
El espíritu de nuestro creador acude rápido ante nuestra llamada y responde a diferentes nombres. Unos  expresan majestad y poder.Se mezclan  con los que indican bondad y gracia. Los cambios en los nombres bíblicos son misteriosos y parecen indicarnos cómo unas cualidades se suman a otras. Llegado un momento histórico difundió su nombre cargado de espíritu y que es como un sagrado perfume. Era preciso la muerte (para que el grano dé fruto) y su nombre se exparciera entre todos los cristianos como un bálsamo fragante. La fragancia de Cristo se desparrama sobre todos los seres vivos y sobre los mismos infiernos. Nos hace coherederos de la salvación. El nombre de Jesús luce cuando es predicado, alimenta cuando se medita, unge y alivia cuando se invoca. El nombre de Jesús es luz y alimento. Lo que se escribe no tiene sabor si no contiene el nombre de Jesús. El nombre de Jesús es la mejor medicina para cualquier adversidad. Debemos llevar siempre, con nosotros, el nombre de Jesús. Nos ayudará a controlar nuestros sentimientos y nuestras obras, a curar nuestro corazón. Jesús es el verdadero soberano que nos libra de la muerte y nos otorga la auténtica vida.




(Sermón XV sobre el Cantar de los Cantares)

SERMÓN XIV DEL CANTAR DE LOS CANTARES: DIVERSA ACTITUD DE LA SINAGOGA Y DE LA IGLESIA FRENTE A CRISTO

I. PRESENTACIÓN DE LA QUERELLA ENTRE LA SINAGOGA Y LA IGLESIA
1. Dios se manifiesta en Judá, su nombre es grande en Israel. El pueblo gentil que caminaba en tinieblas, vio una luz intensa en Judá y en Israel, y quiso acercarse para recibir su luz. Así, los que antes no eran pueblo, ahora serían pueblo de Dios, y la piedra angular uniría en el vértice a las dos paredes de dirección opuesta: en adelante su morada sería la paz de Jerusalén. Gran confianza le infundió la invitación de aquella voz que ya había resonado en ellos: Alegraos, naciones, con su pueblo. Por fin, decidió acercarse; pero le puso el veto la Sinagoga, empeñada en que la Iglesia de los gentiles era impura e indigna, echándole en cara la torpeza de sus idolatrías y la ceguera de su ignorancia. Se decían entre sí las dos: "¿qué derechos alegas tu? No re acerques". --"¿Es que Dios es sólo Dios de los judíos? ¿No es también Dios para los gentiles? Reconozco que no tengo mérito alguno; pero a él le sobra misericordia. ¿O es que sólo conoce la justicia? También es compasivo. Señor, cuando me alcance tu compasión, viviré. Grande es tu ternura, Señor, dame vida según tu justicia, que tu perdón es misericordia".
 ¿Qué partido tomaría el Señor, justo y misericordioso a la vez? La primera, orgullosa de su ley, aplaude la justicia, porque no necesita misericordia, y desprecia a quien la debe mendigar. La segunda, al contrario, consciente de sus propios delitos, reconoce su indignidad, no desea ser juzgada e implora misericordia. ¿Qué hará el Juez ahora, este Juez aquien ambas cosas le son familiares, la justicia y la misericordia? Lo cierto es que ninguna de las dos influye en él más decisivamente. ¿Qué cosa mejor que complacer el deseo de ambas, haciendo justicia e impartiendo misericordia? El judío exige juicio y se realizará; y el gentil dará gloria a Dios por su misericordia. Esta fue la sentencia: los que menosprecien una justicia misericordiosa de Dios, por pretender establecer la suya -que no justifica sino que acusa-, serán abandonados a su propia justicia y en ella se verán oprimidos, no justificados.
2. Nos referimos expresamente a la ley, que nunca condujo a la perfección; a ese yugo que ni ellos ni sus padres fueron capaces de soportar. Pero la Sinagoga se cree fuerte; no mira si la carga es ligera y el yugo es llevadero. Se cree sana y no necesita médico ni unción del Espíritu. ¿Confía en la ley? Que la libere, si puede. Pero no se dio una ley capaz de dar vida, sino que además da muerte: Porque la letra mata. Por eso os he dicho que os llevarán a la muerte vuestros pecados. Este es el juicio que solicitas con insistencia, Sinagoga. Por obcecada y tenaz sarás abandonada a tu error, hasta que entre el conjunto de los pueblos a los que tu soberbia desprecia y tu envidia rechaza; entonces reconocerán ellos también al mismo Dios que se manifiesta en Judá, y cuyo nombre es grande en Israel. 
 Ha venido a este mundo precisamente para abrir un juicio, por el que los que no ven verán, y los que ven quedarán ciegos, pero sólo una parte. Porque el Señor no abandonará a todo el pueblo, conservando para sí como semilla a los Apóstoles y al grupo de los creyentes, que pensaban y sentían unánimes. Ni los rechazará para siempre, porque salvará a sus restos. Auxiliará de nuevo a Israel su siervo, acordándose de su misericordia. Ni en ese juicio del que le descartan por entero, estará ausente su compañera, la misericordia. De lo contrario, si sólo contemplase sus méritos, sería un juicio sin corazón para quienes nunca tuvieron corazón.
II. POR QUE LA IGLESIA OCUPA EL PUESTO DE LA SINAGOGA
Lo grave es que Judá tiene en abundancia perfume del conocimiento de Dios, pero con mezquina avaricia lo guarda para sí, como frasco bien cerrado. Le pido un poco, pero no se compadece, no lo presta. Desea poseer ella sola el culto de Dios, conocerle ella sola, gozar ella sola de su santo nombre; y no por celos suyos, sino porque me odia.
3. Mas tú, Señor, defiende mi causa. Propaga todavía más la grandeza de tu nombre y sigue derramando tu bálsamo. Que aumente, que rebose, que se vacíe y llegue a todas las naciones, para que todos vean la salvación de Dios. ¿Por qué razón pretende el judío ingrato que ese ungüento salvador se vierta entero en la barba de Aarón? No es propiedad de la barba, sino de la cabeza; y la cabeza no existe sólo para la barba, sino para el cuerpo entero. Sea ella la primera en ser ungida, pero no la única; baje también hasta la orla más inferior lo que ella recibió primero. Que baje y llegue a los pechos de la Iglesia ese aroma celestial. Lo desea tan ávidamente que no le repugna que antes pase por esa barba. E impregnada del rocío de la gracia dirá irradiando gratitud: Tu nombre es como bálsamo fragante. 
 Pero te pido también que sobre algo y llegue hasta la franja de su ornamento, es decir, hasta mí, que soy el último y más indigno de todos, pero al fin, parte de tu manto. También lo imploro para mí a sus pechos maternales, como niño en Cristo, pero sólo por misericordia. Y si protestase algún adulto que ve con malos ojos tu generosidad, presta oído atento a mi súplica:¡Sal fiador por mi!, tu, y no la arrogancia de Israel. Es más, justifícate a ti mismo y di a mi acusador-pues a ti te calumnia porque eres dadivoso-, dísele tú: Quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¡Cuánto le desagrada esto al fariseo! ¿Qué murmuras entre dientes? Sí, mi único derecho es el deseo del juez. ¿Hay una prerrogativa más justa o un premio más espléndido? ¿Es que no tiene libertad para hacer lo que quiera en sus asuntos? No es injusto contigo por ser misericordioso conmigo. Toma lo tuyo y vete. ¿Qué pierdes tú si él ha resuelto salvarme? 
4. Exagera cuanto quieras tus méritos y pregona tus trabajos; la gracia de Dios vale más que la vida. Lo reconozco: no he cargado con el peso del día y del bochorno; pero así lo ha querido el Señor de la casa y llevo un yugo soportable, una carga ligera. Apenas he trabajado una hora, y sí ha sido algo más, el amor me ha impedido sentirlo. El judío pondrá en juego todas sus fuerzas; a mí me basta gozar el amor de Dios, bondadoso, compasivo y perfecto. Por él puedo suplir todas las deficiencias tanto en el modo de actuar como en el tiempo. El judío se apoya en un pacto mutuo; yo en la complacencia de su amor. Confío, y no temerariamente, porque él nos da gratuitamente la vida. El me reconcilia con el Padre, me devuelve la herencia y me colma de agasajos; música, cantos, banquetes y alegría exultante de toda la familia, que me inunda del gozo más desbordante. Si mi hermano mayor se indigna y prefiere comer fuera con sus amigos un cabrito, negándose a compartir conmigo en la casa del Padre, el ternero cebado, le repreocharán: Había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hijo mío se había muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y se le ha encontrado.
 La Sinagoga sigue banqueteando fuera con sus amigos los demonios, felices porque en su necedad devora aprisa el cabrito de la iniquidad, llevándolo y en cierto modo ocultándolo enloquecida en el vientre de su estúpida simplicidad. Desprecia la santidad de Dios, porque pretende establecer la suya, y afirma que no peca; que no necesita matar el ternero cebado, porque se considera limpia y justa por el cumplimiento de la ley.
 Pero la Iglesia, rasgada la cortina de la letra que mata, gracias a la muerte del Crucificado, penetra en la intimidad por el espíritu de libertad, se ve acogida, se vuelve grata, ocupa el lugar de su rival, pasa a ser esposa, goza de los abrazos conquistados, se une en el fervor del espíritu a Cristo el Señor estrechándose con él, exhala el perfume de fiesta y lo difunde a su paso entre todas sus compañeras, y acogiéndolo exclama:Tu nombre es como bálsamo fragante. ¿Es de extrañar que sea ungida la que se abraza con el ungido?
III. DISTINCIÓN ENTRE LA ESPOSA, LAS VÍRGENES Y LAS COMPAÑERAS
5. La Iglesia, pues, se acuesta en la cámara del esposo, mas por ahora es la Iglesia de los perfectos. Aunque también lo esperamos nosotros. Los que no somos perfectos, alegres en la esperanza, pasamos la noche fuera. Mientras, el esposo y la esposa, solos, permanezcan dentro. Gocen de sus mutuos abrazos secretos, sin sentir la conmoción de los deseos carnales ni la perturbación de los sentidos. Esperen afuera las muchachas que aún no pueden vencer esas pasiones. Aguarden confiadamente, convencidas de que a ellas se refieren esas palabras: La llevan ante el rey con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras. Y para que cada una sepa de qué espiritu es, llamo "vírgenes" a las almas entregadas a Cristo, antes de contaminarse con los halagos mundanos, y que se mantienen fieles al que se consagraron, tanto más dichosas cuanto más anticipadamente lo decidieron. Y considero "compañeras" a las que prostituyeron torpemente su anterior deformidad con toda suerte de concupiscencias carnales a los jefes de este mundo, es decir, a los espíritus inmundos. Pero finalmente se alejaron confusas, afanándose por reformar en ellas la forma del hombre nuevo, con tanta mayor sinceridad cuanto más tarde lo hicieron.
 Avancen siempre unas y otras, no se desalienten ni se cansen, aunque se crean incapaces de exclamar con sinceridad: Tu nombre es como bálsamo fragante. Se sienten principiantes indignas de hablar espontaneamente al esposo. Pero si se esmeran en seguir de cerca los pasos de su maestra, gozarán al menos del perfume que lleva e incluso se animarán a buscar otros más exquisitos.
IV. SUFRIMIENTOS DE SAN BERNARDO AL COMIENZO DE SU CONVERSIÓN, Y POR QUÉ ACONTECE ESO EN NOSOTROS.
6. No me sonrosa confesar que yo también, con frecuencia, sobre todo al comienzo de mi conversión, duro y frío aún mi corazón, buscaba el amor de mi alma. No podía amar al que aún no había encontrado, o le amaba menos de lo que yo deseaba, y por eso le buscaba para amarle más; aunque tampoco le habría buscado si no le amase ya de alguna manera. Y cuando añoraba calor y paz para mi espíritu, aunque lánguida y perezosamente, no encontraba a nadie que me socorriese; alguien que derritiese aquel hielo invernal que me entumecía el alma, y me devolviese la apacible suavidad primaveral. Todo esto me deprimía, me sumía en el abatimiento, y mi espíritu yacía en la mayor aversión, triste y casi desesperado, musitando interiorment: ¿Quién puede resistir su frialdad?
 Pero de improviso, con la conversación o simple presencia de alguna persona espiritual, a veces por el puro recuerdo de algún difunto o ausente, soplaba su aliento, corrían las aguas y las lágrimas eran mi pan noche y día. ¿Qué era esto sino el bálsamo embriagador del perfume que aquella persona exhalaba? No era la unción, sino un aroma que lo percibía solamente a través de otro ser humano. Me alegraba de aquel don, pero tan tenue exhalación me avergonzaba y humillaba, pues no me impregnada de la infusión copiosa. Atraído por el aroma, pero sin tocarlo, me veía del todo indigno para saborear al mismo Dios. 
 Cuando ahora vuelve a sucederme lo mismo, recibo ávidamente el don que se me ofrece y lo agradezco, pero me aflige no haberlo merecido por mí mismo y no tomarlo, como suele decirse, en mis propias manos, aunque lo pida con insistencia. Me llena de confusión el que me afecte más el recuerdo de los hombres que el de Dios. Y exclamo gimiendo:¿Cuando entraré a ver el rostro de Dios? Pienso que alguno de vosotros lo habéis experimentado y lo experimentaréis aún. 
 ¿Qué podemos concluir? Que así se doblega más nuestra soberbia, nos mantenemos en la humildad, fomentamos el amor fraterno y se inflama nuestro deseo. Un mismo alimento viene a ser medicina para los enfermos y preventivo para los enfermizos: robustece a los débiles y sustenta a los fuertes. Cura la enfermedad y conserva la salud, alimenta el cuerpo y deleita el paladar. 
V. LA SINAGOGA POSEE EL BÁLSAMO, PERO NO LO DESTAPA; POR QUÉ EL NOMBRE DEL ESPOSO SE COMPARA AL BÁLSAMO.
7. Pero volvamos a las palabras de la esposa, procuraremos escuchar lo que dice y degustaremos también lo que ella saborea. Como dije, la esposa es la Iglesia. A ella es a quien tanto se le ha perdonado y la que tanto ama. Lo que su rival le echa en cara como una afrenta, ella lo convierte en provecho propio. Desde entonces acoge con mayor mansedumbre la corrección y se esfuerza con mayor paciencia; ama con más humildad, se guzga con más sencillez, obedece con más disponibilidad, da gracias con mayor devoción y delicadeza. En resumen, mientras que la sinagoga, como hemos dicho, evoca jactanciosamente sus méritos, su entrega, su trabajo a pleno sol, la Iglesia recuenta los beneficios diciendo: Tu nombre es como bálsamo fragante. 
8. Este es el testimonio palmario de Israel, que celebra el nombre del Señor. Pero no el de aquel Israel según la carne, sino el espiritual. ¿En qué podría apoyarse el primero de los dos? No es que carezca de perfume, pero no quiere derramarlo. Lo posee, pero escondido; lo conserva en las Escrituras, pero no en los corazones. Se aferra a la materialidad de la letra, toma con sus manos el frasco colmado, pero tapado, y no lo abre para perfumarse. Dentro, en el interior, está la unción del espíritu. Destápalo, perfúmate y no serás pueblo rebelde. ¿Para qué quiers ese perfume dentro de su redoma, si no lo extiendes sobre tu piel? ¿De qué te sirve releer mil veces el santo nombre del Salvador, si tu vida no rezuma santidad? Es un ungüento; extiéndelo y sentirás su fuerza, que es triple. Todo esto le repugna al judío; vosotros, en cambio, tenedlo muy en cuenta.
 Quiero deciros por qué se compara el nombre del esposo a un bálsamo, pero aún lo lo expliqué. Y se nos ocurren tres razones. Es designado con diversas apelaciones, porque siendo inefable no damos con su nombre propio. Por eso hemos de invocar antes al Espíritu Santo, para que tenga a bien descubrirnos entre tantos el que más le gusta ahora, ya que no quiso dejarlo registrado en la Escritura. Pero lo haremos en otro momento. Podríamos intentarlo ahora, pues ni vosotros ni yo estamos cansados, pero es ya la hora de terminar. Retened aquello en que más he insistido para que mañana no necesitemos repetirlo. Lo que nos incumbe e interesa es saber por qué se compara al bálsamo el nombre del Esposo, y los diversos nombres que se le asignan. Pero como soy incapaz de deciros nada por mí mismo, hemos de orar, para que nos lo revele el mismo Esposo por medio de su Espíritu, Cristo Jesús, Señor nuestro, a quen sea la gloria por siempre. Amén.
RESUMEN
Asistimos a un sermón de San Bernardo en el que se produce una especie de debate entre la ley y la justicia. 
En Jerusalén se unen la ley antigua, que sólo consideraba la justicia, y la nueva iglesia de los gentiles que busca la misericordia. La solución fue fácil: establecer una "justicia misericordiosa". Los que sólo intenten imponer su propia justicia, acabarán oprimidos por ella. No es razonable "un juicio sin corazón para quienes nunca tuvieron corazón". Judá tiene el conocimiento, pero también el odio. Es lícito dar a cada uno lo suyo pero la misericordia de Dios puede extenderse, sin límites, a quién el Señor estime oportuno. Podríamos decir de la ley cuando es ajena a la misericordia: "desprecia la santidad de Dios, porque pretende establecer la suya, y afirma que no peca, haga lo que haga, si puede atenerse a la letra de la ley, descuidando el espíritu de la misma". 
 Llama "vírgenes" a las almas entregadas a Cristo. Llama "compañeras" a las apartadas del mismo pero que intentan volver a la senda espiritual. 
 Narra la ansiedad del que busca a Dios sin encontrarlo, la noche oscura hasta que empieza a manifestarse por sus dones. Esta búsqueda doblega más nuestra soberbia y el encuentro es, al mismo tiempo, medicina y sustento. 
 La Iglesia es la esposa que busca, humildemente, a nuestro Señor, lejos de jactarse de sus propios méritos.
 La religión anterior a Cristo tiene el perfume de las Escrituras, pero no lo extiende, no abre los frascos, no lo derrama sobre los creyentes.
 Nos preguntamos  por qué se compara al bálsamo el nombre del Esposo, y los diversos nombres que se le asignan. Intentaremos contestar, con la ayuda del Espíritu Santo, en el próximo sermón.






(Sermón 14 sobre el Cantar de los Cantares)

SERMÓN XIII DEL CANTAR DE LOS CANTARES: MOTIVOS Y CUALIDADES DE LA ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS

(Sermón 13 del Cantar de los Cantares)
I. EL COMO LOS RÍOS NACEN EN EL MAR, ASÍ LAS VIRTUDES DE CRISTO. 1. El origen de todas las fuentes y ríos está en el mar; el de todas las virtudes y ciencias es Cristo el Señor. ¿Quién es el Señor de las virtudes sino el Rey de la gloria? Según el cántico de Ana, ese mismo Señor es un Dios que sabe. La continencia de la carne, la pureza del corazón, la rectitud de la voluntad brotan de esa fuente. Todavía más: de ella nacen la agudeza del ingenio, el brillo de la elocuencia, el encanto del temperamento, toda disertación de la ciencia y del saber. En él se esconden todos los tesoros del saber y conocer. ¿Qué más?
 ¿No son otros tantos arroyos de este manantial los consejos desinteresados, los juicios justos y los deseos santos? Si todas las aguas retornan sin cesar al océano por corrientes subterráneas y ocultas, y brotan de nuevo a raudales copiosa e incansablemente para nuestro deleite y aprovechamiento, ¿por qué no van a volver íntegros y sin cesar esos riachuelos espirituales a su propia fuente, para fecundar ininterrumpidamente los campos cultivados del corazón? Regresen al lugar del que nacieron los ríos de la gracia y vuelvan a brotar. Retorne a su origen la emanación celestial, para derramarse más ubérrima por toda la tierra. "Pero, ¿de qué manera?-dirás. Responde el Apóstol: Dando continuamente gracias a Dios. Toda fuerza y sabiduría que descubras en ti mismo, atribúyela a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios. 
II, LA ACCIÓN DE GRACIAS DEL FARISEO Y DE QUIENES DAN GRACIAS A DIOS POR TODO ESTO. 2. Quizá me repliques: "Pero, ¿habrá alguien tan insensato que se lo asigne a otros? Absolutamente nadie. Hasta el fariseo da gracias a Dios. pero a Dios no le complace su actitud. Por eso, si recuerdas bien el Evangelio, su acción de gracias no le hizo más justo ante Dios. ¿Por qué? Porque cuanto en su boca sonaba a devoción, no podía justificar la insolencia de su corazón al que conoce de lejos al soberbio. "Escucha, fariseo, con Dios no se juega, ¿Qué tienes que no haya recibido?"-"Nada", contesta, "por eso doy gracias al que me lo ha dado"-"Sí así es, tampoco puedes alegar mérito alguno para recibir nada de lo que te engríes. Y si lo reconoces, ante todo, es ridícula tu hinchazón frente al publicano, porque carece de lo que tienes tú, simplemente porque no lo ha recibido como tú. Anda además con cuidado. Porque si no devuelves todos sus dones a Dios, apartando para ti algo de su honor y su gloria, serás acusado de fraude, y con razón. Porque engañas a Dios. Si te jactas y te arrogas algo, yo pensaría que pretendes engañarte más que que cometer un fraude. Y corregiría tu error. Pero como le das gracias a Dios, demuestras que no te atribuyes nada, y reconoces sensatamente que tus méritos son dones de Dios. Mas de pronto, despreciando abiertamente a los demás, te traicionas, porque hablas con doblez de corazón; por un lado miente tu lengua y por otro usurpas la gloria de la verdad.
 "No despreciarías al publicano comparándolo contigo, si no creyeses que tú mereces mayores honores que él. ¿Qué respondes al Apóstol que te prescribe: Para Dios sólo el honor y la gloria? ¿Y al ángel que distingue y muestra lo que Dios desea retener para sí y lo que quiere repartir a los hombres? Porque dice: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". ¿No habéis advertido que el fariseo en su acción de gracias honra con los labios a Dios, pero en el sentir de su corazón se alaba a sí mismo? Hemos de caer en cuenta que muchos pronuncian con su boca la acción de gracias, pero por rutina, sin sentirlo su corazón. Hasta los hombres más perversos suelen dar gracias a Dios por cada uno de sus crímenes e infamias; se figuran que todo les ha salido feliz y prósperamente según sus perversos deseos.
 Escuchad, por ejemplo, al ladrón lo que dice para sus adentros, exultante de satisfacción, cuando alcanza la codiciada gavilla de sus maquinaciones malvadas: "¡Gracias a Dios! No he velado en vano, no he perdido mi trabajo esta noche". Y el homicida, ¿no se ufana y da gracias por haber vencido a su rival o porque se ha vengado de su enemigo? Incluso el adúltero salta de gozo alabando a Dios, porque pudo gozar de la fornicación tanto tiempo deseada.
III. LA VERDADERA ACCIÓN DE GRACIAS DEBE SER SENCILLA Y PURA. 3. Por lo mismo, no toda acción de gracias complace a Dios, sino la que nace de la inocencia de un corazón honrado y puro. He dicho primeramente "honrado", por esos que suelen dar gracias a Dios, incluso alardeando de sus malas obras, imaginándose que Dios goza como ellos perpetrando el mal, y que se alegra de sus pésimos enredos. Escúchele quien así piense: ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. 
 Y añadí "pura" por los hipócritas que alaban a Dios por sus buenas obras, pero sólo con los labios, pues lo que dicen de boquilla no brota de su corazón. Como actúan dolosamente en su presencia, incurren en una malicia abominable. Los primeros lanzan impíamente sus malas obras contra Dios; los segundos se apropian fraudulentamente los bienes de Dios. Lo primero es tan necio, tan poco religioso y tan brutal, que no necesito ni mencionarlo; lo segundo suele ser una asechanza muy típica contra religiosos y espirituales. Porque es una virtud difícil y muy poco común que ignores tu grandeza, aunque hagas cosas grandes, y que ocultes para ti tu santidad conocida por todos.
 Ser admirable ante los demás y juzgarse a sí mismo menospreciable, eso sí que considero yo más maravilloso que las virtudes mismas. Serás verdadero siervo fiel cuando no te apropies nunca la gloria de tu Señor, que no nace de ti, pero pasa por ti. Entonces, como dice el Profeta, aborrecerás las riquezas compradas con la mentira y conservarás tus manos limpias de todo soborno. Así cumplirás de verdad el mandato del Señor, alumbrando con tu luz a los hombres, no para que te glorifiquen a ti, sino al Padre del cielo. Imitarás a Pablo y a los predicadores que fueron fieles, porque no se predicaron a sí mismos ni buscaron su interés, sino el de Jesucristo, igual que tú. Por eso también escucharás: Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho. 
4. José sabía que su señor le había entregado toda su hacienda, pero no a su señora; y no consintió tocarla. Escuchadle: Mi amo ha puesto todo lo suyo en mis manos; y no se ha reservado nada sino a ti, que eres su mujer. Era consciente de que la mujer es la gloria del marido y pensó que sería una ignominia para él deshonrar a quien por su parte lo colmó de honores. Este hombre sensato por la sabiduría de Dios sabía que un hombre siente tal celo por su mujer como por su propia gloria, y que su señor se había reservado para sí mismo su custodia, sin confiársela a otro. Por eso no cayó en la osadía de tocar lo que no se le había concedido.
IV. QUE LE GUSTA RETENER A DIOS Y DARNOS A NOSOTROS.  ¿Entonces qué?¿El hombre tan celoso de su gloria se atreverá a robársela a Dios, como si a él no le importara la suya? Escúchale: "Mi gloria no se la cedo a nadie"."¿Qué nos reservas, por tanto, a nosotros, Señor? ¿Qué nos das?"-"Mi paz os dejo, mi paz os doy",-"Me basta, Señor. Acepto agradecido lo que nos das y dejo lo que te reservas. Me agrada tu decisión, y no dudo que salgo ganando. Renuncio a toda gloria, no sea que si usurpo lo que no me han concedido pierda con razón lo que me ofrecen. Quiero la paz, deseo la paz y nada más. A quien no le basta la paz tampoco le bastas tú. Porque tú eres nuestra paz, que hiciste de dos pueblos uno. Esto es lo que necesito y me basta: reconciliarme contigo y reconciliarme conmigo. Porque desde que me has tomado como blanco me he convertido en carga para mí mismo. Ya he aprendido y no quiero volver a ser ingrato con el don de tu paz, ni invadir sacrílegamente tu gloria. Quede, Señor, para ti, quede intacta tu gloria; yo seré feliz  si conservo la paz". 
5. Derribado Goliat, todo el mundo, todo el mundo hizo fiesta por la recuperación de la paz, pero sólo David recibióo una gloria incomparable. Jessué, Jefté, Gededón, Sansón, incluso Judit, aunque mujer, triunfaron con gloria sobre los enemigos de su tiempo; todos gozaron alegremente de la paz, pero nadie participó en esa gloria. Judas Macabeo se hace famoso por sus numerosas victorias, y luchando como un valiente devolvió con frecuencia la paz al pueblo jubilado, pero ¿pero compartió con alguien su gloria? Cuentan, eso sí, que el pueblo entero delebró una gran fiesta pero no se menciona para nada la gloria del pueblo.
 ¿Acaso el Creador del universo es menos que ellos, para que no se merezca una gloria personal? El solo has creó todo, él solo triunfó del enemigo, él solo liberó a los cautivos: ¿tendrá que acompañarle alguien en su gloria? Mi brazo me dio la victoria, dice y añade: Yo he pisado el lagar y de otros pueblos nadie me ayudaba. ¿Cómo pretendo compartir la victoria sin victoria o la victoria sin battalla? Que los montes traigan la paz al pueblo, porque debéis reservarla sólo para aquel que luchó y venció solo. Que así sea, Señor, que así sea; Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Mas no es de buena voluntad, sino radicalmente malvada, el que no está satisfecho con la paz y ansía la gloria de Dios con un corazón inquieto y una soberbia siempre insaciable; no servirá en paz ni conseguirá jamás esa gloria. 
 V. LO QUE HACEN LOS SANTOS NO PROCEDE DE ELLOS SINO DE DIOS. Creería alguno en una pared si quejese que ha prducido el rayo de la luz que entra por la ventaja?  ¿No sería ridículo que las nubes se gloriasen de engendrar la lluvia? Yo sé muy bien que los arroyos no proceden de los canales, ni las palabras sensabas de los dientes o de los labios, aunque los sentidos no perciban otra cosa. 
6. Cuando veo en los santos algo digno de encomio o alabanza, si lo analizo a la luz clara de la verdad, reconozco que en ellos se manifiesta con toda evidencia otro ser grande y admirable, y alabo a Dios en sus santos. Ya sea Elileo o el gran Elías quienen resucitan a los muertos, realizan externamente prodigios nuevos e insólitos, pero no por su poder, sino por su ministerio. Quien obra el milagro es Dios oculto en ellos. Invisible e innaccesible por naturaleza, se hace visible y admirable en sus santos; él solo es bendito, el único que hace maravillas. No es la pluma o el pincel quienes hacen artística la escritura o el cuadro; ni puede atribuirse la elocuencia de un sermón a la lengua o a los labios.
 Pero dejemos ya al Profeta que nos diga algo: ¿Se envanece el hacha contra quien la blande? ¿Se gloria la sierra contra quien la maneja? Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara se ensalzase no siendo más que un leño. Así se envanecería contra su Señor todo el que no presume del Señor. Si hay que gloriarse de algo, Pablo me indica de qué y por quién: Mi orgullo es es testimonio de mi conciencia. 
VI. DE QUÉ DEBEMOS GLORIARNOS Y DE QUÉ NO DEBEMOS HACERLO NUNCA. Puedo gloriarme sin miedo, si la conciencia me asegura que no me apropio en nada de la gloria del Creador, plenamente seguro que no lo hago contra el Señor, sino en el Señor. Este orgullo no se nos prohibe; al contrario, se nos exhorta a que lo busquemos: Os dedicáis al intercambio de honores y no buscáis el honor que viene sólo de Dios. En efecto, gloriarse  únicamente en Dios sólo viene de Dios. Y no es una gloria cualquiera: es tan verdadera como la verdad y tan insólita, por ser auténtica, que son muy pocos los perfectos que en ella se glorían debidamente. Salgan ahora los hombres que no son más que un soplo, suban los mentirosos a la balanza, y vean en qué bochorno acaba su petulancia. Quien se gloria con sensatez examinará su propia actuación y la analizará minuciosamente a la luz de la verdad. Así encontrará su satisfacción en sí mimo y no en lo que de él digan los demás. 
 Sería de necios entregar mi gloria al son de sus bocas y comenzar a mendigársela cuando desee alcanzarla. ¿Acaso pueden aprobarla a su arbitrio o desaprobarla según les plazca? Prefiero guardarla dentro de mí más fielmente que ellos. Pero no, tampoco. Mejor es entregarla a quien tiene poder para asegurar mi tesoro hasta el último día, es precavido para custodiarlo y fiel para devolverlo. Entonces recibirá cada uno su gloria directamente de Dios, pero si supo despreciar la gloria mundana. Porque para esos que ponen su corazón en las cosas terrenas, su gloria será su vergüenza, según dice David: Los que complacen a los hombres serán derrotados, porque Dios los rechaza. 
VII. COMO DEBEMOS REFERIR A LA GLORIA DE DIOS TODO LO BUENO QUE HACEMOS. 
7. Si comprendéis todo esto, hermanos, ninguno de vosotros deseará ser alabado en esta vida; todo favor que aquí consigas y no lo devuelvas a Dios, a él se lo robas. Pero ¿de qué, de dónde puedes soñar con la gloria, polvo corrompido? ¿De tu santidad? Es el espíritu quien santifica. He dicho el Espíritu, pero no el tuyo, sino el de Dios. Aunque brillen tus signos y prodigios, los realizas tú, mas con el poder de Dios. ¿Te acaricia, quizá, el favor popular, porque has dicho algo bueno y con gran acierto? Fue Cristo quien te dio la boca y la sabiduría. ¿Qué es tu lengua sino pluma de escribano? Y hasta eso lo has recibido de prestado. Es un talento que te han confiado: se te reclamará con sus intereses. Sólo si eres diligente en tus trabajos y fiel para dar fruto, será recompensado tu esfuerzo. Si no fuese así, te quitarán el talento, pero te exigirán los intereses y te llamarán siervo negliente y cobarde.
 Por tanto, toda la alabanza por los bienes de gracia que de cualquier forma se manifieste en vosotros, debe ser referida a él, como autor y dispensador de cuanto merezca ser alabado. Y no ficticiamente, como los hipócritas; ni por rutina, como los que carecen des espíritu religioso; ni por cierta necesidad, como se obliga a los jumentos a llevar la carga; sino como corresponde a los santos: con sinceridad constante, con devoción ardiente, con gratitud gozosa, pero no superficial. Ofreciendo un sacrificio de alabanza y cumpliendo nuestros votos día a día, procuremos con máxima vigilancia armonizar los sentimientos con las obras, el afecto con los sentimientos, el gozo con el afecto, la moderacon con el gozo, la humildad con la moderación, la libertad con la humildad. Así caminaremos en esta vida libres de las pasiones con un espíritu purificado, y si alguna vez salimos fuera de nosotros mismos a causa de afectos inusitados o por cierta satisfacción espiritual, nos adentraremos en los encantos del jubileo, en la luz de Dios, en la amabilidad, en el Espíritu Santo, y comprobaremos que somos de quellos que contemplaba el Profeta cuando decía: Caminarán, Señor, a la luz de tu rostro; tu nombre es un gozo cada día, tu justicia es su orgullo. Mas quizá alguien pueda decirme:
 VIII. ESTA INTERPRETACIÓN SE BASA EN EL SENTIDO LITERAL. 
 8. "Preciosa exhortación la que nos haces, pero si correspondiera al tema que te has propuesto". Esperad un momento, que no lo he olvidado. ¿No pretendíamos comentar la frase: Tu nombre es como un bálsamo fragante? Esto era lo que debíamos exponer. Vosotros juzgaréis si era necesaria la exposición anterior; por mi parte, os diré breventente por qué no estaba fuera de lugar. ¿No recordáis mi insistencia en la exquisita fragancia de los pechos de la esposa? ¿Puede pedírsele a la esposa mayor coherencia que la de reconocer su perfume como una gracia del esposo, sin pensar nunca en apropiársela como suya? Admitiréis que cuanto veníamos diciendo encaja con esta consideración. Es como si dijera: Si mis pechos exhalan este aroma y te agrada tanto, no lo atribuyo a mis méritos ni a mi empeño, esposo mío, sino a tu largueza conmigo y a la fuerza de tu nombre, que es como un bálsamo fragante". Sirva lo dicho para la ilación con el texto.
 9. En cuanto a la explanación detallada del versículo, creo que requiere otra oportunidad y otro contexto. Pero fue precisamente la frase misma la que me brindó la ocasión de extenderme tan ampliamente en este sermón sobre el abominable vicio de la ingratitud. Ahora me limito a sugeriros una reflexión: si la esposa no cae en la osadía de arrogarse lo más mínimo ninguna virtud suya, ni una sola gracia, ¿cuánto menos nosotros que quizá seamos todavía unos adolescentes? Digamos, pues, también nosotros a ejemplo de la esposa: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.
 Y digámoslo, no de palabra, sino con obras y de verdad, no sea que, como mucho me temo, se nos eche en cara aquello del salmo: Lo adulaban con sus labios, pero sus lenguas mentían; su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza.Exclamemos y digamos en lo más íntimo del corazón: Sálvanos, Señor Dios nuestro, reúnenos de entre los gentiles, para que alabemos tu santo nombre, no el nuestro, para que nos gloriemos en tus alabanzas, no en las nuestras, por los siglos de los siglos. 

RESUMEN
De Dios es la Gloria que nace de un inmenso mar y se distribuye por ríos y riachuelos para volver y volver a circular una y otra vez. Toda gloria es suya y jamás debemos intentar apropiárnosla. De nosotros es la paz, si cumplimos su voluntad. Por tanto, nada es nuestro sino que todo es por Él y por su gloria. 

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