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jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

LA GUARDA DEL CORAZÓN



1. Guarda con cuidado tu corazón, porque de él brota la vida. La vida brota del corazón por estos dos cauces: por una parte, con el corazón se cree y se obtiene la justificación, el justo vive de la fe, e corazón puro ve a Dios, es decir, lo conoce, pues la vida eterna consiste en reconocerte a ti como único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo. Y por otra parte, Cristo nuestra vida, que habita ahora por la fe en nuestros corazones, aparecerá glorioso y nosotros con él; y el que ahora está oculto en el corazón pasará como del corazón a todo el cuerpo, cuando transforme la bajeza de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Otro Apóstol lo confirma así: Ahora ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser. 2. Pero conviene examinar por qué se dice: Guarda con todo cuidado tu corazón. La gente del mundo suele decir: "Quien conserva su cuerpo se asegura un buen castillo". Nosotros decimos lo contrario: "Quien cuida su cuerpo conserva un vulgar estercolero". Así piensa el Apóstol: Quien cultiva la carne, cosechará corrupción; el que cultiva el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
 Esto significa que debemos cultivar y proteger ante todo el campamento del alma, porque de él procede la vida eterna. Pero este campamento está colocado en campo enemigo y lo atacan por todos los flancos. Por eso hay que defenderlo con todo cuidado, esto es, con la máxima vigilancia y por todas partes, abajo y arriba, por delante y por detrás, a derecha e izquierda.
 Por abajo le ataca la concupiscencia carnal y hace la guerra al alma, pues la carne tiene deseos opuestos al espíritu. Por arriba le amenaza el juicio de Dios: Es horroroso caer en las manos del Dios vivo. Por detrás acecha el placer mortal, que exhala el recuerdo de los pecados pasados; y por delante el asalto de las tentaciones. A la izquierda está la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores, y a la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Aquí nos ataca de dos maneras: por envidia a sus buenas obras, o por emulación a su gracia particular.
3. Vigile, pues, contra la carne una fuerte disciplina. Contra el juicio de Dios, el juicio de la propia confesión; y esto de dos maneras diversas: públicamente para los pecados públicos y en secreto para las faltas ocultas. Nos lo confirma el Apóstol: Si nos juzgáramos debidamente nosotros, no nos juzgarían. Contra el placer que suscita el recuerdo de los pecados pasados, la lectura frecuente. A la insistencia de las tentaciones, la insistencia en una oración suplicante. Contra la agitación de los hermanos, la paciencia y la compasión. Frente al fervor de los hermanos sumisos, la complacencia y la discreción. La complacencia elimina la envidia, y la discreción templa los excesos de la emulación.

RESUMEN
Del corazón brotan las emociones y la vida. En el futuro las emociones allí contenidas se dispersarán por todo el cuerpo.
Nuestro corazón es atacado por todos los frentes:
-Por debajo ataca la concupiscencia carnal. Nos defenderemos con una fuerte disciplina.
-Por arriba el juicio de Dios. Nos defenderemos con la propia confesión. Pública contra los pecados públicos. Oculta contra los pecados escondidos.
-Por detrás el placer de los recuerdos de los pecados pasados. Nos defenderemos con la lectura frecuente.
-Por delante el asalto de las tentaciones. Nos defenderemos con la oración suplicante.
-A la izquierda la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores. Nos defenderemos con paciencia y compasión.
-A la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Esto nos produce envidia y emulación de su gracia. Nos defenderemos con la complacencia que elimina la envidia y con la discreción que templa los excesos de emulación.

miércoles, 25 de junio de 2014

LA ALABANZA DE CRISTO


La alabanza no es perfecta en boca del pecador. Y también desdice en boca de un pecador arrepentido, porque todavía se siente confundido con el recuerdo y la memoria de su pecado, y lo llora frecuentemente. Pero aunque su alabanza no es perfecta ni armoniosa, su confesión sí es muy útil y provechosa.
 A medida que progresa en la gracia de Dios se entrega más a la labanza divina, se recrea asiduamente en ella y le absorbe de tal modo, que es lo único que le agrada. Entonces la alabanza de sus labios es digna de Dios. Así le sucede al agricultor: cuando abona los campos todo aparece cubierto de fanto y estiércol, y su labor es muy fecunda, pero muy poco agradable. En cambio, cuando recoge las gavillas, su trabajo es hermoso y placentero.

RESUMEN

La alabanza a Cristo es más grata a nuestro Señor cuando cuando progresamos espiritualmente y no tanto en las primeras fases del pecador arrepentido.

EN EL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

Una antorcha ardiente y luminosa

1. Jamás se aplique, hermanos, a nuestras reuniones, aquel reproche que el Profeta dirigía a las tertulias de los judíos: Vuestras asambleas están pervertidas. Nuestras asambleas no son malas, sino santas, religiosas, llenas de gracia y dignas de toda bendición. Os reunís para escuchar a Dios, alabarle, orar y adorarle. Esta reunión es algo sagrado, agrada a Dios y la frecuentan los ángeles. Asistid, pues, con respeto, con atención y con fervor espiritual, particularmente en la iglesia y en esta escuela de Cristo y auditorio del Espíritu. No os fijéis, hermanos, en lo visible y transitorio, sino en lo que no se ve y es eterno.

Guiaos por la fe, no por las apariencias. Este lugar es santo e impone respeto: en él hay más ángeles que hombres. Por todas partes vemos el cielo abierto de par en par y una escalera levantada con ángeles que suben y bajan sobre el Hijo del hombre. Este Hombre es un gigante: su trono es el cielo, y la tierra el estrado de sus pies. Su majestad es mayor que el cielo, pero está con nosotros hasta el fin del mundo. Los ángeles y santos suben y bajan hasta él, porque la cabeza y el cuerpo son un solo Cristo.

2. Y aunque no se puede separar la cabeza del cuerpo, los buitres se reúnen donde está el cuerpo, no donde está la cabeza. Además lo dijo el mismo Jesús: Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos. Tal vez alguno quisiera preguntarme: "¿Dónde está ahora Cristo? Preséntanos a Cristo y eso nos basta. ¿Por qué volvéis los ojos a todas partes? ¿Os habéis congregado para ver o para oír? El Señor Dios me abrió el oído, dice el Profeta. Me abre el oído para que escuche su palabra; pero no me abre los ojos para ver su rostro.

Sí, me abre el oído, y no me descubre su rostro. Está detrás de la tapia, oye y se le oye, pero no se deja ver. Escucha a los que oran e instruye a los que atienden. ¿Queréis una prueba de que Cristo habla por mí? Escúchale: Yo sentencio con justicia. ¿Cómo no va a usar la boca, si fue él quien la hizo? ¿No puede usar el alfarero sus vasijas? Señor, abre sus oídos y abre también mis labios, pues yo no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. Todo lo haces muy bien: haces oír a los sordos y hablar a los mudos.

3. Oíd, pues, hermanos, lo que dice de Juan, cuyo solemne nacimiento celebramos hoy: Era una lámpara encendida y resplandeciente. ¡Qué testimonio tan grande, hermanos míos! Si es grande aquel de quien se testifica, mucho mayor aún es quien lo testifica. Y lo dice abiertamente: Era una lámpara encendida y resplandeciente. Sólo lucir, es pura vanidad; sólo arder, no basta. Lo perfecto es arder y lucir.

Escuchemos la Escritura: El hombre religioso es estable como el sol, el necio muda como la luna. La luna resplandece, pero sin ardor: lo mismo está llena que menguante o vacía. Como tiene luz prestada cambia sin cesar: crece, mengua, se agota, se agota, se apaga y desaparece totalmente. Lo mismo ocurre a quienes se apoyan en los labios de los otros: tan pronto son muy grandes como insignificantes o nulos, según interese a sus aduladores vituperarlos o adularlos.

En cambio, el resplandor del sol es puro fuego, y cuanto más arde más nos deslumbra. Eso mismo es el hombre prudente: su ardor interior irradia al exterior. Y si no puede unir ambas cosas, prefiere ante todo arder, para que le recompense su Padre que ve lo escondido. ¡Pobres de nosotros hermanos, si unicamente brillamos! Porque es innegable que lucimos y nos aplauden los hombres. A mí me importa muy poco que me exija cuentas un tribunal humano: quien me las pide es el Señor, el cual exige a todos arder, no brillar. Recordadlo: He venido a encender fuego en la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Este es el mandamiento universal y lo que se espera de todos; y si falta esto no valen excusas.

4. A los Apóstoles y hombres apostólicos se recomienda encarecidamente: Que vuestra luz ilumine a los hombres. Como si dijera: estad encendidos y arded con fuerza, y de ese modo no temeréis el soplo y el ímpetu de los vientos. Eso mismo se dijo a Juan. Pero aquéllos lo escuchan sólo con los oídos, este, en cambio, lo aprendió internamente como los ángeles, porque nadie está tan cerca de Dios como la voz que precede al Verbo. Ahí sobran las palabras externas e intermedias para comunicarse. Juan no recibió su sabiduría por la predicación, sino por la inspiración que recibió en plenitud del Espíritu en el seno de su madre.

Sí, fue una antorcha ardiente y abrasada, tan invadido del fuego celeste que sintió la presencia de Cristo antes de ser consciente de sí mismo. Un fuego nuevo acaba de ser arrojado del cielo y había entrado por la boca de Gabriel en el oído de una virgen. Y ahora la boca de la Virgen lo hace llegar al niño por el oído de su madre. Desde ese momento el Espíritu Santo toma posesión de su instrumento elegido y lo convierte en lámpara de Cristo, el Señor.

Desde entonces fue una lámpara encendida, aunque escondida momentaneamente bajo el celemín. Pronto estará sobre el candelero y alumbrará a todos los que estén en la casa del Señor. Entonces sólo podía iluminar al celemín, esto es, a su madre, y lo hizo revelándole con saltos de gozo el gran misterio de la misericordia. ¿Quién soy yo, dice ella, para que me visite la madre de mi Señor? ¡Mujer!, ¿quién te dijo que es la madre del Señor? ¿De qué me conoces? Ella responde: En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre.

5. Aquel fue el momento en que llenó de luz al celemín, en el que se ocultaba. Ese celemín conocía ya muy bien la antorcha encendida que poco después alumbraría al mundo entero con nuevos resplandores. Era una lámpara encendida y resplandeciente. No dice: "resplandeciente y encendida". El ardor de Juan no procedía de su brillo, sino al contrario, el resplandor emanaba de su ardor. Porque hay algunos que no lucen porque arden, sino que arden para lucir. A éstos no les inflama el espíritu de caridad, sino el ansia de vanidad.
 ¿Queréis conocer cómo ardió y brilló Juan? Yo creo que podemos hallar en él tres maneras de arder y de iluminar. Ardía en sí mismo con una gran austeridad de vida, ardía para Cristo con un fuego de amor profundo y total, y ardía con los pecadores amonestándoles sin cesar y libremente. Para ser más concisos, brilló por su ejemplo, su dedo y su palabra. Se nos mostró como modelo a imitar, nos indicó otro astro mucho mayor que pasaba inadvertido y era el único capaz de perdonar los pecados, e iluminó nuestras tinieblas, como dice la Escritura:Señor, tú enciendes mi lámpara, alumbra mis tinieblas, para que me corrija. 
6. Contempla, pues, a este hombre prometido por el oráculo de un ángel, milagrosamente concebido y santificado en el seno de su madre. Admira también el nuevo fervor de penitencia de este hombre nuevo. El Apóstol nos propone este ideal: Teniendo qué comer y con qué vestirnos podemos estar contentos. Ésta es la perfección apostólica. Pero Juan fue mucho más allá, como nos dice el Señor en el Evangelio: Vino Juan que ni comía ni bebía,e iba medio desnudo. Comer saltamontes no es propio de hombres, sino de ciertos animales; y tampoco lo es vestirse con piel de camello. Camello, ¿cómo le dejaste tu piel? ¿Por qué no le diste tu jiba? Y vosotras, fieras salvajes y reptiles del desierto, ¿por qué buscáis manjares exquisitos?
 Juan es un santo varón, enviado de Dios, un ángel de Dios, como dice el mismo Padre: Mira, yo te envío mi mensajero por delante. Juan, el hombre, más grande que ha nacido de mujer, castiga de este modo su cuerpo inocente, lo abate y lo mortifica. ¿Y vosotros soñáis con vestidos de púrpura y de lino, y banquetear espléndidamente? ¿A esto se reduce toda la grandeza de este día? ¿Este es el homenaje que ofrecéis al bautista? ¿Este es el regocijo que nos habían prometido por su nacimiento? ¿De quién celebráis la memoria, sacerdotes refinados? ¿Qué nacimiento festejáis? ¿No es acaso el de aquel que vivió en el desierto con un áspero vestido y muerto de hambre? Hijos de Babilonia, ¿qué salísteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿A qué salisteis si no? ¿A ver un hombre vestido con elegancia, y alimentado con regalo? Toda la fiesta se reduce para vosotros a seguir las normas del gusto popular, vestir con todo lujo y comer a placer. ¿Tiene algo que ver con Juan? Todo ese le repugnaba y jamás lo hizo. 
7. El ángel dijo: Serán muchos los que se alegren de su nacimiento. Sí, es cierto: muchos se alegran de su nacimiento. Incluso para los paganos, según nos dicen, es un día festivo y solemne. Pero si ellos lo celebran sin conocerlo, para los cristianos no debería ser así. Estos se regocijan en ese día del nacimiento de San Juan, pero ojalá fuera de su natividad, y no de la vanidad. ¿Qué hay bajo el sol sino vanidad de vanidades?¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que le afligen bajo el sol? Hermanos, bajo el sol está todo cuanto abarcan los ojos, y se somete al influjo de esta luz material; ¿y eso qué es, sino una niebla que se ve un poco? ¿No es acaso pura hierba y flor de hierba? Lo dice el Señor: Todo es mortal hierba, y toda su belleza es flor de hierba: se agosta la hierba y cae la flor. En cambio la palabra del Señor permanece para siempre. 
 Hermanos, entreguémonos a esta palabra que nos promete la vida y el gozo eternos. No trabajemos por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando una vida sin término.¿Y cuál es? No de solo pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su boca. Queridos hermanos, cultivemos esta palabra, cultivemos el espíritu, porque el que cultiva los bajos instintos sólo cosechará corrupción. Que nuestro gozo sea interior, no un simple gesto exterior. O como dice el Apóstol: Afligidos por la humildad gravedad, y siempre alegres por el gozo interior. Queridos hermanos, alegrémonos en y por el nacimiento de San Juan. 
8. Tenemos mil motivos y mucha materia para gozarnos al celebrar su memoria. fue una antorcha, y los judíos quisieron disfrutar de su luz. Él, empero, prefirió saborear el fervor de la devoción y deleitarse con la voz del esposo, su amigo. Recreémonos: en ambas cosas: en lo primero por él, y en lo segundo por nosotros. Porque, ardía para sí mismo, y lucía para nosotros. Alegrémonos con su fervor con deseos de imitarle. Disfrutemos de su luz, pero no nos quedemos en ella, sino que su luz nos haga ver la luz: la luz verdadera, que no él, sino aquél de quien testifica. 
 Vino Juan, dice el Señor, que no comía ni bebía. Esta frase me enfervoriza y me humilla. ¿Es posible, hermanos, examinar atentamente la penitencia de Juan y pensar después que la nuestra es extraordinariamente importante? ¿Nos atrevemos a quejarnos de los achaques y decir "sufro mucho o demasiado"? ¿Qué homicidios, sacrilegios o delitos propios expiaba Juan con este género de vida? Animémosnos a hacer penitencia y exijámonos la expiación, para librarnos del juicio terrible de Dios vivo. Y si nos falta el fervor, que lo supla la humildad de una sincera confesión. Dios es fiel, y si reconocemos nuestros pecados, manifestamos nuestras miserias, y no ocultamos nuestras flaquezas, él nos perdonará todos los pecados. 
9. El fervor de Juan se manifiesta en esto y en su preocupación por los pecados del prójimo. Ese es el orden justo y razonable: fijarte primero en ti mismo. Como dice el salmista: Absuélveme de lo que se me oculta, preserva a tu siervo de lo ajeno. Camada de víboras, dice Juan, ¿quien os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente? ¡Qué fuego espiritual tan vivo lanzan estas chispas y ascuas encendidas! No perdona ni a los fariseos: No empecéis a decir que Abrahan es vuestro padre, porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacarles hijos a Abrahán. 
 Pero todo esto no pasaría de bellas palabras si se detuviera ante la presencia de los poderosos. Nada de eso: reprende con plena libertad de espíritu a un rey cruel y soberbio, saliendo expresamente del desierto con santa indignación, y mostrándose inflexible a los halagos y al martirio. El Evangelio dice que Herodes miraba con respeto a Juan, seguía muchas veces sus consejos y le gustaba escucharle. A pesar de ello él le corregía abiertamente: No te está permitido tenerla. Fue encadenado y encarcelado, pero se mantuvo fiel a la verdad y murió gloriosamente por ella. 
 Queridos hermanos, arda también en nosotros este celo: el amor de la justicia y el odio de la maldad. Hermanos, que ninguno adule el vicio ni arrope al pecado. Nadie diga: ¿soy yo el guardián de mi hermano? Nadie consienta, si de él depende, que se pierda la Orden o disminuya la o disminuya la observancia. Callar cuando debes reprender, equivale a consentir. Y sabemos muy bien que la misma pena merece quien hace el mal y quien lo consiente.
10. ¿Qué podemos decir del amor humilde y lleno de ternura de Juan para con el Señor? Por eso saltó de gozo en el vientre y se intimidó en el Jordán, antes de bautizado. Por eso decía que él no era el Mesías, como algunos creían, e incluso se consideraba indigno de desatarle la correa de las sandalias. Por eso se regocijaba con la voz de su amigo el novio. Y proclamaba que había recibido un amor que respondía a su amor. Y que Dios no le escatimó el Espíritu, sino que todos recibimos de su plenitud.
 ¿Y no vas a someterte a Dios, alma mía? Jamás seré una lámpara encendida, si no amo al Señor mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y todas mis fuerzas. Solamente el amor impulsa a la salvación, porque lo infunde y aviva el Espíritu y no podemos apagarlo jamás. Así ardía Juan, y si te das cuenta, por eso mismo alumbró tanto. Pues si no hubiera alumbrado, ignorarías si estaba ardiendo.
11. Resplandeció, como dije antes, con el ejemplo, con el dedo y con su palabra. Con las obras se nos manifestó a sí mismo, con el dedo nos señaló a Cristo, y con su palabra a nosotros mismos. A ti, niño, dice su padre, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación. Fijaos, no dice: para dar la salvación -él no era la luz-, sino para anunciar la salvación, y dar testimonio de la luz. Vamos a repetirlo: Anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de los pecados. A un hombre sabio le gusta conocer todo cuanto se refiere a la salvación. 
 Supongamos que todavía no hubiera venido Juan, ni se nos hubiera dicho nada de Cristo: ¿dónde buscaríamos la salvación? Yo he pecado mucho: la sangre de becerros y cabras no me alcanza el perdón, porque al Altísimo no le agradan los holocaustos. Mi memoria está infectada de los posos de tanto horror, no hay navaja capaz de raer esta membrana, pues está totalmente empapada de sedimentos. Si olvido mi pecado, soy un necio y un ingrato. Si lo conservo en la memoria, me acusará eternamente. ¿Qué voy a hacer? Acudiré a Juan y escucharé su palabra de alegría y de misericordia, su mensaje de gracia, su promesa de perdón y de paz. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. O aquel otro: A la esposa la tiene el esposo. Con esto me dice que ha venido Dios, el Esposo y el Cordero. Sí, ha venido Dios, porque puede quitar el pecado. Por ahora no nos preguntamos si quiere hacerlo. Pero sí que lo quiere, porque es Esposo, todo amor. Y Juan es amigo del Esposo, porque el Esposo sólo trata con sus amigos. Y aunque suspira por una esposa radiante, sin mancha ni arrugas ni nada parecido, no lo busca. ¿Dónde la encontraría? Él mismo se la crea y se la presenta a sí mismo. Escucha al Profeta: La gente suele decir, si una mujer duerme con otro, ¿volverá a su primer marido? Tú has fornicado con muchos amantes. Pero vuelve a mí y te recibiré. Hasta aquí llega su poder y su amor. 
12. ¿Temes ante esa purificación que viene a hacer de los delitos, porque crees que usará el cauterio y bisturí y llegará hasta los huesos y a la médula de los huesos, y te causará un dolor más fuerte que la muerte? Escucha: es un Cordero; viene lleno de mansedumbre, con lana y leche; sólo con su palabra santifica al pecador. ¿Hay algo más simple que una palabra, como dice el Cómico? Pues basta una palabra tuya y mi criado se curará.
 Hermanos, ¿por qué dudamos, y no nos acercamos confiadamente al tribunal de la gloria? Demos gracias a Juan, y vayamos de su mano a Cristo, porque como él nos dice: A él le toca crecer y a mi menguar. ¿En qué sentido debe menguar? En el resplandor, no en el perdón. Replegó sus rayos, y se replegó sobre sí mismo, para no ser como aquellos que agotan todo su interior. Le toca crecer a él, porque es inagotable y de su plenitud todos recibimos. Y a mí menguar, porque tengo un espíritu limitado y debo intentar arder más que brillar. Precedí al sol, como estrella de la mañana; pero cuando él ya ha salido, yo me oculto. Sólo tengo un poco de aceite para ungirme. Y lo conservo más seguro en una botella que en la lámpara. 


RESUMEN

-Descripción de un lugar maravilloso donde se funden cielo y tierra, se abre una escalera como la de Jacob y es morada del Hijo del hombre.

-Podemos oír al Señor y dirigirnos a Él, pero no podemos ver su rostro. Nosotros somos el cuerpo y Él es la cabeza. No se puede separar lo uno de lo otro, pero los buitres se acumulan sobre el cuerpo.

-Juan era una lámpara encendida y resplandeciente que brillaba con luz propia, no reflejada; vino a transmitirnos su fuego.

-Transmisión del espíritu desde María, madre de Cristo. 
-Diferencia entre el ardor que procede del brillo(vanidad) y el brillo que procede del ardor (el caso de Juan). 
-Pobreza con la que vivía Juan tan diferente a cómo celebramos su fiesta. 
-Motivos para alegrarnos del nacimiento de San Juan.
-Recordemos su memoria. Su penitencia como ejemplo y como forma de alcanzar el perdón de los pecados. 
-La búsqueda de la verdad primero en uno mismo y luego en los demás, sin caer en falsedades ni en su consentimiento.
-Amor humilde y lleno de ternura como ejemplo.
-Resplandeció con el dedo (nos señaló a Cristo), con las obras ( a sí mismo) y con su palabra (a nosotros mismos). Como amigo del Esposo es capaz de quitar el pecado.
-No debemos temer porque es un cordero que viene lleno de leche y miel. El mengua en resplandor pero no en perdón. Debe menguar para que el Mesías crezca.

DOMINGO IV DE PENTECOSTÉS: David, Goliat y los cinco guijarros:


DOMINGO IV DE PENTECOSTÉS

David, Goliat y los cinco guijarros

1. Hemos oído en el libro de los Reyes cómo presumía el gigante Goliat de su fuerza y de su gran estatura, y cómo desafiaba al ejército de Israel incitándole a luchar mano a mano contra él. También hemos escuchado cómo suscitó Dios el espiritu de un joven, que se sintió profundamente herido al ver que un hombre bastardo e incircunciso injuriaba al ejército de Israel y al Dios Altísimo. Vimos salir al joven con la honda y unos guijarros del arroyo y avanzar hacia ese monstruo humano que se le acercaba con casco, cota de malla, escudo y toda clase de armas de guerra.
Nuestras entrañas se conmovieron de temor ante ese joven que así se lanzaba al combate, y estallaron de júbilo con su victoria. Elogiamos la grandeza del alma de ese joven, devorado por el celo de la casa de Dios. No fue insensible a los insultos dirigidos contra Dios, sino que salió en su defensa como si fuera algo suyo, y le dolía el desastre de José. Nos asombra ver en un adolescente mucha más audacia que en todo Israel. Hemos visto en la victoria un prodigio del cielo y un prodigio inconfundible del poder divino. Y ahora lo celebramos delirantes de gozo, porque hace unos momentos estábamos pendientes del duelo mortal de un joven, armado con la fe y un gigante orgulloso de sus fuerzas.
2. Mas el Apóstol nos enseña que la ley es espiritual y que no se ha escrito solamente para deleitarnos con descripciones y sucesos externos, sino también para saciar el apetito de nuestros sentidos interiores con la médula del trigo. Veamos, pues, quién es ese Goliat altivo y orgulloso, que se atreve a injuriar al pueblo de Dios que ha entrado en la tierra prometida y ha triunfado de tantos enemigos. Yo creo que aquí se insinúa muy claramente la soberbia del hombre orgulloso. Es el mayor pecado que existe, el que más ofende al pueblo de Dios, y que ataca sobre todo a los que parece han vencido los demás pecados. Por eso le incita a luchar mano a mano, cual si diera por derrotados a los demás.
Los fiilisteos temían entrar en guerra contra Israel, y toda su confianza la habían puesto en aquel gigante Goliat. ¿Por qué le tienta a este hombre la soberbia, si ya le tienen encadenado la envidia y la tibieza que provoca vómito a Dios, y la pereza que, como el estiércol de los bueyes, lo ha hecho más duro que una piedra? ¿Que le queda por hacer a la soberbia y a la arrogancia, si tiene tanto vicios que se siente ya derrotado por todos?¿Quién os hará combatir contra el pésimo vicio de la soberbia sino la mano fuerte que ha sometido los otros vicios? Salga, pues, David con el vigor de sus manos, pues sólo será posible vencer a este enemigo con el vigor de un brazo robusto. Empuñe las armas contra Goliat que ya ha matado a osos y leones.
3. Mire a ver si le valen las armas de Sául, la sabiduría del mundo, las doctrinas filosóficas o el sentido material de las escrituras, que para el Apóstol es letra que mata. Vea si con estas armas puede aniquilar la soberbia y alcanzar la humildad. O tal vez no se siente protegido, sino aprimido con ellas. Se desprende de todos estos arreos, y pone toda su confianza en el Señor. No se apoya para nada en sí mismo: su única arma es la fe. No se intimida ante la corpulencia de Goliat, ni teme verse aplastado por su peso. El Espíritu le impulsa a cantar con el espíritu y la mente: El Señor es la defensa de mi vida, etc. 
Pedro no pensó en la fuerza del viento, ni en la profundidad del mar, ni en el peso de su cuerpo: se lanzó al agua fiado en la palabra del Señor y no se hundió ni tuvo miedo. Pero cuando sintió la fuerza del viento le entró miedo y comenzó a hundirse. También Saúl intenta persuadir a nuestro héroe. No podrás acercarte a ese filisteo para luchar contra él, porque eres un muchacho, y él es un guerrero desde su juventud. Pero David no entiende esas teorías, y confiado en la fuerza de aquel con la que tantos triunfos había conseguido, se acerca animoso. Se quita las armas de Saúl y coge cinco cantos del arroyo que el agua en su corriente pudo alisar pero no arrastrar. El torrente que debemos vadear es la vida actual, pues como dice la Escritura, se va una generación y viene otra, cual olas encrespadas que se empujan unas a otras. Y como toda carne es hierba y su belleza como flor campestre, la corriente del arrastra consigo todo lo baladí. Pero la palabra del Señor, impávida ante las olas, permanece por siempre.
4. Yo creo que podemos entender estas cinco piedras como cinco aspectos distintos de la Palabra divina: amenaza, promesa, amor, imitación y oración. De todo esto encontramos una gran abundancia en la Escritura. Y es posible que Pablo se refiera también a esas cinco palabras cuando prefiere pronunciar cinco palabras inteligibles a diez mil en una lengua extraña. Porque el papel de este mundo está para terminar. O como leemos en otro lugar: El mundo pasa y su concupiscencia también. En cambio, estas palabras, frente al vértigo del mundo, permanecen inmutables y se pulen sin cesar, pues el correr de los años acrecienta su sabiduría. 
El guerrero David coge estas piedras para luchar contra el espíritu de soberbia y las guarda en el zurrón de la memoria. Fíjate cómo nos amonesta Dios, cuándo nos compromete, qué amor nos tiene, qué ejemplos de santidad nos ha dado, y cómo nos recomienda entregarnos a la oración. Tome, pues, estas piedras el que desea derribar el orgullo, y cada vez que levante su cabeza venenosa, láncele la primera piedra que se le ocurra el pensamiento. Y Goliat, herido en la frente, caerá desplomado y confundido. En esta pelea también es necesaria la honda, es decir, la longanimidad, que no puede faltar de ninguna manera. 
5. Siempre, pues, que un pensamiento de soberbia, tiente tu espíritu, estremécete desde lo más profundo de tu ser ante las amenazas de Dios, o aviva el deseo de sus promesas: Goliat no resiste el golpe de esas piedras que aniquilan su altivez. Y si recuerdas el amor inefable que te ha demostrado el Dios de la majestad, ¿no se inflamará tu caridad, te despreciarás a ti mismo, y desecharás la vanidad?
Lo mismo podemos decir si meditas atentamente los ejemplos de los santos: es un pensamiento muy útil para vencer la soberbia. Pero si te acomete de improviso la vanidad, y no puedes echar manos de esos remedios, refugiate con todo fervor en la oración. Y ese maldito que parecía más alto e indomable que los cedros del Líbano, desaparecerá inmediatamente. 
6. Quizás me preguntes cómo puedes cortar la cabeza a Goliat con su propia espada. Es la hazaña más gloriosa para ti, y la que más humilla al enemigo. Lo diré en dos palabras, pues estoy hablando con gente experta que comprende fácilmente y advierte al instante lo que experimenta sin cesar. Cuando te provoque la vanidad, y con el recuerdo de las amenazas de Dios, sus promesas y todo lo que hemos dicho, comiences a avergonzarte y humillarte, entonces derribas a Goliat.
Pero es posible que todavía esté vivo. Acércate a él antes que se levante y, de pie sobre su cuerpo, córtale la cabeza con su propia espada. Así utilizarás la vanidad que te incitó, para eliminar esa misma vanidad. Si te tienta un pensamiento altivo, toma pie y ocasión de eso mismo para humillarte, hasta que sientas de ti más humilde y bajamente, y te pongas por un soberbio. Así es como rematas a Goliat con su misma espada.
RESUMEN
Goliat es el prototipo de la soberbia. David logra vencerlo con cinco guijarros que simbolizan: amenaza, promesa, amor, imitación y oración. Vence a Goliat entregado a la fuerza del espíritu. Hace frente a su amenaza, y lo amenaza con su fe en Dios, se deja llevar por la promesa de una transcendencia por encima del paso fugaz de las generaciones, lucha con amor hacia la justicia, imita el sacrificio de otros y encuentra refugio en la oración. Aniquilando la vanidad, propia y extraña, acabamos por decapitar a la soberbia. También debemos aniquilarla en nosotros mismos, que no queremos ser soberbios y, sobre todo, guardar en el zurrón de nuestra memoria lo que significan esos cinco guijarros.

EN EL NACIMIENTO DE SAN BENITO


Siempre que os reunís para escuchar el mensaje de salvación, me invade, hermanos míos, el profundo temor de que alguno lo reciba con poco dignidad y no como se merece la Palabra de Dios. Es que la tierra que se embebe de las lluvias frecuentes y no da fruto es tierra de desecho, a un paso de la maldición. Por mi parte yo quiero ser fuente de bendiciones y no de maldiciones. Más aún deseo que la bendición de nuestro Padre Celestial -pues no es mía aunque la recibís de mis labios por disposición suya- actúe siempre en vosotros como bendición y jamás se trueque en maldición.
 Hoy celebramos el nacimiento de nuestro glorioso maestro Benito. Vosotros esperáis el acostumbrado sermón, y él merece que sea solemne. Debéis apreciar y honrar este nombre tan entrañable, rebosantes de alegría, porque él es vuestro caudillo, vuestro maestro y vuestro legislador. También yo me deleito al recordarlo, aunque, cuando oigo el nombre de padre, me sonrojo. Vosotros y yo le imitamos en la renuncia del mundo y en la profesión de la disciplina monástica. Pero, además de eso, soy el único que comparto con él el nombre de abad.
 Sí, él fue abad, y yo también. Pero ¡qué abad y qué abad! El título es idéntico, pero en uno se reduce a una pobre sombra de una gran realidad. El ministerio es el mismo, pero ¡ay de mí! ¡Qué distintos son los ministros y que abismo en su manera de actuar! Pobre de mí, bienaventurado Benito, si estoy tan alejado de ti en la otra vida como ahora me veo tan distante de las huellas de tu santidad! No tengo por qué alargarme más en esto. Estoy hablando a quienes me conocen muy bien. Sólo os pido que aliviéis con vuestra compasión de hermanos esta vergüenza y temor que siento.
 Ya que se me ha confiado este ministerio y no tengo nada que ofreceros, voy a pedir al mismo San Benito tres panes para que los comáis. Sí, alimentaos con su santidad, su justicia y su piedad. Recordad, hermanos, que no todos los que asistieron a la procesión del Señor tendieron sus vestidos por el suelo. Si Dios quiere celebraremos muy pronto aquella entrada del Señor antes de su pasión. El iba montado en un asno y le acompañaba un gran gentío. Algunos extendían sus mantos por el camino y otros cortaban ramas de árboles. En realidad eran unos detalles insignificantes porque los habían recibido gratis y los daban de balde. Pero al menos hicieron algo y no se dice que se les expulsara de la procesión. 
 Vosotros, hermanos míos, sois el humilde jumento de Cristo y podéis aplicaros aquello del Profeta: Soy como un jumento ante ti y estaré siempre contigo. En vosotros se sienta Cristo porque el alma del justo es trono de la Sabiduría; y el Apóstol afirma que Cristo es trono de la virtud y sabiduría de Dios. Ya que no tengo unos mantos para poner a vuestros pies, intentaré cortar, al menos, unas ramas para cooperar de algún modo con mi ministerio a esta grandiosa procesión.
 San Benito fue un árbol frondoso y fecundo: un árbol plantado junto a un río caudaloso. ¿Por dónde fluía este río? Por los valles, porque los ríos fluyen entre los montes. ¿No veis cómo serpentean los torrentes por los flancos de las montañas y caminan presurosos por los humildes valles? Lo mismo ocurre aquí: Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes. Pisa tú tranquilamente aquí, si te crees jumento de Cristo; apóyate en esta rama y camina por el sendero del valle. 
 La vieja serpiente se encaramó al monte, mordió al caballo en la pezuña, y el jinete cayó despedido hacia atrás. Tú elige los valles para caminar y para plantar. En los montes no solemos plantar árboles, porque casi todos son áridos y rocosos. En los valles, en cambio, hay mucho mantillo: medran las plantas, hay buenas espigas y se cosecha el ciento por uno. Lo dice la Escritura: los valles se cargan de mieses. Ya ves: al valle se le encomia siempre y a la humildad siempre se la ensalza. Planta, pues, tú también junto a la corriente de aguas, porque allí abundan los dones del Espíritu y las aguas que cuelgan en el cielo alaban el nombre del Señor. Es decir, las bendiciones celestiales impulsan a alabarlo.
Carísimos, perseveremos aquí y estemos bien plantados para no secarnos. No seamos veletas, como dice la Escritura: si el que manda se enfurece contra ti, tu no dejes tu puesto. Ninguna tentación os abatirá si no aspiráis a grandezas que superan vuestra capacidad y estáis arraigados y cimentados en las gruesas raíces de la humildad. Este santo confesor del Señor estaba plantado junto a la corriente de las aguas, y por eso dió fruto en su sazón.
 Algunos no dan fruto. Otros lo dan, pero no es el suyo propio. Y otros dan su fruto pero no a su tiempo. Hay plantas estériles como el roble, el olmo o los árboles silvestres. Nadie las cultiva en su huerta, porque no dan fruto, y lo poco que dan no lo comen las personas sino los cerdos. Así son los hijos de este mundo entregados a comilonas y borracheras, orgías y desenfrenos, sensualidad y torpeza. Esta comida de puercos la tiene prohibida el auténtico judío y el cristiano no debe ni olerla. Si comemos carne de cerdo, se mezcla con la nuestra y se identifica con nosotros. Lo mismo ocurre con quien infringe los preceptos del Señor: se asocia a los espíritus inmundos e identificado con ellos, se convierte en un verdadero demonio.
 Por eso estaba prohibido ofrecer aquel animal como holocausto, porque simboliza a los espíritus sucios e inmundos, que rechazan la limpieza y se revuelcan en sus propios excrementos, envueltos en el cieno de sus crímenes y vicios. El evangelio nos dice también que aquella maldita legión, al ser expulsada de un hombre, pidió meterse en el animal más parecido a ella, el cerdo. Y se le concedió. Para esos dan fruto los árboles estériles, a cuya raíz hay un hacha preparada.
 Los árboles que dan fruto, pero no el suyo propio, son los hipócritas. Lo mismo que Simón Cireneo, llevan una cruz que no es la suya. Y lo hacen a la fuerza, porque carecen de espíritu religioso. Por el deseo de la gloria se ven obligados a hacer lo que les repugna. La expresión a su tiempo va contra los que pretenden dar fruto antes de tiempo. ¿No tememos nosotros que se pierdan las flores de los árboles cuando brotan prematuramente? Lo mismo con ciertas personas: dan frutos prematuros, pero insípidos. Al día siguiente de su conversión quieren comunicar ya su fruto a los demás. Se saltan las normas y trabajan con el primogénito de las vacas o esquilan las primicias de las ovejas. 
¿Queréis saber con qué cuidado evitó esto nuestro santo Maestro? Aquí tenéis un ramo de muestra: vivió tres años a solas con Dios y totalmente desconocido de los hombres. Dio mucho fruto, bien lo sabéis, pero a su tiempo. Cuando le atormentaba la pasión carnal y estaba casi al borde de ceder y dejar la soledad, ni se le ocurrió dar su fruto a los demás. Yo no me olvidaré jamás de este ramo. Es verdad que molesta por sus agudas espinas, pero en ellas se arrojó este bendito del Señor, y no deja de ser muy provechoso. Sí, es muy útil para que el jumento del Señor evite las trampas de las tentaciones; y en vez de consentir en ellas, resista denodadamente y confíe en el Señor sin perder la esperanza. Pon tu aquí tus pies, jumento de Cristo, y, por muy importante que sea la tentación, no cedas, ni pienses jamás que estás desamparado del Señor. Recuerda lo que dice la Escritura: Invócame el el día del peligro.  Yo te libraré y tú me darás gloria.
 Como os venía diciendo, San Benito no pensó que le había llegado el tiempo de la cosecha cuando sufría tan grandes tentaciones. Pero llegó el momento y dio fruto a su tiempo. Entre sus frutos encontramos aquellos tres que indiqué anteriormente: su santidad, su justicia y su piedad. Los milagros confirman su santidad, la doctrina es signo de la piedad y su vida patentiza su justicia. Ahí tienes, jumento de Cristo, unos ramos de hojas verdes cuajados de flores y cargados de frutos. Apóyate en ellos y avanzarás con toda seguridad.
  Pero a qué fin te propongo sus milagros? ¿Para que también tu quieras realizarlos? En absoluto. Unicamente, para que te apoyes en ellos, es decir, para que confíes y te alegres de tener un pastor tan magnífico y un patrono tan extraordinario. Si fue tan poderoso en la tierra, mucho más lo es en el cielo. A tanta plenitud de gracia corresponde una gloria sublime. De la vitalidad de las raíces depende la frondosidad de las ramas. Suele también decirse: "Si quieres saber cuántas raíces tiene un árbol, cuenta sus ramas". Por eso, aunque nosotros no hacemos milagros, nos gozamos muchísimo con los de nuestro patrono.
  Su doctrina, en cambio, nos instruye y guía nuestros pasos por el camino de la paz. Y su integridad de vida nos infunde aliento y vigor, porque estamos seguros de que sus enseñanzas son el reflejo de su vida, y eso nos impulsa a practicar generosamente lo que nos pide. El sermón más elocuente y eficaz es el propio ejemplo, pues el que practica lo que enseña convence de que es posible aquello que aconseja.
 Así  es cómo la santidad alienta, la piedad instruye y la justicia confirma. ¡Qué amor tan grande supone haber sido útil a sus coetáneos y preocuparse de sus sucesores! Este árbol no sólo dio fruto a los de su tiempo, sino que continúa creciendo y dando fruto. Ha sido muy amado de Dios y de los hombres. Porque cuando vivía estuvo colmado de bendiciones, como tantos otros que sólo fueron amados y conocidos de Dios. Y su recuerdo es para nosotros una fuente de gracias. Hoy mismo proclama de tres maneras su amor al Señor y alimenta su rebaño con estos tres frutos: su vida, su doctrina y su intercesión.
 Carísimos míos, acudid sin cesar a ellos y frustificad también vosotros. Vuestro único destino es caminar y dar fruto. ¿De dónde tenéis que partir? De vosotros mismos. Lo dice la Escritura: Deja tu propia voluntad. También el Señor salió a sembrar su semilla. Fijaos: ahora habla de su semilla y antes habló de su fruto. Imitémosle, hermanos. Ha venido únicamente para ser nuestro modelo y enseñarnos el camino. 
 Pero tal vez podíamos añadir que el Señor es un árbol, y debemos tomar de él las ramas que ponemos a vuestros pies. No hay duda que es un auténtico árbol, una planta celestial trasplantada en la tierra, como dice la Escritura: La verdad brotó de la tierra. Aquí tenéis una de sus ramas: se anonadó. Haced vosotros lo mismo, como os lo repite conmigo el Apóstol: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se anonadó y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. 
 Queridos hermanos, anonadaos también vosotros, humillaos, enterraos y despreciaos. Sembrad un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual. Despreciad vuestras propias vidas, y las conservaréis para una vida sin término. ¿Queréis saber cómo practicó el Apóstol esto que nos enseña? Escuchadle: Si perdemos el juicio, es por Dios, y si somos cabales, es por vosotros. ¿Qué ha hecho por ti? Aquí lo tienes:yo soy como un objeto perdido. La mejor manera de perderse es no hacer nada para sí mismo, sino dirigir plenamente la intención y el deseo a complacer a Dios y al bien de los hermanos. Desgraciado, en cambio, quien siembra en la carne, porque cosechará corrupción.
 En otro lugar está escrito: Dichosos los que siembran en todas las aguas. ¿Es posible sembrar en todas las aguas? Tal vez se refiera a aquellas aguas de la Escritura: Las aguas que están en el cielo alaben el nombre del Señor, es decir, las virtudes angélicas y pueblos celestes. Sí, a eso se refiere, porque somos el espectáculo del mundo, de los ángeles y los hombres
 Sembremos, pues, en los hombres el ejemplo de obras sinceramente buenas. Sembremos en los ángeles el gozo profundo de nuestras aspiraciones más íntimas y de todo aquello que sólo ellos conocen. Los ángeles de Dios sienten una inmensa alegría por un solo pecador que se enmienda. Por eso dice el Apóstol: Obrad lo bueno no sólo ante Dios, sino también ante los hombres. Ante Dios quiere decir ante aquellos que están en su presencia. Les complace mucho ver orar en silencio, meditar algún salmo o hacer algo semejante. Esa es, hermanos, vuestra sementera y vuestra cosecha. Sembrad, que eso mismo han hecho otros muchos antes que vosotros. Dad fruto, porque ellos sembraron para vosotros.
 ¡Linaje de Adán! ¡Cuántos han sembrado en ti, y qué simiente tan estupenda! ¡Qué muerte tan atroz y tan merecida será la tuya si se malogra en ti tanta simiente y tanto sudor de los sembradores! ¿A qué tormento te condenará el labrador si echas a perder todo esto? Sembró en nuestra tierra la misma Trinidad, sembraron los ángeles y apóstoles, los mártires, los confesores y las vírgenes.
 La simiente de Dios Padre fue aquella Palabra inefable  que brotó de su corazón. El Señor derramó su bondad, y nuestra tierra dió su fruto. También sembró el Hijo, pues él fue precisamente quien salió a sembrar su simiente. No fue el Padre quien salió, sino el Hijo, que procede del Padre y vino al mundo. Era un designio de paz en el corazón del Padre, y quiso ser nuestra paz en el seno de su Madre. El Espíritu Santo sembró cuando vino, y aparecieron unas lenguas como de fuego sobre los discípulos. Sembró, pues, toda la Trinidad: el Padre, el pan del cielo; el Hijo la verdad; y el Espíritu Santo, la caridad. 

 La sementera de los ángeles consistió en permanecer fieles al ver caer a tantos otros. Escuchad el grito de aquel Lucifer, que ya no es lucero, sino pura tiniebla y oscuridad: Me sentaré en el monte de la asamblea y me igualaré al Altísimo. ¡Qué necio y qué imprudente! Le sirven miles y miles, son millones los que están a sus órdenes, ¿y qué piensas tú? El profeta dice que los querubines están en pie y no sentados. ¿Qué has hecho tú para sentarte? Todos aquellos son espíritus en servicio activo, para ayudar a los que han de heredar la salvación, ¿y tú sueñas en sentarte? ¿Qué has sembrado para ir ya a cosechar? Esto no es tuyo ni te pertenece; será para los designados por el Padre. ¿Les tienes envidia? Esos sí que se sentarán. Esos gusanos de la tierra se sentarán para juzgar. Tú, en cambio, en vez de eso, estarás en pie para ser juzgado. ¿No sabéis, dice el Apóstol, que juzgaremos a los ángeles? Al ir iban llorando llevando las semillas, pero al volver vuelven cantando trayendo sus gavillas. 
 Las gavillas que buscas son el honor y el descanso. Anhelas el trono y la grandeza, pero no lo conseguirás. Si no sembraste, tampoco cosecharás. Los que siembran trabajo y humildad recogen honor y descanso. A cambio de su vergüenza y sonrojo poseerán el doble en su país. Esto mismo suplicaba aquel otro:Mira mis trabajos y desprecios. Hoy mismo habéis oído al Señor en el evangelio que promete y dice a sus discípulos: Os senteréis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.Aquí tenéis el asiento para descansar y el honor de juzgar. El mismo Señor quiso llegar a esto por la humillación y el trabajo. Quiso ser condenado a una muerte ignominiosa, sometido a tormentos y saturado de afrentas, para que el enemigo quede avergonzado, y junto a él, todos sus secuaces que se extravían del camino.
  Ese es, ¡oh malvado!, ése es el que se sentará en el trono de la majestad, por ser semejante al Altísimo y Altísimo como élo. Así lo comprendieron los ángeles santos, y por eso, al precipitarse el Malo, ellos no lo siguieron en su apostasía. Nos dieron el ejemplo de estar entregados al servicio para que nosotros hagamos lo mismo. En cambio, los que rehúyen el trabajo y arrebatan honores estén ciertos que imitan al que buscó el trono y la altura. Si no les asusta su culpa, también, al menos ante el castigo. Todo le salió al revés: se convirtió en objeto de burla y se le preparó un fuego eterno. Para evitar esto, los ángeles santos nos sembraron la prudencia, pues cuando otros se hundieron, ellos supieron ser fieles.
 También los apóstoles nos sembraron esta misma simiente cuando se unieron al Señor. En cambio, los que seguían la sabiduría de este mundo -pura necedad ante Dios- y la astucia de la carne -que produce la muerte y es enemiga de Dios- se retiraron de él. Se escandalizaron al oírle hablar del sacramenteo de su carne y de su de su sangre y lo abandonaron para siempre. Los discípulos, empero, a la pregunta de si también ellos se marchaban, respondieron: ¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna. 
Hermanos, imitemos esta prudencia, porque aún hoy son muchos los que siguen a Jesús. Pero, cuando llega el momento de comer su carne y beber su sangre, es decir, participar en su pasión -esto significan esas palabras y el mismo sacramento-, entonces se escandalizan y retiran, diciendo: ¡Qué palabras más intolerables! Nosotros tengamos la sensatez de los apóstoles y digamos: Señor, a quién vamos a ir. En tus palabras hay vida eterna. No nos alejaremos de ti y tu nos darás vida. No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
 No sólo el mundo tiene sus placeres, también los hay, y mucho mayores, en tus palabras. Lo dice el Profeta: ¡Qué dulce al paladar son tus palabras! Más que la miel en mi boca. ¿A quién otro vamos a ir? Señor, tus palabras son vida eterna y valen mucho más que cuanto el mundo puede ofrecer. No sólo esa vida es alegría, sino también la promesa de la vida eterna y la esperanza de los justos. Y una alegría tan profunda que supera todo deseo. Esta es la prudencia que nos sembraron los santos apóstoles. 
  Es evidente que los mártires nos sembraron la fortaleza. Los confesores, la justicia, a la que siempre estuvieron abrazados. Existe entre los mártires y confesores la misma diferencia que entre Pedro, al dejar todas sus cosas, y Abrahán, que hizo buen uso de todas sus cosas, y Abrahán, que hizo buen uso de toda su hacienda. Aquéllos en poco tiempo llenaron muchos años y éstos soportaron muchas penas y penosos martirios. No hay duda que las vírgenes santas sembraron la templanza pisoteando la sensualidad.   

 
RESUMEN
La palabra sagrada, cuando cae sobre un campo baldío es como una maldición. En este caso tanto San Bernardo como San Benito compartieron la condición de abad. Es como participar en una gran procesión presidida por Cristo. San Benito vivió en la humildad y eso es una gruesa raíz que equivale a caminar por senderos rodeados de ríos y valles. No debemos mezclarnos con plantas estériles de las que se alimentan los cerdos y nacen las vilezas. Si comemos carne putrefacta se unirá a la nuestra y la corromperá.  También debemos esperar la verdadera madurez, saber esperar antes que predicar nuestros conocimientos y creencias. Tampoco ceder ante la impaciencia y sentirse desamparado, pues siempre recibiremos auxilio ante nuestra invocación. De San Benito debemos aprender, especialmente, su santidad, justicia y piedad que son ejemplo para todos, más allá de las palabras. San Benito nos enseña a abandonar nuestra propia voluntad y sembrar así semillas que darán mucho fruto. El mundo espiritual es como un árbol plantado en la tierra desde donde nace el espíritu cuando renunciamos a nuestra propia voluntad. La vida espiritual es como una siembra en la que se esmeraron muchos. La Trinidad sembró el pan del cielo, la verdad y la caridad. También participaron los ángeles y toda obra buena. Los soberbios que quieren igualarse a Dios merecerán la condenación. La verdadera cosecha es de los prudentes y hasta los ángeles serán juzgados. Los mártires lograron mucho en poco tiempo. Los confesores necesitaron largos años de trabajos y las vírgenes pisotearon la sensualidad. Los resultados de todo esto son la fortaleza, la justicia y la esperanza.

SERMÓN TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Grandeza y miseria del corazón

SERMÓN TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Grandeza y miseria del corazón
1.     Quisiera deciros una palabra sobre aquello de que os hablé hace unos días; algunos miran hacia arriba y otros hacia abajo. Si recordáis las dos ideas que expuse, una era más perfecta que la otra, pero ambas son muy provechosas. Algunos tienen el corazón hacia arriba, como corresponde al hombre que Dios creó recto. Pueden responder con toda verdad a la exhortación del sacerdote: Lo tenemos levantado hacia el Señor. Otros, por el contrario, están inclinados hacia el suelo como los animales, y son la mofa de los espíritus inmundos que les insultan diciendo: Dóblate, vamos a saltar por encima de ti.
Sabéis muy bien que en una comunidad numerosa, es imposible que todos tengan la misma fortaleza física o moral. Nuestra Regla nos aconseja aconseja soportar pacientemente estas debilidades, y la caridad nos pide ser comprensivos con ellas. Ve esto mismo otro y puede dejarse llevar de  la envidia, en vez de compadecerse. Ocurre con frecuencia que apreciamos a una persona por algo, y ella se cree miserable y no se soporta pacientemente a sí misma. Con ello demuestra que está encorvado y que con su envilecido corazón sólo aprecia las cosas terrenas. Además de miserable es envidioso. Se fija en las dispensas que el superior concede por caridad a quienes las necesitan, busca otras semejantes y murmura del que se lo niega por pedirlas sin motivo. De aquí brotan desconfianzas, calumnias y escándalos.
2.     No digo esto, hermanos, como si tuviera motivo de quejarme de vosotros en esta materia. Pero creo conveniente aconsejaros y preveniros porque entre vosotros hay muchos tiernos y delicados, que por su edad o debilidad necesitan se les suavice en algo el rigor de la observancia regular. Demos gracias al dador de todo bien, porque aquí hay muchos que se apoyan firmes en Dios, y están tan ajenos a esos pobres pensamientos que no se dan cuenta de los otros más débiles que están junto a ellos, y se quejan de hacer menos que nadie. Están siempre atentos a los superiores; se olvidan, como el Apóstol, de lo que queda atrás y se lanzan a lo que está por delante.
¡Cuánto admiro, cuánto venero desde lo más profundo de mi corazón, y con que amor abrazo a los que prescinden de los que les rodean, y se fijan en uno, dos o más de los que ven más fervorosos! Tal vez ellos son más perfectos, pero se fijan continuamente en los otros y desean imitar sus ansias de Dios y sus ejercicios corporales y espirituales.
3.     Lo he contado alguna otra vez, pero me complace repetirlo. Un hermano converso pasó todo el tiempo de las vigilias en una admirable meditación. Al despuntar el día me llamó al locutorio y puesto de rodillas me dijo: “¡Ay de mí! Durante las vigilias me he fijado en un monje, y he encontrado en él treinta virtudes, de las cuales yo no tengo ninguna”. Es posible que aquel otro no tuviera ninguna tan grande como la humildad de esta santa emulación. El fruto de este sermón podría ser fijarnos siempre en lo más perfecto, ya que en eso consiste la auténtica humildad. Tal vez en alguna cosa tu has recibido dones mejores que otro hermano; sin embargo, si eres un auténtico imitador, encontrarás otros muchos aspectos en que eres menos perfecto. ¿De qué te sirve trabajar o ayunar más que él, si él te supera en paciencia, te aventaja en humildad y te gana en caridad? ¿Por qué estás pensando sin cesar y tontamente en tus virtudes? Preocúpate más bien de conocer lo que te falta. Es mucho mejor.
Hermanos, ojalá fuéramos igualmente ávidos de la gracia espiritual, como los del mundo que corren tras el dinero. Deberíamos superar infinitamente el mal a fuerza de bien, y desearlo con el ardor que se merece la maravilla a que aspiramos. Al menos seamos como ellos. Nos confunde profundamente que ellos deseen con más pasión las realidades nocivas que nosotros las provechosas. Ellos corren más rápidos a la muerte que nosotros a la vida. ¿Es posible explicar el ansia de dinero que abrasa al avaro, el hambre de gloria que quema al ambicioso, y con qué violencia arrastran a cada uno sus apetitos? Si te fijas, no aprecian lo que tienen, ni consideran el esfuerzo e inquietud que les costó conseguirlo. Si ven que otro posee cualquier tontería, la envidian y desprecian lo suyo por el deseo de lo otro.
4.     Por tanto, no pienses demasiado en tus cualidades. Hazlo alguna vez para dar gracias y reconocerte deudor del que las concedió, o para consolarte cuando te invada la tristeza por otros motivos. Fíjate en las virtudes que tienen los demás y que tú no tienes. Esta consideración te mantendrá en la humildad, te alejará del precipicio de la tibieza y estimulará tu deseo de progresar. Y al contrario, mira, cuántos males engendra la obsesión de pensar siempre en tus cualidades y en los defectos ajenos. Al anteponerse a otro te haces soberbio. Al creerte mejor que los demás, descuidas tu progreso. Y al ver que has hecho mucho más que los otros, comienzas a decaer y a instalarte en una vida tibia e indolente.
Recordemos que Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes, y maldito quien ejecute con negligencia la obra del Señor. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque si con el espíritu damos muerte a las bajas acciones, viviremos; mas si nos dejamos llevar de los bajos instintos, vamos a la muerte.
RESUMEN
Debemos vivir mirando hacia arriba (a las cosas espirituales) y fijarnos más bien en todo lo bueno que hay en los demás, antes que recrearnos en las virtudes de las que nos creemos poseedores. En ciertos momentos de tristeza puede ser saludable considerar lo bueno que el Creador puso en cada uno de nosotros.

LAS TRES CLASES DE GLORIA


1. El que quiera gloriarse, que se gloríe en el Señor. El Apóstol estaba convencido que la gloria pertenece exclusivamente al Creador, no a la criatura, como lo repite la Escritura: Mi gloria no la daré a nadie. Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a nos hombres. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Pero considero que la criatura racional -hecha a imagen del Creador-ansía tanto la gloria, que es casi incapaz de reprimir ese deseo. Por eso, la sabiduría que había recibido de Dios le inspiro esta magnífica solución: Ya que es imposible convenceros de no ser orgullosos, estad orgullosos, pero en el Señor.
 Fíjate cómo supera la filosofía de Pablo a la de los sabios de este mundo, que es necedad para Dios. Los más famosos de ellos vieron que muchos hombres buscaban el aplauso y honor de los otros, y tuvieron la sensatez de comprender que era pura vanagloria, y la despreciaron. Pero cuando quisieron reflexionar y concretar a qué gloria debe aspirar el sabio, su mente se obnubiló. Creyeron que a cada uno le bastaba su propia gloria, como si el alma, que no puede darse la existencia, pudiera darse la felicidad. Así pues, los hombres ansiosos de una gloria exterior se esforzaban al máximo para hacerse admirar y aplaudir por sus obras; y los sabios creían que solamente debe buscarse la gloria que aprueba el juez interior que es el espíritu. 
2. Aquí tenemos la suprema filosofía de los sabios de este mundo. Bien poca cosa por cierto, aunque es la más próxima a la verdad. El Apóstol se remonta por encima de ambas glorias con la sublime contemplación de la verdad y dice: El que esté orgulloso, que esté orgulloso en el Señor, y no en sí mismo ni en ningún otro. Además juzga con mucha precisión y condena con sentencia inapelable esa otra gloria que parecía estar muy cerca de la auténtica. Escuchadle: No está aprobado el que se recomienda él solo, sino a quien el Señor recomienda.
 ¿Por qué, pues, ando pendiente del juicio ajeno o del mío propio, si no voy a ser condenado por sus críticas ni glorificado por sus lisonjas? Hermanos, si tuviera que comparecer ante vuestro tribunal, estaría justamente orgulloso de nuestros honores. Y si fuera yo mismo mi propio juez, estaría tranquilo de mi propio testimonio y satisfecho de mis propias alabanzas. Pero si no voy a presentarme ni a vuestro tribunal ni al mío, sino al de Dios, ¿no será una insensatez y locura fiarme de vuestro criterio o del mío propio? Tanto más cuanto que todo está desnudo y transparente a los ojos de Dios, y no necesita informes de nadie. tiene razón el Apóstol para despreciar esa gloria que es pura vanidad y mentira: A mi me importa muy poco que me exijáis cuentas vosotros o un tribunal humano; más aún, ni siquiera yo me las pido; pues aunque la conciencia no me remordiese, eso no significaría que estoy absuelto; quien me pide cuentas es el Señor. 
 Observemos con toda atención que al Apóstol no le afecta el parecer ajeno, pero tampoco sigue el suyo propio, al que le da algo más importancia. El único ser mortal que conoce las intenciones de una persona es el espíritu de ese hombre, porque está dentro de él. Es decir, en comparación con el testimonio de la propia conciencia, el que procede del exterior es prácticamente nulo. ¿De qué me sirven los aplausos de los que no me conocen? Si el espíritu que vive dentro de cada hombre pudiera conocerle perfectamente, bastaría su testimonio. Pero el corazón del hombre está tan pervertido y tan opaco a sí mismo, que ignora casi todo su presente y desconoce totalmente su futuro. Con eso poco que logramos conocer de nuestra vida presente dice San Juan que si la conciencia no nos condena tenemos confianza para dirigirnos a Dios, pero no podemos gloriarnos de ello. Solamente podremos gloriarnos con absoluta seguridad cuando nos llegue la sentencia favorable de la verdad por excelencia, que todo lo sabe. 
3. Mientras tanto, añade el Apóstol, no juzguéis nada antes de tiempo; esperad a que llegue el Señor, que sacará a luz lo que esconden las tinieblas. La única alabanza perfecta y segura será la que cada uno reciba del Señor. Pero también ahora nos gloriamos un poco en el Señor, aunque sea parcialmente y con gran temor y precaución. Contamos, en efecto, con el testimonio del Espíritu Santo que asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y por tanto, podemos manifestar nuestro orgullo de tener un Padre tan extraordinario, y de que la majestad inefable se cuida de nosotros. Esto es lo que hace exclamar al Profeta: Señor, ¿qué es el hombre para que le engrandezcas? ¿Por qué le amas tanto?
 Nadie busque, pues, la gloria en sus propios méritos. ¿Qué tiene que no lo haya recibido? Y si de hecho lo ha recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie se lo hubiera dado? En ese caso gloríese en aquel que se lo ha dado, y en vez de creerse algo grande proclame que Dios se ha volcado en él. En otras palabras, esté orgulloso de lo que ha recibido y precisamente porque lo ha recibido. Pues el Apóstol no dice: "¿por qué te glorias de haberlo recibido?" sino: ¿a que tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado? Lejos de prohibirlo, nos enseña cómo gloriarnos.
4. Pero, ¿qué significa eso otro que dice: Porque no está aprobado el que se recomienda él sino, sino el que el Señor recomienda? ¿A quién recomienda Dios en esta vida? ¿Cómo va a recomendar la Verdad al que necesita todavía reprensión? Escuchadle: A los que yo amo les reprendo y les corrijo. ¿A esto se reduce su recomendación? Yo creo que sí. ¿Podemos imaginar una recomendación mejor y más eficaz que sentirnos pletóricos del amor de Dios? Y no existe en esta vida otro argumento más auténtico y seguro de su amor que aquel del Profeta: El justo me corregirá e increpará con misericordia. Esta amonestación procede del Espíritu de verdad, el cual nos sugiere en secreto lo que nos hace falta y ahuyenta de nosotros la soberbia, la negligencia y la ingratitud. 
 Estos tres vicios arrastran a casi todos los hombres religiosos, porque su corazón no está atento a lo que le dice interiormente el Espíritu de verdad, que no adula a nadie. A algunos, si no me equivoco, les ocurre esto porque ansían tener gran reputación, y les destroza la angustia al no ver en sí mismos nada que merezca esa gloria. Nuestra satisfacción más auténtica y segura consiste en desconfiar de todas nuestras obras, como dice Job de sí mismo; o en frase del profeta Isaías, considerar nuestras buenas obras como un trapo sucio.
 Pero tenemos grandes motivos para confiar y gloriarnos en el Señor, porque su misericordia es infinita para con nosotros. Nos preserva de los pecados graves que acarrean la muerte, nos hace ver con toda delicadeza nuestras imperfecciones y las impurezas de nuestra vida, y las perdona generosamente cuando las reconocemos. Firmemente arraigados así en la humildad, en la atención a nosotros mismos y en la gratitud, podemos gloriarnos, no en nosotros sino en el Señor. 
RESUMEN
La verdadera gloria no es exterior, como un aplauso humano, sino recatada e interior, puramente espiritual. Por eso sólo su nombre da la gloria. Pero esa gloria interior es también subjetiva e incompleta. Sólo Dios da la gloria y el juicio justo que merecemos. De lo que recibimos no podemos gloriarnos, pues es algo que se nos da por la voluntad del Todopoderoso en un acto de generosidad. La soberbia, la negligencia y la ingratitud suelen arrastrar a las personas con vocación religiosa, pero la misericordia de Dios, y no ningún mérito nuestro, pueden hacernos ver nuestros errores y ayudar a corregirlos.

LOS QUE PECAN CONFIANDO CONFESARSE EN EL ÚLTIMO MOMENTO


 Se multiplicaron sus enfermedades y se apresuraron. ¿Por qué evitan los hombres convertirse durante la  vida y se fían de la última confesión? ¿Cómo creen que en una sola hora podrán reunir todas las facultades de su alma, dispersas y desparramadas por todo el mundo y por la concupiscencia y malos deseos, hundidas en el fango y pegadas a él con el engrudo del placer?
 "No niego", dice el Señor, "que pueda salvar a algunos de estos, pues puedo presentarles toda su vida en un abrir y cerrar de ojos, y moverles a la penitencia y compunción del corazón por medio del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y cuando quiere, y de ese modo puedan alcanzar como el ladrón lo que otros apenas son capaces de conseguir con un largo y continuo ejercicio. Pero también os digo esto: No aceptaré sus asambleas de sangre. Es decir, a los que viven en la sangre no los aceptaré en grandes multitudes, ni acogeré a muchos de ellos en mi seno.
 En todas las Escrituras solamente encontrarás a uno que se salvó en el último momento, y eso ocurrió durante la pasión del Señor, y porque allí hubo una fe mucho mayor que en todo Israel.

RESUMEN
Sobre la dificultad de conseguir la salvación en una última confesión, antes de la muerte.

LA CARNE, LA PIEL Y LOS HUESOS SIMBÓLICOS DEL ALMA


1. El santo David dice los los justos en el salmo treinta y tres:Aunque el justo sufra muchos males, de todos le libra el Señor. El cuida de todos sus huesos, y ni uno sólo se quebrará. Aquí no se refiere a los huesos del cuerpo, pues sabemos que los huesos de innumerables mártires fueron machacados a manos de hombres crueles, o triturados por los dientes de las fieras. 
 Pero la condición del alma es tan admirable como digna de compasión. Con su agudeza natural percibe infinidad de realidades externas, y carece de intuición espiritual para conocerse y juzgarse a sí misma tal cual es. Tiene que recurrir a figuras o símbolos corpóreos, para vislumbrar un poco las realidades invisibles a través de las visibles y externas.
 Supongamos que el pensamiento es la piel del alma, y sus afectos la carne. Los huesos podrían aplicarse muy bien a su intención. De este modo el alma gozará de una vida plena por la integridad de sus huesos, tendrá buena salud por la incorrupción de su carne, y aparecerá hermosa por el frescor de su piel. Las angustias de los justos se deben a que su piel se marchita con frecuencia, porque su mente alimenta pensamientos inútiles. Con frecuencia también sufre la carne, si ese mal pensamiento llega a corromper el afecto con malos deseos. Pero Dios conserva íntegros e intactos los huesos de los justos; es decir, no permite que se quiebre el propósito de su corazón ni desaparezca su empeño hacia la salvación, consintiendo a los halagos de la concupiscencia. Pensar en el pecado marchita el alma, desearlo la hiere y consentirlo la mata.
2. Carísimos míos, evitemos los pensamientos inútiles, para que el rostro de nuestra alma se conserve siempre hermoso. Olvidemos lo que queda atrás, nuestro pueblo y la casa paterna, y el rey se prendará de nuestra belleza. salgamos de nuestro país, para librarnos de los pensamientos que engendran deleites carnales. Abandonemos la familia, formada por los pensamientos curiosos que conviven con los sentidos corporales y son parientes del placer carnal. Dejemos asimismo la casa paterna, para evadirnos de los pensamientos de orgullo y vanidad. También nosotros fuimos hijos de ira, como los demás. Nuestro padre fue el diablo, rey de todos los soberbios, que ha instalado su trono y su triste morada en los montes de la arrogancia. Si nos asaltan alguna vez a la mente estos pensamientos, esforcémonos con toda presteza en lavar y rapar la mancha que han dejado en nosotros, y digamos con el Profeta: Rocíame con el hiposo y quedaré limpio. Lávame y quedaré más blanco que la nieve. 
 Mas si por nuestro descuido y negligencia, este pensamiento inútil influye en los afectos del corazón, ya no se trata de una mancha sino de una epidemia. Pidamos rápidamente la ayuda del Espíritu, que acude en auxilio de nuestra debilidad; corramos a él y gritémosle aquella súplica del salmo: Señor, ten misericordia; sáname, porque he pecado contra ti. Estas tentaciones son muy humanas, y nos es imposible evitarlas mientras vivamos en este cuerpo y estemos desterrados del Señor. Pero nos conviene estar atentos y vigilantes; no son mortales, pero sí peligrosas. 
3. En cambio, hermanos, la intención y el propósito de nuestro espíritu lo debemos defender con el mismo empeño con que protegemos la vida de nuestra alma. Porque si pecamos consciente y deliberadamente, es un delito mortal y nos condena nuestra propia conciencia. No digo esto para que desespere el que, tal vez, tenga conciencia de una falta así; sino para que el precipicio le horrorice y si ha caído se levante rápidamente. Sepa éste que se halla muy desviado de la santidad. Y el que tiene los huesos fracturados y machacados, sepa que está desgajado del cuerpo de Cristo, del cual dice la Escritura: No le quebraréis ni un solo hueso. 
 En la pasión marchitaron su piel y la amorataron con azotes, para curarnos a nosotros con sus cardenales. También rasgaron su carne con clavos y una lanza abrió su pecho, para redimirnos con su sangre. Pero no le quebraron ni un solo hueso. Por eso dice David: No te olvidaste de mis huesos, y me los pusiste muy ocultos. Y en otro salmo añade: Mis huesos están resecos como leña. Ocurre esto cuando el alma parece haber perdido totalmente el gusto de hacer el bien y le ueda únicamente la fortaleza de una árida intención. Creo que Job pasaba esta misma prueba cuando decía: Consumidas mis carnes, tengo los huesos pegados a mi piel. Es decir, tengo corrompidos mis afectos y sólo tengo el vigor del espíritu para dominar los pensamiento.
RESUMEN
Haciendo un símil, podemos pensar que el pensamiento es la piel del alma, los afectos la carne y los huesos la intención. Dios preserva los huesos (la intención) de los justos y no permite que se quiebren. Debemos evitar todo pensamiento inútil, aunque eso es casi imposible, olvidarnos del pasado y vivir una vida espiritual. 
 Al final sólo nos quedarán los huesos que preservan nuestra intención, son nuestra reserva espiritual. Si pecamos conscientemente, estamos quebrándolos. 

TERCER SERMÓN DE PENTECOSTÉS: NUEVAMENTE EN LA MISMA SOLEMNIDAD

Nuevamente en la misma solemnidad
1.El Espíritu Santo sabe muy bien con qué gusto os comunico todo lo que él se digne inspirarme. Hoy celebramos su fiesta: su fiesta principal: ¡ojalá lo hagamos con la misma devoción! Él os ha reunido en una misma ciudad y en una misma casa, para posarse sobre los reposados y poner sus ojos en los humildes y en los que se estremecen ante sus palabras. Él cubrió con su sombra a la Virgen, confortó a los apóstoles; preparó un acceso a la divinidad en un cuerpo virginal, y revistió a los apóstoles con una fuerza venida de lo alto, es decir, con su inflamada caridad.
El coro de los apóstoles se vistió esa coraza como un gigantepara tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a los paganos, sujetando a los reyes con argollas y a los nobles con esposas de hierro. Como se trataba de meterse en casa de un hombre fuerte y deshacer todo su ajuar, era necesario ser más fuerte que él. Triunfar de la muerte y no sucumbir ante el poder del infierno les era totalmente imposible: únicamente vencerían llenos de un amor fuerte como la muerte y de una pasión tan cruel como el abismo. Este es el celo que los devoraba cuando la gente los creía borrachos.
Es cierto que estaban bebidos, pero no de un vino ordinario. Estaban ebrios, repito, pero del vino nuevo que los odres viejos no merecen ni pueden contener. Este vino es fruto de la vid celestial, un vino que alegra el corazón y no trastorna la mente; un vino que desarrolla a los jóvenes y no extravía a los hombres inteligentes. Un vino desconocido para los habitantes de la tierra. En el cielo siempre había sido abundante: no lo tenían en odres ni en vasijas de barro, sino en bodegas y despensas espirituales. Por todas las calles y plazas de la ciudad corría ese vino que llena de alegría el corazón y no excita la lujuria de la carne. Pero los nacidos en la tierra y los humanos lo desconocían por completo.
2.Así, pues, el cielo saborea un vino especial que la tierra todavía no ha probado. Y era tal su ignorancia que tampoco se deleitaba en la humanidad de Cristo, cuya presencia ansiaba el cielo. ¿Cómo no iban a hacer, pues, el cielo y la tierra, los ángeles y apóstoles un negocio tan honesto como provechoso para ellos? Aquellos piden la humanidad de Cristo, éstos el vino del cielo; que el Espíritu venga a la tierra y la carne suba al cielo, y en adelante todo sea común para todos. Jesús había dicho: si no me voy, no vendrá vuestro Abogado. Que quiere decir: Si no dais eso que tanto amáis, no tendréis lo que deseáis. Os conviene que yo me vaya, para trasladaros a vosotros de la tierra al cielo y de la carne al espíritu.
El Hijo es espíritu, el Padre es espíritu, y el Espíritu Santo es espíritu. Recordemos la EscrituraCristo, el Señor, es un espíritu que está siempre con nosotros. Y el Padre, por ser espíritu, quiere que se le adore en espíritu y de verdad. Pero se llama espíritu de manera especial Espíritu Santo, porque procede de ambos y es el lazo fuerte e indisoluble de la Trinidad. Y también se le llama santo por excelencia, porque es el don del Padre y del Hijo que santifica toda criatura. Sin que por eso se niegue que el Padre sea espíritu y santo, lo mismo que el Hijo, de quien afirma el Apóstol: Él es el origen, camino y meta del universo.
3.Debemos considerar tres puntos en la obra grandiosa del universo: qué es, cómo ha sido hecho y para qué. La existencia del mundo manifiesta un poder incalculable, capaz de crear tantos seres y tan maravillosos, con tanta variedad y esplendidez. El modo de realizar la creación demuestra una sabiduría infinita, para colocar unos seres arriba, otros abajo y otros en el medio, y todo con un orden extraordinario. Y si piensas para qué ha sido hecho, encontrarás una bondad muy fecunda y una fecundidad muy bondadosa: tanta multitud y grandeza de beneficios confunde a los más ingratos. Todas las criaturas han sido creadas de la nada por un poder infinito, la sabiduría las dejó prendidas de su belleza, y la providencia las hizo muy provechosas.
 Por desgracia siempre ha habido y sigue habiendo hombres que, atraídos sensualmente por los bienes más ordinarios del mundo material, se entregan por completo a las realidades creadas sin pensar jamás, cómo han sido creadas, ni con qué finalidad. Con razón los llamamos carnales. Otros, en cambio, muy pocos, han puesto todo su empeño y afán en investigar el orden de las criaturas, y no se han fijado en su utilidad, o las han despreciado soberbiamente, comiendo poco y mal. Suelen llamarse filósofos; para nosotros son unos hombres raros y llenos de vanidad.
4.A estas dos especies siguieron otros hombres mucho más sensatos: prescindieron del hecho y modo de la creación, y pusieron toda su atención en la finalidad de las criaturas. Pronto comprendieron que Dios lo hizo todo por sí mismo y para los suyos. En un aspecto lo hizo por sí mismo, y bajo otro aspecto, todo para los suyos. Cuando decimos: todo por sí mismo, declaramos que él es el origen de todas las cosas; y al afirmar: todo por los suyos, expresamos la utilidad de las mismas.
 Todo lo hizo por sí mismo, es decir, por un amor totalmente gratuito; y todo lo hizo por sus elegidos; para su provecho. Lo primero es la causa eficiente y lo segundo la final. Estos hombres son los espirituales: sacan partido de este mundo como si no disfrutaran. Buscan a Dios con un corazón entero y no les preocupa cómo funciona la máquina del mundo. A los primeros los arrastra el placer, a los segundos la vanidad y a estos últimos la verdad.
5.¡Qué gozo siento al comprobar que vosotros asistía a esta escuela, la escuela del Espíritu! En ella aprendéis la bondad, la disciplina y la sabiduría, y podéis afirmar con el santo profeta:Soy más docto que todos mis maestros. ¿Por qué? ¿Acaso por vestirme de púrpura y lino y banquetear espléndidamente? ¿Por sobresalir y descollar en las sutilezas de Platón y sofismas de Aristóteles? En absoluto, sino porque observo tus preceptos.
Dichoso el que goza de la intimidad del Espíritu Santo y puede comprender aquel triple espíritu que ensalzaba el siervo de Dios, joven de años pero más sabio que los ancianos: no me arrojes lejos de tu rostro ni me quites tu santo espíritu. Oh Dios crea en mi un corazón puro, y renuévame por dentro con espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación, y afiánzame con tu espíritu fundamental.
Aquí tienes al Espíritu Santo llamado por su propio nombre. Pide que no le arroje lejos de su rostro, como una cosa impura, porque a este Espíritu le repugna la inmundicia y no habita en un cuerpo esclavo del pecado. Si su misión es aniquilar el pecado, forzosamente debe aborrecerlo. Es imposible que convivan en una misma casa tanta pureza y tanta inmundicia. Quien recibe el Espíritu Santo y vive consagrado a él, sin lo cual nadie verá al Señor, ¿puede ya presentarse ante él limpio y purificado, porque se abstiene de todo mal y domina sus actos, aunque todavía no los pensamientos?
6.Los pensamientos retorcidos alejan de Dios: por eso debemos pedir un corazón puro; y esto se realizará si nos renovamos interiormente con espíritu firme. Este espíritu recto lo podemos referir al Hijo, que nos despoja del hombre viejo y nos reviste del nuevo. Renueva las entrañas de nuestra mentalidad para que pensemos rectamente y nos rijamos por un espíritu nuevo, no por un código anticuado.
 Él trajo del cielo la imagen de la autenticidad, y la dejó en la tierra, inyectando y empapando todas sus obras de integridad y ternura. Él mismo lo había predicho de sí: El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores. Cuando se domina el cuerpo por medio de buenas obras, y se purifica o renueva la mente con pensamientos razonables, se recupera la alegría de la salvación: caminas a la luz del rostro de Dios, y su nombre es tu gozo cada día.
7.Sólo te falta afianzarte con espíritu fundamental. Este espíritu es el Padre: no porque sea mayor que los otros, sino por ser el único que no procede de ningún otro. El Hijo procede de él, y el Espíritu Santo de entrambos. Esta firmeza es la caridad. Es el don por excelencia del Padre. No hay otro más paternal. ¿Quién podrá privarnos del amor de Cristo?, grita el Apóstol.¿Dificultades, angustias, hambre, desnudez, peligros, espada?Estad ciertos que ni muerte ni vida, ni todo lo que el Apóstol enumera con tanto detalle y valentía, podrá privarnos del amor de Dios, presente en Cristo Jesús. ¿Qué es todo esto sino una evidente manifestación de firmeza?
¿Conservas tu propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarte arrastrar por la pasión? En ese caso has recibido al Espíritu Santo. ¿Quieres hacer a los demás lo que quisieras que hicieran contigo y no hacerles lo que no deseas hagan contigo? En ese caso has recibido un espíritu auténtico para con el prójimo. Tal es la equidad ordenada por una y otra Ley: es innata a la naturaleza y lo pide expresamente la Escritura.
Si perseveras fielmente en este doble bien, bajo todos sus aspectos, has recibido el espíritu fundamental: el único que agrada a Dios. Porque el inmutable no acepta los cambios de ser y no ser, ni el eterno se complace en lo caduco. Así, pues, si deseas que Dios te lleve a su intimidad, procura que el Espíritu Santo dirija tu propia vida y el espíritu de rectitud tus relaciones con el prójimo. Y al Príncipe y Padre de los espíritus ofrécele un espíritu primordial.
8.¡Qué variado es este Espíritu! Se comunica de mil maneras a los hombres y nadie se libra de su calor. Se da para nuestra utilidad: de él proceden los milagros, la salvación, la ayuda, el consuelo y el fervor. En el curso de la vida otorga en abundancia todos los bienes ordinarios a buenos y malos, a los que son dignos e indignos, sin ninguna clase de límite ni frontera. ¡Qué ingrato es el que no reconoce al Espíritu en todos estos beneficios!
 En los milagros se da a través de las señales, prodigios y portentos que realiza por las manos de algunos. El es quien renueva los milagros antiguos, y confirma a los hombres de hoy en la de de los de ayer. Pero como esta gracia no es eficaz para algunos, se hace nuestra salvación cuando nos convertimos al Señor Dios nuestro con todo nuestro corazón. Es nuestro auxilio cuando nos ayuda en nuestra debilidad. Y cuando asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios, esto nos lo inspira para consolarnos.
 Y comunica fervor cuando sopla impetuosamente en el corazón de los perfectos y enciende en ellos el fuego ardiente del amor: entonces no sólo se sienten orgullosos con la esperanza de los hijos de Dios, sino que se glorían de las dificultades, y aceptan la injuria como un honor, la ignominia como un gran gozo, y el desprecio como un elogio. Si no me equivoco todos hemos recibido el Espíritu que salva, pero no todos el que da fervor. ¡Qué pocos son los que están llenos de este Espíritu y suspiran por él! Vivimos satisfechos con nuestra penuria y no intentamos respirar ese aire de libertad ni siquiera aspirarlo.
Pidamos, hermanos, que se cumplan en nosotros los días de Pentecostés: días de perdón y de gozo, días de auténtico jubileo. Que el Espíritu Santo nos encuentre siempre reunidos a todos en un mismo lugar, por la presencia corporal, la unanimidad de corazones y la estabilidad que hemos prometido. Para alabanza y gloria del esposo de la Iglesia, Jesucristo nuestro Señor, el Dios soberano, bendito por siempre.

RESUMEN
Obras del Espíritu Santo. La naturaleza del vino místico. Comercio del Cielo y la tierra en el día de Pentecostés. Los filósofos son curiosos y banales. El verdadero sabio mira, principalmente, el fin por el que fueron creadas las cosas. ¿Quiénes son los espirituales? En realidad existe un espíritu triplicado. Indicios de que el Espíritu Santo habita en nosotros. El Espíritu Santo se da a los hombres de muchos modos.

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