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viernes, 29 de mayo de 2015

Evolución del término «misterio» al de «sacramento»

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El concepto «sacramento» ha recorrido un largo camino durante los siglos. Por ello, me ha parecido conveniente hacer un recorrido por su historia semántica comenzado por la Escritura.
La historia semántica del término «sacramento» hay que comenzarla desde el término griego «mysterion», que, a decir verdad, en el libro de Judit significa todavía los planes militares del rey («consejo secreto», cf. Jdt 2, 2), pero ya en el libro de la Sabiduría (2, 22) y en la profecía de Daniel (2, 27) significa los planes creadores de Dios y el fin que El asigna al mundo y que sólo se revelan a los confesores fieles.
En este sentido de «mysterion», sólo aparece una vez en los Evangelios: «a vosotros os ha sido dado conocer el misterio del reino de Dios» (Mc 4, 11 y par.). En las grandes Cartas de San Pablo ese término se encuentra siete veces, «culminando en la revelación del misterio tenido secreto en los tiempos eternos, pero manifestado ahora…» (Rom 16, 25-26).
En las Cartas posteriores tiene lugar la identificación del «mysterion» con el Evangelio (cf. Ef 6, 19) e incluso con el mismo Jesucristo (cf. Col 2, 2; 4. 3; Ef 3, 4), lo que constituye un cambio en la inteligencia del término; «mysterion» no es ya sólo el plan eterno de Dios, sino la realización en la tierra de ese plan, revelado en Jesucristo.
Por esto, en el período patrístico comienzan a llamarse «mysterion» incluso a los acontecimientos históricos en los que se manifiesta la voluntad divina de salvar al hombre. Ya en el siglo II, en los escritos de San Ignacio de Antioquía, de San Justino y Melitón, los misterios de la vida de Jesús, las profecías y las figuras simbólicas del Antiguo Testamento se definen con el término «mysterion».
En el siglo III comienzan a aparecer las versiones más antiguas en latín de la Sagrada Escritura, donde el término griego se traduce o por el término «mysterion», o por el término «sacramentum» (por ejemplo: Sab 2, 22; Ef 5, 32), quizá para apartarse explícitamente de los ritos mistéricos paganos y de la neoplatónica mistagogía gnóstica.
Sin embargo, originariamente el «sacramentum» significaba el juramento militar que prestaban los legionarios romanos. Puesto que en él se podía distinguir el aspecto de «iniciación a una nueva forma de vida», «el compromiso sin reservas», «el servicio fiel hasta el peligro de muerte». En este sentido, ya Tertuliano (en el siglo IIhabía puesto de relieve estas dimensiones en elsacramento cristiano del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía.
  • Así pues, en el siglo III se aplica el término «sacramentum», tanto al misterio del plan salvífico de Dios en Cristo (cf. por ejemplo Ef 5, 32), como a su realización concreta por el medio de las siete fuentes de gracia, llamadas hoy «sacramentos de la Iglesia».
San Agustín (siglo IV), sirviéndose de varios significados de ese término, llamó sacramentos a los ritos religiosos tanto de la Antigua como de la Nueva Alianza, a los símbolos y figuras bíblicas, así como también a la religión cristiana revelada. Todos estos sacramentos, según San Agustín, pertenecen al gran sacramento: al misterio de Cristo y de la Iglesia. San Agustín influyó sobre la puntualización ulterior del término «sacramento», subrayando que los sacramentos son signos sagrados; que tienen en sí semejanza con lo que significan y que confieren lo que significan. Contribuyó, pues, con sus análisis a elaborar una concisa definición escolástica del sacramento: «signum efficax gratiae» [signo eficaz de la gracia].
San Isidoro de Sevilla (siglo VII) subrayó después otro aspecto: la naturaleza misteriosa del sacramento que, bajo los velos de las especies materiales, oculta la noción del Espíritu Santo en el alma del hombre.
Las Summas Teológicas de los siglos XII y XIII formularon ya las definiciones sistemáticas de los sacramentos, pero tiene un significado particular la definición de Santo Tomás: «Non omne signum rei sacrae est sacramentum, sed solum ea quae significant perfectionem sanctitatis humanae» (3.ª qu. 60, a. 2). “no todo lo que es signo de una cosa sagrada es sacramento. , sino sólo aquellas cosas que significan la perfección de la santidad en el hombre”. Y concluye: “ propiamente se llama sacramento lo que es signo de una realidad sagrada que santifica a los hombres.”.
  • Desde entonces se entendió como «sacramento» exclusivamente cada una de las siete fuentes de la gracia y los estudios de los teólogos apuntaron sobre la profundización de la esencia y de la acción de los siete sacramentos, elaborando, de manera sistemática, las líneas principales contenidas en la tradición escolástica.
Sólo en el último siglo se ha prestado atención a los aspectos del sacramento, desatendidos en el curso de los siglos, por ejemplo a su dimensión eclesial y al encuentro personal con Cristo, que han encontrado expresión en la Constitución sobre la Liturgia (núm. 59). Sin embargo, el Vaticano II torna, sobre todo, al significado originario del «sacramentumm-misterium», denominando a la Iglesia «sacramento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo género humano» (Lumen gentium, 1).
Así pues, podemos concluir que «Sacramento» no es sinónimo de «misterio». Efectivamente, el misterio permanece «oculto» —escondido en Dios mismo—, de manera que, incluso después de su proclamación (o sea, revelación), no cesa de llamarse «misterio», y se predica también como misterio. El sacramento presupone la revelación del misterio y presupone también su aceptación mediante la fe, por parte del hombre. Sin embargo, es, a la vez, algo más que la proclamación del misterio y la aceptación de él mediante la fe. El sacramento consiste en «manifestar» ese misterio en un signo que sirve no sólo para proclamar el misterio, sino también para realizarlo en el hombre. El sacramento es signo visible y eficaz de la gracia. Mediante él, se realiza en el hombre el misterio escondido desde la eternidad en Dios, del que habla la Carta a los Efesios (cf. Ef 1, 9) al comienzo; misterio de la llamada a la santidad, por parte de Dios, del hombre en Cristo, y misterio de su predestinación a convertirse en hijo adoptivo. Se realiza de modo misterioso, bajo el velo de un signo; no obstante, el signo es siempre un «hacer sensible» ese misterio sobrenatural que actúa en el hombre bajo su velo.
Bibliografía:
  • Juan Pablo II, audiencia generalMiércoles 8 de septiembre de 1982
  • Versión de los LXX
  • Vulgata
  • Nuevo Testamento
  • Summa Teologica
  • Lumen Gentium
  • Sacrosanctum concilium

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