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martes, 24 de marzo de 2015

LOS PERSONAJES DE LA PASIÓN: ¿EN CUÁL TE REFLEJAS?






Autor: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net
Personajes de la Pasión: ¿en cuál te reflejas?
Todos estamos reflejados en alguno o en algunos de los personajes de la Pasión de Cristo
Personajes de la Pasión: ¿en cuál te reflejas?
Personajes de la Pasión: ¿en cuál te reflejas?
La Pasión de Cristo hay que leerla en directo, en vivo y como protagonistas. Nadie puede pasar por esas impresionantes páginas y quedar igual.

Todos estamos reflejados en alguno o en algunos de los personajes de la Pasión de Cristo.

¿Es que acaso no hemos tenido algún gesto hermoso con nuestro hermano, ese Cristo viviente, como hizo la Verónica con Cristo? ¿No hemos ayudado nunca a alguien a llevar la cruz, cualquier cruz, sea física o moral, como el Cireneo con Jesús?

¿No es verdad que también a veces nos hemos comportado como Pedro, que le niega, o como Judas, que lo traiciona villanamente, o como los demás que lo abandonan? ¿Esos soldados y esbirros que azotan cruelmente a Jesús no nos recuerdan que en alguna ocasión hemos sido así con nuestro prójimo?

Sin duda alguna que muchas veces podemos compararnos con san Juan evangelista, fieles a Cristo hasta la cruz. O como María, la tierna Madre que fue un sostén para su Hijo amado.

Pilato hemos sido tantas veces, al lavarnos las manos cobardemente y no defender a Cristo ante los demás. Y también Anás y Caifás, hombres prepotentes y soberbios, que por envidia condenan a Cristo. Y nosotros, por envidia, nos deshicimos de “ese” que nos caía mal.

En la Pasión de Cristo nos vemos reflejados un poco todos los hombres de ayer, de hoy y de siempre. La Pasión la vive Cristo por nosotros, a causa de nosotros y en lugar de nosotros.

Ojalá que al repasar estos personajes sintamos una profunda pena y dolor inmenso, por haber ofendido a Cristo, y, sobre todo, un deseo sincero de acercarnos a Cristo, pedirle perdón y aceptar de nuevo su amistad.

Cristo, perdónanos. Cristo, acéptanos de nuevo como amigos. Cristo, aquí nos tienes.






Capítulo 1: Judas, el traicionero

Sí, el que besó a Jesús y lo traicionó. Sí, el escogido por Cristo por amor para ser seguidor, compañero, apóstol de primera fila de Jesús. Sí, el que vio los milagros de Jesús y escuchó las palabras bondadosas y pacificadoras de Jesús y partió el pan de la mesa muchas veces con Jesús en la intimidad de un almuerzo.

Adentrémonos un poco en le alma de Judas. ¿Desde cuándo trama la traición? ¿Por qué llegó a este extremo? ¿Quién o que le empujo a ello? ¿Qué ganó con la traición?


I. Con el beso de Judas se inicia la Pasión. Jesús sintió como una quemadura en el rostro. ¡Fue traicionado por uno de sus íntimos, fue totalmente doloroso para Jesús!

En algunos lugares de México existen Cristos que de talla, cubiertos de heridas, que lleva en la mejilla una llaga especialmente honda, llena de sangre, que llaman el beso de Judas.

Este beso son las heridas que Jesús recibe en la casa de sus amigos.


II. Judas era de Karioth, de la región de Judea. Él bajó a Galilea, al lago en Cafarnaún para oír la palabra de Jesús... Era uno más de los judíos que anhelaba la liberación de los romanos y de toda esclavitud. ¿Será este el Mesías? -se decía de Jesús.

Judas era doble. No era transparente como Natanael. Por lo que colegimos del Evangelio Judas tenía dobles intenciones desde el inicio.

¿Será un espía del Sanedrín? De hecho tenía contactos con Caifás.

¿Será un zelote que buscaba un libertador político? Como Jesús le defraudó, decidió canjearlo por la libertad de Barrabas.

¿Sería un ladrón que vio en Jesús la forma de hacerse rico robando de la “bolsa” del grupo?

Judas era doble por eso nunca podremos conocer realmente sus intenciones más profundas.



  • ¿Por qué traicionó al Maestro?
  • ¿Por qué con un beso?
  • ¿Por qué en la noche, y en el huerto de Gethsemaní?
  • ¿Por qué llevó toda esa turba de gente con palos y garrotes?
  • ¿Por qué después de traicionarle se suicida, se mata, se ahorca?


    III. Treinta monedas de plata. Dentro de las leyes de Moisés, cuando el buey de una persona embestía a un esclavo, el dueño del animal debía pagar una compensación 30 siclos de plata al propietario del esclavo y luego matar al animal.

    ¡Treinta monedas! ¡El precio de un esclavo!

    ¿Es que hoy no hay gente que vende a Cristo incluso por menos? ¿Es que acaso no le he traicionado yo alguna vez?


    IV. Sigue la pregunta: ¿por qué Judas traiciono a Jesús? Se han escrito kilómetros de páginas sobre Judas. Ningunas se ponen de acuerdo. Todos elucubran.

    Solo Dios conoce el corazón del hombre.

    Judas no era peor ni mejor que los demás apóstoles, a la hora de ser elegido. Todos tenían sus zonas de luz y sus rincones oscuros.

    ¿Qué le pasó a Judas, con la convivencia continua de Jesús, que era el Sol del mediodía, sin ocaso, sin eclipse?

    ¿Qué le pasó a Judas, con el trato continuo de Jesús, que era todo amor, y solo amor compasivo, tierno y misericordioso?

    Tal vez, cada día iba alejándose de Jesús, el corazón de Judas ya no comulgaba con el mensaje de Jesús, con las ideas de Jesús, con las actitudes de Jesús. ¿Cómo era el mensaje de Jesús, las ideas de Jesús y las actitudes de Jesús, que tanto detestaba Judas?

    ¡El amor!

    Judas no quiso abrirse al amor. Un amor que perdona, que hace el bien, que busca el bien, que no tiene en cuenta el mal, que vence el mal con el bien, que sabe darse sin medida a los demás, que nunca piensa en sí mismo, que está pendiente sólo del otro.

    Judas, tal vez, no aguantó la luz y el calor de tanto amor que despedía Jesús.

    Tanto amor de Jesús le quemaba, le irritaba el corazón a Judas... Es como si yo tuviera una herida y me colocan alcohol para curarme: me escuece mucho, me quemo, me molesta, pero sé que esa herida curará.

    Judas llevaba esa herida abierta, con pus. Una herida provocada por el egoísmo: sólo pensaba en sí mismo. Ese egoísmo le llevaba a alejarse de Jesús, a alejarse de los demás, a pensar sólo en su beneficio: ¿qué ganaré si sigo a Jesús?

    Jesús quiso curar su herida terrible del corazón de Judas. Pero Judas se resistió. No aguantó el amor de Jesús. Curiosamente no soportó tanto amor de Jesús. ¡No puede ser! ¿Por qué sigue amándome, si yo soy tan mezquino? ¿Por qué sigue echándome salvavidas, si yo no lo amo?

    Y creció en el corazón de Judas el odio, que es sentimiento pervertido del amor; El amor de Jesús rebotaba en el corazón de Judas, y lo hacía más duro, más pétreo.

    Judas, ¡ábrete al amor de Jesús! ¿No ves que Él te quiere? ¿No sientes que Él te ama? ¿No escuchas su dulce voz de Pastor que quiere atravesarte con sus silbos amorosos?

    Tal vez el drama de Judas fue éste: ¡poco a poco se fue distanciando del corazón de Jesús... y aunque estaba a dos o tres metros, físicamente, sin embargo, espiritualmente estaba a años luz, a muchas leguas de Jesús!

    Y cuando uno enfría el amor a Cristo, comienza a crecer el egoísmo, abierto a disfrazado, que sólo piensa en sí mismo, sólo se busca a sí mismo, sólo está pendiente de sí mismo, sólo se ama a sí mismo.

    Por eso Judas no llegó a la traición, a ese beso de traición de la noche a la mañana... sino progresivamente, poco a poco... Alejándome de la luz, voy entrando en la oscuridad de la noche: “y era de noche”... Alejándome del amor, voy entrando en el túnel del desamor y del odio: “a quién yo besa, ese es. Prendedle... Alejándome de la paz, voy entrando en el espiral del remordimiento: “y a él, a Judas, le remordió la conciencia. Fue y se ahorcó”.

    Ahora entendemos un poco más por que no le interesaron las 30 monedas de plata... por qué se ahorcó... no pudo abrirse, no quiso abrirse al amor misericordioso de Jesús. No toleraba más los ojos dulces de Jesús. No aguantaba más esa voz tierna de Jesús. No soportaba más esas manos cariñosas de Jesús dispuestas a levantar al caído.






  • Capítulo 2: Pedro ¿roca?

    ¿Qué pasó a esta Roca? En un momento de flaqueza, Pedro resquebrajó su Roca.


    I. MÁS QUE AMOR A PEDRO LE FALTÓ VALENTÍA

    Quiso dar vida por Cristo, pero a la hora de la hora fue cobarde, tuvo miedo, prefirió salvar su pellejo.

    Pedro en el laboratorio de su corazón tenía dos sentimientos mezclados: amor y miedo.

    Porque amaba a Cristo, no huyó después de que Jesús fue atado y apresado. Y porque estaba atenazado por el miedo siguió a Jesús de lejos.

    Porque tenía miedo, negó a Jesús tres veces, cobardemente. Pero porque amaba a Jesús, salió fuera y lloró amargadamente su pecado de traición al Maestro.

    ¡Qué distinto a Judas!

    Esa mirada tierna y misericordiosa de Jesús: “Y Jesús lo miró”, se le clavó en lo profundo del corazón de Pedro; pero no era una mirada de reproche sino de compasión. Una mirada que pareció decirle: Simón, yo he rogado por ti. Fue una mirada alentadora, misericordiosa. Una mirada que le decía: “Pedro, ¿a dónde vas? No te separes de mí. Sígueme.

    Le miró con la misma ternura que cuando le llamó a seguirle. Vaya que conocía Pedro esa hermosa y cautivadora mirada de Jesús. Con esa mirada, Pedro comprendió la gravedad de su pecado.

    No creamos que la caída de Pedro fue leve. No. Pedro cayó en un pecado gravísimo.

    Conocía a Jesús.

    Era el primer Papa, por tanto, el jefe del grupo.

    Fue distinguido por Jesús como uno de los tres discípulos predilectos.

    Mintió con juramento, maldijo.

    Cayó muy hondo.

    Pero lo hermoso de Pedro es que se arrepintió, si abrió al amor de Jesús, a ese sol espléndido de Jesús y volvió la claridad a su alma.


    II. REFLEXIONEMOS

    ¿Por qué Pedro cayó de esa manera? ¿Por qué fue tan cobarde? ¿Por qué negó a Jesús tres veces?

    Principalmente, confió mucho en sí mismo. Es lo que llamamos pecado de presunción: “yo no te abandonaré jamás... aunque todos, yo no... estoy dispuesto de ir contigo a la muerte”. Se hacía el valiente, el vanidoso, el presuntuoso, muy pagado de sí mismo, creidillo.

    En segundo lugar, se durmió en la oración. Es decir, aflojó en la oración. Cuando uno afloja en la oración, automáticamente pierde fuerza y peso espiritual. Y sin fuerzas, cualquier viento o contrariedad me derrumba.

    En tercer lugar, porque se metió en la boca del lobo, en el atrio, donde estaban aprovechando la leña del árbol caído. ¡Qué imprudente!

    ¡Presunción, desidia, imprudencia!


    III. ¿CÓMO SALIÓ DE TODO ESTO?


  • La mirada de Cristo.
  • El canto del gallo.
  • El amor de su corazón.

    La mirada de Cristo le hizo reflexionar donde estaba caído.

    El canto del gallo le lanzó fuera del peligro.

    El amor de su corazón le hizo llorar amargadamente, con un corazón arrepentido. ¡Le había fallado al Maestro, al Amigo, al Señor, al Buen Pastor!

    La Roca de Pedro, comenzó a tener grietas. ¿Por qué nos extrañamos a lo largo de la historia de la Iglesia? Los instrumentos que Jesús escoge son débiles. Desde el punto de vista exclusivamente humano, hubiera tenido Jesús razones para excluir a Pedro, para excluirnos a nosotros. Pero Jesús mira el corazón contrito, humillado, humilde, arrepentido... y Él nos da su perdón y su gracia.

    Señor, danos el don de contrición para llorar nuestras faltas y pecados. Danos dolor de amor por haberte ofendido. Y ayúdanos a levantarnos, a acercarnos a ti, a pedirte perdón y a volver a comenzar. Amén.





  • Capítulo 3: Anás

    I. Entremos ahora en la casa de Anás, el suegro del Sumo Sacerdote Caifás. Había sido sumo Sacerdote también.

    Llevaban a Jesús maniatado, descalzos los pies, gacha la cabeza, conducido con la soga que sujetaba su cuello, como un animal. Era a las tres o cuatro de la mañana de ese Viernes terrible.

    Había en torno a él risas y cuchicheos de satisfacción: la cosa había resultado en realidad más fácil de lo que todos se esperaban.

    Iban llegando a la casa de Anás gentes intima de los pontífices, envueltos en blancas vestiduras.


    II. Lo llevaron a Anás para hacer tiempo, dado que el proceso en casa de Caifás, su yerno, tenía que comenzar por regla general de día.

    Anás, pues, lo juzgaría privadamente mientras se organizaba oficialmente el tribunal.

    Anás había convertido a su familia en una gran mafia de la que el, Anás, era el padrino todopoderoso.

    Anás, aunque para los judíos era el Sumo Sacerdote, no ejercía el cargo. Se lo había dejado a su yerno Caifás.

    Anás era un hombre puntilloso en el cumplimiento externo de sus funciones; pero escéptico y agnóstico; pues no cría en nada que no redundara en interés personal.


    III. Ahora están frente a frente: Anás y Jesús. Anás le estudia a Jesús. Y se pregunta qué podía haber inducido a este desconocido a creerse el Salvador del mundo.

    Se alegró de no ser él, Anás, quién debía juzgarle. Y comenzó a hacerle muchas preguntas:


  • ¿Qué era lo que predicaba?
  • ¿Dónde lo había aprendido?
  • ¿Quiénes eran sus discípulos?
  • ¿Qué pretendía hacer con ellos: una sociedad secreta?

    Jesús digno, dueño de sí mismo: “Yo siempre he hablado públicamente y ante todo el mundo. He predicado siempre en las sinagogas y en el templo, donde todos los judíos se reúnen. A escondidas nunca he dicho nada. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a quienes me han oído, pregúntales qué es lo que yo he dicho. Ellos lo saben” .

    La respuesta de Jesús desde el punto de vista jurídico era perfecta: según el derecho judío un acusado no tenía que dar testimonio de sí mismo; sólo era válida una acusación sobre testigos ajenos y fidedignos. Jesús, pues, descalificaba así a Anás por salirse de los procedimientos legales.

    Un silencio embarazoso siguió a las palabras de Jesús. Anás no se esperaba esto. Anás estaba acostumbrado a otro tipo de actitudes en sus súbditos: sumisión, desaliento, servilismo, miedo.

    ¡Y este campesino se atrevía a dejarle públicamente en ridículo! Con una punta de clarísima ironía le recordaba cuáles eran los verdaderos procedimientos legales.

    Anás se sintió desarmado... y no quiso que aquella “insolencia” quedara sin respuesta o sin castigo.

    Y quien no tiene razones, ¿a qué se atiene? A la violencia. Uno de sus siervos, tal vez mirado por el mismo Anás, dio una bofetada a Jesús, golpeándole en plena boca: “¿así respondes al pontífice?”.

    Era la primera vez que una mano humana golpeaba físicamente a Jesús. Antes, en el huerto, había sufrido empellones. Luego había sido arrastrado por tirones de soga. Ahora era su propio rostro quien conocía la violencia humana.

    Jesús, quedó digno, sereno. Miró, tal vez a Anás, esperando que reprochara aquella acción indigna. Era bajo y cobarde golpear a un hombre maniatado; era injusto tratar a un simple acusado como a un criminal convicto y confeso.

    Anás se sintió satisfecho de aquella villanía... que le sacó de su gran apuro.

    Por eso Jesús se volvió discretamente a quien le había golpeado y con una impresionante dignidad dijo mansamente: “Si he hablado mal, dime en qué. Y si he hablado bien, ¿por qué me pegas?

    Si antes, se sintió humillado Anás; ahora mucho más. ¿Quién era ese hombre que respondía mansamente, con lógica y calma asombrosa?

    “Este hombre no siente miedo frente a mí”. ¿Quién será?

    Y en verdad, sintió miedo Anás. Ese extraño pavor supersticioso que domina a los ilustres la primera vez que se encontraban con alguien verdaderamente más grande que ellos.

    Prefirió, por ello, desembarazarse cuanto antes de él. Se levantó nervioso. Y dio órdenes de que se lo devolvieran a Caifás, su yerno, que era, en definitiva, el verdadero responsable de este absurdo e injusto juicio.

    Anás pasará a la historia como el prototipo de hombre que hace valer sus derechos de “autoridad jubilada”, para humillar a los demás, darse importancia... y como no pudo, recurrió a la violencia baja y propia de villanos.

    Y Jesús nos da ejemplo de mansedumbre ante quienes nos traten con despotismo, violencia e injusticia. Sólo así, seremos más grandes que quien se rebaja a tales procedimientos indignos.




  • Capítulo 5: Pilato

    Ya los sumos sacerdotes decidieron la muerte de Jesús, el asesinato del hombre más justo de la historia.

    Ahora se encaminan al palacio del gobernador Pilato para sacarle la ejecución, dado que sólo el poder civil podría dar muerte a alguien. Estaban seguros de lograrla, porque sabían que Pilato era débil.

    Le llevaron con el punto más fuerte: “Jesús se dice el Mesías”. Para un romano, esa palabra oía a revolución inminente.

    Y se lo llevaron tempranito, antes de que el tribuno Pilato comenzase las audiencias habituales.

    Pero mientras se hacía completamente de día, Jesús esperó.

    Serían entre las 6 y las 8 de la mañana cuando llegaron ante Pilato. Hicieron bajar a Pilato de su cómodo asiento y estancia, porque los sumos sacerdotes judíos no podrían subir para no con contaminarse, dado que era la casa de un pagano. ¡Qué hipocresía! No querían contaminarse para poder conocer la Pascua, y, sin embargo, tenían el corazón pervertido, contaminado de odio, malquerencia y el deseo de matar a un inocente


    I. ¿QUIÉN ES ESTE PILATO?

    Nos encontramos ante una de las figuras más enigmáticas de la historia, un personaje con tantos con tantos rostros.

    Era el quinto procurador romano, que dirigió Palestina, desde que Roma se adueñó de estas tierras.

    Es una persona con doble personalidad. Por una parte muestra un enorme desinterés y casi un fastidio de verse mezclado en un asunto que no le interesa y que considera una querella intestina con el seno de un pueblo -el judío- al que desprecia. Por otro lado -y aquí está la otra personalidad- parece gustarle el tener la ocasión de mostrarse superior a sus enemigos, los sacerdotes judíos. Le agrada el que tengan que acudir a él, humillarse, y parece paladear el placer de retrasar su respuesta a lo que le piden.

    Al exterior, como buen político, parece frío e indiferente: por eso, pregunta, inquiere, da la impresión de estarse haciendo el interesante. Podía haberse limitado, sin más, a confirmar la sentencia del Sanedrín, pero prefiere comenzar de nuevo el juicio desde el principio: ¿qué acusación traéis contra este hombre?

    Los sacerdotes judíos esperaban que se limitara a firmar, sin hacer más historias.
    Pero Pilato es astuto: “Si, os molesta a nosotros, juzgadle según nuestra ley”. Este Jesús no me ha alborotado el país, es pacífico, no tengo quejas de mis policías. ¡Un punto a favor de Pilato!

    Los Sumos Sacerdotes judíos tienen muy claro su objetivo: dar muerte a Jesús desembarazarse de Jesús. Por eso lanzan acusaciones –ya no tanto religiosas (¿qué le interesaban a Pilato?) sino políticas y sociales: “Lo hemos hallado amotinando a nuestra gente y prohibiendo dar tributo al César y diciendo qué él es el Mesías rey”. ¡Parte mentira y parte verdad!

    Los argumentos están bien elegidos para impresionar al gobernador Pilato.

    Pilato es astuto e investiga a fondo y pide al reo.


    II. SE ENCUENTRA PILATO CON JESÚS

    A solas sin esa jauría de acusadores.

    Comienza Pilato con una pregunta: “¿Tú eres el rey de los judíos?”.

    Jesús declara que su realeza trasciende las instituciones humanas. No viene a hacer competencia al César. Su reino no es de este mundo.

    Ya se daba cuenta Pilato de que Jesús era un rey distinto.

    Viene sin hombres, sin gloria, sin vestimenta fina... sin escolta... deshecho.

    No cede al entusiasmo de las multitudes.

    No se deshace en elogios de Roma, para ganarse puntos.

    Sí, Jesús es Rey. ¡Pero muy distinto a los reyes de aquí abajo! Su trono fue primero un pesebre en Belén... y después una cruz.

    De esta primera entrevista con Jesús, Pilato sacó esta conclusión: este hombre es inocente, no encontró en él ninguna culpa.

    Le dejó sólo y salió para decir, a los judíos “yo no encuentro nada”

    Los judíos seguían incitando a Jesús contra Pilato. Pilato vuelve a entrar y le pregunta “¿no dices nada?”.

    Jesús guardaba silencio. Este silencio le confirmó aún más en la inocencia del acusado.

    Salió el gobernador otra vez y comprobó la diferencia entre la serenidad del reo y la exaltación y falta de ponderación de quienes pedían su muerte.

    Pilato estaba plenamente convencido de la inocencia de Jesús; y así lo manifestó por tercera vez: “No encuentro en Él ningún delito”.

    En el comienzo del juicio estaban claramente a su favor. Después, por cobardía, irá cediendo terreno, hasta encontrarse completamente perdido.

    El Señor será finalmente condenado por un hombre cobarde, que no quiso enemistarse con Roma, para no perder el puesto de gobernador.

    Pilato si hubiese querido, podría haber encontrado abundantes testigos que habrían probado la inocencia de Jesús.


  • Aquel ciego.
  • Aquel paralítico.
  • A la chica resucitada... Todos los de Naín.
  • Todos los que fueron testigos de la multiplicación de los panes.

    Pero Pilato no estaba preocupado por la verdad y la justicia; quería salir del enredo. Estaba ya harto. Además, no quería perder puntos ante Roma.


    III. ¿QUÉ DEBEMOS APRENDER DE PILATO?

    1° Pilato fue cobarde. No debemos ser cobardes, como Pilato. Tendremos muchas ocasiones en la vida para ser valientes y no dejarnos llevar por “el qué dirán”. Hay que pedir a Dios la valentía de los primeros seguidores de Jesús que eligieron dar la vida por Jesús, antes que traicionarle, herirle, fallarle.

    2° Pilato no supo aceptar la verdad. Para él la realeza no es verdad, sino poder.
    Que nosotros seamos amigos de la verdad, busquemos y defendamos la verdad por encima de todo...

    Pero Pilato quiso darse un respiro y mandó al reo, al enterarse de que era galileo, al palacio de Herodes, rey de Idumea del sur de Judea, pero que mandaba en la Galilea, al norte. Por ese entonces Herodes estaba haciendo una visita a Jerusalén.




  • Capítulo 6: Herodes

    Vamos al palacio de Herodes, el zorro.

    ¿Cómo estaría Jesús? Cansado físicamente, psicológicamente deshecho. Parecía un juguete que se iban pasando de mano en mano.

    Herodes había oído hablar de Jesús. Pero como siempre vivía en su palacio, cómodo, entre desenfrenos y orgías, nunca vio a Jesús por los caminos. 

    Hagamos el retrato de Herodes.


    I. Estaba ansioso de oír a Jesús

    Pero era sólo curiosidad; pues era un hombre supersticioso, sensual, frívolo. Pretendió servirse de Jesús como diversión de la fiesta. 

    Quiso sacarle algunos números de magia milagrera, le hizo mil preguntas. Preguntas para satisfacer a su corte ansiosa de novedades, que rompieran la monotonía de sus desenfrenos y aburrimientos.

    Pero Jesús no le respondía nada ¡Qué contraste entre la verbosidad de Herodes y el silencio de Jesús!

    Jesús ha hablado:

    - Con maestros de Israel, como Nicodemo.
    - Con escribas y fariseos.
    - Con el mismo Pilato.
    - Con el ciego que pedía limosna.
    - Con la mujer samaritana.
    - Con pobres y potestades.

    No rechazó nunca a nadie. Buscó el diálogo con las gentes. A todos les hablaba en su lenguaje.

    Pero a Herodes no le habló. Jesús no venía con sus milagros a divertir, sino a salvar.

    Él, que era La Palabra y estaba sediento de conversar con los hombres, calla; ¿Por qué? ¿Es que no me oyen?

    ¡Dios no habla, cuando es tratado como una cosa más!

    Señor, yo sé que no hay mejor interlocutor que Tú; nadie nos ha escuchado con tanta atención que Tú; nadie nos ha tomado tan en serio que Tú. Tus palabras son las más enriquecedoras, acertadas, alentadoras. Una sola palabra tuya, Señor, sana, aquieta, consuela, purifica, orienta. El diálogo contigo siempre enriquece y llena de paz.

    Pero a Herodes no le dirigiste ni una sola palabra. No quisiste desperdiciar ni una de tus sagradas palabras con ese pobre hombre Herodes, que no tenía fondo, ni valores humanos, ni éticos, ni religiosos. Sólo vivía para sus placeres y fiestas.

    A un metro de Jesús... y no sabía a quién tenía adelante. ¡Qué lastima!


    II. ¿Qué debemos evitar de Herodes?

    Herodes tenía un alma hueca, llena sólo de diversiones, de juergas, de orgías. Cuidar nuestras diversiones y fiestas, no sea que nos vaciemos tanto que después el Señor, ni siquiera se digne dirigirnos una sola palabra como le pasó a Herodes.

    Tratemos con más respeto a Jesús en la Iglesia, en la misa, con el silencio, la atención, la concentración.

    Aprovechemos el Sagrario para intimar con Jesús y hablarle de nuestras cosas íntimas y profundas, hasta hacerle a Jesús el amigo íntimo de nuestra alma.



    Capítulo 7: Barrabás

    Herodes, enfurecido porque Jesús no le hizo caso, no le divirtió... le manda a Pilato de nuevo, pero con una capa blanca, como indicando que allá va un loco. ¿Quién será el verdadero loco?

    Y se encontró de nuevo Jesús con Pilato. La primera cosa que hizo Pilato en esta segunda entrevista con Jesús fue reconocer la inocencia de Jesús, pero de esta manera: “Así que, después de castigarle, lo soltaré”. ¿Por qué lo va a castiga, si es inocente Jesús?

    Además el castigo no era una pena leve, sino la terrible flagelación:

    Le desnudaron.

    Le azotaron Su Sacratísimo Cuerpo... hasta dejarlo lleno de cicatrices, ensangrentado.

    Pilato pensaba que con este escarmiento esos judíos y sumos sacerdotes se quedarían conformes. ¡Qué va! Ellos querían a toda costa la muerte de Cristo, y esta muerte en la cruz, que era el suplicio más horrible e infamante en ese entonces.

    Pilato seguía inventando nuevas maneras de soltar a Jesús. Se acordó, que cada año, por la Pascua, soltaba un preso, el que pedían, para demostrar benevolencia y clemencia. Pensó Pilato que el pueblo votaría a Jesús. Pero los sumos sacerdotes ya habían hecho su campaña para que no votaran a Jesús, sino al otro, a Barrabás.

    No creamos que fue una muestra de amor de Pilato. No. Era, más bien, una forma mezquina de dejar en libertad a un inocente. No le liberaba en razón de la justicia, sino por el privilegio de la Pascua. El hecho mismo de compararle con Barrabás, un bandolero, criminal, asesino, significaba una grave ofensa a Jesús.

    Al oír Pilato que la gente pidió a Barrabás, se quedó helado. “¿Y qué haré con Jesús llamado el Cristo?”.

    ¡Qué pregunta tan importante! Con esta pregunta Pilato abdicaba prácticamente de su potestad de juez y se la regalaba a una multitud enloquecida.

    Aquella turba había perdido todos los frenos, más de la mitad de esa turba era partidaria de Barrabás, que estaban allí por el indulto pascual.

    Se oyeron aquellas voces terribles que golpearon con tanta fuerza al alma del Señor: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!

    ¿Por qué? -se preguntaba Pilato. Puro rencor, envidia. No había otras razones.
    ¡Es el pago de tanto amor, de tantos desvelos de Jesús para con los hombres! ¡No le querían! ¡Le odiaban! 

    ¡Jesús y Barrabás! El Señor, con la cabeza baja, codo a codo con el asesino. El mismo Barrabás estaba admirado por haber sido preferido al dulce Maestro de Galilea.

    Crecía el tumulto, y Pilato tuvo miedo. Quiso quitarse de encima a esta turba enfurecida.

    Pero aún no quería ceder a la multitud y buscó una nueva componenda: se volvió a los guardias que escoltaban a Jesús y les mandó que lo azotaran, al mismo tiempo que daba órdenes de que soltaran a Barrabás.

    Pilato fue cediendo poco a poco. No fue él quien mandaba... le mandaron los demás ¡Cuántas veces nos pasa a nosotros que no somos nosotros los que mandamos en nuestra vida, nuestra inteligencia y voluntad, lo más noble que tenemos, sino la peor parte de nosotras: nuestras pasiones, miedos!




    Capítulo 8: Los soldados de Pilato

    Pilato mandó flagelar a Jesús con el fin de mover a compasión a la turba en un último intento de liberarlo de la muerte. Era tan brutal este castigo que estaba prohibido por ley aplicarlo a los ciudadanos romanos. Los judíos no daban más de 40 golpes. Pero Jesús fue azotado por romanos o mercenarios, y éstos no tenían límites. Dependía de la resistencia de los verdugos.

    Utilizaban el flagellum de correas, que solía tener en sus extremos huesos o bolas de plomo, e incluso puntas de hierro, que se clavaban en las carnes del azotado.

    El reo era atado por las muñecas a una columna baja, quedando el pecho apoyado sobre la parte superior y las espaldas desnudas para recibir los golpes, que alcanzaban hasta el vientre y el pecho, y aun el rostro. A veces la flagelación causaba la muerte del desgraciado.

    En la Sábana Santa se aprecia que las huellas de la flagelación de Jesús se hallan distribuidas por todo el cuerpo, y no sólo por la espalda. Pueden contarse hasta 90 golpes de flagelo.

    Jesús quedó deshecho y temblando. Sentía la vergüenza de la desnudez. Su cuerpo era el de un hombre. Su miedo el de un hombre. Su soledad, en medio de esa jauría era soledad de un hombre. Sangraba por todas partes. El cabello, tal y como se ve en las huellas de la Sábana Santa, está lleno de regueros de sangre, unos finos y otros más gruesos. Toda la cabeza se halla repleta de pequeñas heridas punzantes, causadas por la corona de espinas que cubría hasta lo más alto del cuero cabelludo hiriendo todo él, desde la frente hasta la nuca. Los regueros de sangre más gruesos, corresponden a las principales venas y arterias cerebrales, de la frente y la sien.

    Él había dicho: “amad a los que os odian”. Silbó el cuero del látigo en el aire. “Haced el bien a los que os maldicen... ofreced la mejilla izquierda a quienes os abofeteen en la derecha”.

    Después de la flagelación, vinieron las burlas; le escupían, le ponen en la mano una caña... le quitaban la caña, le golpeaban la cabeza... le daban bofeteadas.

    Le humillaron como a un tonto que no se defendía.

    El más hermoso de los hijos de los hombres perdió su belleza, hecho un gusano.

    Cuando estemos mal, o suframos, tengamos a este Jesús sufriente como compañía.

    Él nos mirará con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas y olvidará sus propios dolores para consolar los nuestros.

    Rápido nuestra alma recuperará la paz y la serenidad, y encontraremos fuerzas para seguir adelante.

    La gente esperaba fuera. Entonces salió Pilato y les mostró a Jesús. Apenas se tenía un pie. Estaba desfigurado, encogido por los golpes, el rostro con la saliva de los soldados y lleno de cardenales por las bofeteadas y los palos.

    Llevaba un manto de púrpura y la corona de espinas.

    Y les dijo Pilato: “Ahí tenéis al hombre, el hombre peligroso que decís vosotros. ¿Qué daño puede hacer?”.

    Nada más verlo los sumos pontífices comenzaron a gritar con gran violencia: ¡Crucifícalo, crucifícalo!

    Pilato les respondió: Tomadlo vosotros y crucificadlo, pues yo no encuentro culpa en él. El procurador se ha venido abajo por completo. No esperaba esta reacción de la multitud.

    En medio de la confesión, los judíos sacan a relucir el verdadero motivo por el que le había condenado el Sanedrín: decía ser el Hijo de Dios, el Mesías esperado.

    Pilato se lavó las manos y dijo: “Soy inocente de esta sangre”. Sus manos inocentes, pero su boca condenó a Jesús. Su cooperación en la muerte de Cristo fue cooperación formal... la material se la dejó a sus soldados.

    ¡Jesús condenado a muerte!

    Jesús deseaba esta hora... para esto había venido. Va a la muerte con toda lucidez. Por encima de sus dolores físicos y morales desea cumplir la voluntad de su Padre y así rescatar a los hombres del pecado.

    Obedeció a su Padre hasta dar la vida en la Cruz.



    Capítulo 9: Camino al Calvario

    I. El PESO DE LA CRUZ

    Con la cruz a cuestas, este Cordero inocente, va camino al degüello.

    Llevaba el palo transversal de la cruz, atado por detrás sobre los omoplatos. Este peso y esta posición, con los brazos sujetos al palo, hacían bascular terriblemente a Jesús cuando andaba. En esta postura le resultaba difícil mantener el equilibrio, con lo que caía con frecuencia al suelo, siempre de cara y sin poder protegerse con las manos, parando el golpe con la nariz y el rostro. En la Sábana Santa se descubrieron unas grandes contenciones y cardenales, y unos arañazos largos y profundos en la zona alta de la espalda, por culpa de ese palo transversal. ¡Por si hubiera sido poco la flagelación, los azotes!

    Muchos le miraban con pena y desconcierto; para otros, el cortejo de aquel condenado a muerte, tenía un cierto aire festivo.

    A muchos los conocía. Eran hombres y mujeres a quienes había hecho algún milagro, algún favor, algún beneficio. ¡Qué ingratos somos los hombres! ¡Qué rápidamente nos olvidamos de quienes nos han hecho algún bien!

    ¡Qué dolor para Jesús! Al peso de la cruz se une el peso de la ingratitud, del desprecio, de la humillación. Y todo esto le hace caer varias veces.

    De nosotros esperaba compasión, ayuda, solidaridad... y sólo recibió desprecio, desinterés y ofensas.

    Pero durante este trayecto penoso y terrible, encontró el alivio, el consuelo de su madre, de Juan, de Simón de Cirene, y de unas buenas mujeres.


    II. EL ENCUENTRO CON SU MADRE

    Quedó sobrecogida por el estado en que se encontraba su Hijo. Al principio casi no lo reconoció... por las caídas, los golpes, la falta de aliento y de agua.

    El dolor de María alcanzó la cima en la Pasión, donde participó de modo singular de la Redención llevada a cabo por su Hijo.

    ¿Qué se dijeron María y Jesús? Se miraron. Quizá intercambiaron alguna palabra. Su madre animó a su Hijo para que siguiera adelante en el camino de la cruz.

    Cada corazón, el de María y el de Jesús, vierte en el otro su propio dolor. El de ambos estaba lleno de amargura, de pena, de dolor.

    “¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor!”.

    María contempla la soledad de su Hijo. Casi todos le han abandonado. Y le consuela a su Hijo. ¡Qué dulce consuelo! ¡Cómo alivió a Jesús este encuentro con su madre!

    ¡Jesús esperaba y deseaba este encuentro! ¡Cuántos recuerdos de infancia! Belén, Egipto, Nazaret... ahora la quiere aquí, en el Calvario.

    Yo también la necesito a María es esos momentos de oscuridad, de noche, de dificultad, de dolor. Cuando un niño pequeño tiene miedo, grita: ¡mamá! Así tengo yo que clamar: ¡No me dejes, madre!


    III. SIMEÓN DE CIRENE

    Jesús estaba muy débil y se veía tropezar con frecuencia. Parecía que no iba a llegar a la cima. Y quienes le habían condenado tenían mucho interés en que llegase con vida hasta la cruz. Querían un hombre crucificado, no un cadáver para enterrar.

    Por eso, a uno que pasaba le obligan a llevar el travesaño. Le obligan, porque no hubo nadie con entrañas.

    ¿Dónde estaban los apóstoles para echarle una mano? Nadie se presentó. 

    Jesús sintió alivio físico, con la ayuda del Cireneo . Le agradeció con una mirada, con un gesto. Primero, la llevó con enojo y fatiga... y poco a poco, su ira se derretía ante los ojos mansos y serenos de aquel hombre que, nada tenía que ver con los condenados corrientes. Primero, enojo. Después piedad, y finalmente amor. 

    Simón nunca llegó a imaginar que aquel sería el día más grande de su vida. ¡Ayudó al Hijo de Dios en su camino hacía la cruz! Podemos pensar que participaría en el descendimiento y estaría cerca de María.

    Yo también puedo ser Cireneo de Jesús, ayudando a quién lleva una cruz más grande que la mía. 


    IV. LAS SANTAS MUJERES

    “Lloraron y se lamentaban por él”. Más no podían hacer. No tenían ni voz ni voto.

    Jesús se despreocupa de su dolor, y las consuela. Siempre olvidado de sí mismo y volcado a los demás. ¡Cuánto nos cuesta a nosotros esto! Nuestro dolor nos hunde y nos cierra a los demás.

    La tradición nos habla de la Verónica. ¡Otro consuelo para Jesús! Cada vez que yo enjugo el rostro de algún hermano necesitado, se lo hago a Jesús y en mi alma queda estampada la figura de Cristo.


    V. EL BUEN LADRÓN

    Cuánta verdad se esconde detrás de las palabras: “He venido a buscar a los pecadores”. No desaprovechó ni un minuto de su vida para abrir su corazón al pecador.

    Ahora, ya en la cruz, se encuentra con dos ladrones. O mejor, estos ladrones tienen la suerte de encontrarse con Jesús ahí, en el Calvario.

    Nadie que se acerque a Jesús queda indiferente: o le acepta y le ama, o le odia y le desprecia. No hay término medio.

    Uno de ellos, es mal ladrón, se une a los insultos de todos, con blasfemias. No dejó que Cristo tocase la profundidad de su alma. No se abrió a Jesús y a su cruz salvadora, sanadora, purificadora. Se cerró. El otro, el buen ladrón, se abrió a Jesús.

    En primer lugar le llama el ladrón le llama con el dulce nombre de Jesús. ¡Qué familiar le resulta Jesús! Sin duda que había oído hablar de él. ¿Quién no había oído hablar de Jesús en ese tiempo? ¿Y también en este tiempo?

    En segundo lugar, le pide al menos un recuerdo en el Reino: “Acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino”. Quiere decir que es un judío creyente, que había tenido un proceso de conversión progresivo, que culminaba ahora aquí junto a la Cruz de Cristo, junto a Cristo en la cruz. El dolor y el encuentro con Cristo Crucificado le había empujado a la conversión moral y religiosa. Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado contemplar de cerca el sufrimiento del Señor.

    Estas palabras del ladrón fueron un gran consuelo para Jesús. Y realmente este ladrón robó un pedazo de cielo y el corazón de Jesús. Sus palabras fueron para Jesús una bocanada de oxígeno en aquella tarde cerrada a todo consuelo.

    Y Jesús no sólo le promete un recuerdo, sino que le da el don de los dones: el cielo: “Hoy estarás conmigo...” ¡Qué misericordia la de Jesús!

    Un ladrón arrepentido fue el primer santo canonizado por el mismo Jesús. ¡Qué bien aprovechó este hombre su última oportunidad!

    El fruto y el premio a nuestros sufrimientos, si los unimos a Jesús, es el cielo. Y el cielo es estar con Jesús, disfrutando de su presencia suave, tierna y llena de amor. ¡EL cielo es un premio!


    VI. EL CENTURIÓN

    Jesús acaba de morir, después de una terrible agonía. Y ocurren fenómenos extraordinarios: las tinieblas cubren hasta la hora nona, el velo del templo se rasgó en dos partes, la tierra tembló y las piedras se partieron. Todo esto revela la magnitud de la muerte de Jesús. Dice san Jerónimo que las tinieblas expresan el luto del universo por su Creador, la protesta de la naturaleza contra la muerte injusta de su Señor.

    El velo que se rasga significa que concluyó la antigua ley.

    Las multitudes, al ver todo esto, se llenaron de temor. Tomaron conciencia de que algo muy grande había sucedido. Muchos se volvían a la ciudad golpeándose en el pecho.

    El centurión, romano, que había ejecutado la sentencia se llenó de un santo temor que hizo una hermosa confesión: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

    Fue un santo temor lo que le llevó a la fe, o al menos, a los inicios de la fe. También algo muy grande había sucedido en su alma: un terremoto, el velo cayó... y se abrió el cielo en su corazón.

    El centurión es uno de los primeros frutos de la muerte de Cristo en aquellos mismos que le habían crucificado. 

    ¡Qué duda cabe que se bautizaría y sería un cristiano que guardó como un tesoro las pertenencias de Jesús que le habían tocado en suerte en el reparto!

    ¡Cuántos hombres necesitan como este centurión un terremoto en el alma, como un aviso, para que crean en Jesús!

    ¡Cuántos tenemos el alma dura como piedra, y necesitamos este terremoto que rompa nuestra piedra!

    Necesitamos ese santo temor, que nos haga comprender la gravedad de nuestro pecado, como ofensa a Dios nuestro Señor, y la posibilidad real que tenemos de perder a Dios eternamente, si no cambiamos de vida.

    Y al santo temor hay que añadir el amor.

    El amor nos hará apresurar los pasos hacía Dios, y el santo temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer.


    VII. JOSÉ DE ARIMATEA Y NICODEMO

    Dos hombres ricos. Fariseos cumplidores de la ley. Abiertos a la verdad. Pero miedosos. Les comía el respeto humano.

    Se dieron cuenta de que el juicio de Jesús tenía cariz injusto... y no movieron prácticamente un dedo. Tal vez, alguna frase para ablandar al tribunal, pero nada eficaz. Tenían miedo.

    En vida, nada por Jesús.

    Y una vez muerto, se desviven por Jesús.

    La regala José su jardín y un sepulcro.

    Y Nicodemo le trae aromas y su dolor y pena.

    Son prototipos de los cristianos cobardes, que temen el que dirán, que aman más su fama y su pellejo que a Jesús, que ciertamente no arriesgan nada por Jesús.

    Ciertamente José no había dado el consentimiento a la sentencia del Sanedrín. Es verdad. Pero tampoco hizo nada eficaz para salvar a Jesús. ¿Por qué ahora tanta diligencia para ofrecer su jardín, un sepulcro nuevo, un lienzo sin estrenar?

    Nicodemo lo mismo: llevó mirra y áloe en abundancia. ¡33 Kilos! Un gesto de piedad. Está bien. Pero, ¿y en vida?

    Tal vez la muerte de Jesús le fue abriendo a la fe. Y después fueron discípulos audaces de Cristo. 



    Capítulo 10: Personajes de la Pasión: Conclusión


    El sufrimiento y la Pasión de Cristo no han terminado.

    Cada vez que pecamos conscientemente estamos renovando la Pasión de Cristo, su Getsemaní y su Calvario, la flagelación y la coronación de espinas, los golpes y los insultos.

    ¿Cuándo dejará Cristo de sufrir? Cuando nos decidamos a serle fieles, cueste lo que cueste. Cuando nos decidamos a ser santos, santos de verdad, en nuestro día a día, y en el cumplimiento de nuestros deberes de estado, y en la fidelidad a los mandamientos de Dios.

    Cristo tiene corazón y por eso sufre cada una de nuestras ingratitudes y desprecios. Y no hay derecho. Él es el Amigo incondicional, el Salvador de todos. Nunca nos ha ofendido en nada. ¿Por qué vamos a herirle nosotros? Recuerda lo que le dijo Jesús a santa Margarita María de Alacoque: “Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y no recibe de ellos sino ingratitudes y desprecios; al menos tú, ámame”. 

    Te lo dice a ti y a mí: “Al menos tú, ámame”.

    Cristo quiere amigos que le amen, que le echen una mano en la gran empresa de la redención de la humanidad. ¿Serás tú uno de ellos? ¿O quieres ser uno de tantos que le clavan espinas en su noble cabeza, le escupen su cara sacrosanta, se ríen de Él villanamente, le azotan cruelmente su bendito cuerpo, y pisotean su sangre purificadora?

    No te desalientes si hasta ahora no has sido un amigo fiel de Cristo. Puedes serlo desde hoy, si quieres.

    Acércate a Cristo, pídele perdón desde lo más hondo de tu corazón, y proponle seguirle, amarle, defenderle y hablar de Él por todas partes.

    Sé tú consuelo para Cristo. Enjúgale su rostro con tu vida fervorosa. Dile que prefieres morir antes que ofenderle gravemente.

    Entonces, sí puedes llamarte auténtico amigo de Cristo, el Hijo de Dios vivo.

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