San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la iglesia, es
célebre por su santidad y por su doctrina.
Luchó valerosamente de palabra y por escrito contra el
emperador León Isáurico para defender el culto de las sagradas imágenes, y
hecho monje en la laura de San Sabas, cerca de Jerusalén, compuso himnos
sagrados donde allí murió. (c. 750).
La Iglesia lo recuerda el 4 de Diciembre, aunque en muchos
sitios se mantiene la fecha tradicional antigua de festejarlo el 27 de Marzo.
Entre sus escritos encontramos el siguiente sobre la muerte
de la Virgen María:
“La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no
tener pecado original (fue concebida Inmaculada: o sea sin mancha de pecado
original) no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de
ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella no le llegaba el
castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad.
Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo
donde estaba su hijo, que este amor la hizo morir.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando
había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y
grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a
tantos enfermos moribundos, hizo saber a los apóstoles que ya se aproximaba la
fecha de partir de este mundo para la eternidad.
Los apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las
madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus
últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas,
besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.
Para cada uno de ellos tuvo la excelsa Señora palabras de
consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los
sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces bendita,
partió a la eternidad.
La noticia cundió por
toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su
cadáver, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un
funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza que ahora tenían
una poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los
discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar
cada uno, armonías de músicas muy suaves.
Pero, Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo.
Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro, - dijo Tomás – No me puedes negar el gran favor de
poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos
santas que tantas veces me bendijeron.
Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia el santo sepulcro, y cuando ya estaban
cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas
músicas en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen
encontraron solamente… una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había
venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo que llamamos Asunción de la Virgen (Cuya fiesta
se celebra el 15 de Agosto)
Y quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios,
no hubiera hecho lo mismo con su propia
Madre?”
1 comentario:
Madre del Amor Hermoso. Que suerte tenemos los catolicos de tener esta Madre en el Cielo!!!!
Paz y Bien
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