Qué Dios maravilloso tenemos, que sigue dándonos Sus regalos en la forma de los Santuarios Marianos
Rezando en la Catedral de mi ciudad, puedo ver a los turistas que se acercan desde muchos lugares, cámara fotográfica en mano, admirando vitrales, imágenes, techos, pisos, paredes. En fin, ven todo, menos al Dios Presente en el Sagrario. Caminan mirando hacia arriba y hacia los costados como si estuviesen en un museo, hablando entre ellos, comentando sobre tal pieza de arte o tal tesoro histórico. Qué triste es para Dios que estos turistas lo visiten en Su Casa, y ni siquiera lo saluden, o se den cuenta de Su Presencia. No se detienen ni durante la celebración de la Eucaristía. Esto es verdadero turismo, gente que visita una iglesia igual que las ruinas de un templo azteca o griego ¡Están tan cerca de Dios, y no lo notan!
Sin embargo hoy me quiero referir a otra clase de turismo, el turismo espiritual. Hablo de aquellas personas que andan por el mundo tratando una y otra vez de presenciar un milagro, una prueba evidente de la existencia de Dios. Van a un lugar y a otro, desde Lourdes a Fátima, desde Medjugorje a Guadalupe, una y otra vez, buscando e implorando encontrar ese milagro que los reconforte, que fortalezca su fe. No me refiero a quienes acuden a esos santos lugares a pedir o agradecer, sino a quienes buscan presenciar una manifestación de Dios allí. En resumidas cuentas, un milagro.
¿Está mal eso? Los milagros son una de las principales herramientas que Dios utiliza para llamarnos. Si analizamos con atención los cuatro Evangelios, veremos que la mayor parte de los relatos se refieren a milagros hechos por Jesús, y sólo reflejan una parte de los que El hizo. El milagro es la alteración del orden natural que Dios realiza en algún momento, perceptible por los sentidos o la razón, con el objetivo de llamar a nuestra alma a reconocer Su Existencia y Su Amor. Y el milagro sigue siendo el principal medio que Dios tiene para llamarnos, aún en nuestros tiempos. Milagros que no aparecen en los periódicos, ni necesitan ser probados científicamente, pero que las almas reconocen y aprovechan para sustentar un camino de conversión duradera. El milagro es un llamado personal, íntimo, que a veces se comparte con otros, y otras veces no.
Las vidas de los santos que son elevados a los altares cada año reflejan muchos milagros, baste leer las crónicas y los estudios hechos en los procesos canónicos para verificarlo. Y en las apariciones de Maria en tantos lugares del mundo, a lo largo de los siglos, se advirtieron y se siguen advirtiendo multiplicidad de milagros que son el sustento del crecimiento y sostenimiento de la devoción, de las conversiones. Milagros en hospitales, en pequeñas parroquias de pueblo, en humildes hogares, en ciudades y campos ¡Milagros no faltan!
Sin embargo, el riesgo con los turistas espirituales es que quizás ellos ya recibieron un milagro, un regalo de Dios, y sin embargo siguen buscando una y otra vez repetir la experiencia. Tal vez fue la sanación de una enfermedad, o un testimonio de alguien cercano, o un llamado interior innegable. Andan de aquí para allá buscando otro milagro, una confirmación, otra prueba de la Divinidad del Dios invisible a nuestros ojos. Y con tanto andar rodando y rodando, lo único que logran es adormecer sus almas, las narcotizan. Hacen algunas visitas, rezan algunos Rosarios, y creen que ya está, ya cumplieron con Dios ¡Sin trabajo no hay conversión, sin oración no hay conversión!
El milagro es el llamado, la conversión es la respuesta. El alma debe responder con conversión: oración y trabajo por el Reino de Dios. La oración le dirá a la persona cual es la misión, cual es el trabajo que debe hacerse. Algunos tendrán como misión orar, orar por los demás durante horas, días, años. La Oración como trabajo supremo que llega al pie del Trono de Dios. Para otros la tarea será la evangelización, la ayuda a Dios tiene diversas formas que cada uno debe descubrir. Y siempre sostenidos en la oración, ora y labora es el mandato Divino.
Si el alma recibe el llamado de Dios, y como respuesta busca recibir otro llamado, y otro llamado, ¿Qué se supone que debe pensar Dios de tal contestación? En realidad esa alma se transforma en una especia de planta parásita que busca absorber y absorber de lo que otros producen, y en definitiva reclama de Dios algo que no es justo, no es Su Voluntad.
Una de las más maravillosas reacciones del alma humana es la de peregrinar a los lugares donde está Dios, o Su Madre, para buscarlo, para encontrarlo. Es pura inspiración del Espíritu Santo. Pero transformarse en un turista espiritual que busca y rebusca, sin lograr entrar finalmente en un camino de conversión duradera, no es bueno. Como esos turistas que entran a la catedral mirando techos y paredes, sin ver a Quien está allí delante llamándolos realmente. Es una visita vacía, a ciegas, estéril, cuando no se orienta al espíritu, a la verdadera esencia del llamado.
Se busca a Dios, no al milagro. Se busca al Señor de los milagros, no a los milagros del Señor. Se busca el espíritu, Dios decide cómo trabajar el alma entonces. Jesús hace el milagro cuando quiere, con quien quiere, y como quiere. Y en general no lo hace cuando nosotros lo buscamos, sino que nos sorprende en tiempo, circunstancias y lugar ¡Quienes somos nosotros para juzgar Su modo de hacer las cosas!
Qué Dios maravilloso tenemos, que sigue dándonos Sus regalos en la forma de los Santuarios Marianos, o tantas devociones que se han desarrollado en todos los continentes, procesiones y fiestas de la iglesia. Tantos motivos para recibir la caricia de Dios. Seamos dignos receptores de esas Gracias, devolvamos amor con amor. Trabajemos para el Reino, respondiendo al amoroso llamado de un Dios que no deja de buscarnos, de golpear la puerta de nuestro corazón con insistentes caricias y Palabras de aliento.
Sin embargo hoy me quiero referir a otra clase de turismo, el turismo espiritual. Hablo de aquellas personas que andan por el mundo tratando una y otra vez de presenciar un milagro, una prueba evidente de la existencia de Dios. Van a un lugar y a otro, desde Lourdes a Fátima, desde Medjugorje a Guadalupe, una y otra vez, buscando e implorando encontrar ese milagro que los reconforte, que fortalezca su fe. No me refiero a quienes acuden a esos santos lugares a pedir o agradecer, sino a quienes buscan presenciar una manifestación de Dios allí. En resumidas cuentas, un milagro.
¿Está mal eso? Los milagros son una de las principales herramientas que Dios utiliza para llamarnos. Si analizamos con atención los cuatro Evangelios, veremos que la mayor parte de los relatos se refieren a milagros hechos por Jesús, y sólo reflejan una parte de los que El hizo. El milagro es la alteración del orden natural que Dios realiza en algún momento, perceptible por los sentidos o la razón, con el objetivo de llamar a nuestra alma a reconocer Su Existencia y Su Amor. Y el milagro sigue siendo el principal medio que Dios tiene para llamarnos, aún en nuestros tiempos. Milagros que no aparecen en los periódicos, ni necesitan ser probados científicamente, pero que las almas reconocen y aprovechan para sustentar un camino de conversión duradera. El milagro es un llamado personal, íntimo, que a veces se comparte con otros, y otras veces no.
Las vidas de los santos que son elevados a los altares cada año reflejan muchos milagros, baste leer las crónicas y los estudios hechos en los procesos canónicos para verificarlo. Y en las apariciones de Maria en tantos lugares del mundo, a lo largo de los siglos, se advirtieron y se siguen advirtiendo multiplicidad de milagros que son el sustento del crecimiento y sostenimiento de la devoción, de las conversiones. Milagros en hospitales, en pequeñas parroquias de pueblo, en humildes hogares, en ciudades y campos ¡Milagros no faltan!
Sin embargo, el riesgo con los turistas espirituales es que quizás ellos ya recibieron un milagro, un regalo de Dios, y sin embargo siguen buscando una y otra vez repetir la experiencia. Tal vez fue la sanación de una enfermedad, o un testimonio de alguien cercano, o un llamado interior innegable. Andan de aquí para allá buscando otro milagro, una confirmación, otra prueba de la Divinidad del Dios invisible a nuestros ojos. Y con tanto andar rodando y rodando, lo único que logran es adormecer sus almas, las narcotizan. Hacen algunas visitas, rezan algunos Rosarios, y creen que ya está, ya cumplieron con Dios ¡Sin trabajo no hay conversión, sin oración no hay conversión!
El milagro es el llamado, la conversión es la respuesta. El alma debe responder con conversión: oración y trabajo por el Reino de Dios. La oración le dirá a la persona cual es la misión, cual es el trabajo que debe hacerse. Algunos tendrán como misión orar, orar por los demás durante horas, días, años. La Oración como trabajo supremo que llega al pie del Trono de Dios. Para otros la tarea será la evangelización, la ayuda a Dios tiene diversas formas que cada uno debe descubrir. Y siempre sostenidos en la oración, ora y labora es el mandato Divino.
Si el alma recibe el llamado de Dios, y como respuesta busca recibir otro llamado, y otro llamado, ¿Qué se supone que debe pensar Dios de tal contestación? En realidad esa alma se transforma en una especia de planta parásita que busca absorber y absorber de lo que otros producen, y en definitiva reclama de Dios algo que no es justo, no es Su Voluntad.
Una de las más maravillosas reacciones del alma humana es la de peregrinar a los lugares donde está Dios, o Su Madre, para buscarlo, para encontrarlo. Es pura inspiración del Espíritu Santo. Pero transformarse en un turista espiritual que busca y rebusca, sin lograr entrar finalmente en un camino de conversión duradera, no es bueno. Como esos turistas que entran a la catedral mirando techos y paredes, sin ver a Quien está allí delante llamándolos realmente. Es una visita vacía, a ciegas, estéril, cuando no se orienta al espíritu, a la verdadera esencia del llamado.
Se busca a Dios, no al milagro. Se busca al Señor de los milagros, no a los milagros del Señor. Se busca el espíritu, Dios decide cómo trabajar el alma entonces. Jesús hace el milagro cuando quiere, con quien quiere, y como quiere. Y en general no lo hace cuando nosotros lo buscamos, sino que nos sorprende en tiempo, circunstancias y lugar ¡Quienes somos nosotros para juzgar Su modo de hacer las cosas!
Qué Dios maravilloso tenemos, que sigue dándonos Sus regalos en la forma de los Santuarios Marianos, o tantas devociones que se han desarrollado en todos los continentes, procesiones y fiestas de la iglesia. Tantos motivos para recibir la caricia de Dios. Seamos dignos receptores de esas Gracias, devolvamos amor con amor. Trabajemos para el Reino, respondiendo al amoroso llamado de un Dios que no deja de buscarnos, de golpear la puerta de nuestro corazón con insistentes caricias y Palabras de aliento.
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