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miércoles, 26 de noviembre de 2014

La respuesta de Jesús a los saduceos sobre la resurrección de los cuerpos


Resurreción de los muertos_1«Estáis en un error y ni conocéis las Escrituras ni el poder de Dios» (Mt 22, 29), así dijo Cristo a los saduceos, los cuales -al rechazar la fe en la resurrección futura de los cuerpos- le habían expuesto el siguiente caso: «Había entre nosotros siete hermanos; y casado el primero, murió sin descendencia y dejó la mujer a su hermano (según la ley mosaica del ‘levirato’); igualmente el segundo y el tercero, hasta los siete. Después de todos murió la mujer. Pues en la resurrección, ¿de cuál de los siete será la mujer?» (Mt 22, 25-28)… Cristo replicó a los saduceos afirmando, al comienzo y al final de su respuesta, que estaban en un gran error, porque no conocían ni las Escrituras ni el poder de Dios (cf. Mc 12, 24; Mt 22, 29).
Aunque es cierto que el NT no conoce la expresión «la resurrección de los cuerpos», (que aparecerá por primera vez en San Clemente: 2 Clem 9, 1; y en Justino: Dial 80, 5), y utiliza la expresión «resurrección de los muertos»; también es cierto que entiende con esta expresión al hombre en toda su integridad. En este sentido, el razonamiento de Jesús fue dirigido a los saduceos que no conocían el dualismo del cuerpo y del alma, aceptando sólo la bíblica unidad psico-física del hombre que es «el cuerpo y el aliento de vida» Por esto, según ellos, el alma muere juntamente con el cuerpo. Por eso la afirmación de Jesús, según la cual los Patriarcas viven, para los saduceos sólo podía significar la resurrección con el cuerpo: Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído que Dios mismo dijo: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”? ¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos! (Mt 22, 31-32)
Como es sabido, en el judaísmo de aquel período no se formuló claramente una doctrina acerca de la resurrección; existían sólo las diversas teorías lanzadas por cada una de las escuelas:
  • Los fariseos, que cultivaban la especulación teológica, desarrollaron fuertemente la doctrina sobre la resurrección, viendo alusiones a ella en todos los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, entendían la futura resurrección de modo terrestre y primitivo, preanunciando por ejemplo un enorme aumento de la recolección y de la fertilidad en la vida después de la resurrección.
  • Los saduceos, en cambio, polemizaban contra esta concepción, partiendo de la premisa que el Pentateuco no habla de la escatología. Es necesario también tener presente que en el siglo I el canon de los libros del Antiguo Testamento no estaba aún establecido. El caso presentado por los saduceos ataca directamente a la concepción farisaica de la resurrección. En efecto, los saduceos pensaban que Cristo era seguidor de ellos.
  • La respuesta de Cristo corrige igualmente tanto la concepción de los fariseos, al afirmar que cuando los muertos resuciten, los hombres y las mujeres no se casarán, pues serán como los ángeles que están en el cielo; como la de los saduceos, al afirmar la resurrección.

La resurrección y su relación con episodio de la zarza ardiente

Jesús con la expresión: «Estáis en un error y ni conocéis las Escrituras ni el poder de Dios», demuestra a los saduceos un error de métodono conocen las Escrituras; y luego, un error de fondono aceptan lo que está revelado en las Escrituras -no conocen el poder de Dios-, no creen en Aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente.
  • Se trata de una respuesta muy significativa y muy precisa. Jesús les responde que el sólo conocimiento literal de la Escritura no basta. Efectivamente, la Escritura es, sobre todo, un medio para conocer el poder de Dios vivo, que se revela en ella a Sí mismo, igual que se reveló a Moisés en la zarza.
  • En esta revelación El se ha llamado a Sí mismo «el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y de Jacob». Esta expresión no significa: «Dios que era honrado por Abraham, Isaac y Jacob», sino más bien: «Dios que tenía cuidado de los Patriarcas y los libraba». Esta fórmula se vuelve a encontrar en el libro del Éxodo: 3, 6; 3, 15. 16; 4, 5, siempre en el contexto de la promesa de liberación de Israel: el nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es prenda y garantía de esta liberación: «Dieu de X est synonyme de secours, de soutien et d’abri pour Israel» (Dios de X es sinónimo de alivio, apoyo y refugio para Israel). Un sentido semejante se encuentra en el Génesis 49, 24; «Por el poderío del fuerte de Jacob, por el nombre del Pastor de Israel. En el Dios de tu padre hallarás tu socorro» (cf. Gén 49, 24-25; cf. también: Gén 24, 27; 26, 24; 28, 13; 32, 10; 46, 3). Cf. F. Dreyfus, o.p., L’argument scripturaire de Jesús en faveur de la résurrection des morts [Mc XII, 26-27]. Revue Biblique 66, 1959, 218.)
Así pues, si estamos atentos al «de» que se emplea en «El Dios de», vemos que se trata de un «de» nupcial, no posesivo. Si quisiéramos encontrar un uso parecido en nuestros días podríamos decir «amor de mi vida». En ese monosílabo se encierra toda una Alianza. Por tanto, podríamos deducir que el empleo de esta frase por parte de Jesús enseña que existe una estrecha relación entre laalianza de amor con Dios y la vida eterna, casi podríamos decir que Jesús las identifica con su interpretación. Efectivamente, en la medida en que estoy unido a Él con lazos de Amor, y permanezco fiel a esos dulcísimos vínculos, en esa medida soy eterno y estoy llamado a resucitar. Él es la Vida.
La fórmula: «Dios de Abraham, Isaac y Jacob», en la que se citan los tres nombres de los Patriarcas, indicaba en la exégesis judaica, contemporánea de Jesús, la relación de Dios, con el Pueblo de la Alianza como comunidad. (Cf. E. Ellis, Jesús, The Sadducees and Qumram, New Testament Studies 40, 1963-64, 275.)
Para Jesús interpretar correctamente la Escritura, y en particular estas palabras de Dios, quiere decir conocer y acoger con la fe el poder del Dador de la vida. Dios «no es Dios de muertos, sino de vivos». Esta afirmación-clave, en la que Cristo interpreta las palabras dirigidas a Moisés desde la zarza ardiente, sólo pueden ser comprendidas si se admite la realidad de una vida, a la que la muerte no pone fin.
El significado pleno de este testimonio, al que Jesús se refiere en su conversación con los saduceos, se podría entender (siempre sólo a la luz del Antiguo Testamento) del modo siguiente:
Aquel que es -Aquel que vive y que es la Vida- constituye la fuente inagotable de la existencia y de la vida, tal como se reveló al «principio», en el Génesis (cf. Gén 1-3). Aunque, a causa del pecado, la muerte corporal se haya convertido en la suerte del hombre (cf. Gén 3, 19 (6), y aunque le haya sido prohibido el acceso al árbol de la vida (gran símbolo del libro del Génesis (cf. Gén 3, 22), sin embrago, el Dios viviente, estrechando su Alianza con los hombres (Abraham, Patriarcas, Moisés, Israel), renueva continuamente, en esta Alianza, la realidad misma de la Vida, desvela de nuevo su perspectiva y, en cierto sentido, abre nuevamente el acceso al árbol de la vida. Juntamente con la Alianza, esta vida, cuya fuente es Dios mismo, se da en participación a los mismos hombres que, a consecuencia de la ruptura de la primera Alianza, habían perdido el acceso al árbol de la vida, y en las dimensiones de su historia terrena habían sido sometidos a la muerte.
Cristo es la última palabra de Dios sobre este tema: efectivamente, la Alianza, que con El y por El se establece entre Dios y la humanidad, abre una perspectiva infinita de Vida: y el acceso al árbol de la vida -según el plan originario del Dios de la Alianza- se revela a cada uno de los hombres en su plenitud definitiva. Este será el significado de la muerte y de la resurrección de Cristo, éste será el testimonio del misterio pascual.

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