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martes, 25 de noviembre de 2014

EL PRINCIPIO, EL INTERMEDIO Y EL FINAL DE NUESTRA VIDA






1. Hijo, recuerda tu fin y no pecarás jamás.Evoca tu origen, considera el momento actual y recuerda tu final. Este nos avergüenza, ese otro nos causa dolor y el primero nos llena de temor. Reflexiona de dónde procedes y te sonrojarás, dónde estás y gemirás, a dónde te diriges y temblarás. No vivas ya en la ignorancia, no sea que caiga sobre ti aquella terrible maldición que lanza el esposo: Si te desconoces, tú, la más bella de las mujeres, sal y sigue las huellas de las ovejas. Piensa en en primer lugar, ¡oh hombre!, que fuiste muy noble y no lo comprendiste. Actuaste como los animales irracionales y te hiciste uno de ellos. Si esta humillación no despierta tu entendimiento, vete tras los rebaños, que son insensibles al mal, y exponte a toda clase de peligros.
 Observa, pues, tus primeros días y ruborízate al verte identificado con los animales. Recuerda tu final y teme no les acompañes también.Avergüénzate, repito, de haber trocado la compañía de los ángeles por la de un rebaño de ovejas; y no sólo en lo relativo a las necesidades corporales, sino hasta en los afectos del corazón. Te cansaste del pan de los ángeles, el pan del cielo, y ahora comes el mismo pasto que los animales. Más aún, y esto es mucho peor, en un cuerpo bien erguido llevas un alma retorcida. Tu cuerpo conserva la semejanza del alma humana, pero en tu alma la semejanza divina se ha trocado en pura semejanza de bestia. 
2. ¿No te confunde tener la cabeza elevada y el corazón torcido, llevar el cuerpo erguido y arrastrar el corazón por el fango? ¿No es arrastrarse por la tierra regalarse en la carne, aparecer y codiciar lo carnal? Pero observa que fuiste creado a imagen y semejanza de Dios: has perdido la semejanza y eres como los animales, pero sigues aún con la imagen. Si cuando estabas tan alto no comprendiste que eras barro, ahora que estás en el fango no olvides que eres imagen de Dios, y sonrójate de haberle añadido otra semejanza tan extraña. Recuerda tu nobleza y confúndete de tal bajeza. Contempla tu belleza y te horrorizará tanta vileza. Esta es, según Salomón, la confusión que reporta gloria: sentirse confundido por haber caído de una gloria tan sublime. 
 En otro tiempo estabas coronado de gloria y dignidad y podías disponer de las obras del Señor; eras morador del paraíso, conciudadano de los ángeles y familiar de Dios Sebaoth. Y te arrojaste desde aquí a esas tinieblas interiores, de donde serás expulsado un día, si eres inteligente, a las tinieblas exteriores y materiales. Lo repito, te has despojado tú mismo de esta gloria de los hijos de Dios, te has desterrado de la patria más dichosa y placentera, del jardín de las delicias.
3. De aquí has venido. ¿Quieres saber dónde estás ahora? En un lugar de dolor, tu vida está al borde del abismo. ¿Qué hay aquí sino trabajo, dolor y angustia del espíritu? Te ocurre lo que a un niño que hubiera nacido y crecido en la cárcel: no ha visto jamás la luz y se extraña de la tristeza y ansiedad de su madre. Ella sabe el motivo de su pena: como experimentó la felicidad se le hace más insoportable la desdicha, y el recuerdo de la paz se le convierte en amargura intolerable. A ti, en cambio, los pequeños males te parecen unos bienes inmensos, y como estás aconstumbrado a enormes cadenas, las pequeñas argollas las consideras un descanso. 
 Deseas comer porque sientes hambre. Las dos cosas son molestas; pero como el hambre te afecta más, olvidas la molestia de comer. Después de quitar el hambre, piensa si no te resulta más penoso comer que pasar hambre. Así es todo lo de este mundo: nada existe plenamente satisfactorio, y por eso el hombre no cesa de cambiar de aquí para allá. El cambio le da un poco de alivio: es como si saltara del agua al fuego para volver otra vez al agua, porque es incapaz de soportar ninguno de ellos. El remedio del cansancio es cambiar de trabajo. Nadie puede conseguir en este mundo lo que ansía: ni el justo se siente saciado de justicia, ni el libertino de placer, ni el curioso de las novedades, ni el ambicioso de la vanagloria.
 Aquí tienes de dónde afligirte, si es que no eres ya insensible. Laméntate de ser un desterrado, de vivir en el desierto, de caminar entre fango y tinieblas y de ganarte el pan a fuerza de sudor. Al considerar todo esto, ¿ no se nublan los ojos por la amargura y tienes que lamentarte con el Profeta: ¡Ay de mi!, cuanto se prolonga mi destierro?
4. Conoces tu origen y tu estado actual, ¿y cuál es tu final? De él se dice que quien lo recuerda no pecará. El final es la muerte, el juicio y el infierno. ¿Hay algo más horrible que la muerte? ¿Y algo más terrible que el juicio? El infierno sabemos que es lo más intolerable, ¿Qué puede temer quien no tiembla, ni se espanta, ni queda traspasado de dolor ante todo esto? Atiéndeme: si has perdido el pudor que acompaña a la nobleza y no tienes el dolor de la angustia, propio de los hombres carnales, no seas insensible al temor que tienen hasta los mismos animales. Cargamos a un asno y lo agotamos trabajando, y no responde porque es un asno. Pero si intentamos arrojarle al fuego o a una fosa, se defiende todo lo que puede, porque quien ama la vida tema la muerte. ¿Y no te parece justo que el que se ha hecho más insensible que las bestias se vea también obligado a ir en pos de ellas y reciba un castigo mucho peor que ellas?
 Teme, pues, ¡oh hombre!, ya que en la muerte te arrancarán todos los bienes de tu cuerpo y un amarguísimo divorcio cortará este vínculo tan dulce del cuerpo y del alma. Teme tener que presentarte en el juicio terrible, porque es horrible caer en las manos de aquel a quien nada se le escapa. Si halla en ti maldad, te verás irremisiblemente privado de la paz y de la gloria, y separado del número de los bienaventurados. Teme ser arrojado a los tormentos eternos e inmensos del infierno, y compartir así el destino del diablo en el fuego eterno preparado para ellos.
 Este es el temor que abre el camino de la sabiduría. En cambio, la vergüenza y el dolor no engendran la sabiduría ni tienen tanta eficacia. Por eso no se nos pide evocar el origen o nuestro estado actual, sino Recuerda tu final, y no pecarás. Para resistir al pecado es mucho más eficaz y ardoroso el espíritu de temor que el dolor o la confusión. La confusión pasa con la repetición del pecado, y el dolor encuentra mil ocasiones de consolarse. Pero el temor no halla consuelo alguno. Al morir sabe que no se llevará ningún bien de este mundo, ni grande ni pequeño; en el juicio le será imposible engañar o defenderse; y en el infierno no existe el menor alivio, sino un perpetuo ¡ay!, gritos, llantos y apretar de dientes. 
RESUMEN
El hombre debe pensar en sus orígenes, en su fin y en su transcendencia. Entonces podemos entender cómo puede corromperse el propio espíritu transformándose en una bestia interior. Somos imagen de Dios, pero una imagen que ha caído, que se ha desvirtuado a sí misma. Vivimos sin que nada nos satisfaga plenamente, saltando de un lado a otro buscando situaciones "menos malas" pero sin encontrar plenitud alguna. Los pequeños males y argollas nos parecen bienes inmensos. En esta situación el miedo al más allá es un arma espiritual, al saber que nuestros apegos desaparecerán por completo, perdidos en la más absoluta eternidad. Es más eficaz, incluso, que la confusión o el dolor. Recuerda el final y no pecarás.

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