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jueves, 27 de noviembre de 2014

El Papa Francisco a la Vida Consagrada: “Odres nuevos para el vino nuevo de una vida consagrada renovada”


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El Papa Francisco a la Vida Consagrada: “Odres nuevos para el vino nuevo de una vida consagrada renovada”    
Discurso del Papa Francisco a la Plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (27-11-2014)
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
Con alegría me reúno hoy con vosotros y con cuantos prestáis vuestro servicio en el dicasterio para la Vida Consagrada. Doy una bienvenida especial a los cardenales y obispos que se han convertido recientemente en miembros de la Congregación, y doy las gracias al cardenal prefecto por la salutación que en nombre de todos me ha dirigido; doy las gracias al secretario y a los dos subsecretarios por este logotipo, que vi ayer en «L’Osservatore Romano» pero sin entender bien de qué se trataba: ¡ahora lo he entendido!
Me parece bonito y significativo el título que habéis escogido para esta Asamblea: «Vino nuevo en odres nuevos». A la luz de esta palabra evangélica habéis reflexionado sobre la situación actual de la vida consagrada en la Iglesia, cincuenta años después de la Constitución Lumen gentium y del Decreto Perfectæ caritatis. Tras el Concilio Vaticano II, el viento del Espíritu ha seguido soplando con fuerza, impulsando por un lado a los institutos a llevar a cabo la renovación espiritual, carismática e institucional que el propio Concilio pidió, y, por otro, suscitando en el corazón de hombres y mujeres modalidades nuevas de respuesta a la invitación de Jesús a dejarlo todo para dedicar la propia vida al seguimiento de él y al anuncio del Evangelio.
En la porción de viña que constituyen cuantos han optado por imitar a Cristo más de cerca mediante la profesión de los consejos evangélicos, nueva uva ha madurado y nuevo vino ha sido prensado. Durante estos días os habéis propuesto discernir la calidad y la crianza del «vino nuevo» que ha sido producido durante la larga temporada de la renovación, y al mismo tiempo analizar si los odres que lo contienen –representados por las formas institucionales actualmente presentes en la vida consagrada– son aptos para contener ese «vino nuevo» y para favorecer su plena madurez. Como he tenido ocasión de recordar otras veces, no debe darnos miedo abandonar los «odres viejos», es decir renovar aquellas costumbres y aquellas estructuras que, en la vida de la Iglesia y, por lo tanto, también en la vida consagrada, reconocemos que no responden ya a lo que Dios nos pide hoy para que avance su Reino en el mundo: aquellas estructuras que nos brindan una falsa protección y que condicionan el dinamismo de la caridad; aquellas costumbres que nos alejan del rebaño al que somos enviados y nos impiden escuchar el grito de cuantos aguardan la Buena Noticia de Jesucristo.
Al mismo tiempo, nos os ocultáis las zonas de debilidad que pueden encontrarse hoy en la vida consagrada: por ejemplo, la resistencia de algunos sectores al cambio; un menor poder de atracción; el número no irrelevante de abandonos –¡y esto me preocupa! Dice algo de la selección de los candidatos y de la formación de los candidatos; después está el misterio de cada persona, pero estas dos primeras cosas debemos examinarlas   bien–; la fragilidad de ciertos itinerarios formativos; el afán por los cometidos institucionales y ministeriales, en detrimento de la vida espiritual; la difícil integración de las diversidades culturales y generacionales; un equilibrio problemático en el ejercicio de la autoridad y en el uso de los bienes… ¡Me preocupa también la pobreza! Haré publicidad de mi familia, pero San Ignacio decía que la pobreza es la madre y también el muro de la vida consagrada. Es madre la pobreza, porque da vida, y el muro protege de la mundanidad. Pensemos en estas debilidades. Vosotros queréis estar a la escucha de las señales del Espíritu, que abre nuevos horizontes e impulsa a emprender nuevas sendas, volviendo a empezar siempre por la regla suprema del Evangelio e inspirándoos en la audacia creativa de vuestros fundadores y fundadoras.
En la esforzada tarea que os ve reunidos para examinar el vino nuevo y contrastar la calidad de los odres que han de contenerlo, os guían algunos criterios orientativos: la originalidad evangélica de las decisiones, la fidelidad carismática, la primacía del servicio, la atención a los más pequeños y frágiles, el respeto a la dignidad de toda persona.
Os animo a seguir trabajando con generosidad y audacia en la viña del Señor, para favorecer el crecimiento y la maduración de unos racimos lozanos, de los que se pueda obtener ese vino generoso capaz de fortalecer la vida de la Iglesia y de alegrar el corazón de tantos hermanos y hermanas necesitados de vuestros desvelos solícitos y maternales. Como bien habéis señalado, tampoco la sustitución de los odres viejos por los nuevos es algo que se dé automáticamente, sino que exige empeño y habilidad, con vistas a ofrecer el espacio adecuado para acoger y para hacer que fructifiquen los nuevos dones con los que el Espíritu sigue embelleciendo a la Iglesia, su esposa. No olvidéis de dar gracias al Amo de la viña, que os ha llamado a tan apasionante tarea. Llevad adelante el camino de renovación emprendido y realizado en gran parte durante estos cincuenta años, analizando toda novedad a la luz de la Palabra de Dios y poniéndoos a la escucha de las necesidades de la Iglesia y del mundo contempóraneo, así como empleando todos los medios que la sabiduría de la Iglesia pone a disposición para avanzar por el camino de vuestra santidad personal y comunitaria. Y el más importante de estos medios es la oración: también la oración gratuita, la oración de alabanza y de adoración. Nosotros, los consagrados, estamos consagrados para servir al Señor y para servir a los demás con la Palabra del Señor, ¿no es así? Decid a vuestros nuevos miembros ­–por favor–, decidles que rezar no es una pérdida de tiempo, que adorar a Dios no es una pérdida de tiempo, que alabar a Dios no es una pérdida de tiempo. ¡Si nosotros, los consagrados, no nos detenemos cada día ante Dios en la gratuidad de la oración, el vino se convertirá en vinagre!
La Plenaria de vuestra Congregación tiene lugar precisamente en vísperas del Año de la Vida Consagrada. ¡Recemos juntos al Señor para que nos ayude durante este Año a meter «vino nuevo en odres nuevos»! Y a este respecto, quiero agradecer especialmente a la Congregación, al prefecto, al secretario, el esfuerzo que han realizado para organizar este Año. Gracias de todo corazón, porque a la reunión acudían con proyectos… y yo pensaba: «No sé si lo lograrán…». Y, en cambio, a la siguiente reunión, el proyecto tenía ya forma, tenía cuerpo. ¡Muchas gracias por el esfuerzo! Os doy las gracias por la labor que estáis desempeñando durante estos días y por el servicio que prestáis como miembros y colaboradores de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólicas. Que la Virgen María os acompañe y os alcance un fervor nuevo de resucitados y la santa audacia de buscar nuevos caminos. Que el Espíritu Santo os asista y os ilumine. Gracias.

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