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miércoles, 29 de octubre de 2014

La genealogía de Jesús y la lista de los Papas

Las promesas mesiánicas

genealogia


Hace unos días leía con atención las genealogías de Jesús que presentan los evangelios de san Mateo (Mt 1, 1-17 ) y san Lucas (Lc 3, 23-38), motivado por la lectura del libro «La infancia de Jesús», escrito por Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. De pronto las genealogías de Jesús me parecieron incompletas, como bruscamente interrumpidas, pues la historia de nuestra salvación no se detuvo con el nacimiento de Jesús. Su encarnación en el vientre purísimo de la Virgen María es la aurora de la Nueva Alianza y el inicio del cumplimiento de las promesas mesiánicas.
Estas promesas mesiánicas irrumpen en la historia de la humanidad hacia el año 1850 a.C. y el depositario de ellas es Abram (padre venerado, cfr. Gn 11, 27 ), que en virtud de estas promesas se transforma en Abraham (padre de una multitud de naciones, cfr. Gn 17, 4-5).

Yavé dijo a Abram: «Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación y te bendeciré; voy a engrandecer tu nombre, y tú serás una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. En ti serán bendecidas todas las razas de la tierra.» (Gn 12, 1-3).

Tenía Abram noventa y nueve años, cuando se le apareció Yavé y le dijo: «Yo soy el Dios de las Alturas. Camina en mi presencia y sé perfecto. Yo estableceré mi alianza contigo y te multiplicaré más y más.» Abram cayó rostro en tierra, y Dios le habló así: «Esta es mi alianza que voy a pactar contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones. No te llamarás más Abram, sino Abraham, pues te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones. Te haré fecundo sin medida, de ti saldrán naciones y reyes, de generación en generación. Pacto mi alianza contigo y con tu descendencia después de ti: ésta es una alianza eterna. Yo seré tu Dios y, después de ti, de tu descendencia (Gn 17, 1-7).

Asi presenta Joseph Ratzinger-Benedicto XVI a nuestro padre en la fe en su libro «La infancia de Jesús».

Con Abraham —tras la dispersión de la humanidad después de la construcción de la torre de Babel— comienza la historia de la promesa. Abraham remite anticipadamente a lo que está por venir. Él es peregrino hacia la tierra prometida, no sólo desde el país de sus orígenes, sino que lo es también en su salir del presente para encaminarse hacia el futuro. Toda su vida apunta hacia adelante, es una dinámica del caminar por la senda de lo que ha de venir. Con razón, pues, la Carta a los Hebreos lo presenta como peregrino de la fe fundado en la promesa, porque «esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios» (Hb 11,10). Para Abraham, la promesa se refiere en primer término a su descendencia, pero va más allá: «Con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra» (Gn 18,18). Así, en toda la historia que comienza con Abraham y se dirige hacia Jesús, la mirada abarca el conjunto entero: a través de Abraham ha de venir una bendición para todos (Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, «La infancia de Jesús»).

Los depositarios de las promesas

Estas promesas fueron transmitiéndose de generación en generación. Pues bien, la genealogía de Jesús nos va mostrando, en cada época, quién es el heredero de las promesas mesiánicas.
Así, aunque Abraham tuvo varios hijos (Ismael, cfr. Gn 16, 15-16, y los hijos de Queturá, cfr. Gn 25, 1-2), sólo Isaac es el heredero y portador de la promesa (cfr. Gn 21, 12; Gn 17, 19; Gn 26, 2-5).
Como sabemos bien, Isaac, a su vez, tuvo dos hijos. Pues bien, Esaú era el heredero y portador de la promesa mesiánica, pero vendió sus derechos de primogénito por un plato de lentejas (cfr. Gn 25, 29-34) y, finalmente, su hermano Jacob le robó la bendición paterna (cfr. Gn 27, 1-40).
De los hijos de Jacob, Judá es el depositario de la promesa:
A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, tu mano agarrará del cuello a tus enemigos, y tus hermanos se inclinarán ante ti. ¡Judá es cachorro de león! Vuelves, hijo mío, de la caza. Se agazapa o se abalanza cual león, o cual leona, ¿quién se atreve a desafiarlo? El cetro no será arrebatado de Judá ni el bastón de mando de entre sus piernas hasta que venga aquel a quien le pertenece y a quien obedecerán los pueblos (Gn 49, 8-10).

De la tribu de Judá es el rey David, quien se convierte en portador de las promesas mesiánicas de una manera muy especial.
Yavé te manda a decir esto: Yo te construiré una casa. Cuando tus días hayan concluido y te acuestes con tus padres, levantaré después de ti a tu descendiente, al que brota de tus entrañas, y afirmaré su realeza. El me construirá una casa y yo, por mi parte, afirmaré su trono real para siempre. Seré para él un padre y él será para mí un hijo; si hace el mal lo corregiré como lo hacen los hombres, lo castigaré a la manera humana. Pero no me apartaré de él así como me aparté de Saúl y lo eché de mi presencia. Tu casa y tu realeza estarán para siempre ante mí, tu trono será firme para siempre» (2Sam 7, 11b-16).

He aquí lo que dice, a propósito de David, Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en su libro «La infancia de Jesús»:
(…) la estructura de la genealogía y de la historia que en ella se relata está determinada totalmente por la figura de David, el rey al que se le había prometido un reino eterno: «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre» (2S 7,16). La genealogía propuesta por Mateo está modelada según esta promesa. Y se articula en tres grupos de catorce generaciones: primero, ascendiendo desde Abraham hasta David; descendiendo después desde Salomón hasta el exilio en Babilonia, para ir subiendo de nuevo hasta Jesús, donde la promesa llega a su cumplimiento final. Muestra al rey que durará por siempre, aunque del todo diverso al que cabría pensar basándose en el modelo de David (Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, «La infancia de Jesús»).

“Reinará sobre la casa de Jacob por siempre”

Por eso el evangelio según san Mateo inicia con estas palabras: «Documento de los orígenes de Jesucristo, hijo de David e hijo de Abraham» (Mt 1, 1).
Pues bien, la genealogía de Abraham, Jacob y David desemboca en Jesús de Nazaret, el rey davídico, a quien el Señor Dios le dará el trono de David, su padre:
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 26-33).

El administrador de palacio

Sin embargo, la genealogía de Jesús no se interrumpe abruptamente, como podría parecer a simple vista. Jesús es el depositario de las promesas mesiánicas, pero como rey davídico, como rey de reyes y señor de señores, tiene junto a sí a su administrador de palacio, a su mayordomo (Is 22, 15-23), cuya característica principal es la tener a su cargo la llave de la Casa de David:
Pondré en sus manos la llave de la Casa de David; cuando él abra, nadie podrá cerrar, y cuando cierre, nadie podrá abrir (Is 22, 22).

Pues bien,¿quién es el administrador de palacio de Jesús? ¿Quién es su mayordomo? Es, precisamente, Simón Pedro, pero tamién cada uno de sus sucesores, los Obispos de Roma:
Jesús se fue a la región de Cesarea de Filipo. Estando allí, preguntó a sus discípulos: «Según el parecer de la gente, ¿quién es este Hijo del Hombre?» Respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que eres Elías o Jeremías, o alguno de los profetas.» Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro contestó: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.» Jesús le replicó: «Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.» (M7 16, 13-19).

San Pedro no recibe sólo las llaves de la Casa de David (cfr. Is 22, 22); recibe «las llaves del Reino de los Cielos» (Mt 16, 19). Es el administrador de palacio que gobierna juntamente con Jesús, como lo hizo José junto al Faraón en Egipto(Gn 41, 39-44).

La lista de los Papas

Como puede verse, la genealogía de Jesús no se interrumpe. Continua en la lista de los Papas, sucesores de san Pedro como administradores de la Casa de David, que es ahora «la casa de Dios, es decir, la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad» (cfr. 1Tim 3, 15).
Teniendo en cuenta esto, es fácil distinguir cuál es la Iglesia fundada por Cristo:
Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf.1 Tm 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica (Lumen gentium, 8).

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