viernes, 15 de agosto de 2014

San Bernardo: sermón primero en la fiesta de la Anunciación de la Virgen María



San Bernardo y la Virgen


Sermón primero en la Fiesta de la Anunciación de la Virgen María. 

Sobre las palabras del Salmo : “Para que habite la gloria en nuestra tierra, se encontraron la misericordia y la verdad, y se dieron un beso la justicia y la paz”. (Ps. 84, 10-11) 
“De la contienda entre la verdad, la misericordia, la justicia y la paz”.
 1.  Esta gloria habitará aquí, en nuestra tierra, si la misericordia y la verdad mutuamente se encontrasen, y si la justicia y la paz se dieren el beso amistosamente. Así, es necesario que a la misericordia, que se anticipa y nos previene, salga a encontrarla la verdad de nuestra confesión, y en lo demás sigamos la santidad y la paz, sin las cuales ninguno verá a Dios. Porque cuando el hombre se compunge, ya la misericordia se adelanta y le previene, pero de ningún modo entrará en él hasta que la verdad de la confesión le salga al encuentro. “Pequé contra el Señor”, dice el mismo David al Profeta Natán al ser reprendido de su adulterio y homicidio.  “También el Señor ha perdonado tu pecado”, le contesta el Profeta. Sin duda aquí se encontraron mutuamente la misericordia y la verdad.
2.  “Para que la gloria habite en nuestra tierra, se encontraron la misericordia y la verdad, y se dieron un beso la justicia y la paz”.  Si la gloria del padre es el hijo sabio, no habiendo otro más sabio que la misma Sabiduría, es claro que Cristo es la gloria del Padre.  De muchos y varios modos se había predicho de Él en los Profetas que sería visto en la tierra, y que viviría entre los hombres ; en qué manera haya sido hecho esto, y se hayan cumplido las cosas que de Él estaban predichas por los Profetas, y cómo haya habitado la gloria en nuestra tierra, lo indica el Profeta con las palabras arriba citadas. Es como si más claramente dijera : Para que el Verbo se hiciera carne y habitara entre nosotros, ” se encontraron la misericordia y la verdad, y se dieron un beso la justicia y la paz”. Misterio grande, Hermanos míos, y digno de ser considerado con la mayor diligencia.
Me parece que veo cubierto al primer hombre, desde su creación, con estas cuatro virtudes, y adornado con el vestido de la salud, según lo que dice el Profeta. Porque la perfección e integridad de la salud consiste en estas cuatro virtudes ; ni puede darse sin todas ellas, especialmente no pudiendo ser virtudes estando separadas unas de otras. Había, pues, recibido el hombre la misericordia como una guardia y criada que había de ir delante de él y también seguirle, y que igualmente le debía proteger y amparar en todas partes. Ved ahí qué ayo puso Dios a su párvulo y qué paje señaló al hombre recién nacido. Pero como noble y racional criatura que no debía ser guardada como una bestia, tenía necesidad de un maestro. Para este magisterio ninguno era más a propósito que la Verdad misma, que le llevaría después al conocimiento de la Suma Verdad. Mas entretanto, para que el hombre no fuese sabio para hacer lo malo, y esto mismo se le atribuyese a pecado como a  quien sabía lo bueno y no lo hacía, recibió también la justicia para ser regido por ella. Todavía le añadió la mano benignísima del Criador la paz, en que reposase y se deleitase ; una paz verdaderamente duplicada, de modo que ni sintiese en su interior guerra ninguna, ni por fuera temor alguno ; que es decir que ni su carne combatiese contra el espíritu, ni le infundiese terror ninguna criatura. ¿Qué le faltaba a quien custodiaba la misericordia, enseñaba la verdad, regía la justicia y recreaba la paz?
3.  !Mas ay!  Este hombre, por una gran desdicha y necedad suya, bajó de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de los ladrones ; y según leemos, lo primero que hicieron fue despojarle de sus vestidos. ¿No estaba despojado el que viniendo el Señor se queja de que estaba desnudo? No podía volver a vestirse, o tomar los vestidos que le habían quitado sin que Cristo perdiese los suyos. Porque así como no podía ser vivificado en el alma sino interviniendo la muerte corporal de Cristo, así no podía tampoco volver a vestirse sin que Cristo fuese despojado. Y, ¿quién sabe si, para simbolizar estas cuatro partes del vestido que perdió el primero y viejo hombre, no fueron dividos en otras tantas los vestidos del segundo y nuevo Hombre? ¿Preguntas acaso qué significa la túnica inconsútil que no se dividió, sino que se dio por suerte? Yo juzgo que en ella se significa la divina imagen, que no siendo cosida y ajustada, sino innata e impresa en la naturaleza misma, no puede partirse ni dividirse. Porque a imagen y semejanza de Dios fue hecho el hombre, consistiendo la imagen en la libertad de su arbitrio y la semejanza en las virtudes.  La semejanza sin duda pereció, pero la imagen durará tanto cuanto dure el hombre ; podrá quemarse esta imagen en el mismo infierno, pero no consumirse ; podrá abrasarse, pero no borrarse. La imagen, pues, no se parte, sino que viene por suerte, y a cualquiera parte que vaya el alma, allí estará juntamente con ella.  No sucede lo mismo con la semejanza, pues o permanece en la virtud del alma, o si ésta peca, se trueca miserablemente, volviéndose entonces el hombre semejante a las bestias irracionales.
4.  Conviene que digamos en qué modo fue despojado el hombre de cada una de las cuatro virtudes. Perdió el hombre la justicia cuando Eva obedeció a la voz de la serpiente, y Adán a la voz de la mujer prefiriéndola a la divina. Quedaba todavía algún arbitrio que les podía valer ; y esto mismo les insinuaba el Señor en aquel cargo y residencia que les hizo después de su culpa, pero lo desecharon, dejando ir su corazón a palabras de malicia para alegar excusas de su pecado. El primer oficio de la justicia es no pecar ; el segundo es condenar el pecado por la penitencia.
Perdió el hombre la misericordia, cuando de tal modo se dejó arrastrar Eva de su concupiscencia que, ni tuvo compasión de sí misma, ni de su esposo, ni de sus hijos, que habían de nacer, entregándolos a todos juntos a una maldición terrible y a la necesidad de la muerte. Adán también expuso a la mujer, por cuya causa había pecado, a la divina indignación.  “Vió la mujer que el fruto de aquel árbol era bueno para comer, bello a los ojos y de aspecto deleitable”, y dio oídos a la serpiente que le aseguraba serían como dioses. Esto sólo tiene el mundo : concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. Embelesada y atraída por estas cosas esta madre cruel desechó de sí toda misericordia.  Adán, que con tanta imprudencia se había apiadado antes de la mujer para pecar en su compañía, no quiso tener misericordia de ella cuando lo dictaba la prudencia, sufriendo por ella la pena.
5.  Fue privada igualmente la mujer de la verdad, primeramente torciendo y pervirtiendo lo que había oído : “Moriréis ciertamente”, creyendo a la serpiente, que enteramente lo negaba y decía : “De ningún modo moriréis”. De esta misma manera, Adán fue privado de la verdad  cuando tuvo vergüenza de confesarla, poniéndose a tejer las hojas, que son el velo de los pretextos y excusas. Al punto también perdieron la paz, porque no tienen paz los impíos, dice el Señor. ¿Por ventura no encontraron en sus miembros una ley contraria a la razón los que por primera vez comenzaron a avergonzarse de su desnudez?  “Yo temí, dice, porque estaba desnudo”.  No temías así antes, miserable, no temías así ; no buscabas las hojas, aunque estabas desnudo en el cuerpo como ahora.
6.  Desde entonces parece haber nacido una grave contienda entre las virtudes. La Verdad y la Justicia afligían al hombre miserable ; la Paz y la Misericordia, no tomando parte en este celo, juzgaban que más bien se le debía perdonar. Estas dos tienen entre sí la conexión de hermanas de leche, así como también las primeras. De esto se siguió que perseverando aquéllas en pedir venganza, afligiendo por todas partes al hombre delincuente y juntando a las molestias presentes las amenazas del futuro suplicio, se retiraron éstas al corazón del Padre, volviéndose al Señor que  las había dado al hombre. De este modo, cuando todo se veía lleno de aflicción, solo Él meditaba pensamientos de paz.
7. No se daba punto de reposo la Paz, mientras que la Misericordia tampoco guardaba un momento de silencio, sino que ambas a dos se esforzaban en conmover con piadoso susurro las paternales entrañas del Señor, diciendo : “¿Nos desechará Dios para siempre o podrá resolverse a no sernos favorable jamás? ¿Se olvidará Dios de tener misericordia, o su cólera detendrá el curso de sus piedades”, (Ps. 76, 8-10).  Aunque durante muy largo tiempo pareció que  no se daba por entendido el Padre de las misericordias, a fin de satisfacer al celo de la Justicia y de la Verdad, sin embargo la importunidad de las suplicantes no fue infructuosa, sino que fueron oídas en el tiempo oportuno.
8.  Tal vez se pueda decir que, instándole ellas, les dio esta respuesta : ¿Hasta cuándo durarán vuestros ruegos?  Soy deudor también a vuestras hermanas la Justicia y la Verdad, a quienes veis dispuestas para hacer venganza en las naciones. Que sean llamadas a consejo.  Los nuncios celestiales se apresuran a cumplir esta orden ; pero al ver la miseria de los hombres y la plaga que les aquejaba “lloraban amargamente los nuncios de la paz”, como habla el Profeta.  ¿Quiénes buscarían más fielmente lo que condujese a la paz que los Ángeles de la paz?
Puesta de acuerdo con su hermana la Justicia, acudió a la cita la Verdad el día señalado ; subió hasta las nubes, no brillante todavía, sino algo oscurecida y anublada por el celo de la indignación. Entonces sucedió lo que dice el Profeta : “Señor, en el Cielo está vuestra misericordia, y vuestra verdad llega hasta las nubes”, (Ps. 35, 6).
9.  Sentado en medio de ambas el Padre de las luces, una y otra alegaban los argumentos que creían más convincentes. ¿Quién nos podrá contar este coloquio? ¿Quién te parece que mereció asistir para que pueda decirnos lo que pasó?  ¿Quién lo oyó, y nos lo podrá contar? Son cosas inefables, y no es permitido al hombre hablarlas. Con todo eso, la suma de toda la controversia parece haber sido esta :  
- La criatura racional necesita de conmiseración, dice la Misericordia, porque se ha hecho miserable en gran manera. Llegó el tiempo de compadecerse de ella, sin que sea posible dilatarlo para más adelante.
- A esto replica la Verdad : Señor, que se cumpla la palabra que Vos pronunciasteis. Es preciso que Adán muera enteramente con todos los que estaban con él  el día en que, pisoteando vuestro mandato, comió la manzana vedada.
-  ¿Para qué, dice la Misericordia, para qué, Padre, me habéis engendrado si tan presto he de perecer?  La misma Verdad sabe que vuestra piedad perecería, quedando reducida a la nada, si alguna vez no os compadecieseis de las miserias del hombre.  ¿Quién ignora, Señor, que si el trasgresor evita la sentencia de muerte que está promulgada contra él, perecerá para siempre vuestra verdad y no durará eternamente?
-  Mas he aquí que uno de los Querubines sugiere la idea de que ambas litigantes comparezcan ante el Divino Salomón ; porque “al Hijo se le ha dado toda potestad de juzgar”, (Jn. 5, 22).
10.  Así se hizo en efecto. La Misericordia y la Verdad se juntaron en presencia del Hijo divino, alegando cada una en su favor las razones antes indicadas.
-  Confieso, dice la Verdad, que la Misericordia tiene buen celo, pero ojalá que fuera arreglado a la prudencia. Mas ahora, ¿con qué razón juzga que se haya de perdonar más bien al trasgresor, que atenderme a mí, que soy su propia hermana?
-  Y tú, le replica la Misericordia, no perdonas ni al uno ni a la otra, sino que te enardeces contra el trasgresor con tanta indignación que envuelves juntamente con ella a tu hermana. ¿Qué mal te he hecho yo? Si tienes algo contra mí, dímelo, y si no, ¿por qué me persigues? 
 11. !Grande controversia, Hermanos, y disputa sobremanera intrincada!  ¿Quién no diría entonces : Mejor sería para nosotros que este hombre no hubiera nacido?   Así era ; no parecía posible que, en lo relativo a la salvación del hombre, pudieran llegar a un acuerdo la Misericordia y la Verdad, tanto más cuanto Ésta, dirigiéndose al Juez, le hacía notar que el agravio de que ella fuera víctima resultaría desfavorable al mismo Juez, e insistía en que a todo trance era necesario que la palabra de su Padre no quedara frustrada, y que por ningún pretexto aquella palabra, viva y eficaz, debía quedar en letra muerta.  En esto intervino la Paz diciendo :  Dejáos, os ruego, de discusiones ; cese vuestro altercado, que es indecoroso contender entre sí las virtudes.
12.  Mientras tanto, inclinándose el Juez, escribía con el dedo en la tierra.  Las palabras de aquella Escritura que la Paz iba leyendo en alta voz a medida que Él las trazaba, por estar sentada más cerca de Él, eran éstas :
-  La Verdad dice : Pereceré yo si no se ejecuta la sentencia dada contra Adán.
-  Y la Misericordia replica :  Estoy perdida si no consigo que se apiaden de él.
-  “Pues bien, dijo la Sabiduría, establezcamos una muerte buena y santa, con lo cual una y otra habrán obtenido lo que piden”.
  Todos se pasmaron al escuchar las palabras de la Sabiduría, al oír aquel arbitrio que era composición y sentencia al mismo tiempo, pues era manifiesto que no se las dejaba ocasión alguna de queja con tal que se pudiese hacer lo que una y otra pretendían : Esto es, que muriese el hombre, y juntamente consiguiese misericordia.
-  Pero, ¿cómo, dicen ambas, se podrá hacer esto?
La muerte es cruelísima y amarguísima ; infunde a los mismos oídos susto y horror. ¿En qué modo podrá hacerse buena?
-  “La muerte de los pecadores es pésima, dice el Juez, pero la muerte de los Santos puede hacerse preciosa.  ¿Por ventura no será preciosa si fuere la puerta de la vida y la entrada de la gloria?”.
-  Sí, contestan la Misericordia y la Verdad, preciosa será entonces ; más, ¿cómo se hará esto?
-  “Será así, prosigue el Juez, si hallamos a alguno que, sin deber nada a la muerte, consienta en morir por amor al hombre”. Porque no podrá la muerte coger al inocente, sino que éste, como está escrito, taladrará con un garfio las quijadas del infernal Leviatán, (Job. 40, 19).
13.  Y entonces será derribado el centro de la muralla, y se llenará el caos inmenso ahondado por el pecado entre la muerte y la vida. Sin duda el amor, fuerte como la muerte, y aún más fuerte que la muerte, si penetrare en el atrio de aquel valiente armado, le atará y saqueará todas sus alhajas, y al penetrar abrirá paso en lo profundo del mar del pecado a fin de que puedan pasar tras él los que por él hayan sido librados.  Pareció buena la propuesta, pero, ¿dónde encontrar ese ser inocente e inmaculado que se preste a morir no por solventar una deuda propia, sino por puro beneplácito, por pura liberalidad?
-  Sale al punto la Verdad a dar la vuelta al orbe entero, y no halla a nadie totalmente libre de mancha, ni aún al niño cuya vida es de solo un día sobre la tierra.
-  La Misericordia, a su vez, registra todo el Cielo, y aún en los mismos Ángeles encuentra, no diré la maldad, pero sí una caridad menor que la que se busca.
 Sin duda esta victoria estaba reservada para aquel Señor cuya caridad fue la mayor de todas, pues puso su vida por unos siervos inútiles e indignos. Pero, ¿quién presumirá proponerle esto?  Vuelven el día señalado la Verdad y la Misericordia muy acongojadas por no haber encontrado lo que tanto deseaban.
14.  Entonces la Paz las llama aparte y procura consolarlas diciéndoles :
-  Vosotras no entendéis palabra acerca de este asunto y es inútil que os devanéis los sesos, porque no hay nadie, absolutamente nadie, que pueda realizar esta hazaña. Sólo Aquel que indicó el remedio y es capaz de aplicarlo.
-  Entendió el Rey lo que quería significar con esto, y dijo así : “Pésame de haber hecho al hombre”, (Gen. 6,7). Pena tengo, dice, pues a mí me toca tolerar la pena y hacer penitencia por el hombre que yo crié”.  Más al punto añadió : “Vedme aquí, ya vengo , no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba”.
  Y llamando al Ángel Gabriel enseguida le dice : “Anda a la hija de Sión y dile : Mira que viene tu Rey”, (Zac. 9,9).
Se adelantaron al Rey que había de venir la Misericordia y la Verdad, como está escrito : “La misericordia y la verdad irán delante de vuestro rostro”, (Ps. 84, 11).  La Justicia le preparó el trono, según dice el Profeta : “La justicia y el juicio son la preparación de vuestro trono”, (Ps. 88, 15). La Paz vino en compañía del Rey para que se viera que había sido fiel el Profeta que dijo : “Habrá paz en nuestra tierra cuando Él viniere”.
15.  De aquí es que habiendo nacido el Señor cantaba el coro de los Ángeles : “Paz sea en la tierra a los hombres de buena voluntad”, (Lc. 2, 14).  Entonces la Justicia y la Paz, que parecían estar discordes entre sí, se dieron el beso amistosamente.  A la verdad, la primera justicia, (si es que merece tal nombre), que procedía de la ley, no llevaba en sus labios el dulce beso, sino más bien un aguijón, oprimiendo más con el temor que atrayendo con el amor. Por eso no tuvo eficacia para la reconciliación, como la tiene ahora la presente justicia, que viene por la fe en Jesucristo.
Porque, ¿de dónde procedía que ni Abrahám, ni Moisés, ni los demás justos de aquel tiempo podían recibir en su muerte la paz de la bienaventuranza, ni entrar en el reino de la paz, sino de que todavía la Justicia y la Paz no se habían dado el beso de la reconciliación?  Por eso debemos amar y seguir la justicia, pues la Justicia y la Paz se han dado ya el beso de la reconciliación, y han establecido entre sí un pacto indisoluble, de manera que cualquiera que traiga consigo el testimonio de la justicia, será recibido con placentero rostro y alegres brazos por la Paz, durmiendo y descansando ya en su regazo dulcemente.

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