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viernes, 8 de agosto de 2014

Me caí, me hundí y me levanté para empezar de nuevo

Podremos ser cada vez más quienes creemos que el amor verdadero sí existe, y que el camino para alcanzarlo es la castidad
 
Me caí, me hundí y me levanté para empezar de nuevo
Me caí, me hundí y me levanté para empezar de nuevo
¡Hola! Tengo 22 años, soy de España y me gustaría compartir con ustedes mi testimonio, porque quizás para muchos sirva de ayuda y esperanza. Yo siempre he sido católica, desde bien pequeñita, pero pasé por una época en la que, aunque en el fondo de mi corazón seguía creyendo y amando a Dios, exteriormente hacía todo lo que me daba la gana.

Todo empezó más o menos a los 18 años. Empecé una relación seria con un chico que al principio creí que me quería de verdad (lo típico), y resultó que no fue así. Al cabo de unos meses me entregué a él porque para mí era otra forma de demostrar cuánto le quería, pero a los pocos meses todo ese amor que creía que existía se esfumó. Resultó que… ¡solo había estado conmigo para darle celos a otra chica!

Entonces decidí hacer lo que muchas hacen, una vez que han salido heridas y decepcionadas de un amor que pensaban era verdadero: “viviré la vida y la disfrutaré, pero nada serio”. Algunos seguro sabéis por donde voy… y así estuve un tiempo…

Sin embargo, un año más tarde, conocí a otro chico del que me enamoré locamente. Todo era precioso al principio, me llamaba siempre, buscaba sacar tiempo para mí, hablaba de sus sentimientos hacia mí, todo iba genial. Aunque oficialmente nunca estuvimos juntos (con fechita y todo), en realidad era como si lo estuviéramos, porque no había nadie más, solo éramos nosotros dos. Pasaron 4 o 5 meses y la cosa se estropeó. Simplemente prefería pasar más tiempo con sus amigos, no me llamaba, salía mucho de fiesta y por supuesto no quedaba nada de aquellas conversaciones en las que me decía que yo “era especial” y “muy importante para él”. Cuando me armaba de valor y le decía que no quería seguir con aquello, me pedía perdón y yo como tonta le perdonaba, así una y otra vez, hasta que pasaron otros cinco meses, que me enteré por un amigo que se había liado con otra chica. Yo me sentí morir, me sentía estúpida por no haberme dado cuenta, por haberle perdonado tantas veces con la esperanza de que cambiaría…

Terminé con aquello, lo borré de todos lados, pero yo me hundí. Y en vez de salir al cabo de un tiempo de aquello, me dediqué a la fiesta, a los chicos… en vez de centrarme en mí…

Yo claro, en aquel momento cuando estaba de fiesta o con un chico, en aquel momento realmente sentía algo parecido a la felicidad, pero no era felicidad, era algo que solo duraba mientras estaba allí. Pero luego volvía a mi habitación y estaba sola y lloraba.

Soy universitaria y estoy en una residencia de estudiantes, la peculiaridad de esta residencia es que es solo de chicas y es llevada por monjas. Digo esto porque la directora de esa residencia fue la que me ayudó a salir de aquello. Se dio cuenta de que algo no andaba bien, salía demasiado por las noches hasta las mil, apenas iba a clase, siempre estaba de compras… me alejé de todo creyendo que así estaba siendo feliz. Una tarde me cogió y me llevó a su despacho a hablar.

No sé como, al llegar al tema ese que yo creía que tenía olvidado, me puse a llorar, pero llorar como nunca antes lo había hecho. No tenía consuelo. Ella me tendió la mano, ella y mis padres estuvieron a mi lado y salí de ese pozo oscuro y volví a ver un poco de luz.

Pero no estaba realmente curada del todo y no era feliz del todo. Yo no sabía por qué. Era como que algo me faltaba… Un día empecé a leer el Evangelio y me gustó. También empecé a ir a las reuniones pastorales universitarias y me lo pasaba genial. Sentía la necesidad de ir a Misa y poco a poco estaba siendo realmente feliz, pero aun así me faltaba algo…

En el mes donde se hace el sacramento de penitencia o reconciliación, le dije a mi directora y guía espiritual (las chicas de la residencia hacemos reuniones pastorales también) que quería confesarme, que lo necesitaba. He de decir que llevaba desde los 9 años sin confesarme, y cuando entré a hablar con el sacerdote estaba muy nerviosa, pensaba “me va a juzgar”, “me va a juzgar”, pero no… Le conté todo y me dijo que “Dios había encontrado un modo de llegar a mí, que estaba haciendo un camino yo solita para acercarme a él, que por supuesto lo tenía que seguir haciendo”, y después de darme algunos consejos y decirme palabras hermosas me absolvió de todos mis pecados. Cuando salí del confesionario realmente por primera vez fui feliz, ¡muy pero muy feliz! Me sentía como liberada.

Al día de hoy sigo avanzando en ese caminito y noto que mi vida va mucho mejor, y que gracias a Dios soy realmente feliz ahora.

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