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domingo, 17 de agosto de 2014

El Papa en Corea




Papa: los mártires testimonian que la victoria de Cristo es la nuestra. Escuchar el clamor de los pobres e impulsar la paz, en Corea, en Asia y en todo el mundo
(RV).- (se actualizó con voz del Papa) (con audio)  ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rm 8,35). En un mundo que a menudo cuestiona nuestra fe, los mártires son testimonio del poder del amor de Dios, para construir una sociedad justa, libre y reconciliada, inspirando a todos los hombres de buena voluntad para impulsar la paz, en Corea, en Asia y para toda la familia humana. Con una multitudinaria participación de fieles - entre ochocientos mil y un millón - en un día de gran regocijo para todos los coreanos, el Papa Francisco beatificó a los mártires Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros que «vivieron y murieron por Cristo y ahora reinan con Él en la alegría y en la gloria». Su ejemplo nos interpela a todos en sociedades que no escuchan el clamor de los pobres, donde Cristo nos sigue llamando. Destacando el legado de todos ellos y su testimonio de caridad y solidaridad para con todos - parte de la rica historia del pueblo coreano - el Santo Padre recordó que «en la misteriosa providencia de Dios, la fe cristiana no llegó a las costas de Corea a través de los misioneros; sino que entró por el corazón y la mente de los propios coreanos». «Tras un encuentro inicial con el Evangelio», «el conocimiento de Jesús pronto dio lugar a un encuentro con el Señor mismo». Abrazando en esta beatificación también a todos los mártires anónimos que en Corea y en todo el mundo, han dado su vida por Cristo o han sufrido lacerantes persecuciones por su nombre, el Papa Bergoglio culminó su homilía rogando «que la intercesión de los mártires coreanos, en unión con Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de la perseverancia en la fe y en toda obra buena en la santidad y la pureza de corazón, y en el celo apostólico de dar testimonio de Jesús en este querido país, en toda Asia y hasta los confines de la tierra». (CdM - RV)
Voz y texto completo de la Homilía del Papa:  
Santa Misa de Beatificación de los Mártires Coreanos - Puerta de Gwanghwamun, Seúl
16 de agosto de 2014
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm 8,35). Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra. 
Hoy celebramos esta victoria en Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros. Sus nombres quedan unidos ahora a los de los santos mártires Andrés Kim Teagon, Pablo Chong Hasang y compañeros, a los que he venerado hace unos momentos. Vivieron y murieron por Cristo, y ahora reinan con él en la alegría y en la gloria. Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas. En efecto, «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39). 
La victoria de los mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos hoy en Corea, en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio. La celebración del beato Pablo y compañeros nos ofrece la oportunidad de volver a los primeros momentos, a la infancia –por decirlo así– de la Iglesia en Corea. Los invita a ustedes, católicos de Corea, a recordar las grandezas que Dios ha hecho en esta tierra, y a custodiar como un tesoro el legado de fe y caridad confiado a ustedes por sus antepasados. 
En la misteriosa providencia de Dios, la fe cristiana no llegó a las costas de Corea a través de los misioneros; sino que entró por el corazón y la mente de los propios coreanos. En efecto, fue suscitada por la curiosidad intelectual, por la búsqueda de la verdad religiosa. Tras un encuentro inicial con el Evangelio, los primeros cristianos coreanos abrieron su mente a Jesús. Querían saber más acerca de este Cristo que sufrió, murió y resucitó de entre los muertos. El conocimiento de Jesús pronto dio lugar a un encuentro con el Señor mismo, a los primeros bautismos, al deseo de una vida sacramental y eclesial plena y al comienzo de un compromiso misionero. También dio como fruto comunidades que se inspiraban en la Iglesia primitiva, en la que los creyentes eran verdaderamente un solo corazón y una sola mente, sin dejarse llevar por las diferencias sociales tradicionales, y teniendo todo en común (cf. Hch 4,32). 
Esta historia nos habla de la importancia, la dignidad y la belleza de la vocación de los laicos. Saludo a los numerosos fieles laicos aquí presentes, y en particular a las familias cristianas, que día a día, con su ejemplo, educan a los jóvenes en la fe y en el amor reconciliador de Cristo. También saludo de manera especial a los numerosos sacerdotes que hoy están con nosotros; con su generoso ministerio transmiten el rico patrimonio de fe cultivado por las pasadas generaciones de católicos coreanos. 
El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo. 
Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino. 
Poco después de que las primeras semillas de la fe fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa (cf. Jn 17,14); sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro. 
En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir. 
Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados. 
Si seguimos el ejemplo de los mártires y creemos en la palabra del Señor, entonces comprenderemos la libertad sublime y la alegría con la que afrontaron su muerte. Veremos, además, cómo la celebración de hoy incluye también a los innumerables mártires anónimos, en este país y en todo el mundo, que, especialmente en el siglo pasado, han dado su vida por Cristo o han sufrido lacerantes persecuciones por su nombre. 
Hoy es un día de gran regocijo para todos los coreanos. El legado del beato Pablo Yun Ji-chung y compañeros –su rectitud en la búsqueda de la verdad, su fidelidad a los más altos principios de la religión que abrazaron, así como su testimonio de caridad y solidaridad para con todos– es parte de la rica historia del pueblo coreano. La herencia de los mártires puede inspirar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad más justa, libre y reconciliada, contribuyendo así a la paz y a la defensa de los valores auténticamente humanos en este país y en el mundo entero. 
Que la intercesión de los mártires coreanos, en unión con la de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de la perseverancia en la fe y en toda obra buena, en la santidad y la pureza de corazón, y en el celo apostólico de dar testimonio de Jesús en este querido país, en toda Asia, y hasta los confines de la tierra. Amén.


“Que la semilla de los mártires no se pierda en la Corea contemporánea”, tercera jornada del viaje apostólico de Francisco en Corea
Raúl Cabrera, enviado especial (RV).- (audio)  Antes del evento de la jornada, la beatificación del laico coreano Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros, asesinados entre 1791 y 1888, Francisco tuvo un momento de oración en el santuario de Seo So Mun, donde fue martirizado el grupo de católicos canonizados por s. Juan Pablo II en su primera visita en 1984 . El Papa se detuvo en oración antes de deponer una ofrenda floral y luego en auto se dirigió a la distante dos kilómetros Puerta de Gwanghwamun. Según el p. Lombardi, portavoz de la Santa Sede, eran más de 800 mil las personas que colmaban la gran avenida que desemboca en la plaza, una de las más amplias de toda Asia. Estaban presentes no solamente católicos, sino también no creyentes y muchos representantes de las iglesias protestantes locales. Varias veces el papamóvil detuvo su marcha para permitir a Francisco besar y acariciar a un niño que la guardia de seguridad le acercaba. “Papá”, “Francisco” o “Francisco, amigo de Corea”, eran algunos de los estribillos que escuchamos. Ordenados en sectores identificados por diversos colores, los coreanos mostraban su gran alegría sin perder su compostura. La sensación de poder ver tan cerca al Obispo de Roma fue también motivo para recordar algunos lamentables eventos de la vida coreana. La tragedia del transporte marítimo Sewol sigue ocupando gran espacio en la atención de la opinión publica de este país y el Papa no ha dejado de mostrar su solidaridad con esta desgracia. Quien habrá observado atentamente habrá notado que Francisco lleva desde el viernes una pequeña cinta amarilla en el pecho, símbolo del luto y la esperanza de justicia de estas familias. El Papa escuchó unos segundos a uno de ellos que beso su mano y lo abrazó.
Concelebraron con el Santo Padre los sacerdotes miembros del séquito, así como un grupo de cardenales asiáticos y los obispos coreanos.Paz y reconciliación, la iglesia perseguida, que la semilla de los mártires no se pierda en la Corea contemporánea fueron algunas de las peticiones en la oración de los fieles, condensando las problemáticas de la región.


“La vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo”, Francisco a los religiosas y religiosos
RV).- (actualizado con audio)  Con el corazón acariciado por los cantos y la ternura de los niños enfermos en la Casa de la Esperanza, el Papa se dirigió a las 17.15 aproximadamente al encuentro con las comunidades religiosas en el Training Center “Escuela del amor” de Kkottongnae, en donde cada año cerca de 200.000 jóvenes siguen cursos de espiritualidad activa.
En el breve trayecto que realizó en papamóvil, Francisco se detuvo a orar en el "Jardín de los niños abortados", un cementerio simbólico formado por docenas de cruces blancas; allí saludó a una representación de los activistas “Pro-life” de Corea y al misionero sin piernas ni brazos, Hno. Lee Gu-Won.Miles de religiosos y religiosas esperaban a Francisco en el gran auditorio. Por motivos de tiempo, - como el mismo Papa Francisco explicó – durante el encuentro con los religiosos en Kkottongnae no se recitaron las vísperas. Después de una breve oración inicial a la Madre de Dios, el Obispo de Roma pronunció su discurso en el gran auditorio: “La vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo”, manifestó. Y hablando sobre el testimonio gozoso que debe ser alimentado por la vida de oración, de meditación de la Palabra de Dios, de celebración de los sacramentos y vida comunitaria, el Santo Padre exhortó a los religiosos a no guardar para sí mismos la experiencia de Dios, sino a compartirla, llevando a Cristo a todos los rincones de su querido país. “Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte en la formación de los consagrados y consagradas, aquellos que vendrán después de ustedes mañana”.
(GM – RV)
Discurso Completo de Su Santidad el Papa Francisco: 


Encuentro con las Comunidades religiosas en CoreaKkottongnae, Training Center
16 de agosto de 2014Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Saludo a todos con afecto en el Señor. Es bello estar hoy con ustedes y compartir este momento de comunión. La gran variedad de carismas y actividades apostólicas que ustedes representan enriquece maravillosamente la vida de la Iglesia en Corea y más allá. En este marco de la celebración de las Vísperas, en la que hemos cantado - ¡deberíamos haber cantado! - las alabanzas de la bondad de Dios, agradezco a ustedes, y a todos sus hermanos y hermanas, sus desvelos por construir el Reino de Dios. Doy las gracias al Padre Hwang Seok-mo y a Sor Escolástica Lee Kwang-ok, Presidentes de las conferencias coreanas.
Las palabras del Salmo –«Se consumen mi corazón y mi carne, pero Dios es la roca de mi corazón y mi lote perpetuo» (Sal 73,26)– nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida. El salmista manifiesta gozosa confianza en Dios. Todos sabemos que, aunque la alegría no se expresa de la misma manera en todos los momentos de la vida, especialmente en los de gran dificultad, «siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado» (Evangelii gaudium, 6). La firme certeza de ser amados por Dios está en el centro de su vocación: ser para los demás un signo tangible de la presencia del Reino de Dios, un anticipo del júbilo eterno del cielo. Sólo si nuestro testimonio es alegre, atraeremos a los hombres y mujeres a Cristo. Y esta alegría es un don que se nutre de una vida de oración, de la meditación de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la vida en comunidad. Muy importante. Cuando éstas faltan, surgirán debilidades y dificultades que oscurecerán la alegría que sentíamos tan dentro al comienzo de nuestro camino. La experiencia de la misericordia de Dios, alimentada por la oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes son, a todo lo que hacen. Su castidad, pobreza y obediencia serán un testimonio gozoso del amor de Dios en la medida en que permanezcan firmes sobre la roca de su misericordia. Aquella es la roca. Éste es ciertamente el caso de la obediencia religiosa. Una obediencia madura y generosa requiere unirse con la oración a Cristo, que, tomando forma de siervo, aprendió la obediencia por sus padecimientos (cf. Perfectae caritatis, 14). No hay atajos: Dios desea nuestro corazón por completo, y esto significa que debemos «desprendernos» y «salir de nosotros mismos» cada vez más. Una experiencia viva de la diligente misericordia del Señor sostiene también el deseo de llegar a esa perfección de la caridad que nace de la pureza de corazón. La castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios, que es la «roca de mi corazón». Todos sabemos lo exigente que es esto, y el compromiso personal que comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza en Dios, vigilancia y perseverancia y apertura del corazón al hermano sabio o a la hermana sabia, que el Señor pone en nuestro camino.
Mediante el consejo evangélico de la pobreza, ustedes podrán reconocer la misericordia de Dios, no sólo como una fuente de fortaleza, sino también como un tesoro. Parece contradictorio, pero ser pobres significa encontrar un tesoro. Incluso cuando estamos cansados, podemos ofrecer nuestros corazones agobiados por el pecado y la debilidad; en los momentos en que nos sentimos más indefensos, podemos alcanzar a Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Esta necesidad fundamental de ser perdonados y sanados es en sí misma una forma de pobreza que nunca debemos olvidar, no obstante los progresos que hagamos en la virtud. También debe manifestarse concretamente en el estilo de vida, personal y comunitario. Pienso, en particular, en la necesidad de evitar todo aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y escándalo a los demás. En la vida consagrada, la pobreza es a la vez un «muro» y una «madre». Un «muro» porque protege la vida consagrada, y una «madre» porque la ayuda a crecer y la guía por el justo camino. La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia. Piensen también en lo peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad puramente funcional, mundana, que induce a poner nuestra esperanza únicamente en los medios humanos y destruye el testimonio de la pobreza, que Nuestro Señor Jesucristo vivió y nos enseñó. Y agradezco, sobre este punto, al padre presidente y a la hermana presidente de los religiosos, porque han hablado, justamente, sobre el peligro que representan la globalización y el consumismo para la vida de la pobreza religiosa. Gracias.Queridos hermanos y hermanas, con gran humildad, hagan todo lo que puedan para demostrar que la vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo. No lo guarden para ustedes mismos; compártanlo, llevando a Cristo a todos los rincones de este querido país. Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte en la formación de los consagrados y consagradas, aquellos que vendrán después de ustedes mañana. Tanto si se dedican a la contemplación o a la vida apostólica, sean celosos en su amor a la Iglesia en Corea y en su deseo de contribuir, mediante el propio carisma, a su misión de anunciar el Evangelio y edificar al Pueblo de Dios en unidad, santidad y amor.
Encomiendo a todos ustedes, de manera especial a los ancianos y enfermos de sus comunidades – también un saludo especial del corazón para ellos – los confío a los cuidados amorosos de María, Madre de la Iglesia, y les doy de corazón la bendición. Los bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.


No sólo asistencia, sino también desarrollo de la persona, Papa Francisco al Apostolado laico


(RV).- El último discurso de este sábado 16 de agosto de Papa Francisco en el cuarto día del viaje apostólico en Corea fue dirigido a los líderes del Apostolado laico, en el Centro de Espiritualidad de Kkottongnae.
En reconocimiento del rol primordial de los laicos en la Iglesia en Corea, fue instituido en 1968 el Consejo Católico para el apostolado de los laicos. El Consejo, presente en 16 diócesis y con 27 sedes en todo el país, tiene por misión central el diálogo con los no creyentes. El Papa inició su discurso ante los 150 laicos, hombres y mujeres, agradeciendo al Presidente del Consejo del Apostolado Seglar Católico, el señor Paul Kwon Kil-joog, sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos.Poniendo de manifiesto que la Iglesia en Corea “ha heredado la fe de generaciones de laicos que perseveraron en el amor a Jesucristo y en la comunión con la Iglesia, a pesar de la escasez de sacerdotes y de la amenaza de graves persecuciones”, Francisco mostró su reconocimiento, en modo particular, a la labor de las numerosas asociaciones que se ocupan directamente de la atención a los pobres y necesitados. Destacando la importancia la asistencia, que debe estar también orientada al desarrollo de la persona, los animó a multiplicar esfuerzos en el ámbito de la promoción humana.
También palabras de gratitud y reconocimiento fueron dirigidas a las mujeres católicas coreanas, que contribuyen a la vida y misión de la Iglesia como madres de familia, como catequistas, maestras y de tantas otras formas.Finalmente el Obispo de Roma destacó la importancia del testimonio dado por las familias cristianas. En una época de crisis de la vida familiar - dijo - la familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades. “Cualquiera sea su colaboración con la misión de la Iglesia, les pido que sigan promoviendo en sus comunidades una formación cada vez más completa de los fieles laicos, mediante la catequesis continua y la dirección espiritual. Les pido que todo lo hagan en completa armonía de mente y corazón con sus pastores, intentando poner sus intuiciones, talentos y carismas al servicio del crecimiento de la Iglesia en unidad y en espíritu misionero”, concluyó.
(GM – RV)
Texto completo del Discurso del Papa en el Encuentro con el Apostolado Seglar
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegro de tener la oportunidad de encontrarme con ustedes, que representan las diversas manifestaciones del floreciente apostolado de los laicos en Corea: ¡floreciente, porque siempre ha sido floreciente! ¡Es una flor que perdura! Agradezco al Presidente del Consejo del Apostolado Seglar Católico, el señor Paul Kwon Kil-joog, sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos.
La Iglesia en Corea, como todos sabemos, ha heredado la fe de generaciones de laicos que perseveraron en el amor a Jesucristo y en la comunión con la Iglesia, a pesar de la escasez de sacerdotes y de la amenaza de graves persecuciones. El beato Pablo Yun Ji-chung y los mártires que hoy han sido beatificados constituyen un capítulo extraordinario de esta historia. Dieron testimonio de la fe no sólo con los tormentos y la muerte, sino también con su vida de afectuosa solidaridad de unos con otros en las comunidades cristianas, que se distinguían por una caridad ejemplar.
Este precioso legado sigue vivo en sus obras actuales de fe, de caridad y de servicio. Hoy, como siempre, la Iglesia tiene necesidad del testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz. Sabemos que no hay más que una misión en la Iglesia de Dios, y que todo bautizado tiene un puesto vital en ella. Sus dones como hombres y mujeres laicos son múltiples y sus apostolados variados, y todo lo que hacen contribuye a la promoción de la misión de la Iglesia, asegurando que el orden temporal esté informado y perfeccionado por el Espíritu de Cristo y ordenado a la venida de su Reino.De modo particular, me gustaría reconocer la labor de las numerosas asociaciones que se ocupan directamente de la atención a los pobres y necesitados. Como demuestra el ejemplo de los primeros cristianos coreanos, la fecundidad de la fe se expresa en la práctica de la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas, independientemente de su cultura o condición social, ya que en Cristo «no hay judío ni griego» (Ga 3,28). Quiero manifestar mi profundo agradecimiento a cuantos, con su trabajo y su testimonio, llevan la presencia consoladora del Señor a los que viven en las periferias de nuestra sociedad. Esta tarea no se puede limitar a la asistencia caritativa, sino que debe extenderse también a la consecución del crecimiento humano. No sólo asistencia, sino también el desarrollo de la persona. Asistir a los pobres es bueno y necesario, pero no basta. Los animo a multiplicar sus esfuerzos en el ámbito de la promoción humana, de modo que todo hombre y mujer llegue a conocer la alegría que viene de la dignidad de ganar el pan de cada día y de sostener a su propia familia. He aquí que esta dignidad, en este momento, es amenazada con ser eliminada por esta cultura del dinero, que deja sin trabajo a tantas personas. Nosotros podemos decir: “Padre, nosotros les damos de comer”. ¡Pero no es suficiente! Él y ella, que están sin trabajo, deben sentir en su corazón la dignidad de llevar a casa el pan, de ganarse el pan. Les confío a ustedes esta tarea.
También quiero reconocer la valiosa contribución de las mujeres católicas coreanas a la vida y la misión de la Iglesia en este país como madres de familia, como catequistas y maestras y de tantas otras formas. Asimismo, no puedo dejar de destacar la importancia del testimonio dado por las familias cristianas. En una época de crisis de la vida familiar - ¡lo sabemos todos! - nuestras comunidades cristianas están llamadas a ayudar a los esposos cristianos y a las familias a cumplir su misión en la vida de la Iglesia y de la sociedad. La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades. Queridos hermanos, cualquiera que sea su colaboración con la misión de la Iglesia, les pido que sigan promoviendo en sus comunidades una formación cada vez más completa de los fieles laicos, mediante la catequesis continua y la dirección espiritual. Les pido que todo lo hagan en completa armonía de mente y corazón con sus pastores, intentando poner sus intuiciones, talentos y carismas al servicio del crecimiento de la Iglesia en unidad y en espíritu misionero. Su colaboración es esencial, puesto que el futuro de la Iglesia en Corea, como en toda Asia, dependerá en gran medida del desarrollo de una visión eclesiológica basada en una espiritualidad de comunión, de participación y de poner en común los dones (cf. Ecclesia in Asia, 45).
Una vez más les expreso mi gratitud por todo lo que hacen para la edificación de la Iglesia en Corea en santidad y celo. Que encuentren constante inspiración y fuerza para su apostolado en el Sacrificio eucarístico, que comunica y alimenta “el amor a Dios y a los hombres, alma de todo apostolado” (Lumen gentium, 33). Para ustedes, sus familias y cuantos participan en las obras corporales y espirituales de sus parroquias, de las asociaciones y de los movimientos, imploro la alegría y la paz del Señor Jesucristo y la solícita protección de María, nuestra Madre.
Les pido, por favor, que recen por mí. Y ahora todos juntos recemos a la Virgen y luego les daré la bendición. (Ave María….)
¡Muchas gracias y recen por mí, no se olviden!

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