jueves, 7 de agosto de 2014

“¡Dios llora en las guerras!”




Monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou y misionero comboniano, presenta Solo soy la voz de mi pueblo, un libro donde cuenta sus experiencias desde 1980, cuando llegó a África por primera vez



Son las 5:15 de la mañana. El cielo aún no se ha vestido del todo y amanece en Bangassou, al sur de la República Centroafricana. Allí, con el temblor de las bombas sonando de fondo y en medio de la tempestad que está desarmando en piezas el país, Juanjo abre la puerta de su choza y mira con ternura a Sahel, un niño descarnado de apenas cinco años que llama con tesón a su ventana de madera. Las estadísticas dicen que la República Centroafricana es el quinto país más pobre del planeta; sin embargo, el hambre -aunque a veces carga su fusil con retazos de odio y sinrazón- aún no ha conseguido ganarle la batalla a la esperanza. Juan José es obispo y, además, el padre de cada uno de los habitantes de un pueblo perseguido, y Sahel es un pequeño chiquillo que, vestido de nada, quiere cosquillear la barba poblada de su “monseñor” y regalarle una sonrisa. ¿Acaso el amor de Dios entiende de cifras o etiquetas?

Juan José Aguirre nació hace 59 años en Córdoba, siendo el tercero de los nueve hermanos que completan su familia. Aunque casi abandona esta tierra con solo tres meses de vida, con 27 años, tras despedirse de sus padres con el abrazo emocionado del que marcha para escribir paz con su vida, aterriza en Centroáfrica de la mano de los misioneros combonianos. Inmerso en un mundo de vivencias y cadencias donde Dios no dejaba de sorprenderle, con 43 años se encuentra con una de las noticias más sorprendentes que podían asestarle: es nombrado obispo de Bangassou (República Centroafricana).  Desde entonces, merced a la huella que cincela sus pasos como humilde profeta de los más necesitados, luce con cierta timidez el título de monseñor. No por vergüenza o desprecio, sino porque nunca fue amigo de las grandes celebridades: “aquí, en África, en el servicio del episcopado, eres un misionero más. Con un carisma diferente, ni mejor ni peor que los demás; eso sí, pesado como una mochila llena de ladrillos”.


La voz de su pueblo

Hace unos días, la editorial PPC ha presentado su libro “Solo soy la voz de mi pueblo”, un diario escrito en forma de cruz y cargado de experiencias humanamente desgarradoras; un legado que, sin duda alguna, no dejará indiferente a nadie.

Con la excusa del libro, un servidor –que, además de periodista, es un fiel amante de las historias que se escriben con la tinta del corazón- quiso saber de él, de su situación, de su misión, de su voz, de su alegría, de su dolor… de ese amigo que, aún con todo lo que pesa su agenda de barro, nunca mira con mala cara al que se acerca a él para robarle un puñado de su tiempo. Tras conocerle, no sorprende -para aquel que ha tenido el gozo de cruzar con él un abrazo- que las puertas de su casa de paja y barro estén siempre abiertas; ya sea en su Córdoba natal, en los tonos de su teléfono o en medio de la selva centroafricana.

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