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sábado, 26 de julio de 2014

Porque Dios es infinita Misericordia, pero también es infinita Justicia, ...el Infierno es eterno

Por Jaime Velázquez

No han sido pocas las controversias a lo largo de la historia con respecto a la existencia del infierno, así como a la existencia de Satanás y los demonios; incluso, de que existan reos y condenados. Este estudio busca resolver estas dudas, presentar de manera sencilla la enseñanza apostólica y Magisterial de la Iglesia.

Empecemos por decir esto con total énfasis: El infierno existe, es infinito y sí hay condenados. 

No sabemos quiénes están ahí de manera específica, pues Dios solo nos ha revelado quiénes están con Él en el paraíso y que por su intercesión nos concede una Gracia Especial.

  

¿Qué es el infierno?

 Según la Enciclopedia Católica, el infierno es el lugar donde todos aquellos, ángeles y seres humanos, que mueren en pecado mortal personal, como enemigos de Dios y no merecedores de la vida eterna, serán severamente castigados por Dios después de la muerte.



 ¿Dónde está el infierno?

La Iglesia no se ha pronunciado a este respecto, pues no existe en la Revelación la mención específica de su localización. Han existido teorías que van desde que no existe como un lugar sino que coexiste en el universo en cada uno de los condenados que vagan libremente, hasta en decir que está en el centro de la Tierra, debido a la interpretación literal de la “caída” de Satanás y sus ángeles.. Otros han dicho que está en los polos, en Marte, en el sol o incluso, en una isla lejana.

Este tema ha causado polémica recientemente, infundada valga decirse, con respecto a la catequesis de S.S el beato Juan Pablo II y su sucesor, S.S. Benedicto XVI.

El beato Juan Pablo II, en su Audiencia General del día miércoles 28 de julio de 1999 dijo:

 “Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de, la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).


Siendo analíticos, el Beato Juan Pablo II no niega la existencia del infierno, al contrario, trasciende la concepción reduccionista de un lugar y lo lleva a su verdadero concepto doctrinal, donde el infierno también es un estado del alma de “autoexclusión definitiva de la comunión con Dios”.

S.S. Benedicto XVI, siguiendo esta misma línea catequética, dijo durante una entrevista al diario L'Espresso de Sandro Magister:

 “Hoy se ha tornado habitual pensar: ¿qué es el pecado? Dios es grande, nos conoce, en consecuencia el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Ésta es una bella esperanza, pero existe la justicia y existe la culpa verdadera. Los que han destruido al hombre y a la tierra no pueden sentarse imprevistamente en la mesa de Dios, junto con sus víctimas.”

Como podemos ver, el Papa Benedicto XVI no solo no contradice a su predecesor S.S el beato Juan Pablo II, sino que confirma lo ya enseñado durante 2000 años, que el infierno existe y no está vacío.

San Juan Crisóstomo es muy elocuente con respecto a este asunto:

 “No debemos preguntar dónde está el infierno, sino qué hacer para escapar de él”  (In Rom., hom. xxxi, n. 5, en P.G., LX, 674)



¿Hay fuego en el infierno?

 Es una pregunta comúnmente elaborada ante nuestra incomprensión de la naturaleza del infierno, y sobre todo, de alma misma y del mundo espiritual. En su aspecto material y corpóreo, comprendemos qué es el fuego y sus consecuencias. Sabemos y comprendemos a detalle el sufrimiento y el daño que el fuego puede causar a nuestra carne, a nuestro cuerpo, sin embargo, no es comprensible del todo cómo es que existe un fuego que no agota su combustible y es eterno. Mucho más complicado es definir como la cosa quemada no se extingue, no se descompone, no desaparece, sino que permanecerá inmutable por la eternidad.

Esta pregunta con respecto al fuego infernal, conlleva entonces una duda más profunda: ¿Cómo se sufre realmente en el infierno?

 Para responderla, debemos distinguir una doble naturaleza de este sufrimiento:

 -  Pena de daño (poena damni). Consiste en ser conscientes de la pérdida de la salvación, de la pérdida de la Visión Beatífica. Es la carencia total de la paz, de la esperanza y de la caridad. Es un dolor en real sentido, al verse privado de todo don divino, donde la angustia y la conciencia martirizan su propia existencia. Además, el saber que hay un Dios feliz, que hay ángeles y seres humanos que disfrutan de la dicha eterna a la que ellos ya no pueden aspirar, llena de miseria su existencia y solo incrementa en ellos el odio a Dios, a los demás y a ellos mismos.

-  Pena de Sentido (poena sensus). Consiste en el tormento de fuego, en el tormento de los sentidos, dolor real y verdadero. Y como la Iglesia lo ha definido a los largo de la historia, fuego verdadero que consume el alma sin destruirla.

También es importante decir que las penas en el infierno son desiguales. Esto significa, en orden de la justicia, que sufre más quien pecó más o quien pecó más gravemente. Y esto queda mostrado con maestría en la novela de Dante Alighieri, “La Divina Comedia”, que sin ser considera de carácter dogmático, nos presenta una visón del infierno muy acorde a la teología y en donde describe los 9 círculos infernales, cada uno con tormentos más grandes que el anterior.



Impenitencia Total

Desde un punto de vista muy humano, al vernos atormentados por alguna pena o sufrimiento, hacemos lo necesario para evitarlo o librarnos de ese sufrir; y en el caso de que nos atormente la conciencia por algún acto indebido, ésta nos lleva a pedir perdón. De alguna manera, el hombre entiende que está en sus posibilidades el dejar de sufrir y regresar a la paz y a la dicha, para ello basta pedir perdón a Dios en el Sacramento de la Penitencia. Pareciera muy lógico establecer que ante tales tormentos, los condenados implorarían perdón y misericordia para poner fin de inmediato a estos sufrimientos.

Pero a los condenados, el pedir perdón les resulta imposible.

Comprendiendo que los condenados en el infierno se encuentran en la total separación de Dios, ajenos a Dios, no reciben la Gracia Divina, la cual es indispensable para poder realizar un acto bueno. El odio es el motor del condenado, no el amor. Siendo entonces, que el pedir perdón es un acto de humildad y de amor, les es imposible al condenado realizarlo. No está en su naturaleza aceptar la ayuda de la Gracia.

El condenado sufre, pero se obstina en seguir sufriendo, pues aún estando condenado, y condenado a causa de su libre decisión, conserva en su naturaleza esa libertad de acción que le lleva a seguir actuando en el mal. Dicho de manera más específica, la naturaleza del condenado está destinada a hacer el mal, a actuar por odio. Su naturaleza queda irremediablemente conformada en su pecado (San Tomás, Suma teológica - Parte 1ª - Cuestión 64 - Sobre la pena de los demonios)

  

Fundamento Bíblico

El infierno en el Antiguo Testamento

Desde el mismo Génesis se nos presenta una inicial enseñanza de la existencia de un ser que es enemigo de Dios y del hombre, ajeno a Dios, representado como una serpiente que engaña, tienta y hace caer a la humanidad en el pecado. El hombre, después de desobedecer, es expulsado del paraíso y es puesto bajo el dominio de la muerte y el pecado.

Esto no nos habla propiamente del infierno, pero sí nos da una luz inicial. Sí el hombre es expulsado de la presencia de Dios por su desobediencia, Satanás y los ángeles rebeldes igualmente debieron ser expulsados de la presencia de Dios al decidir libremente rechazarlo. Así que los ángeles rebeldes no están con Dios, y así como el hombre es expulsado de un paraíso terrenal, los demonios deben estar o existir en un lugar o plano distinto al de Dios. En un lugar o estado “sin Dios”.

La breve narrativa dada por el profeta Isaías de la rebelión de Satanás y los ángeles no pone un paso adelante en la revelación y conocimiento de la existencia del infierno:



  Isaías 14

15 ¡Pero te han hecho bajar al Abismo, a las profundidades de la Fosa!



Ya con esto podemos pensar en la existencia de una “fosa abismal”, de una lugar profundo, de un lugar de muerte. Y hacemos la analogía de la “fosa” con la muerte pues es común en la literatura hebrea el uso de esta comparación. La palabra utilizada para definir este “abismo” es la palabra “SHEOL”

La palabra “Sheol” (שאול) puede traducirse entonces como abismo, tumba, fosa. Pero la acepción más adecuada en el uso e interpretación bíblica sería no como una tumba personal, sino como una morada de muertos.

Ya en Deuteronomio 32,22 se nos hace la advertencia de la existencia del “sheol”, sin embargo, no se nos presenta como un lugar de tormento infinito, sino como una sentencia ante el mal acto de los hombres que fueron infieles al adorar a otros dioses. Pareciera como un lugar donde el hombre es exterminado, reducido a polvo. Con la progresión de la revelación a través de los siglos se nos hace comprensibles estas palabras y se nos permite colocarlas en su contexto correcto.

  

Isaías 66

24 Y al salir, se verán los despojos de los hombres que se han rebelado contra mí, porque su gusano no morirá, su fuego no se extinguirá y serán algo horrible para todos los vivientes.




La sentencia final del libro del profeta Isaías ya nos muestra tres conceptos que serán fundamentales en la predicación de Nuestro Señor Jesucristo ante el pueblo judío. Primero nos presenta ya el anuncio de la resurrección; nos presenta que los infieles son merecedores de una sentencia sin fin y, por último, los distingue de los “vivientes”.

Si comparamos esta cita de Isaías con la enseñanza de Jesús evidenciada en Marcos 9,48 veremos que son las mismas palabras. El Señor cita a Isaías en medio de la predicación respecto al infierno, cuando les enseña el “Gehena”, lo cual analizaremos más adelante.



Daniel 12

2 Y muchos de los que duermen en el suelo polvoriento se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el horror eterno.



 El carácter apocalíptico del libro de Daniel deja de manifiesto con toda certeza, y a la luz del Nuevo Testamento, la existencia del infierno, al menos como un lugar de ignominia, de horror. La mención del horror eterno se realiza con la palabra hebrea “owlam” (עוֹלָֽם) y que significa “por siempre, para siempre”.



El infierno en el Nuevo Testamento

La predicación de Nuestro Señor Jesucristo de la Buena Nueva nunca careció de la gravedad de la sentencia que el pecado conlleva. Fue un mensaje de amor, de arrepentimiento y de Vida, sin embargo, esta predicación siempre estuvo acompañada con la advertencia de las consecuencias del pecado: La Muerte.


Mateo 5

29 Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.


La palabra “Gehena” (גהינום) utilizada por Nuestro señor Jesucristo significa literalmente “Valle del hijo de Hinom” el cual era un valle en las afueras de Jerusalén donde se incineraban los desperdicios, la basura. Esta analogía nos lleva entonces a definir a “Gehena” como el “infierno”. Ya no es, entonces, aspecto de especulación sino de Revelación. Nuestro Señor Jesucristo ya nos muestra de manera textual en su predicación, la existencia del infierno mismo.


Mateo13

41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, 42 y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.


Analizando estas dos enseñanzas, vemos como Nuestro Señor Jesucristo compara el Gehena con un Horno Ardiente, con una hoguera. La misma enseñanza con dos palabras distintas que hacen alusión aun mismo hecho, tormento mediante el fuego.

Pero, ¿dónde se nos dice que este tormento será infinito?, ¿dónde se nos muestra que la condena al pecado es eterna, que no tiene fin o que el reo no se extingue?



Mateo 25

41 Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”



La enseñanza contenida en Mateo 25 es respecto a la justicia, donde el bueno y el fiel reciben el premio; los infieles e indignos reciben su merecido. Es en esta parábola del Rey que viene a recolectar los frutos del trabajo de sus servidores donde se incrusta de manera definitiva la enseñanza de la existencia del infierno. Después de narrar la parábola del Rey, Nuestro Señor Jesucristo explica su significado, donde el Rey, el Padre, pondrá a unos a la izquierda y otros a la derecha. Los de la izquierda, lo que no cumplieron con el mandato del Amor, serán arrojados al “fuego eterno” que fue preparado para el diablo y sus ángeles.

 La escatología, que es la enseñanza del fin de los tiempos, tiene su culmen en el Libro del Apocalipsis.



Apoc 20

15 Y los que no estaban inscritos en el Libro de la Vida fueron arrojados al estanque de fuego.

  

Al final de la Gran Batalla entre Dios y el Anticristo y sus seguidores, donde las fuerzas del mal son vencidas definitivamente, los hombres serán juzgados según sus obras y los malos, los infieles, los desobedientes, serán arrojados al fuego, al infierno.

Sensibles de este trágico final, los apóstoles enseñaron con total prontitud y certidumbre la existencia del infierno y del castigo eterno.

  

2 Tes 1

9 Estos sufrirán como castigo la perdición eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder



El apóstol san Pablo ya no deja lugar a dudas, el infierno, ese Gehena, ese Horno Ardiente a donde son arrojados los pecadores que no se arrepienten de sus pecados, es una “perdición eterna”, sin final.



 El infierno en la enseñanza Magisterial

Bastaría recurrir al Credo de los Apóstoles para dejar sin duda alguna la existencia del infierno, sin embargo, la historia de la Iglesia ha tenido que hacer énfasis en esta doctrina y enfrentar herejías que negaban la existencia misma del infierno. Y no solo eso, sino que es una existencia eterna, sin fin y que, además de Satanás y los ángeles caídos, hay hombres y mujeres que han muerto en pecado mortal y se han condenado.

El Credo de los Apóstoles dice textualmente:

 Creo en Dios, Padre Todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra. 

Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.

 Nació de Santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso.

Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica

la comunión de los santos, el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne y la vida eterna.

Amén


Es importante  recalcar que el Credo de los Apóstoles, al referirse a los "infiernos" se refiere a ese lugar donde los justos, muertos antes de la obra redentora del Señor, esperaban ser liberados. No se refiere propiamente al infierno de los condenados, donde ya no hay redención. 

La iglesia, depositaria de esta enseñanza divina, no ha sido más que enfática en la predicación de la existencia del infierno. Citamos el Catecismo de la Iglesia Católica.

IV El infierno

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).

La existencia del infierno ha sido enseñado a lo largo de la Vida de la Iglesia, podemos mencionar el Canon 4º del III Concilio de Valence del año 855, donde se condena la postura de que el infierno no es eterno. Así mismo, podemos recurrir al IV Concilio de Letrán del años 1215; al I Concilio de Lyon de 1245; al II Concilio de Lyon de 1274: a la Carta Nequaquam sine dolore a los armenios, de 21 de noviembre de 1321 del Papa Juan XXII; a la Constitución Benedictus Deus, de 29 de enero de 1330 del Papa Benedicto XII, la cual citamos a continuación:

Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son atormentados con penas infernales, y que no obstante en el día del juicio todos los hombres comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que cada uno reciba lo propio de su cuerpo, tal como se portó, bien o mal [2 Cor. 5, 10].

No hay lugar a dudas: El infierno existe, es infinito y sí hay condenados.



El infierno en las enseñanzas de la Iglesia Primitiva

Los Padres de la Iglesia dan testimonio de cómo la Doctrina del infierno ha sido parte fundamental de la enseñanza apostólica y forma parte indiscutible del depósito de la Fe, de la revelación misma. Citaremos a continuación algunos testimonios de la Iglesia Primitiva.

San Ignacio de Antioquía

 Carta a los Efesios

XVI. No os equivoquéis, hermanos míos: aquellos que corrompen una familia "no heredarán el Reino de Dios" Así, si los que hacen eso son condenados a muerte, ¡cuánto más aquél que corrompe por su mala doctrina la fe de Dios, por la que Jesucristo ha sido crucificado! Aquél que así sea, irá al fuego inextinguible y lo mismo aquél que lo escuchare.



Símbolo de san Atanasio

 Y los que hicieron el bien gozarán de vida eterna, pero los que hicieron el mal irán al fuego eterno.


San Basilio el Grande

“Añade a todo esto que el ayuno no sólo te libra de la condenación futura; sino que te preserva de muchos males y sujeta tu carne, de otro modo indómita... Ten cuidado, no sea que, por despreciar ahora el agua, tengas después que mendigar una gota desde el infierno.” (Padres de la Iglesia I, Johannes Quasten)

Desfoga tu ira contra el enemigo de los hombres, contra el padre de la mentira, contra el autor del pecado. Mas compadécete de tu hermano, quien si aún así permaneciere en el pecado, será entregado a fuego eterno con el diablo. (Padres de la Iglesia I, Johannes Quasten)

Quisiera que respirases un poco de la injusticia de estas obras y se aquietasen tus pensamientos, para que ponderaras a donde va a parar el deseo de estas cosas. Tienes tantas yugadas de tierra arable: otras tantas de tierra para plantar árboles: montes, campos, selvas, ríos, prados. Y después de esto ¿qué? ¿No te esperan sólo tres codos de tierra? ¿No bastará para guardar tu cuerpo miserable, el peso de unas pocas piedras? ¿Para qué trabajas? ¿Por qué obras perversamente? ¿Por qué recoges con tus manos cosas infructuosas? Y ojalá fueran infructuosas, y no materia para el fuego eterno. ¿No despertarás de esta embriaguez? ¿No recobras tus sentidos? ¿No vuelves en ti? ¿No pondrás delante de tus ojos el juicio de Cristo?. (Homilía a los Ricos,Padres de la Iglesia I, Johannes Quasten)



Papa san Simplicio

De la inmutabilidad de la doctrina cristiana

[De la Carta Cuperem quidem, a Basilisco August., de 9 de enero de 476]

5) ….Cualquiera que, como dice el Apóstol, intente sembrar otra cosa fuera de lo que hemos recibido, sea anatema [Gal. 1, 8 s]. No se abra entrada alguna por donde se introduzcan furtivamente en vuestros oídos perniciosas ideas, no se conceda esperanza alguna de volver a tratar nada de las antiguas constituciones; porque —y es cosa que hay que repetir muchas veces—, lo que por las manos apostólicas, con asentimiento de la Iglesia universal, mereció ser cortado a filo de la hoz evangélica no puede cobrar vigor para renacer, ni puede volver a ser sarmiento feraz de la viña del Señor lo que consta haber sido destinado al fuego eterno. Así, en fin, las maquinaciones de las herejías todas, derrocadas por los decretos de la Iglesia, nunca puede permitirse que renueven los combates de una impugnación ya liquidada...



San Justino Mártir

Y dijo más: “No teman a los que los matan y después de eso nada pueden hacer; teman más bien a Aquel que después de la muerte puede arrojar alma y cuerpo al infierno” (Lc 12,4-5; cf. Mt 10,28). 8. Es de saber que el infierno es el lugar donde han de ser castigados los que hubieren vivido inicuamente y no creyeren han de suceder estas cosas que Dios enseñó por medio de Cristo. (Apología I, Resurreccíon 19.7)

 Entre nosotros, el príncipe de los malos demonios se llama serpiente, Satanás, diablo (cf. Ap 20,2), como pueden aprenderlo consultando nuestras escrituras; y que él con todo su ejército juntamente con los hombres que le siguen haya de ser enviado al fuego para ser castigado eternamente (cf. Mt 25,41), cosa es que de antemano fue anunciada por Cristo. (Apología I, Culto a la Serpiente, 28.1)



 No es necesario exponer de manera extensa las múltiples referencias al infierno dentro de las enseñanzas de la patrística, sin embargo, debemos considerar y reconocer que el infierno, el diablo, los demonios y sobre todo, la condenación misma, es enseñanza doctrinal esencial de Revelación Divina.



Revelaciones Privadas

No han sido pocas las ocasiones en la que santos hombres y mujeres de Dios ha experimentado visiones místicas del infierno y de su realidad. A continuación enumeraremos algunas de estas visiones privadas que nos permitan comprender, en voz de sus visores, la tragedia del infierno mismo.





Los postorcillos de Fátima

Sor Lucía escribió en sus Memorias:

 “El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todo los lados, semejante a la caída de pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido a la vista de esto que di aquel “ay” que dicen haberme oído.) Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.”



Santa Faustina Kowalska

"Hoy día fui llevada por un Ángel al abismo del infierno. Es un sitio de gran tormento. ¡Cuán terriblemente grande y, extenso es!. Las clases de torturas que vi:

La primera es la privación de Dios;

La segunda es el perpetuo remordimiento de conciencia;

La tercera es que la condición de uno nunca cambiará;

La cuarta es el fuego que penetra en el alma sin destruirla -un sufrimiento terrible, ya que es puramente fuego espiritual,-prendido por la ira de Dios.

La quinta es una oscuridad continua y un olor sofocante terrible. A pesar de la oscuridad, las almas de los condenados se ven entre ellos;

La sexta es la compañía constante de Satanás;

La séptima es una angustia horrible, odio a Dios, palabras indecentes y blasfemia.

 Estos son los tormentos que sufren los condenados, pero no es el fin de los sufrimientos. Existen tormentos especiales destinados para almas en particular. Estos son los tormentos de los sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionado con el tipo de pecado que ha cometido.

 Existen cavernas y fosas de tortura donde cada forma de agonía difiere de la otra. Yo hubiera fallecido a cada vista de las torturas si la Omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma encuentre una excusa diciendo que no existe el infierno, o que nadie a estado ahí y por lo tanto, nadie puede describirlo."



San Juan Bosco

Los sueños del infierno de san Juan Bosco son ricos en enseñanza y sobre todo, en detalles. Nos hace ver la tragedia del infierno, pero sobre todo, nos hace ver que es en nuestro actuar diario y cotidiano como nos hacemos merecedores de esas penas eternas. Transcribo un pequeño fragmento:



“Vi precipitarse en el infierno a un pobrecillo impulsado por los empujones de un pérfido compañero. Otros caían solos, otros acompañados; otros cogidos del brazo, otros separados, pero próximos. Todos llevaban escrito en la frente el propio pecado. Yo los llamaba afanosamente mientras caían en aquel lugar. Pero ellos no me oían, retumbaban las puertas infernales al abrirse y al cerrarse se hacía un silencio de muerte. —He aquí las causas principales de tantas ruinas eternas —exclamó mi guía—: los compañeros, las malas lecturas (y malos programas de televisión e internet e impureza y pornografía y anticonceptivos y fornicación y adulterios y sodomía y asesinatos de aborto y herejías) y las perversas costumbres. Los lazos que habíamos visto al principio eran los que arrastraban a los jóvenes al precipicio. Al ver caer a tantos de ellos, dije con acento de desesperación: —Entonces es inútil que trabajemos en nuestros colegios, si son tantos los jóvenes que tienen este fin. ¿No habrá manera de remediar la ruina de estas almas? Y el guía me contestó: —Este es el estado actual en que se encuentran y si mueren en él vendrán a parar aquí sin remedio.”

  

Santa Teresa de Ávila

Santa Teresa no solo vio el infierno, sino que además, lo sintió. Experimento en su propio ser el tormento mismo del infierno:

"Estando un día en oración, dice, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible poder olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y obscuro y angosto. El suelo me parecía de una agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era delicioso a la vista en comparación de lo que allí sentí: esto que he dicho va mal encarecido.

Esto otro me parece que aun principio de encarecerse cómo es; no lo puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que por haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden pasar, porque fue encogérseme todos los nervios, cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aún algunos, como he dicho, causados del demonio, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver de que había de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible, y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer; porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque ahí parece que todo os acaba la vida, mas aquí el alma mesma es la que se despedaza.”



 Sor Josefa Menéndez

 Religiosas que entre 1920 y 1923 recibió revelaciones de parte de Nuestro Señor Jesucristo. Actualmente, su causa se encuentra en proceso.

“El demonio gritaba mucho: `…Estad atentas a todo lo que las pueda perturbar…! ¡Que no se escapen… haced que se desesperen´. Era tremenda la confusión que había de gritos y de blasfemias. Luego oí que decía furioso: `¡No importa! Aún me quedan dos… Quitadles la confianza…´ Yo comprendí que se le había escapado una, que había pasado ya a la eternidad, porque gritaba: `Pronto… de prisa… que estas dos no se escapen… Tomadlas, que se desesperen… Pronto, que se nos van´. En seguida, con un rechinar de dientes y una rabia que no se puede decir, yo sentía esos gritos tremendos: `¡Todavía tengo una y no dejaré que se la lleve…!´ El infierno todo ya no fue más que un grito de desesperación, con un desorden muy grande y los diablos chillaban y se quejaban y blasfemaban horriblemente. Yo conocí con esto que las almas se habían salvado. Mi corazón saltó de alegría, pero me veía imposibilitada para hacer un acto de amar…



Santa Catalina de Siena

Santa Catalina pudo ver por un instante a Satanás, en su verdadera naturaleza, sin disfraz, sin máscaras.

“Si bien recuerdas, yo te mostré el demonio en su propia forma y por un pequeño espacio de tiempo, apenas un momento; tú, después de haber regresado en sí, elegiste mejor caminar sobre una calle de fuego que durara hasta el Día del Juicio, dispuesta a pisar con tus pies las llamas del fuego, que volver a verlo de nuevo. Pero, como sea que lo hayas visto, todavía no sabes cuán horrible es, porque por divina justicia, él se muestra todavía más repulsivo al alma que se ha privado de Mí de modo más o menos grave según la gravedad de las culpas cometidas.”



  

Debemos comprender, que ante la amenaza real de la caída eterna al infierno, no es este temor el que debe movernos a actuar con bondad. Debemos actuar por amor a Dios y no por temor al infierno. No seamos fariseos en nuestra vida que solo busca “cumplir” con un mandato o una ley con tal de evitar el tormento eterno. Debe ser una entrega total y completa a Dios lo que mueva nuestra voluntad. Para ello, termino con esta hermosa oración:



No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.



Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.



Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.



No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.





 Dios les bendiga

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