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miércoles, 23 de julio de 2014

BUENOS CONSEJOS SOBRE HOMILÉTICA

Cómo mejorar nuestra predicación sagrada

Predicaciones Circunstanciales
Por Antonio Rivero

BRASILIA, 21 de julio de 2013 -
 Columna del P. Antonio Rivero, L.C. Doctor y profesor de Teología.
Antes de comenzar un nuevo tema en mi columna de predicación sagrada, quisiera agradecer a mis lectores las sugerencias que me han dado sobre homilías que deben evitarse, y que ahora las resumo aquí:
Homilía soporífera: tan aburridas y con tono de funeral y monótono, que todos se duermen. No hay expresividad, ni entusiasmo, ni cambio de tonos.
Homilía relámpago: no duran ni un minuto. Deberían durar unos diez minutos, y los domingos, hasta quince minutos. En un minuto no se dice nada.
Homilía látigo: donde el predicador regaña a los fieles. Eso, nunca, pues el sacerdote es pastor y no fustigador. Perderá mucha feligresía.
Homilía bufón con carcajada: contando chistes a mansalva para ilustrar lo expresado, olvidando que muchas veces la gente queda con el chiste y se olvida de lo central del mensaje.
Homilía de periodista o cuentero: “…estuve los otros días por el mercado… por la plaza… por el colegio… por la calle… etc.”, y desmenuza y cuenta casos que vio y escuchó. Aquí habla no el presbítero, sino el periodista… Cuando no tiene qué contar, cuenta cuentos breves y simpáticos. La homilía no es para eso.
Homilía enlatada: cuando repite la homilías que tenía archivadas desde hace veinte años.  La homilía tiene que saber a novedad y actualidad, desde el punto de vista eclesial y mundial, si no, olerían a tufo añejo.
Homilía política: cuando el sacerdote habla de política y critica al político de turno.
Homilía pastilla de consuelo: en funerales se alaba tanto al muerto, que se olvida de abrir los ojos de los presentes para que miren de cara a la eternidad y preparen las maletas para el último viaje.
Homilía teatral: el predicador hace teatro, y salta y baila y berrea. Eso no es digno de una acción litúrgica, ni es el lugar ni el momento. Esto no quiere decir, que sea inexpresivo o monótono, como ya explicamos. “In medio est virtus”, en el equilibrio está la virtud.
Ahora sí, expliquemos otro tema.
PREDICACIONES CIRCUNSTANCIALES

Con el nombre de predicación circunstancial designamos todas aquellas predicaciones, dentro o fuera de la celebración eucarística, cuya razón de ser no es el domingo o la festividad del día, sino otra circunstancia que puede variar ampliamente, desde la inauguración del curso escolar hasta las bodas de oro de una asociación civil o religiosa, pasando por la bendición de animales o de coches.
Dentro de esta categoría hay tres casos que merecen una atención especial por su frecuencia, por su relevancia litúrgica y por sus implicaciones con el trabajo pastoral. Se trata de la predicación en el bautizo,  en la boda y en el funeral. Hay otras que también explicaremos: fiesta, presentaciones y brindis.
Demos hoy unas pistas en general respecto a los oyentes, la situación y unas conclusiones. Y los otros días ya hablaremos de cada una en particular.
Primero, los oyentes…

El público que se reúne en un bautizo, en una boda o en un funeral es muy variado: fieles de la comunidad parroquial, católicos no practicantes, indiferentes y hasta es posible que haya ateos o pertenecientes a otra confesión religiosa, sin descartar a los que acuden por curiosidad.
Son más celebraciones familiares a las que se une la comunidad cristiana que celebraciones de la comunidad en las que está presente la familia. Están ahí por lazos familiares o sociales, no por razones religiosas. Algunos soportan la ceremonia religiosa porque se vería feísimo ir sólo al banquete familiar.
Esto no justifica que el predicador esté ahí con una disposición interior desganada. Tiene que dar lo mejor de sí en esa predicación, presentando un mensaje espiritual sencillo y positivo, lleno de fervor y entusiasmo. Es una oportunidad única para que alguno de ellos cambie su opinión negativa de la Iglesia y de los sacerdotes y tal vez sea la ocasión para que alguno de ellos comience a interesarse por la fe. El predicador sagrado llegará al fondo de su corazón por la fuerza de su fe sencilla y por hablar el mismo lenguaje que ellos. Hay que tratar de conectar con ellos. Se aconseja que la predicación sea sencilla, positiva y respetuosa de las diversas creencias. El predicador debe aprovechar esa ocasión en que los oyentes están con más apertura emocional, para hablar de esos misterios humanos: el nacimiento, el amor y la muerte.
Segundo, la situación….

Esa situación concreta –un bautizo, una boda, unas exequias-  es una excelente oportunidad para iluminarla con la Palabra de Dios. Por eso, hay que partir de un texto bíblico que vaya al corazón de esa situación humana. Si no hacemos esto, hay el peligro de “echar el rollo teológico” en esos momentos, con lenguaje eclesiástico que algunos de los oyentes odian. Es una ocasión para instruirlos en la doctrina cristiana con gran respeto: ¿para qué nacemos, de dónde procede esa nostalgia de amor y de comunidad, por qué acabamos en la tierra? Hay que hacerles ver cómo la Iglesia celebra el amor gratuito de Dios manifestado en Cristo en todas esas situaciones (bautismo, boda, entierro); Dios no se desinteresa del hombre, a quien ha creado con tanto amor.
Finalmente, unas conclusiones…

Primera, el predicador no puede prescindir del estado anímico de los oyentes.
Segunda, el predicador debe preparar su predicación de modo que ayude a los oyentes a ir más allá de dónde se encuentran, para que lo vivan más profundamente. Así ofrece el consuelo objetivo con el calor de una participación verdaderamente humana.
Y, por último, siempre predicará con palabras humanas, con tono auténtico y vocabulario comprensible para todos, y con tacto, delicadeza y respeto a la intimidad de los variados asistentes; con calor humano, un gran corazón y una dosis de sabiduría adquirida en las experiencias de la vida.
 
 
 
Decálogo homilético a la luz de la Verbum Domini.
 
La nueva exhortación apostólica de Benedicto XVI recién salida a la luz, Verbum Domini, entre otras cosas nos indica que se deben “evitar homilías genéricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico” (VD nº 59). Y por otra parte invita a “que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión (Ibidem).
Soy consciente de que la homilía “ideal” siempre la inspira el Señor a través de su gracia. A los que tenemos la responsabilidad de ejercer este ministerio, el Papa nos dice que hemos de tomarnos muy en serio esta tarea, y esto lo conseguiremos con esfuerzo, trabajo intenso, un poco de ilusión y sobre todo, mucha oración. La homilía ha de surgir del diálogo del Señor. Ya que para hablar de Dios, es necesario primero hablar con Dios.
Sin más dilación, quisiera aportar y proponer un decálogo homilético que pueda servir a aquellos pastores que se dedican a proclamar y anunciar la Palabra de Dios.

1. Preparación: Tanto remota como próxima. Y eso se hará consultando textos, profundizando en la exégesis y tomando nota de todo lo que nos sirva para adentrarnos en el espíritu del texto y para poder explicarlo desde una fe vivida.

2. Selección. Hay que elegir, primero el tema con el mensaje principal que queremos abordar, y después las ideas secundarias (no han de ser más de dos o tres) que ayuden a entender mejor el primero. Al escoger un tema determinado éste nos indica de que tenemos que hablar y de que no; es decir, queda limitado a algo concreto y así no caemos en divagaciones que no tengan relación con el pasaje/s escriturístico/s.

3. Buscar anécdotas o parábolas que sean apropiadas y estén relacionadas con las lecturas dominicales. Se puede también evocar algún testimonio que conozcamos o que hayamos leído. Esto atraerá la atención de la gente.

4. Escribir el texto. Esto es algo muy útil, y aunque sea verdad que no es preciso escribir la homilía entera (aunque es recomendable), al menos es aconsejable anotar las ideas principales, es decir, los puntos clave a recordar y tener en cuenta. Algo imprescindible si uno va a predicar sin papeles será escribir el principio y el final de la homilía, para tener claro como “despegar” y como “aterrizar”.

5. Brevedad. Como ya dijimos antes, no es bueno ofrecer muchas ideas a los oyentes, ya que está comprobado que al final de la prédica los fieles no se quedarán con casi nada de lo escuchado. Y además algo fundamental es no repetirse constantemente en lo mismo, usando las mismas expresiones en el lenguaje, ya que se cae en el riesgo de cansar y alargar la “agonía”. Esto es, se trata de exponer una misma idea temática desde enfoques diferentes pero unitarios, acudiendo a diversas fuentes: Padres de la Iglesia, a los santos, al Catecismo… En resumen, unidad (temática) en la diversidad (de ideas) para poder acabar en unos alrededor de diez minutos.



6. Ser “claros”. Esto se consigue usando un lenguaje sencillo adaptado a todo tipo de oyentes, intercalando a ser posible algún ejemplo práctico que ayude a comprender lo expuesto teóricamente. De lo contrario, el homileta podrá predicar con una retórica excelente, pero corre el peligro de estar “hablando” a las paredes del templo.

7. Mirar a la gente. Este es otro punto importante, ya que es el mejor modo de poder comunicar con los fieles a los que nos dirigimos. Esta es la llave maestra para entrar en contacto personal con los feligreses. Por eso, si usamos un guión, será bueno tener las ideas principales “memorizadas” para levantar la mirada al auditorio. En caso de leer la homilía habrá que tener en cuenta que no podemos estar todo el tiempo con los ojos “pegados” al papel y tendremos que darle una entonación natural como los locutores de radio.

8. Cuidar los detalles accesorios: Así por ejemplo, la megafonía, los ruidos exteriores, el frío, el calor, u otras circunstancias que pueden ayudar o en su defecto empobrecer la atención de los oyentes.

9. Resumir bien los mensajes principales. Es decir, hay que saber sintetizar, ya que toda palabra usada no ha de ser ociosa, ya que la homilía es el momento oportuno y tal vez el único de instruir y formar en las verdades de la fe a los oyentes.

10. Terminar con alguna frase que sirva de “titular”. Puede servir alguna sentencia de un santo, alguna frase que resuma todo el contenido del mensaje. Lo importante es que ésta impacte de tal forma que se quede grabada en el “corazón” de las personas.
 

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