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domingo, 1 de junio de 2014

LOS SENTIMIENTOS QUE ACOMPAÑARON A LA ASCENSIÓN DE JESÚS






Los sentimientos que acompañaron a la Ascensión
Los apóstoles pusieron su corazón en el cielo y siguieron trabajando en la tierra.


Vemos en Cristo, la alegría porque vuelve al Padre. 

Ya durante su vida terrena nos dejó ver la ternura con que se dirigía a su Padre. En el momento de la cruz, sus primeras palabras se dirigen al su Padre.

Ahora ese deseo de estar con su Padre se ve realizado, con qué seguridad dice. Me voy al Padre , lo tenía clavado en su corazón, de El venía y a El iba, esta es la aspiración que todo deberíamos tener. Está sentado a la derecha de Él. Yo también un día estaré cercano a mi Padre ¡Cuánto gozo colmará el corazón de Jesús! 
Alegría porque cumplió su misión. 

Jesús no iba al cielo con las manos vacías. En ellas iba un racimo de obras cumplidas por indicación de su Padre. El todo está cumplido brilla en sus labios. Su corazón no cabe de gozo. Es la alegría de cumplir con la voluntad de Dios. Y si hay alguien que lo ha hecho en la historia de la humanidad es Cristo. 

Alegría porque se va del mundo y se queda en el mundo. 

Todos queremos permanecer en el tiempo, queremos que los demás nos recuerden: sea por la casa que hicimos, los árboles que plantamos o la obra que iniciamos. Pero nunca podemos satisfacer este deseo, pues la muerte lo rompe abruptamente. Cristo, Dios y hombre, si lo pudo cumplir. Se ha ido al cielo y sin embargo sigue con nosotros. Sí, se ha quedado con nosotros a través de la Eucaristía, de sus sacramentos, del Espíritu Santo. 

Sentimientos con que se quedan los discípulos. 

Tristeza porque los dejaba Cristo. 

Este sentimiento cambió muy rápido en la Iglesia, pues los apóstoles fueron descubriendo cómo Dios estaba con ellos a su lado. Su presencia era tal que los hizo pasar de unos cobardes a intrépidos por el Reino: todos murieron de forma cruenta. 

Esto fue un sentimiento fugaz pues el texto nos recuerda que volvieron llenos de gozo. ¿Por qué? Por que han visto lo real que es la Ascensión. No es teoría. Es algo totalmente real. Esto los ha llenado de alegría. 

Alegría, ilusión por el cielo. 

Los apóstoles pusieron su corazón en el cielo y siguieron trabajando en la tierra. La alegría de ellos no era hueca. Este sentimiento se metió hasta la médula del cristianismo. Tanto que los cristianos sufrían todo porque tenían una gran alegría: irían al cielo. Para ello valía la pena sufrir cualquier cosa con tal de ganar el cielo. Aquí, en este sentimiento nacen los mártires de la Iglesia; en este sentimiento nacen los santos; y en este sentimiento debemos nacer nosotros.
Hoy tenemos que levantar los ojos al cielo y soñar con él: tenemos que darnos que vale la pena todo con tal de gozar de la total participación con el Padre 

Certeza de que ya no estaban solos. 

La tierra para los apóstoles viene a ser como el territorio donde Dios gobierna, por ello se saben dentro del territorio de su Señor. Esto los va a llenar de confianza y de alegría en su entrega, en su lucha. 





LA ASCENSIÓN DE JESÚS 
A LOS CIELOS


Llegamos al final del tiempo pascual: Jesús glorificado sube al cielo, y estamos a la espera de que envíe sobre nosotros el don del Espíritu Santo. Cristo resucitado "se manifestó a los apóstoles dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles por el espacio de cuarenta días, y hablándoles de las cosas tocantes al reino de Dios" (Hch 1,3); les fue instruyendo y nos pide también a nosotros: "Necesito tus manos para continuar bendiciendo; necesito tus labios para continuar hablando; necesito tu cuerpo para continuar sufriendo; necesito tu corazón para continuar queriendo. 

Te necesito para continuar salvando los hombres, mis hermanos"; luego de esos últimos encargos, "se fue elevando a la vista de ellos por los aires hasta que una nube lo encubrió a sus ojos"
 (Hechos 1, 8). 


"Ascensión" significa ascender, subir por virtud propia a diferencia de la Virgen que celebramos en la "Asunción" (ser subida por el poder de Dios). Jesús sube al cielo donde "está sentado a la derecha del Padre", es decir tiene la gloria igual a la del Padre, y allí como hombre es mediador e intercesor nuestro y quiere prepararnos tronos de gloria. Pero no podemos inhibirnos de las realidades terrenas, porque Jesús esté en el cielo y "donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su Cuerpo" (como si dijéramos: puesto que es imposible resolver los males del mundo, ¡vivamos la esperanza en el cielo!). Es la solución equivocada, fácil, de aquellos que se encierran en sí mismos, procuran resolver sus problemas personales, rozan sólo tangencialmente los de los demás... y su vida cristiana consiste en asegurar la propia salvación. Es el comportamiento de aquellos cristianos para los que la tierra y el tiempo en el que viven sólo tiene un valor relativo y su piedad, su salvación, lo es todo. 

Podríamos preguntarles: ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" Son muchos más de los que parece, porque son muchos los que dicen que aquí no se puede hacer nada, muchos los que actúan de modo que los problemas personales les hacen olvidar los deberes sociales. Tampoco es solución cristiana vivir los males de este mundo, olvidando que "no os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad" para establecer el Reino de Dios, que es justicia, libertad, paz y amor. Es la visión de aquellos para los que la vida futura no cuenta, y todos los males hay que resolverlos en el tiempo, y sólo con miras y medios humanos. Viven asfixiados por un presente sin trascendencia que, en la imposibilidad de solucionar los males, les conduce a un pesimismo, o a unos males tanto o más dolorosos que los que quieren remediar (R. Daumal).

"La liturgia pone ante nuestros ojos, una vez más, el último de los misterios de la vida de Jesucristo entre los hombres: Su Ascensión a los cielos. Desde el Nacimiento en Belén, han ocurrido muchas cosas: lo hemos encontrado en la cuna, adorado por pastores y por reyes; lo hemos contemplado en los largos años de trabajo silencioso, en Nazaret; lo hemos acompañado a través de las tierras de Palestina, predicando a los hombres el Reino de Dios y haciendo el bien a todos. Y más tarde, en los días de su Pasión, hemos sufrido al presenciar cómo lo acusaban, con qué saña lo maltrataban, con cuánto odio lo crucificaban. 


El Señor nos responde subiendo a los cielos. También como los Apóstoles, permanecemos entre admirados y tristes al ver que nos deja. No es fácil, en realidad, acostumbrarse a la ausencia física de Jesús. Me conmueve recordar que, en un alarde de amor, se ha ido y se ha quedado; se ha ido al Cielo y se nos entrega como alimento en la Hostia Santa. Echamos de menos, sin embargo, su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de hacer el bien. Querríamos volver a mirarle de cerca, cuando se sienta al lado del pozo cansado por el duro camino (cf Jn 4,6), cuando llora por Lázaro (cf Jn 11,35), cuando ora largamente (Lc 6,12), cuando se compadece de la muchedumbre (cf. Mt 15,32).



Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención. Seamos almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo. 

Si, a pesar de todo, la subida de Jesús a los cielos nos deja en el alma un amargo regusto de tristeza, acudamos a su Madre, como hicieron los apóstoles: entonces tornaron a Jerusalén... y oraban unánimemente… con María, la Madre de Jesús" (San Josemaría). Podemos estar seguros de que podemos llegar al Cielo: el que no llegue, no será porque no exista el camino o porque la puerta esté cerrada, sino porque no le da la gana seguir el camino. El cristiano es un hombre que vive de la esperanza firme e ilusionada del premio, en medio de gentes que no tiene esperanza porque no ven más horizonte que este mundo, que las cosas terrenas, que ponen sus metas y sus ilusiones aquí abajo, en cosas que no satisfacen, que se acaban y que empalagan. 

La esperanza es una virtud sobrenatural que debemos fomentar. ¿Cómo vivimos la esperanza? ¿Pensamos en el cielo como un regalo que nos dará Dios o como un premio que tenemos que conseguir con nuestro esfuerzo hoy y ahora? ¿Infundimos esperanza en los demás, haciéndoles ver la maravilla que es vivir en paz con Dios y esperar el Cielo? 

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