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domingo, 1 de junio de 2014

Los dones del Espíritu Santo y la oración (1) Ven Espíritu Creador


"Uds. recibieron un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza porque no sabemos orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables." (Rom 8, 15. 26)
"Nosotros no sabemos orar": Las palabras de San Pablo a los fieles de la primitiva comunidad cristiana de Roma todavía consuelan a todos los que quisiéramos entrar en una profunda comunicación y comunión con el Señor y topamos con nuestra impotencia. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza", asegura el Apóstol. ¿Cómo podemos alcanzar, descubrir y colaborar con esta acción del Espíritu en favor de nuestra oración?

¡Ven Espíritu Santo!

Primero de todo, imploremos al Espíritu Santo. Antes de pedir sus dones, suplicamos que venga Él mismo. Él en persona es el Don más valioso, el "don de Dios altísimo". Cada mañana en mi comunidad, como en tantas otras comunidades religiosas de la Iglesia, iniciamos la oración personal invocando juntos al Espíritu Santo. Con el canto del "Veni Creator Spiritus", pedimos al Espíritu Creador que venga a las almas "de los tuyos". Bajo el ritmo de las notas musicales gregorianas, gozamos de saber que Él nos tiene como los suyos pues nos ha creado y nos conoce profundamente. Le pedimos que venga a elevar nuestras almas – las suyas – a un nivel superior.

Somos templo de Dios

El siervo de Dios Pablo VI en una homilía memorable, el 25 de mayo de 1969, dentro del contexto del despertar carismático del posconcilio, convocó a los estudiantes eclesiásticos de Roma para hablar de esta venida del Espíritu Santo:
"El primer campo de la efusión vivificadora del Espíritu Santo es el de cada una de las almas,... de nuestro yo: en esa profunda celda de la propia existencia, misteriosa incluso para nosotros mismos, entra el soplo del Espíritu Santo. Se difunde en el alma con el primer y gran carisma que llamamos gracia, que es como una nueva vida, y rápidamente la habilita para realizar actos que superan su nivel natural, por las virtudes sobrenaturales; se expande en la red de la psicología humana con impulsos de acciones fáciles y fuertes, que llamamos dones; y la llena de efectos espirituales estupendos, que llamamos frutos del Espíritu... Así nuestro ser humano, incluido el cuerpo, llega a ser morada y templo de Dios... No digo más. Lo que sobretodo les recomiendo, hermanos queridísimos, es esto: que den una importancia suma a este misterio del Espíritu Santo que en nosotros habita, inspira, vivifica, santifica.... El valor místico efectivo depende de la posesión personal de este misterio."

Lo primero en la oración es pedir el don del Espíritu Santo

Entonces, lo primero en nuestra oración es pedir el don del Espíritu Santo mismo que "inspira, vivifica, santifica..." Luego, volviendo a las ideas de nuestro canto matutino, roguémosle que nos encienda un fuego interior, que por su acción las luces y mociones fluyan como agua de una fuente viva, que su presencia en nuestras almas anhelantes de oración sea un "santo ungüento espiritual". Que con sus siete dones enriquezca las palabras que dirigimos a Dios, ilumine nuestros sentidos con luz celestial para penetrar los misterios divinos, inunde de amor lo más íntimo de nuestros corazones y fortalezca nuestra voluntad débil para adherirnos a la suya. Que en la paz de un corazón que reposa en su Señor, salvo de todo peligro, Él nos revele al Padre y al Hijo.
A partir de este Don primero, podemos considerar el papel de cada uno de los sietes dones. Esto lo haremos a lo largo de toda esta semana, en preparación para Pentecostés.


Pentecostés (del griego pentecoste = «el día cincuenta» después de Pascua): En su origen era una fiesta en la que Israel celebraba el pacto de la alianza con Dios en el Sinaí. Por el acontecimiento de Pentecostés en Jerusalén se convirtió para los cristianos en la fiesta del Espíritu Santo

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