En la vida espiritual, la perseverancia es más necesaria aun.  No cansarse, seguir intentándolo, porque nuestro camino es ascendente y a veces avanzamos, pero en otras ocasiones nos resbalamos y descendemos.  La subida es difícil, ¡cómo cuesta!  A veces encontramos un hombro donde apoyarnos, una mano amiga en nuestro ascenso, y qué grato se nos hace, pero en otros momentos sentimos que todo conspira contra nosotros y nos hacemos esta pregunta: “¿Y ahora cómo sigo?”  La duda se cala hasta nuestros huesos, todo para impedirnos el ascenso.  Pero al final está la victoria.  Por eso el Señor dijo: “El que perseverare hasta el fin, éste será salvo”. El premio no es para el que comienza, es para el que termina.  No importa el tiempo que te tome, así sea toda la vida, sigue subiendo.  ¿Y cuando chocamos con la soledad?  La encontramos tan cruel que el miedo nos paraliza.  En otras ocasiones el peso de nuestro agobio nos desploma al suelo de tal manera que no vemos de dónde vamos a sacar las fuerzas para levantarnos, sencillamente no podemos por nuestros propios recursos, aunque lo intentemos.  Por eso hoy quiero decirte como me ha dicho el Señor: “Inténtalo otra vez”, pero en el nombre de Jesús, no te rindas, sé que ya no tienes de dónde sacar fuerzas, te sientes desplomado, exhausto, pero que ni eso te detenga, inténtalo.  Si ya te detuviste mucho tiempo, ya es hora de que comiences el ascenso, porque este camino es cuesta arriba.
          Me quiero unir al poeta para decir:

Quiero ascender la cuesta del calvario.
Subir por ella como Tú subiste,
Con valor silencioso y temerario,
Señor, yo quiero ser como Tú fuiste.

          Deseo dejar en tu mente y corazón este precioso himno:

Sigue, que tu paso no se detenga, que tu fe nunca muera, sigue, que tu mundo es mejor.  Sigue, que su luz va dejando huellas…