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viernes, 9 de mayo de 2014

Carta de las Monjas Cistercienses de Buenafuente del Sistal para el mes de mayo de 2014

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Carta de las Monjas Cistercienses de Buenafuente del Sistal para el mes de mayo de 2014
Queridos hermanos, escuchemos juntos esta tarde a Jesús, que nos dice: “Que no tiemble vuestro corazón, tan sólo creed en mi”. Dejemos que su Palabra resuene en lo más íntimo de nuestro ser y cure nuestras heridas.
Él nos conoce más que nosotros mismos y no se enoja por nuestra debilidad. Sabe cuánto nos cuesta rendirnos a su voluntad y dejarle a Él las riendas de nuestra vida. Nos cuesta creer, aunque muchas veces no seamos capaces de reconocerlo. Nuestro Señor sabe que somos “igualitos” que los primeros discípulos y apóstoles: le traicionamos, salimos huyendo, estamos decepcionados.
Por eso, esta tarde necesitamos escuchar de nuevo: ¡Cristo ha Resucitado, Aleluya!, para contestar nosotros: ¡Verdaderamente ha Resucitado, Aleluya!
Ya hemos comenzado la tercera semana de Pascua; la vida ordinaria continúa y aunque discurra por cañadas oscuras, no debemos dejarnos atemorizar por ellas. Antes bien, pongamos atento el oído al salmista: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” (sal 22). Sí, escuchemos a Cristo verdaderamente presente en su Palabra y en la Eucaristía.
Y acudamos al Papa, profeta de nuestro tiempo, que el domingo de la Divina Misericordia ha canonizado a dos papas conocidos de todos nosotros. Dos santos para iluminar nuestro peregrinar y sobre los que ha dicho en la homilía de la misa de canonización: “San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. (……) fue el Papa de la docilidad al Espíritu. Y san Juan Pablo II fue el Papa de la familia”.
La homilía concluyó con estas palabras: “Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”. A nosotras estas últimas palabras nos han hecho pensar en las llagas de Cristo que están hoy presentes en nuestra cotidianeidad y que a veces nos cuesta tanto aceptar y amar.
Finalmente, os contamos una florecilla del Señor: estamos disfrutando de un tiempo pascual radiante de luz solar. Este detalle nos hace presente, de una forma muy plástica, que Cristo es la Luz, nuestra Luz, y que está Vivo y Resucitado.
Esta presencia de la Luz de Cristo, nos ha recordado una frase de Pablo Domínguez que ha compartido con nosotras una Hermana de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús: “¡CUÁNTA LUZ HAY EN LA CRUZ!”. No es ningún descubrimiento, pero puede ser una jaculatoria que nos ayude a ver esta Luz que está oculta en la cruz, pero es real.
Unidos en la oración,

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