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sábado, 31 de mayo de 2014

ASCENSIÓN Y LA ELIMINACIÓN DE BARRERAS ENTRE CIELO Y TIERRA



“Los cielos son mi trono y la tierra la alfombra de mis pies. Pues ¿Qué casa me vais a edificar o qué lugar de reposo […]?” Is 66,1


Con el evangelio de Mt 28,16-20, la liturgia celebra el domingo de la Ascensión del Señor. Por cierto un texto que precisamente no cuenta la ascensión en sí misma, sino unas palabras de despedida del Señor a sus once discípulos en las cuales les manifiesta el sentido de la misión universal. De todas formas la Ascensión tiene desde antiguo un lugar destacado en la creencia cristiana, pues es la máxima exaltación del Señor junto al episodio de la transfiguración. 

"Ascender es llegar a la plenitud del cumplimiento, habiendo dejado un reguero de vida testimonial al servicio de la Palabra, al servicio de aquellos a los que Jesús amaba con más consideración, los desfavorecidos y desestimados, los embaucados por las falsas teorías religiosas que oprimen y los traicionados por ideales que destruyen la realidad concreta de todo hombre y mujer en este mundo"


Hoy por hoy, nos puede valer la máxima incuestionable de nuestra fe de que “Dios es nuestro Padre, y Jesús resucitado es su hijo”. Pero tenemos un ordenamiento psicológico y una educada costumbre cultural heredada del pueblo judío, que establece claramente un orden respecto de los espacios terrenales o celestiales en los que viven las personas y Dios respetivamente. 
Infierno, tierra, cielo –gloria-. Allí en la gloria esta Cristo el Señor, sentado a la diestra de Dios a su derecha, en el lugar más digno.  “Subió al cielo y está a la derecha de Dios, y a quien han quedado sujetos los ángeles y demás seres espirituales que tienen autoridad y poder” (1Pe 3,22). 
Sin lugar a dudas los evangelios sinópticos están completamente influenciados por la escatología antigua, que enseña fundamentalmente el pueblo judío y en esto el evangelio de Mateo es un buen exponente. Desde siempre se ha creído en la posibilidad de una interconexión entre el cielo y la tierra. “Y tuvo un sueño, en el que veía una escalera que estaba apoyada en la tierra y llegaba hasta el cielo, y por ella subían y bajaban los ángeles de Dios” (Gn 28,12). En el A.T. 
Dios desciende en numerosas ocasiones en su camino a la tierra (Ex19,11.Miq1,3.Sal144,5), y establece las nubes como su vehículo de transporte (Núm 11,25). Desciende el Espíritu Santo (Is32,15.1Pe1,12), y desciende y asciende la Palabra de Dios como exponente máximo de lo que para un cristiano de hoy significa, o puede significar la ascensión del Señor. “Como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y el pan para comer; así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto, y sin hacer aquello para lo que la envié” (Is 55,10-11). 
No perdamos de vista que se exalta aquello que merece un reconocimiento especial, aquello que ha sido autentico y quizás fructífero. Ya la más antigua tradición coloca a Jesús ascendiendo al cielo, como máximo exponente de lo que supone ser un cumplidor fiel y solicito de la misma Palabra de Dios, de su voluntad por incomprensible que nos resulte en ocasiones. 
Ascender es llegar a la plenitud del cumplimiento, habiendo dejado un reguero de vida testimonial al servicio de la Palabra, al servicio de aquellos a los que Jesús amaba con más consideración, los desfavorecidos y desestimados, los embaucados por las falsas teorías religiosas y los traicionados por ideales que destruyen la realidad concreta de todo hombre y mujer en este mundo. 
Creo que la ascensión nos llama precisamente a ser ese nexo de unión entre cielo y tierra. Y este llamamiento interpela a cristianos y no cristianos cuya causa de vida es la humanidad, la gente. De nosotros depende que no exista barrera alguna entre cielo y tierra, eliminando infierno y abismo, considerando estos últimos como la causa de la desatención a las personas, la exclusión de las mismas y la aborrecible acepción de personas que se hace en muchos sitios tanto por sexo, raza o condición social. Sinceramente, no me importa si el Señor ascendió o se quedó donde fuera. 
Yo lo considero digno de lo más grande y de la gloria más plena. Pero quiero creer y creo, que precisamente esa gloria es la que él mismo nos ofrece a todos, sin barreras de ningún tipo. Asumiendo que somos sus manos y sus pies, y por ello debemos dar vida y gloria aquí en la tierra, a todos aquellos que viven en su vida un puro infierno. Para estos no habrá ascensión, ni reconocimiento personal ni mundial. 
Pero nos tendrán a nosotros y verán en nuestro abrazo el abrazo del padre que les quiere sin medida, y sin preguntarle de donde vienen, a donde van, o a quien aman y de qué manera. Jesús ascendiendo al cielo es un llamamiento hoy día, para devolver a la humanidad su pleno sentido y realización. 
En la persona, en su vida y en el reconocimiento de su dignidad. ¿Ascendemos?

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