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domingo, 27 de abril de 2014

¿Estás interesado en una escuela para aprender a orar?

¿Pedagogía de la oración? Los salmos. El Espíritu Santo nos enseña a orar con los salmos: pone en boca de hombres lo que quiere que le digamos y así nos enseña a orar. Jesucristo aprendió a orar con los salmos, también María y San Pablo. Los Salmos han sido escuela de oración por siglos para multitud de creyentes.
Con frecuencia no sabemos poner palabras a lo que nos sucede. Tampoco sabemos cómo reaccionar en determinadas situaciones y cómo decírselo a Dios. Los Salmos nos enseñan a hacerlo. Son oraciones de hombres que vivieron experiencias como las que nosotros vivimos y que nos enseñan a adoptar lasactitudes convenientes, sobre todo en nuestra relación con Dios. Dios mismo inspiró a los salmistas las palabras y los sentimientos con que deberían dirigirse a Él, para que sus oraciones quedaran como andadera del orante.
Dice San Agustín: "Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo."
Cuántas veces podemos pensar: "no sé orar". "No oro bien". "No sé si a Dios le agrada mi oración". Dios mismo quiso salir al paso de nuestra pobreza. Nos enseña a orar con palabras sencillas del modo más perfecto: dejando que la Palabra de Dios se haga vida de nuestra vida. ¡Cómo no vamos a agradarle si le dirigimos, totalmente encarnadas y desde lo más profundo de nuestro corazón, la misma Palabra con la que Él se nos ha revelado!
Me vienen ahora a la mente estos números del Catecismo que nos pueden ayudar:
"Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta "maravilla" de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25). Catecismo, 2641)
Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. "Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas" (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermo 2, 2). (Catecismo, 2700)
Algo tan sencillo como memorizar algunas frases está al alcance de todos. He seleccionado algunas oraciones extraídas de los salmos que tal vez quieras apropiar y aprender para decírselas a Dios en momentos semejantes, como lo hizo el mismo Jesucristo cuando exclamó desde la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Salmo 21)

Cuando sientas deseo de Dios

Señor, mi alma tiene sed de ti (63)
A ti, Señor, levanto mi alma (Salmo 25)
Una cosa estoy buscando: morar en tu casa todos los días de mi vida (Salmo 27
Tu rostro busco, Señor. No me ocultes tu rostro (Salmo 27)
Como anhela la cierva corrientes de agua, así mi alma te anhela a ti, Dios mío. (Salmo 42)

Cuando quieras darle gracias y bendecirle:

¿Cómo te pagaré todo el bien que me has hecho? (Salmo 115)
La misericordia del Señor es eterna (Salmo 103)
Dad gracias al Dios de los cielos, porque es eterno su amor (Salmo 136)
Me has tejido en el vientre de mi madre; te doy gracias por tantas maravillas (Salmo 139)
Todo ser que alienta, alabe al Señor (Salmo 150)

Cuando quieras confirmarle tu confianza

El Señor es mi Pastor, nada me falta (Salmo 23)
Sólo en Dios he puesto mi confianza (Salmo 62)
Tú me conoces y me amas (Salmo 91)
Mi corazón está firme en el Señor (107)
¿A dónde iré lejos de tu espíritu, a dónde podré huir de tu rostro? (Salmo 139)

Cuando necesitas su ayuda

Señor, apiádate de mí. (Salmo 57)
Acuérdate, Señor, que tu amor y tu ternura son eternos (Salmo 25)
Cuando acudí al Señor me hizo caso (salmo 34)

En pecado

Sáname, Señor, he pecado contra ti (Salmo 41)
Crea en mí, Señor, un corazón puro (Salmo 51)
Dios salva al que cumple su voluntad (Salmo 50)

En dificultad

Señor, tú eres mi esperanza (Salmo 71)
Guarda mi alma en la paz, junto a ti Señor (Salmo 130)
En ti descargo lo que me agobia ( Salmo 55)
Sálvame, Señor, las aguas me llegan hasta el cuello. (Salmo 69)

En sufrimiento

El Señor sana los corazones quebrantados (Salmo 147)
Sufrir fue provechoso para mí (Salmo 119)
Desahoga tu corazón en su presencia (Salmo 62)
En tus angustias estaré contigo (Salmo 91)

En peligro

Señor, tú eres mi refugio (Salmo 90)
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? El Señor es el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? (Salmo 27)
Ten piedad de mí, ¡respóndeme! (Salmo 27)

En tristeza

Señor, que tu amor me consuele (Salmo 119)
En ti busco mi alegría (salmo 37)

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