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martes, 29 de abril de 2014

¿Cómo escuchar tu nombre en la oración?

Orar es silenciar nuestro yo para que Cristo nos descubra quiénes somos pronunciando nuestro nombre desde sus labios de resucitado. Es dejarse dar sentido por la Vida, es dejar que su palabra camine hasta nuestros oídos para penetrar en nuestro interior y remover la piedra con la que nuestro egoísmo sella nuestro corazón. Mi nombre en su corazón y su corazón en mi nombre.

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El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». (…) Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. (Jn 20, 1-2; 11-16)

Orar es caminar hacia Jesús temprano porque el amor no espera

Muy temprano María parte hacia el sepulcro. Madruga, “despierta a la aurora” (Salmo 56), no teme la oscuridad, su corazón está con el que ha sido traspasado. Sale de la ciudad, se aventura hacia una tumba cerrada. Un sinsentido, no podrá entrar, pero para quien ama no hay obstáculos, sólo muestras de cariño. El amor supera la lógica cuando se está enamorado y cuándo se ha experimentado la ternura de la misericordia divina.
Aquí tenemos unos elementos esenciales para nuestra oración personal. Despertar el día con la oración significa imitar a Cristo en su oración al Padre. Muy de madrugada se levantaba para hablar de corazón a corazón con quien lo había enviado al mundo. Hablaba de los suyos al Padre y el Padre acogía sus peticiones y le mostraba su amor, a ese Hijo amado en quien tenía su complacencia (Mt 3,17).
Al consagrar nuestro día con la oración nos ponemos en camino hacia Cristo. Nos enamoramos del amor nuevamente y afrontamos lo imposible. Somos criaturas nuevas puestas en camino hacia la resurrección. Dejamos que Cristo resucite cada una de las partes de nuestro corazón que están todavía muertas por la presencia del egoísmo. Se las presentamos con sencillez, con confianza con apertura para que Él las vivifique, las sane, restaure y las resucite a una vida llena de luz, gozo y caridad.

Buscando nos abrimos a Él y preparamos el encuentro

María llega al sepulcro para encontrarse con la piedra a un lado. El sepulcro está vacío y su primera reacción no es de fe, sino que siente la ausencia del cuerpo. Salió en busca de un muerto y sigue buscando a un muerto. La fe todavía no ha tocado su vida, el dolor cubre su mirada, su cariño sigue buscando al Maestro que había conocido sentada a sus pies. Su corazón ha sido rasgado nuevamente, su herida sigue sangrando desde el viernes santo y su ausencia vuelve a herir su suave y tierno corazón.
El dolor sólo le permite ver un jardinero a quien reclama el cuerpo de su querido Jesús. En su diálogo transmite angustia, amor, miedo, inseguridad, impaciencia. Vuelca su corazón ante un hombre que no conoce pero quien le puede dar señales de Jesús. Quiere ver al maestro, tocarlo, ungirlo de nuevo, pero no está. Las lágrimas corren de un modo incontrolado, su razón de existir, aquel que restauró su dignidad ha desaparecido. Su vida pierde sentido, no sabe quién es ella sin Él.
La oración es vaciar el corazón, no esconder nada delante de Dios, dejar que Él nos descubra con nuestros sentimientos, heridas, anhelos, esperanzas; no consiste en querer presentarle un corazón perfecto y fuerte, no necesita Él de eso, prefiere en cambio la transparencia de quien se muestra tal cual es, tal cual se siente, tal como está al momento de hacer oración, sin querer disfrazar o adornar su realidad.
"Me muestro a Ti Señor tal como soy porque somos amigos, porque te tengo confianza y porque sé que la perfección está en el amor, no en la perfección del corazón". Aunque no te reconozca Señor, aunque no te pueda ver, cada oración te busco, tú lo sabes, te presento mi corazón, mis deseos, mi presente, mis anhelos y temores. Muéstrame dónde estás, qué quieres de mí, dame razón de mi existir dejándome escuchar tu voz”

Escuchar mi nombre pronuncia por sus labios resucitados

María estaba hablando con Quien ella creía ausente, sin que lo advierta Jesús ya le estaba escuchando, y a través de una pregunta sencilla: “mujer, ¿por qué lloras?” provoca todo un río de sentimientos donde deja ver su gran amor a Dios. Las lágrimas en esta búsqueda de María se convierten en colirios de fe, que en un momento dado, tras hacer silencio, le permitirán escuchar su nombre pronunciado con amor por el Amor.
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Cuántas veces Cristo se nos pone delante y nos pide que le contemos qué hay en nuestro corazón ante una aparente oscuridad, tristeza, angustia, soledad. Somos buscadores de Dios y esta pedagogía nos ayuda a afinar más el oído interior, a purificarnos en nuestro interior y estar listos para esa granrevelación de Cristo.
María sólo logra reconocer a Jesús cuando escucha que Él pronuncia su nombre, sólo allí se le abren los ojos y se da cuenta que es su Maestro. Cuando Jesús nos llama por nuestro nombre, nos muestra que Él conoce toda nuestra historia y rasgos particulares, que se interesa de una manera especial por todo lo que cada uno nosotros es. Nuestro Creador y Redentor nos pronuncia y pronunciándonos nos revela quiénes somos y quién es Él. La Verdad nos revela nuestra verdad; la Vida nos da la vida; el Camino se nos hace camino y se presenta lleno amor.
Dios me llama porque me ama, tiene mi nombre grabado en la palma de sus manos y no puedo olvidarse de mí (Is 49,15-16). Responderle es identificarme con su llamado. Haz silencio y déjate pronunciar por sus labios resucitado. ¡Tendrás vida eterna y ya no buscarás a un muerto, sino al resucitado!

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