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domingo, 27 de abril de 2014

CANONIZACION JUAN XXIII Y JUAN PABLO II


Celebradas en Roma, conjuntamente, por el Papa Francisco, las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II es este Domingo Segundo de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia, hemos querido retomar –y adaptar—unos textos de nuestro colaborador decano, don Jesús Martí Ballester, gran experto en temas pontificios y sobre todo en la estela de Juan Pablo II, a quien “colocó” con gran éxito a nivel mundial –y desde betania.es—el calificativo de Magno. Creemos que los textos presentados, creados muy “en caliente” tienes unos especiales brillos muy por encima de cualquier biografía realizada en urgencia con motivo de la gran fiesta de Roma de este 27 de abril.
1.- En la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II

http://www.betania.es/juan-xxiii-2.jpgEl 3 de septiembre de 2000, Juan Pablo II –a la postre también canonizado en la misma fecha -- beatificó al Papa Juan XXIII, querido por todo el mundo. Recibí la noticia de su nombramiento de Papa estando en compañía de mi director espiritual, Don Vicente Garrido, hombre de Iglesia, maduro y santo sacerdote, lleno de experiencia. Era un desconocido para los dos. Sólo sabíamos la edad: 77 años. Y dijo Don Vicente. Muy acertado. Si lo hace mal será por poco tiempo. Después llegó su primera Encíclica, que lejos ahora de mis libros no puedo consultar, pero que leí. En un estilo sencillo y nada brillante nos hablaba de su deseo de ser pastor. Después el mismo Don Vicente que le vio cuando canonizó a San Juan de Ribera me comentó: “es como un párroco del mundo”.
EL CONCILIO VATICANO II
A Don Marcelino Olaechea, Arzobispo de Valencia, le escuché: “¡te encuentras con él como si hubieras sido amigo de toda la vida!”. “Sortitus es animam bonam”. Le ha tocado en suerte un alma buena. Se hizo querer. Era el Papa bueno. Estamos necesitados de hombres así. Y vino el Concilio. Era Papa cinco días y ya piensa en convocar el Concilio. Sólo después de convocado y ya en marcha, bajó a los archivos vaticanos, (él era historiador, había escrito una biografía del obispo de Bérgamo, Radino Tedeschi, de quien había sido secretario particular, y trabajó en una historia eclesiástica), y husmeando entre los papeles se encontró con la sorpresa de que ya Pío XI y Pío XII, pensaron en el Concilio y no se atrevieron. Pero él ya había echado su suerte. El Espíritu sopla donde quiere, pero necesita personas que razonen menos y se fíen más de él. Ahí estaba Juan XXIII. Esa era su raza. Y el que iba a ser un Papa de transición se convirtió en el fabuloso artífice del cambio de la Iglesia y del mundo, como quien no hace nada. Un obispo americano destinó a una parroquia muy maltrecha a un santo sacerdote. Pasados unos años fue allí de visita pastoral. No la conocía. Y dijo: "Estoy maravillado de lo que ha hecho el Espíritu Santo en esta parroquia". Y terció el párroco: "Si usted hubiera visto esta parroquia cuando el Espíritu Santo estaba solo".
SU BIOGRAFÍA
He leído y releído la “Historia del alma”, que es su autobiografía, su diario espiritual. Es toda sencillez y constancia. Ángel José Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881, al norte de Italia, en Sotto il Monte, cerca de Bérgamo. Hijo del viñador Roncalli, pertenecía a una familia humilde y muy numerosa, de la que él era el tercero de trece hermanos. Aquélla, sin duda, fue la escuela primera en la que Ángel fue forjando su personalidad, con la que luego cautivaría a sus feligreses y al mundo entero, como hombre sencillo, inmensamente generoso y amable, a la vez que vital y exigente. Fue como un padre para todos sus hermanos.
En su infancia, conjugando sus estudios con los trabajos agrícolas, Ángel asistió a la escuela de su pueblo, hasta que a los 17 años ingresó en el seminario de Bérgamo. Dos años más tarde, ganó una beca que le permitió continuar sus estudios teológicos en el Instituto San Apolinar de Roma. En 1904 fue ordenado de presbítero y celebró su primera misa en la Basílica de San Pedro, en Roma. Ya en su diócesis de Bérgamo, trabajó como secretario de su obispo Giacomo Radini Tedeschi (1905-1914) y como profesor de historia de la Iglesia y de apologética en el Seminario.
En la primera guerra mundial fue incorporado a filas como capellán militar. Después de la guerra, volvió a sus antiguos cargos, y en 1921, el Papa Benedicto XV lo llamó a Roma para trabajar en la Congregación para la Propagación de la Fe. En 1925, nombrado obispo, recibió la ordenación de manos de Pío XI, quien lo introdujo en las tareas diplomáticas nombrándolo Visitador Apostólico y Delegado Apostólico en Bulgaria. Nueve años después, en 1934, sería nombrado Delegado Apostólico para Grecia y Turquía, con residencia en Estambul y en Atenas. Aquellos años vividos en el Cercano Oriente le permitieron tener contactos con miembros de las Iglesias Orientales, que sin duda aproximaron las relaciones de aquellas iglesias con Roma.
NUNCIO EN FRANCIA
Pío XII lo envió como Nuncio a Francia, cargo cumbre en la Diplomacia Vaticana, en diciembre de 1944. Al recibir el telegrama, creyó que se trataba de una equivocación. Acudió a Pío XII y le dijo que sólo podía dedicarle 7 minutos. Dice el Papa: El nombramiento lo he hecho yo.- Santidad, entonces sobran ya los seis minutos. Como Nuncio medió ante el General De Gaulle a favor de los obispos del Gobierno de Vichy, acusados de colaboracionistas con los alemanes, como el General Pétain, intercedió para que los prisioneros de guerra recibiesen un trato digno, y logró que los seminaristas pudiesen seguir sus cursos de teología en Chartres. En 1952 fue nombrado Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU. Y en enero del año siguiente fue nombrado cardenal- patriarca de Venecia, en donde, paternal y bondadosamente, siempre espontáneo y cercano en el trato con la población y con el clero, desarrolló con notable celo pastoral su ministerio. En sus relaciones diplomáticas usó también su sentido del humor. En un banquete, sentado junto al embajador ruso, voluminoso como él y sin modo de romper el hielo, le dice: “usted y yo somos del mismo gremio”. Ante la extrañeza del ruso, continuó: “el gremio del entrecot y papas fritas”. Y cuando recibía instrucciones para recibir a la primera dama de los EE.UU. de América, Jacqueline Kennedy, se saltó al verla, todo el protocolo y abriendo los brazos, la saludó con un radiante “Jacqueline”, que dejó estupefactos a los presentes.
ELEGIDO PAPA
http://www.betania.es/juan-xxiii-3.jpgEl cardenal Ángel José Roncalli tenía 76 años cuando el 28 de octubre de 1958 era elegido para suceder a Pío XII, asumiendo el nombre del Precursor y del Apóstol Juan, el discípulo amado, y como signo de humildad, pues en su pueblo llamaban Juan a aquel que fuera el más simple del pueblo. Al salir del Cónclave dijo al Arzobispo Montini: “Si usted hubiera estado en el Cónclave, usted sería el Papa”. Montini era entonces Arzobispo de Milán, pero aún no era Cardenal. Le crearía él. Con gran sentido del humor, a una señora que a su paso comentó: “¡qué papa más gordo y más feo!”, se volvió y le dijo: “Señora, que yo no he ganado un concurso de belleza, sólo he sido elegido papa”.
A pesar de su edad, por la que su pontificado se consideraba como "de transición", el Pontífice Juan XXIII se preparaba para enfrentarse al gran reto de convocar un nuevo Concilio Ecuménico. Supo acoger la inspiración del Espíritu Santo, y, mostrando una vez más su paternal bondad y su gran energía y vitalidad, llevó adelante la convocatoria del Concilio Vaticano II. Su humilde deseo de ser un buen "párroco del mundo" le hizo ver la necesidad de que la Iglesia reflexionara sobre sí misma para poder responder adecuadamente a las necesidades de todos los hombres y mujeres en un mundo en cambio que cada vez se alejaba más de Dios.
EL “AGGIONAMIENTO”
Definió el espíritu de su pontificado con el término “aggiornamento”, que se esclarecerá mejor en el radiomensaje Ecclesia Christi lumen gentium, del 11 de septiembre de 1962, en vísperas de la apertura del Concilio. Su deseo era que toda la Iglesia se preparase para responder con fidelidad a los nuevos desafíos apostólicos del mundo moderno. Por fin, el "Papa bueno", un 25 de enero de 1959, apenas dos meses después de iniciado su pontificado, sorprendió a propios y extraños convocando a todos los obispos del mundo para la celebración del Concilio Vaticano II. La tarea primordial era la de prepararse para responder a los signos de los tiempos buscando, según la inspiración divina, un “aggiornamento” de la Iglesia que en todo respondiese a las verdades evangélicas. “¿Qué otra cosa es, en efecto, un Concilio Ecuménico --dijo-- sino la renovación del encuentro con la faz de Cristo resucitado, rey glorioso e inmortal, radiante sobre la Iglesia toda, para salud, para alegría y para resplandor de los hombres?” Para esto planteaba el famoso “aggiornamento” hacia adentro, presentando a los hijos de la Iglesia la fe que ilumina y la gracia que santifica, y hacia fuera presentando ante el mundo el tesoro de la fe a través de sus enseñanzas. Estas dos dimensiones se manifestarían constantemente en su pontificado.
La apertura eclesial al mundo se manifiesta con claridad en sus encíclicas, siempre dejando en claro que ello no significaba en absoluto ceder en las verdades de fe. Le propuso un sacerdote suprimir las tres avemarías que se rezaban al final de la misa, y contestó, que bien, pero que él las seguiría rezando. “La doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa, en efecto, es el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo cómo se enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y significado. Dentro de este espíritu de apertura en fidelidad a la doctrina de siempre, el Papa Juan XXIII se esforzó también en buscar un mayor acercamiento y unión entre los cristianos. Su encíclica Ad Petra catedral (1959) y la institución de un Secretariado para la Promoción de la Unión de los Cristianos fueron hitos muy importantes en este propósito.
SU FALLECIMIENTO, SU HERENCIA
http://www.betania.es/juanxxiii-6.jpgEl Concilio Vaticano II para Juan XXIII encerraba cuatro planes principales: Buscar una profundización en la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma. Impulsar una renovación de la Iglesia en su modo de aproximarse a las diversas realidades modernas, mas no en su esencia. Promover un mayor diálogo de la Iglesia con todos los hombres de buena voluntad en nuestro tiempo y la reconciliación y unidad entre todos los cristianos. Después de una larga y concienzuda preparación, se inició el 11 de octubre de 1962, el Concilio Vaticano, aunque no sería él quien lo llevaría a feliz término. Muy pronto surgió su mortal enfermedad que, asociándolo a la Cruz del Señor, le llevaría por un largo camino de pasión, ofrecido por toda la Iglesia. Era, dijo: su "contribución al Concilio". Murió el 3 de junio de 1963, recién iniciado el Concilio. Su muerte suscitó una profunda tristeza en el mundo entero, lo que puso de manifiesto cómo se hizo querer en tan poco tiempo. Su extraordinaria bondad y simpatía le permitió ganarse la amistad y el respeto de gente muy diversa, lo que con justicia le mereció el calificativo de "Il Papa buono", el Papa bueno.
En tan corto tiempo nos ha legado documentos importantes, algunos de gran resonancia: En Eclesiología: Gaudet Mater Ecclesia (1962) Credo unam, sanctam, catholicam… Ecclesiam (1962) En Evangelización: Princeps Pastorum (1959) Ecclesia Christi lumen gentium (1962) Y en lo social: Ad Petri Cathedram (1959) Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963). En los Medios de comunicación: La grave obligación de todos (1959).
TESTIMONIO DE MONSEÑOR CAPOVILLA.
Monseñor Loris Capovilla, secretario particular del Papa Juan XXIII, que vivió día a día el pontificado que marcó un cambio decisivo para la Iglesia del siglo XX, nos ofrece en una entrevista concedida a la revista italiana «Jesu», un retrato único del «Papa bueno», que pienso puede enriquecer el conocimiento de nuestro Papa tan querido de nuestros lectores:
Una mañana de enero de 1963 --él estaba ya cerca del final de su vida-- mientras iba a llamarlo para la celebración de la Misa, me dijo: “Ésta es una carta para ti”. Era una especie de testamento. En esta carta, que hasta ahora no he hecho pública, me invitaba a hablar de todo lo que se refería a la preparación del Concilio, considerándome un testigo fiel de la preparación de aquel gran acontecimiento eclesial y del desarrollo de la primera sesión. La carta es del 28 de enero de 1963. Dice, entre otras cosas: “Ahora pienso que el más indicado testigo y fiel exponente de este Vaticano II sea justamente usted, querido monseñor, y que usted debe considerarse autorizado a aceptar este compromiso y a hacerle honor; que será honor de la Iglesia, y título de bendición y de preciosa recompensa para usted sobre la tierra y en el cielo.
“Conocí la intención de convocar un Concilio, por primera vez, el 2 de noviembre de 1958: Juan XXIII era Papa desde hacía cinco días. Me habló de ello, por segunda vez, el 21 de noviembre, durante la primera salida del Vaticano, yendo a Castel Gandolfo. La tercera vez, en los días inmediatamente precedentes a la Navidad de aquel año. Me parecía natural, desde una óptica demasiado humana, que un hombre elegido Papa a los setenta y siete años, contra toda previsión de los entendidos, no tendría que proponerse realizaciones extraordinarias. Todos se esperaban un rápido paso suyo por la sede de Pedro y, sobre todo, un dilatado testimonio de caridad. Además, de un anciano ¿qué es lo que ordinariamente esperamos? Si es sacerdote, basta con una bendición, una palabra y obras buenas, y un sentido de misericordia hacia todos. La humanidad le hubiese estado igualmente agradecida a Juan XIII si se hubiese conformado con permanecer fiel a la presentación que hizo de sí mismo el día de su entronización: “He aquí a vuestro nuevo Papa, soy Juan, vuestro hermano”.
“Se dice que la paciencia de la Iglesia es como la de la semilla bajo tierra. El cristiano, en el fondo, es alguien que espera. Era ésta la paciencia del Papa Juan, y no estuvo ansioso por ver realizadas sus esperanzas. Cuando en la tarde del 11 de octubre, fui a anunciarle que la plaza estaba abarrotada de fieles por aquella famosa fumata, el Papa Juan me dice: “Por hoy se ha hecho suficiente con el discurso de apertura del Concilio. No tengo intención de hablar más. Voy a la ventana y doy la bendición”. Después, en cambio, vino el breve, pero conmovedor y memorable discurso llamado de la luna y de la caricia a los niños. Volvió a entrar, y sentado en el sillón concluyó con sencillez: «No me esperaba tanto. Me hubiese bastado con haber anunciado el Concilio. Dios me ha permitido ya el ponerlo en marcha”. Esto demuestra que el Papa Juan era todo menos impaciente. Hay un dolor social que no ennoblece al hombre, sino que lo profana, decía Angelo Roncalli; la justicia y la alegría son conquistas liberadoras. Solía repetir a menudo un aforismo atribuido a san Bernardo: “Ver todo, soportar mucho, corregir sólo una cosa cada vez. Y añadía: “Pero trabajar siempre, y no darse la vuelta hacia la otra parte de la almohada para dormir”. Sí, el Papa Juan fue un optimista. “Nunca he conocido a un pesimista --decía-- que haya concluido algo bien. Y ya que nosotros hemos sido llamados a hacer el bien, más que a destruir el mal, a edificar más que a demoler, por eso me parece tener todo en orden y deber proseguir mi camino de búsqueda del bien, sin dar más importancia de la debida a los diversos modos de concebir la vida y de juzgarla”.
“Nos hizo entender también que no basta con combatir los sufrimientos de cara a una sociedad futura más libre y de una futura felicidad, sino que es necesario liberarnos del sufrimiento hoy, día a día. ¿Era éste el realismo católico del Papa Juan XXIII? Era un realismo que quería ser, sobre todo, testimonio y presencia, acción valiente y dinamismo infatigable. Podría relatar una expresión que le gustaba mucho. Se la repitió un día a Jean Guitton, sobre la terraza de Castel Gandolfo: “¿Ve usted a esos sabios del Observatorio astronómico vaticano? Tienen instrumentos complicados para mirar la luna y las estrellas. Yo me doy por contento con caminar con los ojos abiertos a la luz de las estrellas, como el patriarca Abraham”. Hay también una nota en su diario personal: “A veces el hecho de gozar de una consideración tan buena y de ser elogiado por personas que no tienen fe, o tienen poca, me humilla, porque me expone al peligro de ser considerado por muchos como demasiado condescendiente... Y, sin embargo, me parece poder decir que la verdad no la niego, ni la disminuyo ante la cara de nadie. Intento poner juntas las razones de la verdad y las de la caridad. Por esto todas las puertas se me abren”.
AFLICCIONES
http://www.betania.es/juanxxiii-5.jpgJuan XXIII sufrió muchas aflicciones. Recuerdo cuánto se habló por entonces de sus gestos, sus actos, sus escritos; cuánto fue motivo de polémica la misma encíclica «Pacem in terris». Lo vi muchas veces no ya sufrir, sino llorar. Pero esto no quitaba nada a su paz interior. Al final de su vida, en torno al lecho, sus colaboradores lloraban. Él no derramó ni una lágrima. Me despedí del Papa Juan el 31 de mayo de 1963, cuando le anuncié que su vida estaba terminándose. Me acerqué a la cama y le dije: "Santo Padre, cumplo mi deber, como había acordado. Hago con usted aquello que usted hizo con su obispo, monseñor Radini. Vengo a decirle que la hora del fin ha llegado. Se puede imaginar mi emoción. Me cogió la mano, me dijo palabras que conservo como un recuerdo imborrable de mi servicio junto a él, y después, con calma y delicadeza, concluyó: “Hemos trabajado, hemos servido a la Iglesia. No nos hemos detenido a recoger las piedras que, de una y otra parte, nos lanzaban. Y no las hemos vuelto a lanzar a ninguno”. Cuando el 26 de diciembre de 1958, visitó la cárcel «Regina Coeli» y salió con aquella expresión ciertamente novedosa: “¡Henos en la casa del Padre!”. ¿Cómo? La cárcel, ¿la casa del Padre? “He metido mis ojos en vuestros ojos, mi corazón junto al vuestro”: son palabras que se dicen rápidamente, pero aquellos presos creyeron a quien las pronunciaba. Entonces, presos de una parte, el Papa por la otra, pero sin barreras divisorias, hicieron familia. También nosotros somos presos porque algo nos impide, a veces, ver a nuestros hermanos. Nos lo impiden nuestros límites, nuestras pasiones, nuestras debilidades. Si a través de esas barreras, sin embargo, pasa la luz de dos ojos buenos, el calor de un testimonio franco, entonces nos sentimos hermanos.
Con todo el corazón, y con la alegría de toda la Iglesia, termino, deseando que el testimonio del Beato –y que pronto será santo-- ablande nuestro corazón: ¡Beato Juan XXIII, ruega mucho por nosotros!

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Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger en la betificación de Juan XXIII

2.- Brille sobre Juan Pablo II la Luz Perpetua
http://www.betania.es/PapaJpiimayor.jpgPor Jesús Martí Ballester
El 1 de abril de 2005, viernes, nos decía la radio, la prensa y la televisión, que ayer, jueves a las 7 de la tarde, habían administrado la Santa Unción al Papa. El día entero estamos pendientes de él. Ese día, viernes, concelebrada la misa a las 6, pidió más tarde que le leyeran las catorce estaciones del Vía-Crucis, según su costumbre piadosa. Se santigua al final de cada estación. Después, que le lean pasajes de la Sagrada Escritura. Siguen los partes médicos, cada vez más emocionados, de Navarro Valls. Pienso: la Virgen se llevará al Papa mañana sábado primero de mes, como lo ha prometido por partida doble, la Virgen, en su advocación del Carmen y el Inmaculado Corazón de María en los primeros sábados de mes. La Virgen del Carmen promete llevar al cielo a sus devotos que mueran con su escapulario y la misma promesa la hace en Fátima a Sor Lucía, a quienes practiquen los primeros sábados de mes. Juan Pablo II lleva el escapulario del Carmen desde adolescente, como Terciario Carmelita. Y su devoción a la Virgen de Fátima es notoria, pues tras el atentado, confesó que una mano disparó la bala y otra mano desvió el trayecto. Allí dejó, incrustada en la corona, la bala del milagro. Además, él es “Totus tuus”.
DIVINA MISERICORDIA
Al comenzar a escribir la homilía del Segundo Domingo de Pascua y recitar las primeras vísperas de la Divina Misericordia, en la tarde amarga del sábado, y prolongarse la agonía, con la angustia con que vivimos estas largas horas atentos a las noticias, pienso que va a prevalecer la Misericordia a la promesa de la Virgen. Pero, ¡maravillas de la Virgen con su hijo fiel y querido, “Totus tuus”, Dios anuda en caricia maternal y signo de predestinación, la promesa de la Virgen del Carmen y la fiesta de la Misericordia, instaurada por Juan Pablo II, que de joven conoció, trató y comprendió a Faustina Kowadska, hoy Santa Faustina, canonizada por él, cuando, no sólo era incomprendida, sino aislada, perseguida y humillada.
Las revelaciones a Santa Faustina sobre la Divina Misericordia, marcaron tanto como San Juan de la Cruz y Santa Teresa al jovencísimo Karol Wojtyla. Según el Papa no se puede comprender al hombre sino desde Cristo, “Cristo revela el hombre al hombre”. Sor Faustina había escrito en su diario, en mayo de 1938: “Cuando estuve rezando por Polonia, yo oí estas palabras: ‘He amado a Polonia de modo especial y si obedece mi voluntad, la enalteceré en poder y en santidad. De ella saldrá una chispa que preparará el mundo para mi última venida’. Ni Faustina ni Karol comprendían que esas palabras misteriosas le profetizaban como Papa. El joven Wojtyla comprendió a Faustina porque se esforzaba por aprender y conocer a Cristo. Los que no comprenden a Juan Pablo ahí pueden encontrar la razón de su incomprensión. En una rueda de prensa televisada donde alguien confiesa negar que el sufrimiento y el dolor sean cristianos, se quedó sin palabras cuando uno de los contertulios le citó el capítulo 52 de Isaías. Lo que había sido el Padre De la Colombiere para Santa Margarita en Paray –le-Monial, será el Cardenal y Papa Wojtyla para Sor Faustina.
SOR FAUSTINA
Entre los años 1959 y 1978, las revelaciones de Sor Faustina, que habían sido mal traducidas, permanecieron prohibidas por el Santo Oficio y la Congregación de la Fe. Nombrado Arzobispo de Cracovia Karol Wojtyla, ordenó el estudio teológico de los documentos originales del diario de Sor Faustina, estudio que duró diez años, al padre Ignacy Rózycki, antiguo profesor de Karol Wojtyla, y director de su tesis sobre Max Scheler. Resultado del estudio fue que el 15 de abril de 1978, la Santa Sede autorizó las revelaciones. Había sido fruto de la intervención del entonces Cardenal de Cracovia, Karol Wojtyla, tan sólo seis meses antes de ser elegido Papa Juan Pablo II. Tres años después, el 22 de septiembre de 1981, el Papa Juan Pablo II dijo en el Santuario del Amor Misericordioso, en Collevalenza, Italia: “Desde el principio de mi Pontificado he considerado este mensaje como mi cometido especial. La Providencia me lo ha asignado".
El 30 de abril del año 2000, al canonizar a la beata Sor María Faustina Kowalska, el Papa Juan Pablo II concluyó un proceso que él mismo había iniciado en 1965, como joven Arzobispo de Kracovia. Él fue, el que, en http://www.betania.es/jpiicon-paloma.jpg1967, ya nombrado Cardenal, clausuró el proceso informativo diocesano, y en 1993, ya como Papa Juan Pablo II, la beatificó y la canonizó. Como Jesús debió soportar no sólo los ultrajes de los romanos sino también la traición y el abandono de los suyos, muchos profetas, santos y místicos de diversas épocas tuvieron que afrontar los ataques, persecuciones y el hostigamiento de amigos, compañeros, hermanos y superiores, aun dentro de la misma Iglesia. Dios reveló anticipadamente a Santa Faustina todo lo que tendría que sufrir como “Secretaria y Apóstol de la Divina Misericordia", por acusaciones falsas, pérdida de credibilidad y el sufrimiento físico por los dolores de la Pasión de Cristo que, durante la Cuaresma de 1933, experimentó invisiblemente, dato conocido únicamente por su confesor y relatado en sus escritos: “Un día durante la oración, vi una gran luz y de esta luz salían rayos que me envolvían completamente. De pronto sentí un dolor muy agudo en mis manos, en mis pies, y en mi costado, y sentí el dolor de la corona de espinas”.
Todo fue causa de desconfianza, burla y desprecio de su congregación y de algunas autoridades de la Iglesia: “Al darme cuenta de que no obtenía ninguna tranquilidad de las Superioras, decidí no hablar más de esas cosas interiores. “Durante mucho tiempo fui considerada como poseída por el espíritu maligno y me miraban con lástima, y la Superiora tomó precauciones respecto a mí. Llegaba a mis oídos que las hermanas me miraban como si yo fuera así". “Hasta aquí se pudo soportar todo. Pero cuando el Señor me pidió que pintara esta imagen, entonces, de verdad, empezaron a hablar y a mirarme como a una histérica y una exaltada, y eso empezó a propagarse aún más. Una de las hermanas vino para hablar conmigo en privado. Y se puso a compadecerme" (Diario 125).
“Un día, una de las Madres se enojó tanto conmigo y me humilló tanto, que pensé que no lo soportaría. Me dijo: Extravagante, histérica, visionaria, vete de mi habitación, no quiero conocerte. Todo lo que pudo cayó sobre mi cabeza" (Diario 129) “Una vez, me llamó una de las Madres de mayor edad y de un cielo sereno empezaron a caer truenos de fuego, de tal modo que ni siquiera sabía de qué se trataba. Me dijo: ‘Quítese de la cabeza, hermana, que el Señor Jesús trate con usted tan familiarmente, con una persona tan mísera, tan imperfecta. El Señor Jesús trata solamente con las almas santas, recuérdelo bien' " (Diario133). Se la condenó a una especie de cautiverio, para mantener a la religiosa en constante vigilancia y observación.
“Veo que soy vigilada en todas partes como un ladrón: en la capilla, cuando hago mis deberes, en la celda. Ahora sé que además de la presencia de Dios tengo siempre la presencia humana; a veces esta presencia humana me molesta mucho. Hubo momentos en que reflexionaba si desvestirme o no para lavarme. De verdad, mi pobre cama también fue controlada muchas veces. Una hermana me dijo que cada noche me miraba en la celda." (Diario128).
REDEMPTOR HOMINIS
Cuando Juan Pablo II empezó a escribir Redemptor hominis, no concebía su primera encíclica como panel inicial de un tríptico trinitario, como una reflexión sobre el misterio de la Santísima Trinidad. Su gran impulso era que el humanismo centrado en Cristo fuera el tema conductor de su pontificado, y así quiso anunciarlo a la Iglesia y al mundo. La Reflexión sobre la dignidad de la persona humana redimida por Cristo le condujo a la meditación del Dios, Rico en Misericordia, que ha enviado a su Hijo como Redentor de los hombres; y al Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo para proseguir la obra redentora y santificadora de Cristo resucitado. Con lo que el crecimiento lógico de la Redemptor Hominis dio origen a dos encíclicas más, Dives in misericordia, sobre Dios Padre, y a la Dominum et vivificantem, sobre Dios Espíritu Santo. La Dives in misericordia, la encíclica de mayor intensidad teológica entre todas las de Juan Pablo, refleja dos dimensiones personales de su vida espiritual. Kracovia había sido elegida para renovar la teología católica sobre la misericordia de Dios, conducente a la renovación de la vida espiritual.
La Divina Misericordia del Padre, que envió al Redentor del hombre al mundo para renovarlo por el Espíritu Santo, Dominum et Vivificantem, y regaló a la Iglesia para la humanidad a un Papa grande y humilde, padre y misericordioso, le puso en los labios las conocidas frases con que abrió su servicio pontifical: ¡”No tengáis miedo”! ¡Abrid las puertas a Cristo de par en par”! Eran las mismas expresiones que dirigía a Santa Faustina Kowadska.
El 2 de abril, sábado carmelitano y de Fátima, habrá abierto las puertas de su Corazón y el de María para dar el descanso y los consuelos del cielo, a su fiel apóstol, a su hijo Juan Pablo II, y le habrá limpiado el polvo de sus sandalias que llevaba de todos los caminos de la tierra, de donde no sólo recibió gratitud y consuelos, sino también contradicción de personas interesadas a veces, o incapaces de medir y calibrar la grandeza de un gigante. No le han podido comprender porque le han mirado con ojos de tierra y no con los de Cristo. Con esos ojos, sí, le ha mirado el pueblo sencillo, que le está tributando una apoteosis gloriosa y colosal y universal: Los infatuados recalcitrantes, los que morirán con su pecado de soberbia, los que se han erigido en maestros sin competencia, los que le quisieron bajar de la cruz, los que le aplicaron baremos que se rompen ante su magna talla, barbotan: - “¡Maestro, hazlos callar!”.- “¿No sabéis que de los labios de los pequeños brota la alabanza”?- “Si ellos callan, hablarán las piedras”. Y los jóvenes son los últimos que le han aclamado en la plaza de San Pedro, y en la de Colón… Los jóvenes, los que tienen una nata intuición para discernir entre los hipócritas y los auténticos y coherentes, ellos son los que más huérfanos se sienten. Y ellos han merecido las últimas palabras del coloso agonizante: “Os he buscado y habéis venido”. “Por eso os doy las gracias”.

3.- Juan Pablo II Magno

Apenas se ha despertado de la anestesia. Sale de la nube y dice con un gesto que quiere escribir. “¿Qué me han hecho?”. Así preguntó San Juan de la Cruz al cirujano que le había abierto la pierna en vivo: “¿Qué me ha hecho, señor Licenciado?”- Y a continuación ha escrito: “Totus tuus”. ¿En qué suelo vital arraigan las raíces de un hombre que ha cambiado la historia de Europa, que ha determinado el rumbo de la Iglesia católica durante http://www.betania.es/aliagca.jpgmás de veinticinco años y se ha convertido en una referencia moral para millones de hombres de toda cultura, religión y geografía? ¿De qué fuentes originales ha bebido y en qué manantiales se ha seguido abrevando hasta estos últimos días en los que el dolor y el resuello le agotan hasta el borde del abismo?, se pregunta Olegario González de Cardedal, refiriéndose a la totalidad de su persona. Y apunta sus fuentes: familia religiosa, arraigo en su amor, influencia de San Juan de la Cruz y Max Scheller, de De Lubac y Von Balthasar.
Se comprende que cuando los historiadores o biógrafos o articulistas de periódicos relaten sus orígenes, desconozcan un dato imprescindible, pero los teólogos no pueden ni deben omitirlo, ya que el mismo Juan Pablo lo expresa rotundamente cuando habla del origen de su vocación sacerdotal en “Don y misterio”. En ese libro escrito con motivo de sus Bodas de Oro sacerdotales, nos da una pista inconmensurable, que es el manantial donde nace toda su epopeya apostólica. Allí descubre su dimensión mariana, originada y crecida en la atmósfera familiar, en el ambiente parroquial de Wadowice, en el convento carmelitano y sumergido en el ambiente popular de Cracovia y de Polonia, en cuya dimensión mariana creció, y afortunado a la vez, con la amistad de San Maximiliano Kolbe, del cardenal Wyszynski y del Padre Francisco Blachnicki, prisionero de los nazis y de los soviéticos y Fundador del Movimiento “Luce-Vita. A los diez años le visten los carmelitas el escapulario del Carmen, los salesianos en Cracovia, lo cuentan entre las filas del "Rosario vivo” vinculado a la devoción a María Auxiliadora. Y Tyranowski, el sastre místico, le introduce en el estudio de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, donde nace su vocación sacerdotal, en la que por sus estudios y reflexión comprenderá más a fondo la devoción a la Madre de Dios. "Ya estaba convencido - escribe - de que María nos conduce a Jesús, pero en este periodo comencé a comprender que también Jesús nos conduce a su Madre. “Hubo un momento en que en cierto sentido puse en tela de juicio mi devoción mariana por considerar que sobrepasaba exageradamente mi veneración por Cristo mismo".
SAN LUIS MARIA GRIGNON DE MONFORT
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Exactamente en ese momento le llega la insuperable ayuda que le proporciona el “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María” de San Luis Maria Grignon de Monfort. “A decir la verdad, el tratado en sí, escribe, puede sorprender a algunos con su exagerado estilo barroco, pero su contenido es precioso, porque proporciona al lector la conciencia de que la mariología está fundada en el Misterio Trinitario y en la verdad de la Encarnación de la Palabra. "Comprendí entonces por qué la Iglesia recita el Ángelus tres veces al día. Entendí por qué las palabras de esta oración eran cruciales. Expresan el núcleo del suceso más grande de la historia de la humanidad”. El lema episcopal y papal de Karol Wojtyla, Totus Tuus, está radicado en la mariología de San Luis María Grignon de Monfort y constituye la abreviación de la fórmula entera de la consagración, que dice “Totus Tuus ego sum et omnia mea tua sunt”, “Soy todo Tuyo y todo lo mío es Tuyo”.
EL SECRETO DE SU FUERZA
“Totus tuus”. Lo lleva en el tuétano. Es su lema personal. Su lema pontifical. Su vida. La que recorre todo su pontificado pastoral. Su entrega total a la Madre de Cristo. Ese “Totus tuus” expresa la dimensión mariana de su vida personal, de su acción sacerdotal y pontifical. Sólo quien se asome a esa espiritualidad dejará de sorprenderse ante la vida y la obra de Juan Pablo; así como será incapaz de comprender nada de su vida íntima quien no tenga sensibilidad y capacidad para entender este embrión fecundo de su fe y de su entrega a María, que bebió en Polonia y reforzó en las lecturas nocturnas de Grignon de Monfort, bajo la tenue luz en la planta química Solvay y que, como Pontífice ha expresado en su Encíclica: “Redemptoris Mater” de 1987 y en la Carta apostólica “Mulieris dignitatem”, en el año mariano 1988. Ambos documentos explicitan la doctrina de la “Lumen Gentium”. Dice San Ambrosio que María es tipo de la iglesia, “typus Ecclesiae”. Como la vocación que une a María con la Iglesia es la maternidad, porque las dos son Madres, entregarse a María es entregarse a la Iglesia, y entregarse a la Iglesia es entregarse a Dios. Así se entiende con luz nueva el lema pontifical de Juan Pablo II, que es el mismo del Obispo joven de Cracovia: “Totus Tuus Mariae”, porque el “Totus Tuus Mariae” equivale a “Totus Tuus Ecclesiae”, y en consecuencia a “Totus Tuus Deo”. Esa es la revelación de la raíz de sus 26 años de pontificado como testigo y maestro de su entrega a Dios con María.
LA CONSAGRACIÓN A MARÍA
En su obra Tratado de le verdadera Devoción a la Santísima Virgen, leemos: “Nuestra perfección consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo. Esta consagración es como una renovación de las promesas del Bautismo en las manos de María.
Consagrarse es entregarse enteramente a la Santísima Virgen. Sólo aquél a quien el Espíritu Santo revele este secreto, será conducido a tal estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta la transformación en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo y ser todo de Jesucristo por medio de María. Es menester entregarle nuestro cuerpo con to­dos sus sentidos y sus miembros; nuestra alma con todas sus potencias; nuestros bie­nes exteriores, nuestra fortuna presente y futura; nuestros bienes interiores y espiri­tuales, méritos, virtudes y buenas obras pasadas, presentes y futuras; todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza y de la gracia, y todo lo que lleguemos a tener en el futuro de la gracia y de la gloria, sin reserva ninguna, ni de un céntimo, ni un cabello, ni la obra más pequeña, por toda la eternidad, sin pretender ni esperar ninguna otra recompensa de nuestra ofrenda, que pertenecer a Jesu­cristo por María y en María, aunque ella no fuera, la más liberal y reconocida de las criaturas”.
SEGÚN JUAN PABLO II
Consagrarse a María, significa acoger su ayuda, para consagrar el mundo, el hombre, todos los pueblos y la humanidad al que es infinitamente santo. Juan Pablo II ofrece el testimonio de que la consagración a María significa hacerla entrar en la propia vida espiritual. Ello conduce a la comunión de las personas, nos introduce en la profunda relación interpersonal con la Madre del Señor. Como testimonio de este principio, Juan Pablo II, le ha consagrado la Iglesia, todos los países y todos los pueblos, en el umbral del tercer milenio del cristianismo. Incluyendo a todos los que han creído en Jesucristo reconociendo en él su signo conductor en el viaje de la historia y a toda la humanidad, incluso a los que aún buscan a Cristo.
EN JASNA GORA
El 17 de junio de 1999, en el umbral del tercer milenio en Jasna Góra dijo: “Madre de la Iglesia, Virgen Auxiliadora, en la humildad de la fe de Pedro te presento a toda la Iglesia, a todos los continentes, los países y los pueblos que han creído en Jesucristo y lo han reconocido como conductor en el camino de la historia. Te presento a ti, Madre, a toda la humanidad, también a los que aún buscan el camino hacia Cristo. Sé su guía y ayúdales a abrirse a Dios que viene. Te presento a los pueblos del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, y a tu materna solicitud consagro a todas las familias de los pueblos. Madre de la fe, de la Iglesia, así como en el cenáculo de Jerusalén rezabas con los Apóstoles de Cristo, permanece con nosotros hoy en el cenáculo de la Iglesia, al final de este segundo milenio de la fe y suplica para nosotros la gracia de la apertura al don del Espíritu Santo”.
MARÍA MADRE AL PIE DE LA CRUZ
La presencia de María al pie de la cruz testimonia su fe estable, en las promesas de Dios, que ha presentido en el día de la Anunciación. Cuando Jesús entrega a Juan su Madre nos dice cómo Dios se entrega a los hombres y cómo los hombres nos hemos de entregar a Dios por María, figura de la Iglesia, en la cual y por la cual María desempeñará el papel de madre. Juan, la Iglesia, la acogió, y confió en Ella. La entrega de la Iglesia a María es, por tanto, una consecuencia de la obra de redención realizada por Dios en Cristo. Es decir, es una consagración a Dios según el ejemplo de María.
El itinerario de la oración de Karol Wojtyla en su infancia, en su adolescencia y como sacerdote y obispo, lo conduce a los "senderos marianos", especialmente a Kalwaria, el mayor santuario de Cracovia, donde irá en peregrinación, para consagrar a Dios las cuestiones de la Iglesia a través de María sobre todo durante el régimen comunista.
E1 15 de agosto de 1970, solemnidad de la Asunción, dijo: “Y aquí, en esta colina –Cálvaria-- los senderos de Jesús se interrumpen; se interrumpen en el sepulcro, como si los que los construyeron no hubiesen querido pronunciar la última palabra. Pero la palabra no dicha por ellos fue proclamada en pleno. Para ello fueron indispensables los senderos de la Madre de Dios, su dormición, su entierro y luego la Asunción. Y aquí descubrimos la verdad de la Resurrección de Cristo. Porque su Resurrección se repitió en su Madre y en la Asunción. Aquí en el Calvario vemos de modo evidente este vínculo estrecho entre la vida de Cristo, su Pasión, la muerte, su Resurrección y la vida de María, desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción. Y aprendemos aquí en este Calvario el misterio de María a través de Cristo, para aprender a profundizar el misterio de Cristo a través de María”.
ARZOBISPO DE CRACOVIA
Ya Arzobispo de Cracovia, el 8 de mayo de 1966, en la Catedral de Wawel en el milésimo aniversario del bautismo de Polonia, dijo: “Te consagro; ¡oh Madre!, como pastor de la Iglesia de Cracovia, a toda esta Iglesia como tu propiedad en el presente y en el futuro. Si es tu propiedad no se puede disipar ni perder. Si somos tu propiedad, a pesar de todas las dificultades y obstáculos, Cristo estará y crecerá en nosotros. ¡Oh Madre!, tú eres nuestra confianza, nosotros como tu propiedad y Tú como nuestra confianza. Acógenos Madre como tu propiedad. Acoge nuestra confianza sin límites. Y en su “Totus Tuus” incluía a aquellos a quienes servía. El http://www.betania.es/juanabloiicruz.jpgSantuario Mariano sobre el Calvario para él fue un Santuario Cristocéntrico, en el que el hombre encuentra su lugar al lado de Cristo a través de su Madre. Así lo confirmó en su personal y emotivo discurso: “Veníamos aquí muchas veces desde Cracovia especialmente en los momentos importantes. Sin embargo, a menudo venía aquí sólo y caminaba por los senderos del Señor Jesús y de su Madre, y meditaba sobre sus santísimos misterios. Además de esto consagraba al Señor Jesús a través de María las cuestiones difíciles y los argumentos de responsabilidad, de modo especial en todo mi servicio episcopal. Me daba cuenta de que tenía que venir aquí más a menudo porque las cuestiones de este tipo eran cada vez más y, porque normalmente se resolvían después de mi visita a estos senderos. Os puedo decir hoy, que casi ninguna de las cuestiones que de vez en cuando turbaban el corazón de un obispo, y en cualquier caso despertaban en mí el sentido de las grandes responsabilidades, no habrían madurado sino aquí, a través de la oración ante el rostro de un Gran Misterio de la fe, que el Calvario esconde en sí mismo. Cada vez que venía aquí tenía la conciencia de sumergirme en este depósito de fe, esperanza y amor, que llevaban a esta colina, a este santuario, a todas las generaciones del Pueblo de Dios de la tierra de la que yo provengo y en cuya fuente bebo continuamente. A todos los que vengan aquí en el futuro les pido que recen por uno de los peregrinos del Calvario, que Cristo ha llamado con las mismas palabras con las que llamó a Simón Pedro. Lo ha llamado de alguna manera desde estas colinas, diciéndole.- "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”.
JUAN PABLO II, ELEGIDO PAPA
El 16 de octubre de 1978. Terminado el Cónclave en el que los Cardenales le han elegido Papa, Wojtyla expresó por dos veces una especie de credo mariológico personal sometido a la fe en Cristo Jesús-Señor y Salvador. En aquel momento solemne, cuando el Cardenal Decano, en nombre de todo el Colegio de los electores, pide su consentimiento: ¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?, ante el supremo silencio expectante del Colegio de los Cardenales, respondió: “En la obediencia de la fe hacia el Cristo mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia - consciente de todas las dificultades – acepto”. Después, desde la logia de San Pedro, en un acto decisivo, insólito y cargado de emoción y de lágrimas, proclamó ante los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro: “Temía aceptar esta elección, pero lo hice en el espíritu de obediencia a nuestro Señor y en la total confianza en su santísima Madre. Hoy estoy ante vosotros para expresar nuestra fe común, nuestra esperanza y nuestra confianza en la Madre de Cristo y Madre de la Iglesia”.
LAS CONSAGRACIONES DE PIO XII Y PABLO VI A MARÍA
Primero fue Pío XII el 31 de octubre de 1942, cuando Europa y el mundo vivían el drama de la segunda guerra mundial. El Santo Padre pedía la conversión de las conciencias, la vuelta de la alegría y de la paz para tantas madres y tantos padres, mujeres, hermanos y niños inocentes y tantos seres humanos cuya vida había sido truncada: ¡Madre de la Misericordia! ¡Pide para nosotros la paz de Dios, pero sobre todo la gracia, que pueda convertir los corazones humanos, la gracia que prepara, facilita y asegura la paz! Reina de la paz, ruega por nosotros y dona la paz al mundo inmerso en la guerra, en la verdad, justicia y amor de Cristo. Le siguió Pablo VI el 13 de mayo de 1967 en Fátima en el 50° aniversario de la primera aparición en Fátima. Entregó la Iglesia y el mundo a la protección de María. La elección de Karol Wojtyla inauguró el proceso de cambios en todo el bloque del Este. El atentado contra su vida del 13 de mayo de 1981, ocurrió exactamente el día del 64° aniversario de la aparición en Fátima. Desde entonces los actos de la consagración a la Madre de Dios constituyen la parte integral de casi todas las peregrinaciones apostólicas del Papa Wojtyla.
SU ÚLTIMA VISITA A POLONIA
Su última visita a Polonia en agosto de 2002, en el Calvario, expresa de nuevo la convicción del carácter teológico especial de este lugar, y la unidad entre la mariología y la cristología. Dijo: este lugar predispone extraordinariamente el Corazón y la mente a la penetración de los misterios de este vínculo, que unía al Salvador en su Pasión y a su Madre Dolorosa. En el centro de este misterio del amor todas las personas que vienen aquí se encuentran a sí mismas, su vida, su cotidianidad, su debilidad y simultáneamente la potencia de la fe y la esperanza en la fuerza que nace de la convicción de que la Madre no abandona a su niño en la necesidad, sino que le conduce al Hijo y lo entrega a su Misericordia.
EN LA BASÍLICA DE SANTA MARIA LA MAYOR
La dimensión cristológica y eclesial constituye la esencia de las consagraciones de Juan Pablo II constituida por el acto de la entrega. El 8 de diciembre de 1978 en la Basílica de Santa María la Mayor, consagró a María a todos los que él sirve y a todos los que con él sirven. “El Papa, dijo, al comienzo de su servicio episcopal en la Cátedra de San Pedro en Roma, desea consagrar la Iglesia en especial a Aquella en la que se cumplió la maravillosa y total victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la gracia sobre el pecado, a Aquella de quien Pablo VI dijo que es el comienzo del mundo mejor, la Inmaculada. Se consagra a ella a sí mismo, como el siervo de los siervos, y a todos los que sirve, y a todos os que con él sirven. Le consagra también a la Iglesia romana, como garantía y principio de todas las Iglesias del mundo, en su universal unidad”. Tres años después, en el mismo lugar, el Santo Padre pide la consagración al Espíritu Santo, que en María ha realizado cosas grandes: “En nuestros tiempos junto con la obra del Concilio Vaticano II, renació en la Iglesia la esperanza de la renovación. Cuando esta esperanza sufre diferentes dificultades, cuando el mundo contemporáneo a menudo se resiente del peligro de la guerra, parece que es necesario dirigirse de nuevo al Espíritu Santo a través del Corazón de la Madre de Dios, a la que a menudo el Papa Pablo VI llamaba "la Madre de la Iglesia”.
EN EL PASO AL NUEVO MILENIO
En la medianoche del 31 de diciembre de 2000, Juan Pablo II recordó la figura de Cristo, e imploró la llamada a Él y al testimonio de Él ante el mundo y terminó con la consagración a la Madre de Dios, la centinela de los nuevos tiempos: “Al final de este encuentro de oración, que termina el año 2000, dirigimos nuestra mirada hacia Cristo, Salvador del hombre. Es Él quien con la sabiduría de su Espíritu nos ayuda a afrontar los desafíos del nuevo milenio. Es Él quien nos da la capacidad de sacrificio de la vida por la gloria de Dios y por el bien de la humanidad. Hemos de comenzar de nuevo a partir de Él y ser sus testigos en el futuro que nos espera. Dejémonos llevar por su amor. Os deseo que este nuevo año traiga justicia para todos los pueblos, fraternidad y bienestar. Pienso aquí, en especial, en los jóvenes que son la esperanza del futuro: a fin de que la luz de Cristo Salvador de sentido a su existencia, los guíe por los caminos de la vida y les haga más fuertes en el testimonio de la verdad y al servicio del bien. Entrego estos deseos a la intercesión de la Madre de Dios. Virgen Santísima, centinela de los tiempos nuevos, ayúdanos a mirar con fe a los tiempos pasados y al año que comienza. Estrella del tercer milenio, guía nuestros pasos hacia Cristo, vivo ayer, hoy, y por los siglos de los siglos, y haz que nuestra humanidad, temerosa ante el nuevo milenio, sea cada vez más fraterna y solidaria.
LA REDEMPTORIS MATER
http://www.betania.es/jpii2.jpgLos textos de la consagración a María de Juan Pablo II, no son solo una innovación teológica propia del Papa Wojtyla, sino la expresión de una fe viva y práctica, que vislumbra en la Madre de Dios el ejemplo de una confianza plena en Él. En la encíclica Redemptoris Mater, realiza un análisis del testamento de Cristo transmitido desde la cruz. Único Salvador, al confiar su Madre al apóstol, lo obliga a cuidarla con filial solicitud y a asegurarle la protección necesaria. Confiando Juan a María, lo introduce en una irrepetible relación interpersonal que constituye el núcleo de maternidad. La palabra consagración significa una especial relación personal que es consecuencia de la respuesta al amor y significa la comunidad de vida que se constituye entre Madre e hijo con la fuerza de las palabras de Cristo, que realiza la obra de la salvación.
JUAN PABLO II TESTIGO Y MAESTRO
Había escrito Pablo VI en la Exhortación apostólica “Evangelli nuntiandi”, que el hombre de hoy escucha más atentamente a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros, los escucha porque son testigos. Los hombres de hoy han escuchado a Juan Pablo II porque ha sido un testigo y un maestro, porque con su vida testimonió lo que enseñaba, hablando desde la cátedra del sufrimiento. “En estos momentos en los que Juan Pablo II no puede pronunciar palabras por la traqueotomía, dijo el arzobispo y teólogo Bruno Forte, habla al mundo desde la cátedra del sufrimiento. Bruno Forte, miembro de la Comisión Teológica Internacional, considera que el testimonio del Santo Padre en estos momentos puede tener un impacto mayor que muchas palabras.
Juan Pablo II habló desde la cátedra indiscutible del sufrimiento, ofrecido por amor y vivido en la fe, afirmó también en Radio Vaticano, el arzobispo de Chieti. “Esta cátedra no tiene necesidad de palabras. El gesto de bendecir a la muchedumbre y después de llevarse la mano al cuello herido por la traqueotomía, hablan de manera elocuente, como diciendo: "No puedo hablar, pero todo lo ofrezco a Dios por vosotros". Creo que esta elocuencia, sin palabras, tiene un impacto en nuestro tiempo mayor que el de las mismas palabras. De este modo, el Papa habla verdaderamente a todos los hombres, a cada hombre, en cualquier lugar, pues habla con un lenguaje que todos pueden ver y comprender, el del sufrimiento y el del amor con que lo ofrece. Visto con los ojos de Cristo, el sufrimiento ofrecido por amor, asume un valor positivo.
Un Papa tiene que sufrir, porque tiene que amar. Es el obispo de la Iglesia que preside en el amor y no hay cátedra más elevada que la del amor y la del dolor ofrecido por amor. Todo esto no tiene un horizonte de exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, su horizonte es la felicidad y la salvación. A la luz de Cristo el dolor contiene una promesa de salvación y de felicidad, si se ofrece con Él y si se ofrece por amor a Dios y a los hombres. De San Maximiliano Kolbe se ha dicho que su amor a la Inmaculada, que esperaba ver un día en las cúpulas del Kremlin, alimentado día a día, le había otorgado las fuerzas para ofrecerse a morir de hambre en Auswitch a cambio de la vida de un padre de familia. De ese mismo hontanar saca fuerzas Juan Pablo II para sobrellevar todos sus martirios. Se ha cumplido en él lo previsto y escrito por San Luís Mª Grignon de Monfort: “Quien se consagra enteramente a la Santísima Virgen progresará de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta la transformación en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo siendo todo de Jesucristo por medio de María”. Esa ha sido la raíz vital de Karol Wojtyla, de Juan Pablo II, el Magno. Lo que le ha llevado a los altares.

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