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martes, 28 de enero de 2014

Unos días en la Trapa Chilena

Obispo de Rancagua bendijo al primer Abad de Monasterio “Miraflores” de los Trapenses

El pastor diocesano recalcó que “el Monasterio nos muestra la primacía y centralidad de Dios. Es un don inmenso para toda la Iglesia, en particular, para nuestra Diócesis. Y el Abad en el Monasterio es un padre que debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, esto es, debe enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras”.
El Monasterio Santa María de Miraflores, de la Congregación de los Trapenses se convirtió, el pasado 30 de noviembre, en Abadía, siendo bendecido por el Obispo de Rancagua, monseñor Alejandro Goic Karmelic, su primer Abad, el R.P. Francisco Javier Lagos Ramírez, quien fue elegido por los monjes con votos solemnes tras un intenso proceso de oración y diálogo.

El Monasterio Trapense, con presencia durante 20 años en la región de O’Higgins (fue trasladado desde Santiago a Codegua, en 1986), cumplía con todos los requisitos para convertirse en Abadía, tales como la cantidad de monjes (actualmente la comunidad está formada por 25: 10 sacerdotes y 15 hermanos religiosos); estabilidad en el lugar, madurez espiritual y humana, entre otros.

Es así, como tras un intenso proceso de oración y diálogos dentro de la comunidad, fueron los propios monjes con votos solemnes quienes eligieron al Abad, responsabilidad que recayó en quien fuera desde el 26 de enero de 2010 y hasta el día 30 de noviembre, el superior de la comunidad Santa María de Miraflores, Francisco Javier Lagos Ramírez.

La celebración

El Obispo de Rancagua, monseñor Alejandro Goic Karmelic, señaló durante la homilía que “nos reunimos con gozo en esta celebración eucarística, para implorar de Dios nuestro Padre su bendición sobre nuestro hermano Francisco Javier, constituido primer Abad de este querido Monasterio Trapense “Santa María de Miraflores”.

Agregó que “la Santa regla señala: ‘El Abad que es digno de regir un monasterio debe acordarse siempre del título que se le da y cumplir con hechos el nombre de superior. En efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el Monasterio (R.B. 2, 1-2). Es por ello que en esta Eucaristía, el Abad recibe, por parte de la Iglesia, una bendición especial en orden a la misión de servicio a su comunidad. Y lo hacemos en fiesta de un Apóstol –San Andrés- uno de los amigos elegidos por Jesús, uno de los doce apóstoles. Hoy, es Francisco Javier, elegido por Jesucristo para animar a sus hermanos de comunidad en el amor a Dios y en el amor fraterno”.

Recalcó que “esta bendición abacial ocurre, además, en este Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI. La fe es un camino que debe ser recorrido y redescubierto a lo largo de toda la vida. Se cruza ese umbral, la puerta de la fe, cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida (Porta Fidei 1).

El pastor diocesano recalcó que “un Monasterio como éste es un testimonio de fe. Cada uno de los hermanos que aquí viven ha escuchado la llamada del Señor a un seguimiento radical y en totalidad. El Monasterio nos muestra la primacía y centralidad de Dios. Es un don inmenso para toda la Iglesia, en particular, para nuestra Diócesis. Y el Abad en el Monasterio es un padre que debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, esto es, debe enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras”.

“El Abad y cada monje es un testigo de fe. La fe –enfatizó el Obispo de Rancagua- es creer en la palabra de Dios y acoger la novedad de Dios; es escuchar y obedecer; es confiar y poner en las manos del único en el cual vale la pena confiar; es tener la esperanza que nos impulsa a ser buscadores de Dios; es ser fiel. La fe –nos dice Benedicto XVI- es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros”.

Los signos

Tras la homilía, el Obispo realizó al primer Abad del Monasterio un examen sobre los motivos y condiciones para el servicio de Abad. Tras responder a estas consultas, el R.P. Francisco Javier se extendió en el piso frente al altar, mientras de fondo se escuchan las Letanías de los Santos.

Al terminar éstas, el Abad se puso de pie y se arrodilló ante el pastor diocesano, quien con las manos extendidas, rezó pidiendo a Dios, Padre Todopoderoso la bendición, para que inspire y colme del Espíritu Santo y sus dones a primer Abad del Monasterio.

Acabada la oración de bendición, el Obispo entregó al Abad el libro de la Regla, el anillo y el báculo pastoral; luego le fue entregado un jarro de agua y una toalla para en un signo de humildad lavara los pies de tres de sus hermanos; y posteriormente intercambiar abrazos de paz con el Obispo diocesano, y los hermanos de su comunidad.

De esta forma fue bendecido el primer Abad del Monasterio Santa María de Miraflores de la comunidad Trapense, el R.P. Francisco Javier Lagos Ramírez.

La espiritualidad

Los trapenses sostienen una relación con Jesús, a la manera benedictina-cisterciense, que responde a las reglas de San Benito. Esta congregación nació en 1892, cuando hubo una reforma en los Cistercienses y se unieron tres congregaciones. La denominación trapense nace del Monasterio de la Trapa, en Francia.

Ellos son contemplativos y viven en soledad, silencio y oración, además, llevan una vida de equilibrio entre la oración y el trabajo, que permite un desarrollo cultural y económico. Son conocidas las labores de los trapenses, a través del cultivo de hortalizas y la fabricación de chocolates, entre otras actividades.

La jornada de los monjes trapenses comienza a las 3:30 horas, con las vigilias y concluye a las 19:30 horas, con la oración de las completas. Ellos, durante el día tienen siete momentos de oración, los que son alternados con el trabajo en las diferentes dependencias del Monasterio.
 “Ite Missa est"

Con esa expresión terminaba la misa en latín… era como decir: "vivimos la MISA… ¿qué mas…?", "celebramos la misa… ya está!"... “Ite Missa est” se nos dice hoy en la Trapa.

Fiesta de San Andrés Apóstol, misa presidida por el Abad. Hoy terminan nuestros días en la Trapa… No hemos cruzado una palabra en todos estos días, hemos vivido en el silencio, buscando la Voz en lo profundo del alma… Es la Voz de siempre, la de todos los días, que vive en lo más intimo de nuestra vida, pero que se siente cristalina y luminosa en el silencio. Habría que volver al silencio; habría que amarlo más…

Al finalizar la misa los monjes nos despidieron cálidamente en la Sacristía, con sonrisas y abrazos fraternos. Todo invita a volver. Los días en la Trapa de Azul se terminan, ahora a llevar la Trapa a la vida cotidiana. Ganas de quedarse más tiempo aquí, pero también con ganas de volver a lo de todos los días y llevar un poco de Trapa al mundo. En un rato nos vamos; un poco de uno se queda; y uno se lleva un poco de Trapa… Nos vamos, pero también nos quedamos.

A la Trapa, se la lleva en el corazón…

“Te doy gracias, Señor, por tu amor,
no abandones la obra de tus manos”

“Me ha tocado un lote hermoso…
¡Me encanta mi heredad!”



Ocho de la mañana, el día arranca soberbio, celeste el cielo, algo nublado, pero poco. Unas vacas escaparon sabe Dios de dónde y andan dando un griterío de mugidos cerca de la hospedería. Dos peones corren detrás de ellas, el problema parece no menor… Esto me hace notar que aquí el silencio es verdaderamente sobrenatural. Llevo tres días en la Trapa y acabo de descubrirlo… El ruido de las pobres vacas no llega a ser molesto, sólo destacan el silencio reinante.

Esta mañana hemos celebrado la Eucaristía. Los monjes tienen la costumbre de invitar a los sacerdotes huéspedes a ubicarse durante la Misa en la sillería de su coro. Al ubicarme allí, sentí ese lugar impregnado de oración. Todo en la Trapa es oración, claro, pero el coro de los monjes es especial porque allí desde hace años ellos se sientan a cantar y a rezar durante largas horas, varias veces al día. De todo eso tomé conciencia al llegar a la silla que me tocó en el coro de los monjes. Sentí entonces que ese caudal de gracia de alguna manera se apoderaba de mí y me prestaba un auxilio extraordinario: me enseñaba a orar.

Los monjes cantan laudes dentro de la misa y los huéspedes sacerdotes estamos sentados en el coro, en medio de ellos. Esta mañana esos salmos me envolvían, se hacían parte de mi carne. Unos monjes cantan, ni demasiado bien ni demasiado mal, algunos muy viejitos con voz temblorosa, se percibe también la pronunciación de muchos de lengua inglesa que cantan en español. El coro de los monjes canta la oración de la mañana y todos nos sentimos invadidos por esa oración que nos invita a orar sin desfallecer.

"Señor, enséñanos a rezar"


El día transcurre luminoso en la Trapa, una suave y fresca brisa acompaña casi toda la jornada. El campo se abre imponente frente al ventanal de la biblioteca. Difícilmente alguien pueda acostumbrarse a un lugar como éste.

Uno de los monjes anda por la hospedería y se ve que tiene ganas de hablar… ya me ha dicho como cuatro veces dos cosas: “cuando llegamos a este monasterio no había ni un árbol” y otra cosa: “si quieres hablar, estoy en la portería”. Esta mañana me contó que entró a la Trapa hace ya cuarenta y siete años. No recuerda cuántos monjes son: “no los he contado nunca” dice con simpleza casi pícara. Otro de los padres del que no sé nada más que el nombre sonríe cada vez que se lo ve y parece que estos “locos de la colina” -como me dijo el Padre José hablando de ellos mismos- están bastante felices.

Impacta mucho ver rezar a los monjes viejitos. En el coro, después de la Misa o antes de alguna de las horas, entrás a la Iglesia y se distingue una blanca silueta y se me hace que ese hombre vuela… Un cartel prohíbe tomar fotos en las celebraciones y a los monjes rezando. Sufrí una fuerte tentación de violar la norma y sacar fotos con el celular, pero el mismo Dios se ha puesto de lado del cartel: me quedé casi por completo sin batería, y olvidé en Buenos Aires el cargador… En fin, tentación vencida…

Dan ganas de grabarles las Completas y subirlas a Youtube, para que muchos los vean y se gocen de esa maravilla… Pero no...

El día transcurre luminoso en la Trapa. Aquí todo invita a vivir sólo en Dios...


La tarde transcurre serena en la Trapa, el corazón se mueve por dentro, y siento Su Presencia dando vueltas que me llama a nuevos horizontes. Un sacerdote se llega a un monasterio y siente en su corazón que sus dos amores tironean un poco: la acción y la contemplación.

Qué envidia dan estos monjes, hay que decirlo, ¡qué envidia les tengo! Llamados a esta vida, a vivir con el corazón ardiendo en el corazón de la Iglesia. Porque la vida monástica es el núcleo del corazón de la Iglesia, la pertenencia única y exclusiva a Jesucristo. Y les envidio porque viven aquí simplemente quemándose para Él. Les tengo envidia porque sus vidas son lámparas de Sagrario para siempre. Les tengo envidia porque son felices aquí y no les falta nada, les envidio la fe… Un cura y un monje se pelean dentro de mi alma...

De un lado del cuadrilátero el “monje” mira de costado y quiere saltarse y quedarse aquí. Él también quiere ser lámpara votiva, él también quiere ser abrazo eterno, mirada exclusiva. El “monje” de este lado del cuadrilátero siente nostalgias de un Absoluto sin medidas, exclusivo y excluyente, es como si tuviera ganas de cielo y esto le parece el cielo…

Pero en el otro lado del cuadrilátero salta juntando sus puños “el cura”, el que arde de deseos de anunciar a Jesucristo, el que se muere por llevar a Jesús a los jóvenes, el que busca y busca por miles de caminos para que los chicos se acerquen a Dios y que conoció casi tantos fracasos como caminos, pero que está cada día más entusiasmado y convencido...
En este lado del cuadrilátero el cura tiene su corazón en ebullición cuando piensa en su gente, los que Dios le ha encomendado. El cura siente con inexplicable fuerza y convicción que todo lo que se haga para anunciar a Jesucristo es poco. Un cura que vino a rezar más por su gente que por él, porque sabe con extraña certeza que su oración de sacerdote es una especie de abre-puertas, especialmente cuando se arrodilla frente al Santísimo. Y hasta en medio de sus meditaciones del Apocalipsis o del hermano Rafael, le salta algún recuerdo, algún impulso de rezar por alguien que conoce mucho o casi nada, un impulso que no llega a ser distracción y que lo sumerge inmediatamente en la súplica.

El monje y el cura tironean esta tarde dentro del corazón. Los dejo pelearse mientras miro sereno el campo a través de la ventana de esta hospedería y pienso en el beato Rafael que decía una vez en la Trapa: “a Dios se va por muchos caminos y de muy distinto modo; unos volando, otros andando y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, pues así lo quiero yo.” Entre tropezones vamos entonces, pero en Dios. El “monje” sonríe y queda en paz, el “cura” por fin, mira el Manantial…

Cura y monje se han puesto de acuerdo y empiezan a implorar...

El día comenzó bien temprano, rezando el Rosario en la Iglesia, esperando la Misa, que se celebra acá a las seis y media de la mañana. La naturaleza toda despertaba, era la hora del amanecer donde se entrecruzan y conviven un rato los sonidos de la noche y del día, con el aire fresco de la mañana, con el sol que empieza a asomar dispuesto a dominarlo todo en este día. La naturaleza sigue su ritmo habitual, el mismo que hace siglos de siglos, los mismos rituales, los mismos sonidos… Dentro de la Iglesia de la Trapa de Azul un grupo de hombres cantan los salmos, alaban a Dios, han empezado su jornada a las 3 de la mañana -hace ya tres horas- porque en medio de la noche quieren esperar la llegada del Sol Naciente, como un signo de lo mismo que canta Zacarías en el “Benedictus” … aquello que cuenta el evangelista Lucas que decía el viejo Zacarías cuando recuperó el habla: “nos visitará el Sol que nace de lo alto…”

Eso hacen los monjes: despertarse para esperar en vigilia la llegada del sol. Esas tres horas en que los trapenses rezan esperando y acompañando la llegada de la luz del día se me hace que es una figura de la vida del hombre de fe. Porque es la actitud de asumir la noche, encontrarle una belleza misteriosa, y esperar la llegada de la luz. Pensaba esta mañana que quizás toda la vida sea esto: vigilar a oscuras y aguardar lo que sabemos llegará… Y Dios, que nunca duerme, busca quien no duerma.

Luego el transcurso del día en el Monasterio, entre lecturas, caminatas y silencios. Todo llama a la entrega y la "Voz" empieza a resonar dulcemente a cada paso...


Ocho y diez de la noche, exacto, acabamos de rezar las Completas. Estoy sentado frente al ventanal de la hospedería, la luz va cayendo, la noche anuncia su llegada, una fresca brisa de rocío nocturno. Mugidos se oyen a lo lejos, unos grillos cantan aquí, casi a mi lado, algún pájaro silba solitario… La naturaleza se prepara para entrar en la noche. En el corazón brota espontánea la súplica y este silencio de la noche es ahora la catedral ideal para la oración incesante.

Majesutoso el paisaje. Privilegio de locos. Estar aquí, mirando el campo gigantesco sentado frente al ventanal. Un crepúsculo de horizontes infinitos. Es la “pampa” y es “tandilia” que se encuentran por estos pagos… La “pampa” enorme, vasta, verde y eterna… Y “tandilia” de terreno oscilante que cae y vuelve a subir y vuelve a caer más atrás para volver a subir, como suaves ondas de un verde mar de tierra y pasturas. Ver cómo llega la noche, sin más ruidos que los del campo silencioso, frente a un enorme ventanal que se abre al tremendo campo del monasterio y por si fuera poco… en la Trapa.

Una brisa suave mece los árboles y el cielo se va tiñendo de negro. Llega la noche, la hora de la intimidad, en medio de este imponente silencio que invita a poner todo en Dios. A solas con Dios, a solas con el Amor.

A lo lejos se divisan las primeras estrellas que anuncian tenues un reinado que durará horas.

En la Trapa de Azul todo se apresta a dormir; todo menos el Amor. El Amor nunca duerme y quizás sea necesario pasar por la noche para aprender a dormir, sin que se duerma el amor.

Como no habíamos celebrado misa, al llegar le pedimos al hospedero, el hermano Omar, un horario para decir la Misa, y pudimos celebrar en una pequeña capillita junto a la Cripta, a las cinco de la tarde, antes de las Vísperas. Celebramos la Misa en honor a la Santísima Virgen María por ser la fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa. Concelebramos Gastón y yo con un monje anciano, el padre Pablo, que con muchísima piedad y humildad nos preparó y asistió en todo momento. Me impresionó la alegría de Padre Pablo; al finalizar la misa vi una expresión de alegría tan fuerte en su rostro que pensé: “¡cómo ha gozado de esta misa este hombre!” se le notaba feliz, muy feliz. Algo más para destacar: en la capilla del Rosario (donde celebramos la Misa) existe una especie de vitrina con cientos de relicarios y reliquias de santos… Había una de Rafael, un pedacito de hueso… Traje a la Trapa sólo Dios sabe cuántas intenciones. Todas las puse en esa misa.

Después de celebrar la Eucaristía un hermoso momento de silencio en la Iglesia grande. Se acercaba la hora de las Vísperas, la oración de la tarde, y me gozaba ver entrar a los monjes con sus cogullas blancas de mangas y capuchas enormes. Entraban los monjes de a uno y con religiosa y profundísima reverencia saludaban la Presencia del Señor en el Sagrario, para ubicarse en su lugar en el coro. Todo el ambiente se iba preparando para un momento solemne: el canto de las Vísperas…

Y claro, escuchar los monjes cantar fue una experiencia renovadora. Esas voces entonando los salmos se elevan y elevan, porque son melodía que sube al cielo, y entonces el alma de quien lo reza (ya sea cantando o escuchando) también es llevada al cielo en misterio de comunión. Comunión con el salmista inspirado, comunión con Israel, comunión con toda la Iglesia que canta el mismo salmo al caer de la tarde en oración. Ese coro de monjes es un adelanto del cielo, un adelanto del canto eterno de los bienaventurados que se gozan en sólo Dios…

El día va cayendo y nos traen la cena a la hospedería. Cenamos con la luz del día, a las siete de la tarde, y a las siete y media rezamos las completas en la Iglesia con los monjes… Cómo no recordar al Beato Rafael, esa Salve frente a la Virgen en la Trapa fue la que lo decidió a hacerse trapense…

Al final del día entregamos todo lo que hay en el corazón y le pedimos a Dios que nos dé la luz para descubrir siempre su Presencia y su voluntad en nuestra vida, y fortaleza para seguirla.

“Te doy gracias Señor por tu amor, no abandones la obra de tus manos”

Esta mañana, pasadas las ocho y media, el padre Gastón pasó a buscarme por Santa María... Vinimos unos días de silencio y oración a la Trapa...

Trescientos cincuenta kilómetros de ruta, en el viaje alternamos las charlas profundas y alegres, con los recuerdos de siempre, la clásica compartida de sueños y preocupaciones... Viaje de mate y dialogo compartido, de rosario de misterios dolorosos. Una buena hamburguesa “full” (doble carne y doble queso) en Azul, y el último tramo hasta la Trapa…

Llegamos al Monasterio cerca de la una del mediodía y lo primero que hicimos, ni bien bajamos del auto, fue entrar en la Iglesia. Entré a ese templo como se entra al misterio, invadido por muchas sensaciones que no podría definir pero que podría sintetizar con las palabras gozo y paz… Buscamos al hospedero, el hermano Omar, que nos recibió con su sonrisa de trapense simple y bueno, con cara de que estaba en la mitad de una siesta que nuestra llamada interrumpió, pero con una expresión como si nuestra llegada fuera la alegría más grande de su día. Nos ubicamos en la hospedería y así, lentamente, entramos a silencio.

Por la tarde, un silencio sobrecogedor, el ruido a pampa es lo único que se oye, una verdadera sinfonía de pájaros que cantan sonidos bien distintos, pero muy armónicos… Alguna puerta se cierra a lo lejos, pasos por el pasillo, todos ruidos que parecen querer rendirse ante el tremendo silencio que se respira. Dios mismo llama a silencio...

La Trapa es esconderse con Cristo en Dios, es esconderse no para escaparse o evadirse, sino para escuchar más de cerca “Esa Voz”, Voz que llama, seduce, y cautiva, que hace posible todo lo que somos; Voz que le da sentido a todas las otras voces escuchadas y a todas las palabras dichas. Esconderse para escuchar la Voz. Para eso está la Trapa...

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