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sábado, 18 de enero de 2014

Textos de San Máximo El Confesor


Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Centurias sobre la Caridad

tercera centuria

51
Si, dedicándonos por largo tiempo a Dios cuidamos la parte  pasible del alma, no cederemos más a los asaltos de los pensamientos, sino que, considerando con más precisión sus causas y cortándolas, llegaremos a ser más clarividentes, de manera que se cumpla en nosotros el Mi ojo vio a mis enemigos y mi oído escuchará a aquellos que se levantan contra mí para hacerme mal[1].

52
Cuando veas que tu nous se ocupa piadosa y justamente de las ideas del mundo, sabe que también tu cuerpo permanece puro y sin pecado; cuando, en cambio, veas que el nous se da al pecado de pensamiento y no lo impides, sabe que también tu cuerpo no tardará mucho en caer en éstos.

53
Como el cuerpo tiene por mundo a las cosa, así también el nous tiene por mundo a las ideas; y como el cuerpo fornica con el cuerpo de la mujer, así también el nous fornica con la idea de la mujer mediante la imagen de su propio cuerpo: ve la forma de su propio cuerpo unida en el pensamiento con la forma de la mujer. Del mismo modo se venga en el pensamiento mediante la forma de su propio cuerpo de la forma del que lo afligió. Y así también para los otros pecados: Lo que el cuerpo hace en el mundo de las cosas, el nous lo realiza también en el mundo de las ideas.

54
No hay que temblar ni horrorizarse ni sorprenderse por el hecho de que Dios Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo juicio al Hijo[2]. El Hijo exclama: No juzguéis, para que no seáis juzgados; no condenéis para no ser condenados[3]. Y el Apóstol de modo semejante: No juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, y: En el juicio en que juzgas al otro, te condenas a ti mismo[4]. Los hombres, en cambio,  habiendo dejado de llorar sus pecados, substraen el juicio al Hijo y ellos mismo, como si fueran sin pecado, se juzgan y condenan uno al otro: y el cielo permaneció atónito por esto[5], la tierra tembló, pero ellos no se avergüenzan, habiendo llegado a ser insensibles.

55
El que se dedica a los pecados ajenos o por sospecha juzga al hermano, no ha iniciado aún la penitencia ni el discernimiento ni el conocimiento de las propias culpas, que son, en verdad, más pesadas que una masa de plomo de muchos talentos, ni comprende de dónde viene que un hombre se haga duro de corazón, amante de la vanidad y que busca la mentira. Por esto, como un insensato y andando en tiniebla, habiendo dejado sus propias culpas, va imaginándose aquellas ajenas, sean reales o sean imaginadas por sospecha.

56
El amor propio, como se ha dicho muchas veces, es causa de todos los pensamientos pasionales. De éste se engendran los tres pensamientos capitales de la concupiscencia: el de la gula, el de la avaricia y el de la vanagloria. De la gula nace el de la fornicación, de la avaricia, el de la avidez; de la vanagloria, el de la soberbia. Todos los otros siguen cada uno a los tres: el de la ira, de la tristeza, del resentimiento, de la acedia, de la envidia, de la maledicencia, y los restantes. Estas pasiones atan el nous a las cosas materiales y lo retienen en la tierra, como una piedra pesadísima encima de él, aún siendo el nous por naturaleza más ligero y ágil que el fuego.

57
Principio de todas las pasiones es  el amor propio; el fin es la soberbia. El amor propio es el amor irracional por el cuerpo; quien lo ha cortado, ha cortado conjuntamente todas las pasiones que nacen de él.

58
Como aquellos que engendran los cuerpos tiene afección a los que han nacido de ellos, así también el nous tiene una inclinación natural para sus razonamientos. Y así como a los padres más susceptibles de pasión los propios hijos, aún si son bajo toda consideración los más ridículos de todos, parecen los más amables y los más bellos, así también al nous insensato sus razonamientos, aún si son más malos que todos, parecen más sabios que todos, No así para el sabio los propios razonamientos; pero, cuando parece persuadido que son verdaderos y buenos, sobre todo entonces, no confía en su propio juicio, sino que escoge otros hombres sabios como jueces de sus razonamientos, para no correr o haber corrido en vano[6]; y de ellos recibe seguridad.

59
Cuando hayas vencido cualquiera de las pasiones más deshonrosas, por ejemplo gula o fornicación, ira, avidez, rápidamente caerá sobre ti el pensamiento de la vanagloria; y si vences a éste, le seguirá el de la soberbia.

60
Mientras todas las pasiones deshonrosas dominan al alma, el pensamiento de la vanagloria está lejos de ésta; pero apenas son vencidas todas las predichas pasiones, lo encadenan a ella.

61
La vanagloria, sea alejada sea presente, engendra soberbia; alejada, produce presunción; presente, arrogancia.

62
El obrar ocultamente quita la vanagloria; el atribuir a Dios las buenas acciones, la soberbia.

63
El que ha sido hecho digno del conocimiento de Dios y ha gozado abundantemente de este gozo, ese desprecia todos los placeres que nacen de la potencia concupiscible.

64
El que desea las cosas terrenas desea los alimentos o lo que sirve a los placeres sexuales o gloria humana o riquezas o cualquier otro que sigue a estas cosas; y si el nous no encontrase algo mejor que esto a lo cual volver el deseo, no se persuadiría jamás en despreciar totalmente estas cosas. Incomparablemente mejor que ellas es el conocimiento de Dios y de las cosas divinas.

65
El que desprecia los placeres los desprecia o por temor o por esperanza o por conocimiento y amor de Dios.

66
El conocimiento sin pasión de las cosas divinas no mueve al nous a despreciar totalmente las cosas materiales, sino que lo asemeja al pensamiento simple de una cosa sensible. Por esto es posible encontrar muchos hombres que tienen mucha ciencia y se revuelcan como puercos en el barro de las pasiones de la carne[7]. Tras haber sido purificados un poco por su diligencia y haber obtenido el conocimiento, vueltos luego negligentes, se han hecho semejantes a Saúl, el cual, considerado digno del reino y habiendo gobernado indignamente, fue expulsado de él con terrible ira.

67
Como el pensamiento simple de las cosas humanas no obliga al nous a despreciar aquellas divinas, así tampoco el simple conocimiento de las cosas divinas lo persuade a despreciar totalmente aquellas humanas, por eso la verdad está en sombras y figuras. Y por esto hay necesidad de la bienaventurada pasión de la santa caridad, que liga el nous con las contemplaciones espirituales y lo persuade a preferir las cosas inmateriales a aquellas materiales y las cosas espirituales y divinas a aquellas sensibles.

68
El que ha cortado totalmente las pasiones y ha vuelto simples los pensamientos, no los ha vuelto aún completamente a las cosas divinas, sino que puede no estar inclinado ni a las cosas humanas ni a aquellas divinas; lo que sucede a quien se dedica sólo a la vida activa y no ha sido hecho digno aún del conocimiento, el cual se abstiene de las pasiones por el temor al castigo o por la esperanza del reino.

69
Por la fe caminamos, no por visiones, y tenemos el conocimiento en espejos y en enigmas. Por eso tenemos necesidad de mucho ejercicio en estas cosas, para que por una detenida meditación y familiaridad con ellas hagamos inalterable la posesión de las contemplaciones.

70
Si, después de haber cortado un poco las causas de las pasiones, nos dedicamos a las contemplaciones espirituales, pero no aplicándonos continuamente a ellas, durante esta misma ocupación nos volveremos fácilmente de nuevo a las pasiones de la carne, no recogiendo de ello fruto alguno, si no un simple conocimiento con presunción, cuyo fin será el oscurecimiento gradual del conocimiento y el retorno total del nous a las cosas materiales.
71
La pasión reprochable del amor entretiene al nous en las cosas materiales; la pasión laudable del amor lo liga con las cosas divinas. En aquellas cosas en la cual se entretiene, el nous se habitúa también a explanarse; en aquellas en las cuales se extiende, a volver aún el deseo y el amor a ellas, sea a las cosas divinas e intelectuales que le son propias sea a las cosas y a las pasiones de la carne.

72
Dios creó el mundo invisible y el visible, y Él hizo también el alma y el cuerpo. Y si este mundo visible es tan bello, ¿cómo será, entonces, el invisible? Si aquel pues es mejor que éste, ¿cuánto superior a los dos será Dios que los creó? Si, pues, el creador de todas las cosas bellas es mejor que todas las creaturas, ¿por qué motivo el nous, dejado aquello que es mejor que todo, se dedica a lo que es peor que todo? -hablo de las pasiones de la carne-, ¿no es quizá porque, vuelto y habituado desde el nacimiento a esta meta, no ha alcanzado aún una perfecta experiencia de Aquel que es mejor y superior a todo? Si con un prolongado ejercicio[8] de dominio sobre los placeres y de meditación de las cosas divinas lo arrancamos gradualmente de tal condición, progresando poco a poco se extenderá en las cosas divinas y reconocerá su propia dignidad y finalmente transferirá todo su deseo hacia lo divino.

73
El que, sin pasión, dice el pecado del hermano lo dice por dos razones: o para corregirlo o para provecho de otro. Si lo dice fuera de estas dos razones, sea a él sea a otro, lo dice para ultrajarlo o para herirlo y no podrá huir al abandono de Dios, sino que caerá absolutamente en uno u otro pecado y, rechazado y ultrajado por otros, será avergonzado.

74
No es único el motivo del que comete en acto el mismo pecado, sino que son diversos. Por ejemplo una cosa es pecar por hábito, y otra por sorpresa; éste no tenía conciencia ni antes ni después del pecado, pero se duele vivamente de lo que ha sucedido; el que peca por hábito, por el contrario: aún antes no cesaba de pecar con el pensamiento y, cometido el acto, tiene la misma disposición.

75
El que busca las virtudes por vanagloria, evidentemente busca también el conocimiento por vanagloria. Ése no hace o dice nada para edificación, sino que en todo busca la gloria de parte de quienes lo ven o escuchan. La pasión se revela cuando cualquiera de los predichos critica sus obras o sus palabras y por esto se entristece grandemente, no porque aquellos no sean edificados, -pues no tenía eso por objetivo-, sino porque él mismo es despreciado.
 

Notas:
[1] Sal  91, 12.
[2] Cf. Jn  5, 22.
[3] Mt  7, 1 y Lc  6, 37.
[4] 1 Co  4, 5 y Rm  2, 1.
[5] Jr  2, 12.
[6] Cf.  Ga  2, 2.
[7] Cf.  2 P  2, 22.
[8] ascesis

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