Queridos amigos y hermanos del blog: estos días de Cónclave han sido días especiales de oración para toda la Iglesia, y para mí, lo han sido dentro del marco de estar realizando mis Ejercicios Espirituales del presente curso. Somos poco más de una docena de sacerdotes, acompañados por la prédica y la dedicación del Arzobispo de Pamplona y Tudela, Don Francisco Pérez González, quien con buen tino, al ser comunicado de la fumata blanca, nos invitó a “romper el silencio” propio de estos días de oración y nos congregamos frente a un televisor con el corazón expectante ante el inminente conocimiento del nuevo Papa.
Yo que ya he vivido y recuerdo vivamente el comienzo del Pontificado del inolvidable Beato Juan Pablo II y de nuestra queridísimo Papa Emérito Benedicto XVI, estaba expectante, pero quizás como muchos localizado en los nombres que eran “quiniela oficial” y, por supuesto, fui gratamente sorprendido al escuchar el nombre del hasta hoy Cardenal Primado de Buenos Aires, Don Jorge Mario Bergoglio, SJ.
Aquel Obispo querido, respetado y admirado, es desde hoy Su Santidad Francisco, primer papa jesuita de la historia de la Iglesia, primer papa latinoamericano de la historia de la Iglesia, y argentino como yo. El Obispo predicador y los sacerdotes ejercitantes volvieron su mirada hacia mí (único argentino presente) y comenzaron a saludarme y felicitarme, y luego de escuchar todos con respeto y veneración sus primeras palabras y su primera bendición papal me comenzaron a preguntar si lo conocía y que contara algo de él. Cosa que haré ahora en algunos párrafos de este escrito.
La Ciudad de Buenos Aires o Ciudad Autónoma de Buenos Aires ―también llamada Capital Federal por ser sede del gobierno federal― es la capital de mi país, la República Argentina. Tiene, junto a su conglomerado urbano casi 13 millones de habitantes; siendo la mayor área urbana del país, la segunda de Sudamérica y del hemisferio sur, y una de las 20 mayores ciudades del mundo. Viajar de un lugar a otro en el centro de la misma nos lleva a coger el “subte” (como llamamos los argentinos al Metro) y fue en el subte donde le ví por primera vez. Allí estaba viajando como uno más entre muchos otros, ante la cara de sorpresa de muchos que no podían creer ver al Arzobispo de Buenos Aires, viajando en el transporte urbano como cualquier ciudadano. Y, ante el acercamiento de algunos que le saludaban su despedida para con todos era igual: una gran sonrisa y su clásico: “Rece por mí”.
El Jueves Santo de 2001, tuve la oportunidad de estar presente en la Misa que celebró en el Hospital Muñíz, y donde le lavó los pies a 12 enfermos de Sida. Recuerdo que para redactar el Comunicado de Prensa, le pregunté ¿Por qué eligió el hospital para celebrar el Jueves Santo? Él respondió con sencillez evangélica lo siguiente: “La sociedad se olvida de los enfermos y de los pobres. Por eso he preferido ir a lugares donde las personas padecen algún sufrimiento. El año último estuve en la cárcel con los presos y este año aquí, con los enfermos.” Y luego agregó algo que me impresionó muchísimo: "Como sacerdotes queremos poner en las manos del Señor, como una ofrenda santa, nuestra propia fragilidad, la fragilidad de nuestro pueblo, de la humanidad entera: sus desalientos, heridas y lutos, para que ofrecida por él se convierta en Eucaristía, el alimento que fortalece nuestra esperanza". Y por supuesto, al despedirse de cada enfermo le decía casi al oído su clásico: “Rece por mí”.
En el año 2003 el Obispo de mi Diócesis me propuso para ser Secretario Ejecutivo de la Comisión de Comunicación Social del Episcopado Argentino y fue allí donde le conocí ya de otra manera. El día que recibí mi nombramiento firmado por él (ahora tendré que ponerlo en un cuadro con un marco importante y en un lugar de preferencia) , me acerqué a su despacho para agradecerle el gesto de confianza hacia mi persona y ministerio. El encuentro fue cálido, de pocas palabras como es habitualmente él, pero profundamente sentido. Me auguró un buen trabajo durante mi gestión, y al despedirle, besando su anillo, escuche de sus labios su clásico “Reza por mí”.
Durante el período de mi servicio en ese ministerio tuve la oportunidad de estar con él en reiteradas oportunidades, en reuniones o celebraciones especiales. En tales momentos –como me tocaba la organización de dichos actos- siempre esperaba las indicaciones pertinentes y las cumplía luego con delicadeza y sencillez. En esos tratos de cercanía me quedó siempre esta impresión: la de estar delante de un hombre con una profunda vida interior; hombre de silencios, pero con fuertes resonancias de una presencia muy viva de Dios en su interior. Y siempre, luego de cada encuentro o celebración, su clásico “Reza por mí”.
Los años pasaron y ya estando en España, fui a Argentina en el mes de marzo de 2010 y estando en Buenos Aires fui a celebrar la Santa Misa en la Parroquia del “Patrocinio de San José”, (parroquia muy querida por mí porque durante muchos años allí celebraba los sábados por la mañana las misas para los Grupos de Oración del Padre Pío). Llegué para concelebrar en la Misa principal de la Fiesta de San José y allí en la sacristía entre muchos sacerdotes que estabamos hablando y saludándonos había uno –que ya estaba revestido- y que ante un Cristo Crucificado como sí sólos estuvieran, estaba en el más profundo recogimiento: era el Cardenal Bergoglio. Su homilía fue contundente, y todos los que estuvimos presentes tuvimos una experiencia de San José tan fuerte y tan vivencial, que salidos de esa misa sintiendo la presencia paternal y eficaz del Glorioso Patriarca. Luego de la Misa me acerqué a saludarlo, y preguntándome que era de mi vida ya que hacía tiempo que no me veía, le comenté de mis estudios de post-grado en España, especialmente en el estudio de Santa Teresa de Jesús, y me dijo entonces: “hacéle caso a la Santa Inquieta y Andariega, y pídele a San José que sea tu Padre en todo momento y circunstancia de la vida”. Y luego de un respetuoso abrazo, una vez más escuché su clásico “Reza por mí”.
Y en esta noche del 13 de marzo de 2013, viéndolo por televisión, ya convertido en el Santo Padre Francisco, le escuché decir: “Y ahora querría dar la bendición si bien antes les pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, les pido a ustedes recen al Señor para que me bendiga. Porque es la oración del pueblo pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración vuestra por mí”. O sea, una vez más y siempre su clásico... “Recen por mí”.
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