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jueves, 26 de diciembre de 2013

Temor de Dios

       

 


entre el cielo y la tierra
 
 
En la Biblia, el «temor de Dios» es la actitud del hombre que tiene la experiencia de la presencia de Dios: se siente superado y experimenta un cierto temor. Es una manera de expresar el sentido de lo sagrado, de la trascendencia de Dios. Por tanto, es algo distinto del miedo ante un peligro, ante el sufrimiento o la muerte.

El temor o la fe

Cuando los israelitas vieron el ejército egipcio lanzado en su persecución, ante el mar Rojo, «clamaron llenos de terror». Pero Moisés les pidió: «No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor» (Ex 14,13). Pero al final del relato, el autor concluye: «Israel (…) temió al Señor, y puso su confianza en él y en Moisés, su siervo» (Ex 14,31): este temor de Dios no es miedo, sino, por el contrario, la experiencia de Dios presente y actuante, la fe* confiada.
En la experiencia religiosa, lo sagrado es a la vez aterrador y fascinante; de ahí los dos tipos de experiencia que designa el «temor de Dios». Bien el temor servil, el del esclavo que tiene miedo de su amo, de quien se teme la cólera y el castigo; bien el temor admiración ante la presencia y la acción de Dios, reconocidas en un acontecimiento extraordinario que pasma al hombre y le hace sentir su pequeñez. Por ejemplo, durante el éxodo* y la conquista, Israel siente el temor admiración, pero los otros pueblos sienten pavor y terror (Ex 15,11 y 14-16). En los textos bíblicos antiguos, los israelitas conocían también el temor servil; así Jacob después del sueño de Betel (Gn 28,17) o Moisés ante la zarza ardiente (Ex 3,6). Y durante la teofanía del Sinaí: «El pueblo temblaba y se mantenía a distancia. Entonces dijeron a Moisés: Háblanos tú y te escucharemos, pues si nos habla el Señor moriremos. Moisés respondió al pueblo: No temáis, que el Señor ha venido sólo para ponernos a prueba, para que le respetéis y no pequéis» (Ex 20,18-20).

El temor del Señor

Pero a lo largo de los siglos, gracias a los profetas y a los sabios, el «temor de Dios» va a convertirse en una experiencia positiva, sinónimo de religión, de fe: temor de Dios significa entonces adorarlo y obedecerlo: «Dichoso el hombre que teme al Señor y cumple sus preceptos» (Sal 112,1); «Honrarás al Señor, tu Dios, lo servirás, te adherirás a él» (01 10,20). Los sabios no dudan en decir que «el temor del Señor es el principio de la sabiduría*» (Prov 9,10). La expresión «temeroso de Dios» adquiere, por otra parte, un sentido preciso en los albores de la era cristiana: designa a un pagano convertido que se ha hecho «adorador» del Dios de Israel, pero no circuncidado, como el centurión Camelia (Hch 10,2.22).

En el Nuevo Testamento

Se encuentran las mismas expresiones. Cuando Jesús resucitado se aparece a sus discípulos, éstos están «aterrados y llenos de miedo» (Lc 24,37). Pero el temor servil no tiene lugar en una vida de fe (1 Jn 4,18). En efecto, ser cristiano implica la libertad de responder al amor de Dios no como esclavos, sino como hijos (Rom 8,15). El temor de Dios es el sentimiento legítimo que todo cristiano puede sentir ante la distancia que le separa del amor infinito de Dios. Entonces subsiste el temor de ofender a Dios, de apartarse de sus preceptos y de alejarse de él. En este sentido, el temor de Dios es uno de los dones del Espíritu Santo (cf. ls 11,3).

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