Hoy el profeta es entendido como un adivino capaz de predecir el futuro; pero éste no es el sentido bíblico del término. La palabra hebrea nabí (de sentido oscuro) fue traducida al griego por pro-fetés: «el que habla ante», es decir, en nombre de alguien. Los profetas de la Biblia son los portavoces de Dios ante el pueblo. Hacen pocas predicciones, pero muchas predicaciones, que se llaman «oráculos».
En el Antiguo Testamento
Se distinguen dos tipos de profetas: aquellos de los que hablan los relatos históricos, como Moisés, Elías y Eliseo, Samuel, Natán, etc., y aquellos de los que se han guardado por escrito sus oráculos (los «profetas escritores»). Entre éstos se habla de los cuatro «mayores» (libros bastante largos): lsaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, y los doce «menores» (libros pequeños): Oseas, Amós, Jonás y los demás. Los profetas escritores se sucedieron desde el siglo VIII al v (antes, durante y después del exilio).
Portavoces.
Varios profetas narran su vocación, su llamada por Dios, a través de una visión o una palabra (Is 6); son enviados a pesar de sus reticencias (Jr 1,4-9). Tienen la convicción de estar al servicio de una palabra* de Dios que hay que transmitir (Jr 26,1016). Esto les aporta alegría (Ez 3,1-3), pero también sufrimientos, pues su mensaje es frecuentemente rechazado y ellos mismos perseguidos (Jr 15,16-18). Reciben esta palabra en visiones interiores que narran (Jr 1,11-15). Expresan mensajes: sus oráculos comienzan por: «Así dice el Señor .. », y son resaltados o acaban con: «Oráculo del Señor». Su lenguaje es con frecuencia cadencioso, muy gráfico, con palabras fuertes para sorprender a los oyentes e impedirles olvidar lo que han escuchado. Algunos se expresan también con «gestos proféticos», que intrigan y provocan la reflexión (Ez 5,1; 12,1-7).
Hombres de la Alianza*.
Vinculados a la tradición de su pueblo, los profetas hablan en el nombre del Señor para recordar a Israel su verdadera identidad y su misión. Denuncian tanto la idolatría como la injusticia en la vida social o las alianzas políticas con potencias extranjeras y, por tanto, con sus dioses. Antes del exilio (Amós, Oseas, Isaías, Jeremías), anuncian sobre todo «oráculos de juicio*», denunciando las faltas y anunciando el castigo: una invasión enemiga y el exilio. Llaman a Israel a la conversión, pues es la única manera de evitar el juicio de Dios que amenaza. Por el contrario, a partir del exilio (Ezequiel, el Déutero-Isaías = Is 40-55) pronuncian sobre todo «oráculos de salvación», anunciando la liberación, la restauración y un futuro lleno de esperanza. Piensan que el papel de Israel es el de ser testigo de Dios entre las naciones.
En el Nuevo Testamento
Jesús fue entendido como un profeta (Lc 24,19), y él mismo se presenta como tal (Lc 13,33-34). Inaugura su ministerio citando a Isaías 61 (Lc 4,16-21). A Lucas le gusta presentar a Jesús como el nuevo Elías (ej. Lc 7,11-16). Mateo cita diez oráculos de profetas para mostrar que Jesús es el Mesías esperado: «Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta… » (Mt 1,22; 2,5.15.17, etc.). Juan afirma que Jesús es mucho más que un profeta: es la misma palabra de Dios, el Verbo encarnado (Jn 1,14).
En las primeras comunidades existen profetas (1 Cor 12,28; Hch 13,1-2); inspirados por el Espíritu Santo, «edifican, exhortan y alientan» (1 Cor 14,1-5), aplicando los oráculos de los profetas y las palabras de Jesús a circunstancias o a personas precisas.
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