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Pedro Canisio, Santo |
Doctor de la Iglesia
San Pedro Kanijs nació en Nimega, Holanda, en 1521, y puede ser definido como un hierrro colocado entre el yunque y el martillo, es decir, blanco de la irritación que su clara predicación suscitaba en los ambientes protestantes, y de la malevolencia que la envidia le procuraba entre los mismos compañeros de religión. Hijo del alcalde de Nimega, Pedro Kanijs, latinamente Canicius, tuvo la posibilidad de frecuentar óptimas escuelas: derecho canónico en Lovaina y derecho civil en Colonia.
En esta ciudad le gustaba pasar el tiempo libre en el monasterio de los cartujos. Nadie sospechaba que el joven abogado, al que el padre le habia garantizado apoyo en su profesión, llevara debajo del vestido un cilicio. La lectura del breve opúsculo de los Ejercicios Espirituales, que hacía poco había escrito San Ignacio, determinó el cambio decisivo de su vida: terminada la piadosa práctica en Maguncia bajo la dirección del Padre Faber, entró en la compañia de Jesús y fue el octavo jesuita en profesar los votos solemnes. En la joven congregación pudo cultivar sus estudios preferidos y su amor por la erudición; a él se debe la publicación de las obras de San Cirilo de Alejandria, San León Magno, San Jerónimo y Osio de Córdoba.
Vivió en pleno clima de reforma y contrarreforma. Tomó parte activa en
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Pedro Canisio, Santo |
el concilio de Trento, como teológo del cardenal Truchsess y consejero del Papa. Se distinguió por la profundidad de su cultura teológica, por su celo y actividad, pero también por el espíritu concialiador. San Ignacio lo llamó a Italia, luego lo envió a Sicilia a fundar el primero de los famosos colegios, después a Bolonia a enseñar teología, para volverlo a enviar a Alemania, en donde durante treinta años, como superior provincial, empleó sus mejores energias en una época tan difícil marcada por la ruptura de la iglesia protestante. Se lo llamó con razón segundo apóstol de Alemania (el primero fue San Bonifacio).
Como escritor no sólo se dedicó a las obras de erudición, sino también y sobre todo a las catequéticas, adaptando la enseñanza a las capacidades de pequeños y de grandes. San Pio V le ofreció el cardenalato, pero Pedro Canisio 1e pidió al Papa que lo dejara en su humilde servicio a la comunidad, empleando el tiempo en la oración y en la penitencia. Murió en Friburgo (Suiza) el 21 de diciembre de 1597. En 1925 fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia.
San Pedro Canisio (1521-1597) Doctor de la Iglesia Fiesta: 21 de diciembre Pedro Kanjis (latín: Canisius), teólogo jesuita holandés, predicador, escritor, Doctor de la Iglesia, llamado "el segundo evangelizador de Alemania" (el primero siendo San Bonifacio), llamado también "Martillo de los herejes" por la claridad con que demolía los errores de los protestantes, entre los iniciadores de la prensa Católica. Devoto del Corazón de Jesús Uno de los primeros jesuitas devotos al Corazón de Jesús, se sintió impulsado a buscar a Cristo en el Santísimo Sacramento luego de sus últimos votos y a agradecerle al Cristo presente por la gracia que había recibido de Su Sagrado Corazón de posibilitarle continuar su misión en Alemania. "no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
Historia-Adaptada de La Vida de los Santos de Butler.
San Pedro Canisio, el segundo apóstol de Alemania, despues de San Bonifacio. Se le venera como uno de los creadores de la prensa católica. Además, fue el primero del numeroso ejercito de escritores jesuitas.
Nació en 1521, en Nimega de Holanda, que dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo mayor de noble Jacobo Kanis. Aunque Pedro tuvo la desgracia de perder a su madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una segunda madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que él mismo se acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos inútiles; pero, dado que a los diecinueve años obtuvo el grado de Maestro en Artes, en Colonia, resulta difícil creer que haya sido muy perezoso.
Por complacer a su padre, Pedro estudió algunos meses el derecho canónico en Lovaina; pero, al caer en la cuenta de que ésa no era su verdadera vocación, hizo voto de castidad y volvió a Colonia a enseñar teología. La predicación del Beato Pedro Fabro, miembro del grupo original de jesuitas, había despertado gran interés en las ciudades del Rin. Bajo su dirección, Canisio hizo los Ejercicios de San Ignacio, en Mainz y durante la segunda semana prometió a Dios ingresar en la Compaña de Jesús. Entró en el noviciado y pasó varios años en Colonia, consagrado a la oración, al estudio, a visitar a los enfermos y a instruir a los ignorantes. El dinero que recibió como herencia a la muerte de su padre lo dedicó en parte a los pobres y en parte al mantenimiento de la comunidad. Fue el octavo jesuita en hacer los votos solemnes.
Canisio había empezado ya a escribir. Su primera publicación había sido la edición de las obras de San Cirilo de Alejandría y San León Magno. Después de su ordenación sacerdotal, comenzó a distinguirse en la predicación. Había asistido a dos sesiones del Concilio de Trento, una en Trento y otra en Bolonia, como teólogo del cardenal Truchsess y consejero del Papa. Se distinguió por la profundidad de su cultura teológica, por su celo y actividad, pero también por el espíritu conciliador. De ahí le llamó San Ignacio a Roma, donde le retuvo cinco meses, en los que Canisio dio pruebas de ser un religioso modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a desempeñar cualquier oficio. Fue enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela de los jesuitas de la que la historia guarda memoria, pero al poco tiempo volvió a Roma a hacer su profesión religiosa y a desempeñar un cargo más importante.
Recibió la orden de volver a Alemania, pues había sido elegido para ir a Ingolstadt con otros dos jesuitas, ya que el duque Guillermo de Baviera había pedido urgentemente algunos profesores capaces de contrarrestar las doctrinas heréticas que invadían las escuelas. No sólo tuvo éxito Canisio en la reforma de la Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego vicecanciller, sino que, con sus sermones, consiguió la renovación religiosa, en la que también colaboró con su catequesis y su campaña contra la venta de libros inmorales. Grande fue el duelo general cuando el santo partió a Viena, en 1552, a petición del Rey Fernando, para emprender una tarea semejante. La situación en Viena era peor que en Ingolstadt. Muchas parroquias carecían de atención espiritual, y los jesuitas tenían que llenar las lagunas y enseñar en el colegio recientemente fundado. En los últimos veinte años no hubo una sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban abandonados; las gentes se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas; el noventa por ciento de la población había perdido la fe y los pocos católicos que quedaban, practicaban apenas la religión. San Pedro Canisio empezó por predicar en iglesias casi vacías, en parte por el desinterés general, o bien porque su alemán del Rin resultaba muy duro para los oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño del pueblo por la generosidad con que atendió a los enfermos y agonizantes durante una epidemia. La energía y espíritu de empresa del santo eran extraordinarios; se ocupaba de todo y de todos, lo mismo de la enseñanza en la universidad, que de visitar en las cárceles a los criminales más abandonados.
El Rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen querido nombrarle arzobispo de la sede vacante de Viena, pero San Ignacio sólo permitió que administrase la diócesis durante un año, sin el título ni los emolumentos de arzobispo. En vez del cardenalato que el papa le ofreció Pedro Canisio prefirió el humilde servicio a la comunidad, empleando el tiempo en la oración y en la penitencia.
Pionero de la prensa católica
Se le reconoce como pionero de la prensa católica, siento el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas. Por aquella época, San Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o "Resumen de la Doctrina Cristiana", que apareció en 1555. A esa obra siguieron un "Catecismo Breve" y un "Catecismo Brevísimo", que alcanzaron enorme popularidad. Dichas obras serían para la contrarreforma Católica lo que los catecismos de Lutero habían sido para la Reforma Protestante. Fueron reimpresos más de doscientas veces y traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el escocés de Braid, el hindú y el japonés) en vida del autor. Ayudó a formar varias editoriales católicas.
El santo nunca trató a los protestantes con falta de caridad. Se limitó a clarificar sus errores para el bien de todas las almas. Supo ser caritativo y amable con los herejes y al mismo tiempo incisivo y claro contra las herejías. Su recomendación a los sacerdotes: "no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
En Praga, a donde había ido a fundar un colegio, se enteró con gran pena de que había sido nombrado provincial de una nueva provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y Bohemia. Inmediatamente escribió a San Ignacio: "Carezco absolutamente del tacto, la prudencia y la decisión necesarias para gobernar. Soy orgulloso y apresurado por temperamento, y mi falta de experiencia me hace totalmente inepto para el oficio de provincial". Pero San Ignacio sabía lo que hacía. En los últimos años que pasó en Praga, Pedro Canisio devolvió la fe a gran parte de la ciudad, y el colegio que fundó era tan bueno, que aun los protestantes enviaban a él a sus hijos. En 1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la discusión entre teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha conferencia, aunque estaba convencido de que ese tipo de reuniones provocaban disputas que no hacían más que ensanchar el abismo que separaba a los cristianos. Es imposible escribir aquí los numerosos viajes de su provincialato y sus múltiples actividades. El P. Brodrick calcula que, entre 1555 y 1558, recorrió diez mil kilómetros a pie y a caballo y que, en treinta años, anduvo cerca de treinta mil kilómetros por Alemania, Austria, Holanda e Italia. Para responder a quienes decían que trabajaba demasiado, solía decir: "Quien tenga demasiado qué hacer será capaz de hacerlo todo con la ayuda de Dios", otras veces decía: "Descansaremos en el cielo".
Además de los colegios que fundó o inauguró, dispuso la fundación de muchos otros. En 1559, a instancias del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis años. Ahí reavivó una vez más la llama de la fe, alentando a los fieles, tendiendo la mano a los caídos y convirtiendo a muchos herejes. Además, convenció a las autoridades para que abriesen de nuevo las escuelas públicas, que habían sido destruidas por los protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo posible por impedir la divulgación de los libros inmorales y heréticos, divulgaba en cuanto podía los libros buenos, ya que comprendía, por intuición, como aumentaba la importancia de la prensa. En aquella época recopiló y editó una selección de las cartas de San Jerónimo, el "manual de los Católicos", un martirologio y una revisión del Breviario de Augsburgo. En Alemania se reza todavía, los domingos, la oración general compuesta por el santo. Al fin de su provincialato, San Pedro residió en Dilinga de Baviera, donde los jesuitas tenían un colegio y dirigían la universidad. Además, ahí residía también el cardenal Otón de Truchsess, que desde hacía largo tiempo era íntimo amigo de San Pedro Canisio. El santo se dedicó sobre todo a la enseñanza, a oír confesiones y a escribir los primeros libros de una colección que había comenzado por orden de sus superiores. Dicha obra tenía por fin responder a una historia del cristianismo, muy anticatólica, que habían publicado recientemente los escritores protestantes, conocidos con el nombre de "Centuriadores de Magdeburgo". Canisio continuó su obra mientras desempeñaba el cargo de capellán de la corte en Innsbruck y sólo la interrumpió en 1577, a causa de su mala salud. Sin embargo, seguía tan activo como siempre, pues predicaba, daba misiones, acompañaba al provincial en sus visitas y aun desempeñó, durante algún tiempo, el puesto de viceprovincial.
En 1580 se hallaba en Dilinga, cuando recibió la orden de ir a Friburgo de Suiza. Dicha ciudad, que se hallaba situada entre dos regiones muy protestantes, quería que se fundase desde hacía mucho tiempo un colegio católico, pero, además de otros obstáculos que oponían a la empresa, carecía de fondos suficientes para realizarla. En pocos años venció San Pedro Canisio esos obstáculos y consiguió dinero, eligió el sitio y supervisó la erección del espléndido colegio que es en la actualidad la Universidad de Friburgo, aunque nunca fue rector ni profesor en él. Además del interés con que seguía los progresos del colegio, su principal actividad, durante los ocho años que pasó en Friburgo, fue la predicación; los domingos y días de fiesta predicaba en la catedral y, entre semana, visitaba los pueblos del cantón. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que a San Pedro Canisio se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época tan crítica. Al final, la debilidad de su cuerpo obligó al santo a renunciar a la predicación. En 1591, un ataque de parálisis le puso a las puertas de la muerte, pero se rehizo lo suficiente para seguir escribiendo, con la ayuda de un secretario, hasta poco antes de su muerte. Depués de haber rezado el Santo Rosario con varios jesuitas en Friburgo, el 21 de diciembre de 1597, de pronto exclamó lleno de alegría y emoción: "Mírenla, ahí está. Ahí está". Y murió. Era la Virgen Santísima que había llegado a llevárselo para el cielo.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia en 1925.
Una de las principales lecciones de su vida es el espíritu y el estilo de sus controversias religiosas. El mismo San Ignacio había insistido en la necesidad de dar "ejemplo de caridad y moderación cristiana en Alemania". San Pedro Canisio advertía que era un error "citar en una conversación los temas que antipatizan a los protestantes . . . , como la confesión, la satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los votos monásticos y las peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares. Necesitan leche, como los niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los dogmas sobre los que no estamos de acuerdo con ellos".
San Pedro Canisio se mostraba duro con los que propagaban la herejía y, como la mayor parte de sus contemporáneos, estaba dispuesto a emplear la fuerza para impedírselo. Pero su actitud era muy diferente con quienes habían nacido en el luteranismo o habían sido arrastrados a él. El santo pasó toda su vida oponiéndose a la herejía y tratando de restaurar la fe y la vida católicas. Sin embargo decía, hablando de los alemanes: "Es cierto que muchísimos de ellos abrazan las nuevas sectas y yerran en la fe, pero su manera de proceder demuestra que lo hacen más por ignorancia que por malicia. Yerran, lo repito, pero sin intención, sin deseo y sin obstinación". Según San Pedro Canisio, no había que enfrentarse ni siquiera a los más conscientes y peligrosos de los herejes "con aspereza y descortesía, pues ello no sólo es el reverso del espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar la rama desquebrajada y a apagar la mecha que humea todavía".
El caso del Padre CouvillonEl Padre Couvillon era muy duro y hostil y estaba alienando a sus compañeros y estudiantes. Pedro Canisio, siendo su superior, no permitió que ese defecto evidente del P. Couvellon le cegara ante los talentos que poseía. En vez de marginar a Couvillon le pidió que se quedara de maestro y lo nombro su secretario. Le dio buena dirección invitándolo a preocuparse menos de si mismo y mas de la oración y el trabajo. Así el buen padre logro hacer mucho bien.
Nota: No se ha probado que él haya sido el editor de los sermones de Juan Taulero, publicados en Colonia en 1543.
Bibliografía
Butler; Vida de los Santos Sálesman, Eliecer; Vidas de los Santos # 4 Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo para Cada Día
Oración:
San Pedro Canisio, que descubriste lo bueno de las personas mas difíciles. Tu encontraste sus talentos y los utilizaste. Ayúdame a ver mas allá de lo que me molesta para amarlos como Jesús y junto con ellos poder servirle. Amen
SAN PEDRO CANISIO
VIDA
Holandés de origen, hijo de ricos burgueses de Nimega, Pedro Canisio nació en el año de l52l, cuando, por una parte, Lutero rompía abiertamente con Roma, y por otra parte Ignacio de Loyola, herido en el sitio de Pamplona, rompía definitivamente con el mundo: doble cincidencia providencia, si se observa que el recién nacido iba a ser a la vez el primer hijo de San Ignacio en Alemania y el más temible de los adversarios de Lutero.
La muerte prematura de su madre, Egidia, marcó el alma del niño con un recuerdo imborrable: antes de expiar, la piadosa mujer hizo que todos los suyos prometieran permanecer inviolablemente fieles a la religión catótica.
Después de una formación literaria y filosófica primeramente en Arnheim, luego en Colonia, desde la edad de l9 años, el joven conquistó el grado de Maestro en Artes. También a esa edad buscaba él su camino hacia el porvenir. Es entonces, que refiere él mismo en sus Confesiones, cuando una voz misteriosa se hizo oíi en su oído: “Ve, enseña el Evangelio a toda creatura”. Resuelto, desde ese momento, a consagrarse al apostolado, comenzó por hacer voto de virginidad. Por condescender con los deseos de su padre, aceptó una canongía en Colonia, pero sin pretender ningún beneficio aclesiástico. Consintió en comenzar sus estudios de derecho, tanto civil como canónico; “pero -----agrega él mismo----- la teología mística y la verdad espiritual tenían mayor atrractivo para mi corazón, pues mi alma encontraba allí más substancia, un alimento más rico”. Bajo la dirección de un sacerdote eminente, Nicolás van Esche, en relación con el prior de los cantujos Juan Laudsperge, el joven clérigo se empeño desde esta época en el camino de la perfección cristiana, entregándose a la vez a importantes trabajos, pues una edición de las obras de Taulero, publicada en ese momento, lleva la firma de Pedro de Nimega, que a pesar de ciertas objeciones, probablemente debe identificarse con Pedro Canisio.
Decisivo fue el encuentro, en Maguncia, con uno de los primeros compañeros de San Ignacio, Pedro Fabre. Al concluir los ejercicios espirituales que hizo entonces, Pedro Canisio pisió su admisión en la Compañia de Jesús. Ordenado diácono en l544, y bachiller en teología, se inició en el misterio apostólico simultáneamente bajo diversas formas: cursos en la Universidad, predicaciones, ediciones o traducciones de obras teológicas. Luego, sin esperar más, se vio en lucha con el protestantismo. El arzobispo de Colonia, Hernann de Wied, estaba secretamente comprometido con la herejía. El joven diácono de 24 años fue el encargado de hacer las debidas representaciones ante el emperador Carlos V y su tío Jorge de Austria, arzobispo de Lieja, para obtener la deposición del apóstata y su substitución por un prelado digno.
Ordenado sacerdote en l546, el Padre Canisio fue inmediatamente distinguido por el Cardenal Otón-Truchsess, obispo de Augsburgo, que quiso hacerlo su teólogo cuando se le convocó para el Concilio de Trento. Con varios de sus hermanos de religión -----Laínez, Salmerón, Covillon y Le Jay----- a Canisio se le encargó la preparación de las definiciones dogmáticas relativas a los Sacramentos. Transferido muy pronto el Concilio a Bolonia, y luego aplazado, Canisio fue llamado a Roma por San Ignacio de Loyola, impaciente de conocer al brillante súbdito en el que fundaba grandes esperanzas para el porvenir de su Orden en Alemania. Tras de algunas semanas de intimidad con el santo fundador, y luego de algunos meses en Mesina enseñando retórica, el religioso fue admitido a la profesión solemne: hora jubilosa cuyas impresiones él mismo anota: “Ocultando a mi vista, por algunos instantes, el abismo sin fondo de mi indignidad, Vos, oh Jesús, me habéis mostrado cómo en Vos y por Vos se operan tales prodigios de la Gracia que nadie se atreverá jamás a revelar si no quiere exponerse al reproche de presunción. ¿Quién osaría decir, aun teniendo de ello conciencia con toda humildad, que Vos lo habéis escogido como un vaso de elección para llevar vuestro nombre a los pueblos y a los reyes? . . . ¡Y Vos, oh Divino Redentor, me habéis entreabieto vuestro sagrado Corazón, y me habéis permitido hundir en él mis miradas; Vos me habéis invitado a abrevar allí las aguas de la salvación, y ordenado beber en esta sagrada fuente!”
El campo de apostolado que la obediencia le asignó era precisamente aquel al que lo llevaban sus secretas aspiraciones: Alemania. A fin de estar en mejores condiciones de luchar contra los predicadores de la Reforma, se armó, en Bolonia, con el grado de doctor en teología.
Fue en la Universidad de Ingolstadt donde, a petición del suque de Baviera, se estableció desde luego Canisio con otros dos jesuitas, Le Jay y Salmerón. Muy pronto lo reclama Viena, donde el rey Fernando pensaba hacerlo obispo. Con la autorización de San Ignacio aceptó administrar la diócesis justamente durante un año. En Praga, en seguida, a pesar de la hostilidad de los husitas, fundó un gran colegio.
En l556 San Ignacio erigió la provincia de Alemania comprendiendo también los territorios de Austria y de Bohemia; y Canisio fue su primer titular: embrión de provincia que no contaba entonces sino con tres colegios -----Ingolstadt, Viena, Praga-----, pero que bajo el impulso de su provincial adquirió tal ímpetu que al cabo de catorce años, en el mismo territorio, la Compañia comprendía tres provincias, cada una con su noviciado, su escolasticado, muchos colegios y numerosas casas de misioneros.
En el coloquio de Worms (l557), donde se enfrentaron protestantes y católicos, canisio supo muy hábilmente poner en contraste las variaciones y las divisiones que caracterizaban al protestantismo con la unidad de doctrina y de disciplina que seguía siendo la regla del catolicismo. Luego, en la Dieta de Augsburgo (l566) se dedicó con gran éxito a resolver el conflicto entre el Papa Pío IV y el Emperador Fernando.
Habiendo ido a Roma para la elección del sucesor de San Ignacio a la cabeza de la Compañia de Jesús, Pío IV le confió a Canisio el cargo de Nuncio Apostólico con misión especial de promulgar y de hacer aplicar los decretos del Concilio de Trentoen Alemanis y en los Países Bajos. (l565-l566).
Sin embargo, el gobierno le pesaba. Después de trece años de provincialato obtuvo por fin el ser descaargado de él para poder consagrarse más enteramente a la obra que acababa de confiarle el Papa San Píio V: la refutación de las “Centurias de Magdeburgo”, historia eclesiástica tendenciosa y falcsificada, emprendida desde hacía algunos años por los protestantes (l567).
Retirado en el colegio de Dillengen, del que su propio hermano Thierry era el rector, dividió su actividad entre los trabajos de la predicación y los de escribir. Trabajo encarnizado, tanto más cuanto el autor, concienzudo y exigente hasta el exceso, se imponía la tarea de encontrar documentos y referencias y luego se dedicaba a recomponer constantemente sus escritos. A pesar de la ayuda que le proporcionaba todo un equipo de colaboradores, su salud se agotaba en tal batalla. Además, su provincial juzgó que el talento y el celo del santo religioso se emplearían más útilmente en publicaciones menos extensas y en lengua alemana que en la composición de obras doctrinales voluminosas y en latín (l578). Y cuando el obispo de Vercelli proyectó la fundación de un colegio en Friburgo, en Suiza, Canisio fue el designado para realizarlo (l580).
Una vez organizado el colegio y cedida a otro la dirección, Canisio se entregó a una vida totalmente apostólica: domingos y fiestas, predicaciones en la Catedral de San Nicolás; y entre semana, catecismo a los niños, instrucción a los pobres y a obreros, visitas a enfermos y encarcelados. Abrió escuelas para el pueblo y fundó bajo la invocaión de la Santísima Virgen dos Congregaciones, una de hombres y la otra de mujeres. La irradiación de su santidad hizo todavía más que su acción directa: consagraba a la oración cuatro horas y hasta siete diarias. Más de una vez sus superiores tuvieron que invitarlo a más moderación y prudencia en la penitencia y la mortificación. Gracias a él, el Cantón de Friburgo fue preservado de la herejía y aun hubo en él un verdadero renacimiento de la piedad católica.
Clavado por la enfermedad, seguía escribiendo, considerando esto como uno de los mejores instrumentos del apostolado. El superior general de la Compañia, el P. Aquaviva, le pidió que consignara por escrito los frutos de su experiencia, para que los alumnos del Colegio germánico la aprovecharan tanto para su santificación personal como para prepararse al apostolado. Al Prevoste del capítulo de Friburgo el santo religioso le comunicaba sus observaciones sobre el estudio de la teología el joven Francisco de Sales recurrió a sus consejos.
El final de Pedro Canisio fue digno de una vida tan bien empleada y marcada con la más auténtica santidad: “Bendecid conmigo al Buen Dios, le escribía a uno de sus hermanos de religión. El visita a un pobre viejo para enseñarle a orar. Una persona hidropesía me impide subir al altar y me retiene en mi cuarto, condenado a ser servido por mis hermanos: ¡heme aquí impotente e inútil en una casa en que el trabajo abunda!” Su agonía se prolongó durante cuatro meses sin cansar su paciencia: “Los dolores aumentaban: Dios sea alabado y dLos dolores aumentaban: Dios sea alabado y dénsele gracias”. Y cuando el Padre Rector fue a decirle: “Padre Pedro, el tiempo ha pasado; he aquí que Jesús viene a vos”, “Presente”, respondió el moribundo. Expiró esa misma tarde, el 2l de diciembre de l597.
Venerado desde luego como un santo, reputación que numerosos milagros obrados junto a su tumba acreditaron rápidamente, no fue, sin embargo, beatificado oficialmente antes de l864, y luego canonizado y puesto en el rango de Doctores de la Iglesia en l925.
La enseñanza de San Pedro Canisio ha revestido las formas más variadas por haberse dirigido a los más diversos medios. Y fue oral al mismo tiempo que escrita. Sin embargo, aparte de la cohesión impuesta por la exposición de la doctrina católica, la unidad de objetivo la marca también con un carácter particular: doctor y apóstol de su tiempo, San Pedro Canisio trató siempre de frenar la invasión del protestantismo y de promover la verdadera reforma católica. Con justicia se le ha llamado el campeón de la Contra-reforma.
Le escribía al Cardelal Truchsess: “Si Austria y Baviera, los dos más importantes países, si no los únicos, en que el catolicismo subsiste todavía, caen en el poder de los herejes, se acaba la Iglesia Alemana” (Epístolas, t. l). Ahora bien, fue a estos países a donde la Providencia lo envió; fue allí donde él desplegó todos los recursos de su genio y de su celo.primeramente acción sobre la juventud; porque “¡es de tan grande importancia una buena y cristiana educación!” decía él. Después de la muerte de Juan Eck, gran adversario de Lutero, el nivel de los estudios y de la disciplina habían bajado en la Universidad de Ingolstadt. Para levantar una y otra cosa, San Ignacio, a petición del duque de Baviera, envió a Pedro Canisio, quien en el curso de tres años despertó el amor por la teología y las otras ciencias y revivió la piedad, “la sinceridad de la vida junto a una sana erudición” (Ep., t. l). De Ingolstadt pasó a Viena, donde logró eso mismo. Y luego en Praga. Y a las Universidades que no contaban sino con una élite intelectual restringida agregó colegios más ampliamente abiertos a todos los jovenes, “porque, le escribía a San Ignacio, no conocemos ningún medio más apto para restablecer la Fe” (Ep., t. l). Se crearon “bolsas” para que la pobreza no fuese un obstáculo para la instrucción, y hogares para acoger a los niños indigentes, hogares adjuntos a los colegios. En Augsburgo el santo se hizo él mismo cuestor, a fin de poder albergar gratuitamente a docientos estudiantes. Atento a las directivas del Concilio de Trento, se esforzó en crear seminarios, “sin los cuales los obispos no llegarían jamás a remediar el mal actual”, decía él. Y colectaba dinero al mismo tiempo que reclutaba alumnos para el Colegio germánico fundado en Roma por San Ignacio.
Predicador tanto como profesor, misionero de masas populares tanto como educador de una juventud escogida, en dondequiera por donde pasó San Pedro Canisio dispensó la palabra de Dios, y esto durante un medio siglo. Instruido en la Sagrada Escritura y en la Tradició, claro sin ser agresivo respecto del error, con una elocuencia constituida sobre todo por la convicción, su predicación ganaba poco a poco las simpatías en los medios más recalcitrantes. En Augsburgo, donde se le oyó quizá con más frecuencia, no dudó en hablar primeramente ante unas cincuenta personas; luego, lentamente, el auditorio aumentó, y finalmente, retornos y conversiones se multiplicaron. Y los protestantes rabiaban: “Es un cínico ese Canisio, gritaba Malanchton; ese perro desgarra la Escrituras”.
Se ha representado a San Pedro Canisio con un catecismo enla mano y rodeado de niños: símbolo de una de sus preocupaciones mayores: la instrucción cristiana de los niños del pueblo. Y literalmente se hizo catequista, más allá de su país y de su siglo, con el “Resumen de la doctrina cristiana”, su obra capital, tan popular que se hicieron sinónimas estas dos expresiones: “Saber uno se catecismo es conocer a su Canisio”. Uno de sus contemporáneos, que fue también su hermano en religión y su émulo en santidad, el Cardenal San Roberto Belarmino, le rinde este homenaje: “Si yo hubiese conocido el pequeño catecismo de nuestro venerable y santo Padre Canisio cuando recibí de mis superiores la orden de componer un catecismo italiano, yo no me hubiera contentado ciertamente con hacer uno nuevo: simplemente habría traducido el de Canisio”.
Aunque nada tenía de un cortesano, el P. Canisio no ignoraba la influencia que ejercían la opinión y el ejemplo de los soberanos sobre la mentalidad de los puebos en una época en que la regla era el adagio que que “Cujus regio, illius religio”: “la religión de un país es la de su príncipe”. De aquí su acción junto a los soberanos, en particular los de Austria y Baviera: “Que por nuestros soberanos católicos se dissipen las pestes, se descarte a los fautores de herejías, se apaguen las causa de disensiones, se reconozca al Vicario de Cristo y pastor de la Iglesia, se restaure la tan deseada paz” (Ep., t. l). Después del fracaso del coloquio de Worms, en el que, a falta de argumentos había creído triunfar los herejes a fuerza de invectivas y de injurias, Canisio convencía a los príncipes de la inutilidad de tales discusiones y de la urgencia de hacer algo constructivo y de favorecer en todad partes la difusión de la doctrina católica.
Absolutamente respetuoso de la autoridad eclesiástica, honrando con la estimación y la amistad de muchos prelados, Pedro Canisio no temía sin embargo señalar los abusos y las deficiencias del clero y reclamar enérgicamente la reforma. Prueba de ello es el opúsculo que escribió en Ratisbona, por lo demás a instancias del Cardenal Truchsess: “El deber y la reforma del obispo”. Empresa dedicada cuyos resultados no siempre correspondieron a su celo: “Desesperante es la actitud de los clérigos cuando se trata de reforma: ven claramente el mal, pero rechazan el remedio”, escribía él desde Augsburgo (Ep. t. l). Por lo cual deseaba la reanudación del Concilio ecuménico como un “remedio necesario para la Iglesia”. Llamado él mismo como teólogo a Trento, allí presentó el Libelo de la reforma” que ya había dado a conocer al Nuncio apostólico en Viena. Después de la interrupción del Concilio, el emperador Fernando reunió en Innsbruck una comisión de teólogos a fin de estudiar ciertas cuestiones que habían quedado en suspenso. Canisio fue el alma de esta asamblea: partidario resuelto de reformas que se imponían en la Iglesia, no lo era menos de la independencia de ésta respecto de la autoridad civil. Sólo al Papa le correspondía el derecho de convocar el concilio así como de dirigir sus trabajos, de dictar medidas desciplinariar y de hacerlas aplicar por los legados de su elección; y si la Corte romana necesitaba de reformas, éstas no podían ser realizadas sino por la iniciativa del Soberano Pontífice mismo y no dictadas por una autoridad exterior, ni siquiera por el Concilio. Habiendo quedado en minoría en un punto particular, la comunión bajo las dos especies, Canisio tuvo que inclinarse ante la autorización arrebatada al Papa Pío lV. Momentáneamente, sin embargo, porque la experiencia le dio la razón: los abusos fueron tan inmediatos y tan flagrantes que tres años más tarde el Papa pío V tuvo que revocar la concesión hecha por su predecedor.
Entre los escritos que quedan como la acción póstuma de San Pedro Canisio, que aseguran su celebridad secular y hacen de él un Doctor de la Iglesia universal, están en primerísimo lugar sus catecismos. Porque no fue uno sino tres los catecismos que él compuso, denominados por él mismo “el mayor, el medio y el pequeño” (Ep., t. l). El Rey Fernando, deseoso de oponer un manual de la doctrina católica a las publicaciones protestantes que se repartían en sus estados, soñaba con una obra que comprendiera una suma teológica para la juventud de las universidades, un tratado de pastoral para el uso del clero y un catecismo al alcance del pueblo. Sólo la tercera parte, confiada a Pedro Canisio, pudo ser realizada. Fue publicada en latín bajo el título de “Suma de la doctrina cristiana bajo la forma de preguntas, para uso de la niñez cristiana, editada por orden y bajo la responsabilidad de su Majestad el Rey de Roma, de Hungría y de Bohemia, archiduque de Austria”. El l556 apareció en Viena una tradicción alemana. Diez años más tarde fue reeditada y considerablemente aumentada, mientras que se simplificaba su título: “Suma de la doctrina cristiana abundantemente expuesta en forma de preguntas”: este es el gran catecismo. La “Suma de la doctrina cristiana adaptada a la inteligencia de los sencillos” fue el pequeño catecismo publicado en Ingolstadt, en l565. En fin, el “Pequeño catecismo de los católicos”, llamado en otra edición “Catecismo católico necesario para la formación de la juventud en este siglo”, o también: “Instituciones de la piedad cristiana”, y el catecismo medio en la enumeración del autor mismo. Evidentemente es la misma doctrina en todas partes, pero más o menos desenvuelta según el púplico al que está destinado cada libro.
Conforme al Eclesiástico, l, 33, San Pedro Canisio concentra la doctrina cristiana alrededor de dos ideas fundamentales: la sabiduría y la justicia. La sabiduría comprende: l) la fe y el símbolo; 2) la Esperanza y la oración dominical; 3) la Caridad y el Decálogo; 4) la Iglesia y los Sacramentos. La justicia que consiste en evitar el mal y en hacer el bien, comprende a su vez: l) el pecado; 2) la virtud y las buenas obras; 3) los dones del Espíritu Santo y los consejos evangélicos. Todo está coronado por un tratado sobre las postrimerías. Un apéndice agrega además la doctrina del Concilio de Trento concerniente a la caída del hombre y la justificación; y de un cabo a otro domina el pensamiento de Cristo Redentor.
El método es el diálogo: preguntas cortas, incisivas, y respuestas más extensas. Nada de ataques directos contra las herejías, nada de polémica, sino una simple y clara exposición de la verdad católica.
Desde muy al principio (l569) el catecismo de San Pedro Canisio lo completó el P. Pedro Buys, quien agregó el texto íntegro de citas escriturarias y patrísticas a las que el autor había hecho tan sólo una referencia.
“Quizá ninguna obra, con exepción de la Biblia, ha tenido más reimpresiones y traducciones en todas las lenguas de Europa” (R. Rouffet, Encyclopédie des sciences religieuses, l88878). En efecto, desde l6l5, ese libro fue traducido, aparte de alemán, al francés al italiano, al etíope, al indio, al japonés; y en un siglo contaba ya con cuatrocientas ediciones. Aunque el Concilio de Trento no lo propuso como manual oficial de instrucción religiosa en la época contemporánea, los Papas, por su parte, lo han recomendado cálidamente: “Este pequeño libro está compuesto con tanta exactitud, claridad y precisión, que ninguna otra obra es tan propia para instruir a los pueblos en la Fe cristiana” (Pío lX, Breve de beatificación). . . “Esta obra, sólida y ceñida, escrita en un buen latín, es de una calidad digna de los Padres de la Iglesia” (León Xlll, Encíclica, l897).
Cuando aparecieron las “Centurias de Magdeburgo”, vasta compilación de textos pertenecientes a todos los siglos (de aquí el nombre de “centurias”) por el ilirio Flacio y todo un equipo de sabios, con el objeto de justificar mediante la historia las tesis esenciales de los reformadores luteranos: justificación por la Fe sola, predestinación, rechazo de las prerrogativas del Papado, indulgencias, etc. . . el Papa San Pío V le pidió a Pedro Canisio que emprendiera su refuración. Pero la falta de colaboradores competentes y la carencia de documentación sufuciente, y sobre todo el hecho de que ese trabajo ya lo había emprendido un religioso agustino, obligaron a Canisio a declinar tal compromiso. Contentóse con combatir los errores relativos a la misión del Precursor San Juan Bautista y de la Santísima Virgen María: dos obras reunidas en seguida en un solo volumen bajo el título de “Comentarios sobre las alteraciones de la palabra de Dios: l) San Juan Bautista, el venerable precursor del Señor Jesucristo; 2) la Santísima Virgen María, Madre de Dios”.
Diversas obras, de menor importancia, son prueba sin embargo del cuidado que tenía el Santo Doctor de poner la doctrina al alcance de todos, y revelan la extensión de su acción apostólica personal.
Un manual de piedad para el uso de estudiantes, conteniendo los textos de las epístolas y evangelios de domingos y fiestas, con breves notas explicativas; un librito de oraciones que primero había aparecido junto con el pequeño catecismo y del que se ha dicho que es “una flor póstuma de la mística alemana de la Edad Media”; una selección de oraciones latinas incluyendo siete meditaciones sobre las virtudes de Cristo, librito que fue utilizado por los legados pontificios mismos en el Concilio de Trento y cuya doctrina determinó, según se dice, la vocación de San Luis Gonzaga; un libro “para la consolación de los enfermos” destinado a los sacerdotes especialmente encargados de este delicado ministerio; “las instituciones y ejercicios de la piedad cristiana”, útil selección de textos escritutarios y patrísticos que oponen a los ataques de los herejes; un comentario muy piadoso del Salmo Miserere; “las exhortaciones del santo a los religiosos de su Orden”, relativas a los votos, las observancias y también a las fiestas del año.
Falta todavía agregar noticias biográficas publicadas en Suiza sobre San Nicolás de Flue, el apóstol de Suiza, con extensas citas de sus meditaciones, máximas y oraciones; sobre San Mauricio y los soldados de la legión tebana martirizados en el Valais, a los que proponía como modelos y protectores a los guerreros que partían en expedición contra los Turcos. Apóstol y no historiador, San Pedro Canisio se propone únicamente edificar: la crononogía y la exactitud de los hechos le preocupan muy poco, consiguientemente: "Yo quisiere que se publicaran las biografías de todos los santos que han trabajado en salcar almas, y en especial las de aquellos que más se han señalado por sus virtudes, a fin de que sus ejemplos sean más conocidos y más amados, si no por lor herejes, al menos por los católicos”.
Aparte de sus obras personales, San Pedro Canisio se esforzó, siempre con la misma finalidad apostólica, por traducir y programar las de grandes maestros de la doctrina católica.
Ya vimos cómo, ssiendo todavía estudiante muy joven, tradujo los sermones y los escritos ascéticos y místicos del célebre dominico Juan Taulero. Igualmente publicó una “edición de todas las obras de San Cirilo, arzobispo de Alejandría, enriquecidas, entre muchas cosas nuevas, con once libros sobre el Génesis todavía inéditos hasta esta fecha” (Epístolas, t. l-ll).
En seguida editó las “Obras de San León l, el Grande, cuyo texto mulitado y falsificado tuvo que restablecer” (Epístolas, t. l).
En tres libros reinió las “Cartas de San Jerónimo” a fin de oponerlas a las de Erasmo (Epístolas, t. lll).
En fin, patrocinó la publicación y la traducción de obras de varios autores, entre otras los diálogos del Cardenal Hosius sobre las cuestiones debatidas en el Concilio de Trento con la relación y la comunión bajo las dos especies y el matrimonio de los sacerdotes.
Finalmente, las “Confesiones de San Pedro Canisio”, un poco sobre el modelo de las de San Agustín, luego su testamento u sus cartas son preciosos documentos tanto para la historia de su propia vida, cronología y estados de alma, como para la de su época, lo mismo para el político que para el religioso. El conjunto y la publicación de esta correspondencia han sido calificados de “espléndido monumento de la historia eclesiástica, civil y literaria” (Analecta bollandina, l897). Trabajo todavía inconcluso, pero que basta para dar una idea de la prodigiosa actividad del Santo Doctor en el doble dominio del pensamiento católico y del apostolado.
Algunos autores han llamado a San Pedro Canisio el “Doctor práctico”. Aunque tal designación no es oficial, caracteriza muy bien al personaje y su obra. No se dedicó a las altas especulaciones. De él no se puede decir lo que de otros: que haya hecho “avanzar la Verdad”; y su doctrina no pide un estudio especial, simplemente porque es, ni más ni menos, la doctrina tradicional de la Iglesia. Su objeto era defender y propagar la verdad católica conocida más que descubrir en ella nuevos aspectos desconocidos. Intransigente como la Verdad misma, tenía confianza en su fuerza intrínseca; le bastaba con exponerla claramente sin entregarse a discusiones y polémicas que a veces son signos de debilidad. Apóstol de Cisto más que nada, sabía que la misericordia es la única arma eficaz para vencer a los extraviados: “La moderación, con la gravedad del lenguaje y la fuerza de los argumentos, es lo que todos aman y buscan. Abramos los ojos a los extraviados; no los exasperemos” (Carta a Guillermo Van der Lindt ).
¡Cuán significativo es el acuerdo de adversarios y partidarios, de protestantes y católicos, unánimes en ver en San Pedro Canisio el campeón de la verdadera Fe en Baviera, Austria y Bohemia, en el siglo XVl! Según el P. Drews, San Pedro Canisio “no sólo detuvo definitivamente el avance del protestantismo sino que preparó y en parte redondeó el triunfo del catolicismo en esas regiones. Se debe reconocer que desde el punto de vista romano merece el nombre del apóstol de Alemania”. Y precisamente el Romano Pontífice fue quien confirmó ese glorioso título: “Un hombre de una elevada santidad, otro Bonifacio, apóstol de Alemania” (León X lll, Encíclica, l897).
Pedro Canisio
San Pedro Canisio (1521-1597) es conocido como el segundo apóstol de Alemania. Es Doctor de la iglesia Católica Romana. Su nombre original es Pieter Kanijs. Fue un teólogo jesuita nacido en Holanda.
Fue llamado el "Martillo de los herejes" por la claridad y elocuencia con que criticaba las posiciones de los Cristianos no católicos, entre los iniciadores de la prensa católica. Aún en la lucha por defender la Iglesia católica aconsejaba Pedro: "No hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
San Pedro Canisio fue considerado por la iglesia católica como el segundo importante apóstol en llevar la fe católica a Alemania, siendo el primero de estos San Bonifacio, se le considera el haber iniciado la prensa católica y fue uno de los primeros jesuitas.
Vida
Nace en Nimega, Holanda en 1521 que en aquel entonces pertenecía a la Diócesis de Colonia. Hijo del noble Jakob Kanis. A los 19 años de edad recibió el título de maestro en artes.
Estudió derecho canónico pero abandonó la carrera para dedicarse a la teología movido por la predicación del jesuita Pedro Fabro, en Colonia realiza los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola.
Se le considera por su predicación un elemento clave en la preservación de la fe católica en Friburgo, Suiza
Recorrió 30,000 km en sus afanes de difundir la doctrina católica Romana. Fundó el Colegio Jesuita de Praga y el Colegio Jesuita de Friburgo, que luego se convirtió en la Universidad de Friburgo.
Escribió un Catecismo que, aún en vida del santo, tuvo 200 ediciones y fue traducido a 15 idiomas. Se usó para intentar contrarrestar el catecismo de Martín Lutero.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia Católica Romana en 1925.
Bibliografía
- Butler. Vida de los santos.
- Sálesman, Eliecer. Vidas de los santos # 4.
- Sgarbossa, Mario; Giovannini, Luigi. Un santo para cada día.
Enlaces externos
San Pedro CanisioPredicador, escritor Año 1597
Este santo ha sido llamado: "El segundo evangelizador de Alemania" (después de San Bonifacio). Se le venera como uno de los creadores de la prensa católica y fue el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas.
Nació en Holanda (en Nimega) en 1521. Su padre fue por nueve veces alcalde de su ciudad. Quedó huérfano de madre siendo él aún muy pequeño, pero su madrastra fue para él una segunda madre y fue educado en un gran temor de ofender a Dios. Él se quejaba de que en sus primeros años había perdido mucho tiempo dedicándose más a los juegos que a los estudios, pero luego se consagró de tal manera a estudiar que a los 19 años ya consiguió la licenciatura en teología.
Para complacer a su padre se dedicó a especializarse en abogacía, pero luego de hacer unos Ejercicios Espirituales con el Padre Fabro (que era compañero de San Ignacio) se entusiasmó por la vida religiosa, hizo votos o juramento de permanecer siempre casto, y prometió a Dios hacerse jesuita.
Fue admitido en la comunidad y los primeros años de religioso los pasó en Colonia (Alemania) dedicado a la oración, el estudio, la meditación y la ayuda a los pobres. La cuantiosa herencia que recibió de sus padres la repartió la mitad entre los pobres y la otra mitad para ayudar a obras sociales de su comunidad.
Desde sus primeros años de su sacerdocio empezó a brillar como un gran predicador. Cuando joven era impresionante su carácter batallador y amigo de las polémicas y discusiones, y estas aptitudes le van a ser muy útiles, porque durante toda su vida tendrá que batallar muy fuertemente en todas partes contra los protestantes. Siempre fue muy caritativo y amable con las personas que le discutían, pero tremendo e incisivo contra los errores de los protestantes (Tanto que estos haciendo alusión a su apellido lo llamaban el can que defiende a los católicos). Decía a sus sacerdotes: "no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
San Pedro Canisio tenía una especial cualidad para resumir las enseñanzas de todos los grandes teólogos y presentarlas de manera sencilla para que las entendiera el pueblo. Y así logró redactar dos catecismos, uno resumido y otro explicado. Estos dos libros fueron traducidos a 24 idiomas en la vida del autor, y en Alemania se propagaron por centenares de miles (junto con los de otros dos jesuitas, el Padre Astete y San Roberto Belarmino, San Pedro Canisio es de los que más éxitos logró obtener con su Catecismo).
San Ignacio y el Sumo Pontífice, aprovechando sus enormes cualidades como predicador y defensor de la Iglesia contra los protestantes, le encargaron muchísimas labores de apostolado. Como superior provincial de los jesuitas en Alemania recorrió a pie y a caballo diez mil kilómetros predicando, enseñando catecismo, propagando buenos libros y defendiendo la religión. En los treinta años de su incansable labor de misionero recorrió treinta mil kilómetros por Alemania, Austria, Holanda e Italia. Parecía incansable. A quien le recomendaba descansar un poco le respondía: "Descansaremos en el cielo".
Por muchas ciudades de Alemania fue fundando colegios católicos para formar religiosamente a los alumnos. A la universidad Católica la transformó y le dio una gran celebridad. Y ayudó a fundar numerosos seminarios para la formación de los futuros sacerdotes. Alemania, después de San Pedro Canisio, era ya otro país distinto y mucho más católico que cuando él empezó a trabajar allí.
San Pedro Canisio se dio cuenta del inmenso bien que hacen las buenas lecturas. Por eso recorría el país propagando los buenos libros y se propuso formar una asociación de escritores católicos. Él sabía muy bien que un buen libro puede hacer mayor bien que un sermón y que las buenas lecturas logran llegar a donde ni sacerdotes ni religiosos logran ir a llevar mensajes religiosos. Aún ya anciano y muy débil y casi paralizado, seguía escribiendo con la ayuda de un secretario, libros religiosos para el pueblo. Al morir tenía la satisfacción de haber ayudado a formar varias editoriales católicas muy bien organizadas.
Estando en Friburgo el 21 de diciembre de 1597, junto con varios padres jesuitas, después de haber rezado con ellos el santo rosario, su devoción favorita, de pronto exclamó lleno de alegría y emoción: "Mírenla, ahí esta. Ahí está". Y murió. Era la Virgen Santísima que había llegado a llevárselo para el cielo.
El Sumo Pontífice Pío XI, después de canonizarlo, lo declaró Doctor de la Iglesia, en 1925
San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia
fecha: 21 de diciembre
fecha en el calendario anterior: 27 de abril
n.: 1521 - †: 1597 - país: Suiza
canonización: B: Pío IX 20 nov 1864 - C: Pío XI 21 may 1925
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Pedro Canisio, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y doctor de la Iglesia, que, enviado a Alemania, se dedicó con ahínco a defender la fe católica y a confirmarla con la predicación y los escritos, entre los que sobresale el Catecismo, y encontró el reposo de sus trabajos en Friburgo, población de Suiza.
patronazgo: patrono de la prensa católica, de los redactores de catecismos.
oración:
Señor, Dios nuestro, que fortaleciste a san Pedro Canisio con la virtud y la ciencia para salvaguardar la unidad de la fe, concede a la comunidad de creyentes perseverar en la confesión de tu nombre, y a todos los que buscan la verdad, el gozo de encontrarte. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Se ha llamado a san Pedro Canisio el segundo apóstol de Alemania, comparándole con san Bonifacio, que fue el primero. También se le venera como uno de los creadores de la prensa católica. Además, fue el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas. Nació en 1521, en Nimega de Holanda, que dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo mayor de Jacobo Kanis, quien recibió un título de nobleza por haber desempeñado el oficio de tutor de los hijos del duque de Lorena y fue nueve veces burgomaestre de Nimega. Aunque Pedro tuvo la desgracia de perder a su madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una segunda madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que él mismo se acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos inútiles; pero, dado que a los dicienueve años obtuvo el grado de Maestro en Artes, en Colonia, resulta difícil creer que haya sido muy perezoso. Por complacer a su padre, que deseaba darle una carrera de abogado, Pedro estudió algunos meses el derecho canónico en Lovaina; pero, al caer en la cuenta de que ésa no era su verdadera vocación, desechó el matrimonio, hizo voto de castidad y volvió a Colonia a enseñar teología. La predicación del beato Pedro Fabro había despertado gran interés en las ciudades del Rin. Fabro era el primer discípulo de san Ignacio de Loyola. Bajo su dirección, hizo Canisio los Ejercicios de San Ignacio, en Mainz y durante la segunda semana, prometió a Dios ingresar en la Compañía de Jesús. Fue admitido en el noviciado y pasó varios años en Colonia, consagrado a la oración, al estudio, a visitar a los enfermos y a instruir a los ignorantes. El dinero que recibió como herencia a la muerte de su padre, lo dedicó en parte a los pobres y en parte al mantenimiento de la comunidad. Canisio había empezado ya a escribir. Su primera publicación había sido la edición de las obras de san Cirilo de Alejandría y san León Magno (no se ha probado que él haya sido el editor de los sermones de Juan Taulero, publicados en Colonia en 1543). Después de su ordenación sacerdotal, comenzó a distinguirse en la predicación. Había asistido a dos sesiones del Concilio de Trento como delegado: una en Trento y otra en Bolonia. De allí le llamó san Ignacio a Roma, donde le retuvo cinco meses, en los que Canisio dio pruebas de ser un religioso modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a desempeñar cualquier oficio. Fue enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela de los jesuitas de la que la historia guarda memoria, pero al poco tiempo volvió a Roma a hacer su profesión religiosa y a desempeñar un cargo más importante.
Recibió la orden de volver a Alemania, pues había sido elegido para ir a Ingolstadt con otros dos jesuitas, ya que el duque Guillermo de Baviera había pedido urgentemente algunos profesores capaces de contrarrestar las doctrinas heréticas que invadían las escuelas. No sólo tuvo éxito Canisio en la reforma de la Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego vicecanciller, sino que, con sus sermones, consiguió la renovación religiosa, en la que también colaboró con su catequesis y su campaña contra la venta de libros inmorales. Grande fue el duelo general cuando el santo partió a Viena, en 1552, a petición dcl rey Fernando, para emprender una tarea semejante. La situación en Viena era peor que en Ingolstadt. Muchas parroquias carecían de atención espiritual, y los jesuitas tenían que llenar las lagunas y enseñar en el colegio recientemente fundado. En los últimos veinte años no hubo una sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban abandonados; las gentes se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas; el noventa por ciento de la población había perdido la fe y los pocos católicos que quedaban, practicaban apenas la religión. San Pedro Canisio empezó por predicar en iglesias casi vacías, quizás por el desinterés general, o bien porque su alemán del Rin resultaba muy duro para los oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño del pueblo por la generosidad con que atendió a los enfermos y agonizantes durante una epidemia. La energía y espíritu de empresa del santo eran extraordinarios; se ocupaba de todo y de todos, lo mismo de la enseñanza en la universidad, que de visitar en las cárceles a los criminales más abandonados. El rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen querido nombrarle arzobispo de la sede vacante de Viena, pero san Ignacio sólo permitió que administrase la diócesis durante un año, sin el título ni los emolumentos de arzobispo. Por aquella época, san Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o «Resumen de la Doctrina Cristiana», que apareció en 1555. A esa obra siguieron un «Catecismo Breve» y un «Catecismo Brevísimo», que alcanzaron enorme popularidad. Dichas obras serían para la Contrarreforma Católica lo que los catecismos de Lutero habían sido para la Reforma Protestante. Fueron reimpresos más de doscientas veces y traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el escocés de Braid, el hindú y el japonés) en vida del autor. El santo no despertó, ni en ésas ni en sus otras obras, la hostilidad de los protestantes contra las verdades que sostenía, ya que nunca los atacó violentamente.
En Praga, a donde había ido a fundar un colegio, se enteró con gran pena de que había sido nombrado provincial de una nueva provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y Bohemia. Inmediatamente escribió a san Ignacio: «Carezco absolutamente del tacto, la prudencia y la decisión necesarias para gobernar. Soy orgulloso y apresurado por temperamento, y mi falta de experiencia me hace totalmente inepto para el oficio de provincial». Pero san Ignacio sabía lo que hacía. En los dos años que pasó en Praga, Pedro Canisio devolvió la fe a gran parte de la ciudad, y el colegio que fundó era tan bueno, que aun los protestantes enviaban a él a sus hijos. En 1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la discusión entre los teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha conferencia, aunque estaba convencido de que ese tipo de reuniones provocaban disputas que no hacían más que ensanchar el abismo que separaba a los cristianos. Es imposible, dado el reducido espacio de que disponemos, seguir al santo en los numerosos viajes de su provincialato y en sus múltiples actividades. El P. Brodrick calcula que, entre 1555 y 1558, recorrió diez mil kilómetros a pie y a caballo y que, en treinta años, anduvo cerca de treinta mil kilómetros. Para responder a quienes le criticaban por trabajar demasiado, el santo solía decir: «Quien tenga demasiado qué hacer será capaz de hacerlo todo con la ayuda de Dios».
Además de los colegios que fundó o inauguró, dispuso la fundación de muchos otros. En 1559, a instancias del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis años. Ahí reavivó una vez más la llama de la fe, alentando a los fieles, tendiendo la mano a los caídos y convirtiendo a muchos herejes. Además, convenció a las autoridades para que abriesen de nuevo las escuelas públicas, que habían sido destruidas por los protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo posible por impedir la divulgación de los libros inmorales y heréticos, divulgaba en cuanto podía los libros buenos, ya que comprendía, por intuición, la importancia que la prensa tendría con el tiempo. En aquella época recopiló y editó una selección de las cartas de san Jerónimo, el «Manual de los Católicos», un martirologio y una revisión del Breviario de Augsburgo. Durante mucho tiempo se siguió rezando en Alemania los domingos la oración general compuesta por el santo. Al fin de su provincialato, San Pedro residió en Dilinga de Baviera, donde los jesuitas tenían un colegio y dirigían la universidad. Además, allí residía también el cardenal Otón de Truchsess, que desde hacia largo tiempo era íntimo amigo del santo. Allí se dedicó sobre todo a la enseñanza, a oír confesiones y a escribir los primeros libros de una colección que había comenzado por orden de sus superiores. Dicha obra tenía por fin responder a una historia del cristianismo, muy anticatólica, que habían publicado recientemente los escritores protestantes, conocidos con el nombre de «Centuriadores de Magdeburgo». Alguien ha dicho que se trataba de «la primera y la peor de las historias de la Iglesia escritas por los protestantes». Canisio continuó su obra mientras desempeñaba el cargo de capellán de la corte en Innsbruck y sólo la interrumpió en 1577, a causa de su mala salud. Sin embargo, seguía tan activo como siempre, pues predicaba, daba misiones, acompañaba al provincial en sus visitas y aun desempeñó, durante algún tiempo, el puesto de viceprovincial.
En 1580 se hallaba en Dilinga, cuando recibió la orden de ir a Friburgo de Suiza. Dicha ciudad, que se hallaba situada entre dos regiones muy protestantes, quería que se fundase desde hacía tiempo un colegio católico, pero, además de otros obstáculos que se oponían a la empresa se carecía de fondos suficientes para realizarla. En pocos años, venció san Pedro Canisio esos obstáculos y consiguió dinero, eligió el sitio y supervisó la erección del espléndido colegio que es en la actualidad la Universidad de Friburgo, aunque nunca fue rector ni profesor en él (no debe confundirse el cantón suizo de Friburgo y su universidad con la ciudad alemana de Friburgo de Brisgovia, cuya universidad es no menos famosa que la suiza). Además del interés con que seguía los progresos del colegio, su principal actividad, durante los ocho años que pasó en Friburgo, fue la predicación; los domingos y días de fiesta predicaba en la catedral y, entre semana, visitaba los pueblos del cantón. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que a san Pedro Canisio se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época tan crítica. La debilidad obligó al santo a renunciar a la predicación. En 1591, un ataque de parálisis le puso a las puertas de la muerte, pero se rehizo lo suficiente para seguir escribiendo, con la ayuda de un secretario, hasta poco antes de su muerte, que aconteció el 21 de diciembre de 1597.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia en 1925. Una de las principales lecciones de su vida es el espíritu y el estilo de sus controversias religiosas. El mismo san Ignacio había insistido en la necesidad de dar «ejemplo de caridad y moderación cristianas en Alemania». San Pedro Canisio advertía que era un error «citar en una conversación los temas que antipatizan a los protestantes ... , como la confesión, la satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los votos monásticos y las peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares. Necesitan leche, como los niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los dogmas sobre los que no estamos de acuerdo con ellos». San Pedro Canisio se mostraba duro con los que propagaban la herejía y, como la mayor parte de sus contemporáneos, estaba dispuesto a emplear la fuerza para impedírselo. Pero su actitud era muy diferente con quienes habían nacido en el luteranismo o habían sido arrastrados a él. El santo pasó toda su vida oponiéndose a la herejía y tratando de restaurar la fe y la vida católicas. Sin embargo decía, hablando de los alemanes: «Es cierto que muchísimos de ellos abrazan las nuevas sectas y yerran en la fe, pero su manera de proceder demuestra que lo hacen más por ignorancia que por malicia. Yerran, lo repito, pero sin intención, sin deseo y sin obstinación». Según san Pedro Canisio, no había que enfrentarse ni siquiera a los más conscientes y peligrosos de los herejes «con aspereza y descortesía, pues ello no sólo es el reverso del espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar la rama desquebrajada y a apagar la mecha que humea todavía».
Dada la relación de la vida de San Pedro Canisio con la historia religiosa de Europa central, cualquier bibliografía resulta superficial. Sin embargo, tenemos que citar la colección de sus cartas, editadas en ocho volúmenes por el P. O. Braunsberger, con notas muy abundantes e índices extraordinariamente detallados. También hay documentos muy importantes en la obra de J. Metzler, Die Bekentnisse des Heiligen P. Canisius und sein Testament y en muchos de los volúmenes de Monumenta Historica S.I. Las biografías son muy numerosas, especialmente en alemán; mencionemos las de O. Braunsberger, J. Metzler y A. O. PIülf, y en francés las de Michel, J. Genoud y E. Morland. Hay una interesante Carta de SS Juan Pablo II a los obispos alemanes con ocasión del cuarto centenario de la muerte del santo.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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