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lunes, 2 de diciembre de 2013

Para vivir el Adviento

La Iglesia invita a los cristianos a preparar el corazón para que la Navidad sea la fiesta de Dios-con-nosotros
 
Para vivir el Adviento
Para vivir el Adviento
Mientras las grandes tiendas hacen cuentas alegres para la nueva temporada navideña y decoran sus puertas, sus vitrinas y hasta el cielo con Viejitos Pascueros, nieve de algodón, trineos y pinos decorados...; mientras diseñan las mejores estrategias para atraer a los compradores y ganar la competencia con otros negocios...; mientras a las ventanas de las casas se van asomando arbolitos y guirnaldas, luces parpadeantes y saludos plásticos en inglés...; la Iglesia invita a los cristianos a preparar el corazón para que la Navidad sea la fiesta de Dios-con-nosotros. Invita a vivir el tiempo de Adviento.


Preparando la Venida

Como hace con las fiestas principales del año litúrgico, la Iglesia quiere prepararse a la nueva Navidad, que ya se acerca, con un ánimo distinto del que impone la cultura circundante, buscando y construyendo con perseverancia las actitudes interiores y comunitarias que mejor acojan a Dios en el pesebre de cada ser humano, de cada familia, de los habitantes de los campos y de las ciudades.

Dios viene, Dios llega, Dios instala su tienda en medio nuestro, como dice San Juan al inicio de su Evangelio. Ese es el misterio central de la Navidad. Cuando los cristianos de los primeros tiempos hubieron celebrado muchas veces la Resurrección de Cristo, misterio que era el cimiento de su fe, y se fueron difundiendo por el mundo cristiano los Evangelios y el resto del Nuevo Testamento, quisieron enriquecer esa celebración con otros aspectos de la vida, del mensaje y de los acontecimeintos de Jesús. Se fue formando así la fiesta del nacimiento, de la visita de los magos de oriente y del baustismo de Jesús, de sus “manifestaciones”. El Hijo de Dios también había sido formado en el vientre de una mujer, y había nacido como todos.

La celebración de su muerte, resurrección y ascensión al cielo –el misterio pascual– se enriqueció con la de su anuncio, su nacimiento y su presencia salvadora en medio de su pueblo. Luego, a la celebración litúrgica de la Navidad se antepuso un tiempo preparatorio que se llamó Adviento, tal como se había antepuesto el tiempo de Cuaresma a la Pascua de Resurrección.

Así cada final de año, mientras las calles y las casas gastan mucho tiempo y dinero en preparar las fiestas navideñas, la Iglesia invita a preparar el corazón y la comunidad, para hacerlos pesebre que acoja a Dios que nace. Lo hace sin dinero y sin guirnaldas luminosas, sólo con la serena fuerza de la Palabra, que en el tiempo del Adviento es rica en desafíos y también en ternura.

El Adviento, tiene cuatro domingos hasta culminar con la celebración de Navidad. Tal como la Cuaresma, se hace significativamente presente con vestimenta litúrgica y otros signos del espacio celebrativo, de color morado. Muchos de los textos bíblicos que se leen en la eucaristía dominical, especialmente los del profeta Isaías, son de una gran belleza, e interpelan a la Iglesia a redescubrir en este Adviento su Adviento permanente, viviendo en el compromiso y la esperanza. Para preparar la fiesta del nacimiento de Cristo, y levantar al mismo tiempo los ojos de la Iglesia hacia su venida definitiva, el tiempo de Adviento ofrece en las lecturas bíblicas las figuras de María, de los profetas y de Juan Bautista. Ellas, con su fuerza y radicalidad, pueden ayudar a disponer el corazón de los individuos y las comunidades, en medio del tráfago comercial prenavideño y del nerviosismo estudiantil por el fin de año, a la venida del Señor.

Las figuras del Adviento

María, los profetas y Juan Bautista son las figuras por excelencia del Adviento. Ellos preparan la venida de Jesús. Juan y los profetas con su Palabra, María encinta en su vientre. Los profetas con la mirada puesta en un futuro de alegría y abundancia para todos, especialmente para los pobres, los que nada tienen y nada son ante los ojos humanos. Juan con una vida radicalmente entregada a Dios y una boca de fuego que no temió la muerte con tal de denunciar lo que se opone a su designio. María cuidando esa vida totalmente dependiente e indefensa que crece y se mueve por un milagro nunca visto, dentro de su propio cuerpo.

Los Profetas

Los profetas eran hombres de mirada aguda, sensible, pero sobre todo esperanzada. Por eso el Adviento tiene esa riqueza de lecturas proféticas. Es el tiempo litúrgico de la esperanza, que desafia las miradas miopes e insensibles, la centración en nosotros mismos, el egoísmo y la fatalidad. Dios es Hoy, pero sobre todo es Mañana: el hoy está tenso hacia un futuro en el que habrá vencido su proyecto de vida plena para toda la creación, pero especialmente para sus favoritos, los pobres y sufrientes. El mañana de Dios es el mayor desafío al hoy de los seres humanos. La justicia y la paz que hoy construimos florecerá plenamente mañana; el compromiso por la alegría de los tristes, por la saciedad de los hambrientos, por la libertad de los oprimidos, por la dignificación de los humillados, es esa levadura que misteriosamente crece, oculta, y que terminará por fermentar toda la masa para un pan abundante y nutritivo. No hay nada bueno que haga el hombre que no sea una semilla de esa plenitud que Dios hará irrumpir a la hora señalada, cuando a la sombra de su gloria todos los seres humanos estén sentados a la mesa de la abundancia, de la fraternidad y de la alegría. Los profetas del Antiguo Testamento, sobre todo Isaías, el gran profeta del Adviento, pintan en páginas preciosas ese mundo que no es una ficción romántica, sino la razón de la más honda esperanza y del más firme compromiso de los creyentes. Ese mundo renovado que profetizan, inaugurado luego por Jesús de Nazaret, es el ícono del paraíso, del Reinado de Dios, del mundo que él creó, y que hasta su instauración definitiva está sometido a las consecuencias del pecado de los hombres.
María encinta

María encinta es, como toda mujer que espera un hijo, un potente signo de esperanza. No es frecuente hallar representada a María esperando a Jesús, y en cambio es una imagen de mucha fuerza.

María encinta, protegiendo y nutriendo con ternura esa vida que se forma en su interior, es también una llamada de atención ante la falta de respeto por la vida, especialmente la vida del inocente, que demasiado a menudo hay a nuestro alrededor. Su cuidado habla de la dignidad fundamental de todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte (y de su cuerpo, aún después de su muerte...), habla del respeto hacia los desvalidos, de la protección de los indefensos, del cuidado de los ancianos, de la condición de hijo e hija de Dios de cada ser humano. La concepción milagrosa de Jesús no quita nada al milagro que es la concepción y la vida de cada hombre y cada mujer del mundo. María encinta, madre de la humanidad nueva porque llevó en su vientre al primogénito de la nueva creación, es el ícono de una Iglesia servidora de la vida y siempre atenta a la defensa del inocente.

Juan Bautista

Juan Bautista es llamado el último y el más grande de todos los profetas. Le tocó anunciar al Mesías que ya estaba a la vuelta de la esquina, golpeando la puerta. Aparece en los textos de los últimos domingos del Adviento, anunciando con un vigor que hace temblar las conciencias, a ese Salvador esperado, y predicando la exigencia de un cambio radical de vida, de actitudes, de mentalidad. Su vida se parece al Adviento, centrada en la venida de Jesús y dedicada a preparar a su pueblo para su llegada. Entre las palabras decisivas de este primo de Jesús, hijo también del milagro de la concepción a una edad avanzada de una pareja estéril, está aquella donde dice que es necesario que él disminuya para que Jesús crezca. Es una palabra desafiante para un tiempo que confía demasiado en la autoafirmación del hombre. Juan Bautista, que sale de sí mismo para servir la proclamación de la llegada del Mesías, y prepara sus caminos llamando a la conversión con boca de fuego, es un ícono del Adviento permanente a que los creyentes son llamados. Toda la vida es una preparación, cada día hay que convertirse y disminuir para que Cristo viva en mí.

Los profetas, María y Juan acompañan el Adviento como vigías de la radicalidad de la respuesta creyente y como caminos que llevan todos al pesebre de Belén, allí donde el Todopoderoso se hace Dios-con-nosotros y desde el llanto y la sonrisa de un recién nacido grita a la humanidad que una gran luz ha iluminado la noche. Al final del Adviento, la Iglesia vuelve a tomar esa luz a los pies del pesebre, y quiere llevarla por los caminos del mundo para que Dios siga viniendo, siempre, hasta el fin de la historia.

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