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sábado, 21 de diciembre de 2013

LITURGIA: Viernes Santo, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo



El misterio pascual es el culmen de la revelación y actuación de la misericordia Divina

El relato de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor ocupa un lugar predominante en los cuatro evangelios. Es la parte más extensa. En los comienzos, cuando una persona se acercaba a la Iglesia con el ánimo de conocer la Buena Nueva, se le explicaban, ante todo, los sucesos de nuestra Redención, realizada por Jesucristo con su Pasión y Muerte y, sobre todo, con su Resurrección de entre los muertos.

El relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (Misterio Pascual) constituye el núcleo de la predicación cristiana, desde los comienzos. Los restantes datos, que nos narran los evangelios, se fueron incorporando después a esa predicación.

Es probable que las dos «confesiones de fe» más antiguas del Cristianismo fueran: la narración de la Eucaristía y la de la Resurrección. A partir de esas confesiones, es posible que se formara el relato central. Esas confesiones de fe habrían dado testimonio de una serie de hechos:

- la conspiración para apoderarse del Señor y entregarle;
- la Cena;
- el prendimiento;
- la Muerte y la sepultura;
- la Resurrección.

Es muy importante destacar que todos estos relatos expresan la fe de la Iglesia en el designio salvador de Dios.

Jesús, en la última Cena, manifestó claramente que su muerte iba a ser un sacrificio por los hombres y que constituiría la Nueva y Eterna Alianza entre Dios y el Nuevo Pueblo, que es la Iglesia.

Como en el Sinaí, la sangre de las víctimas selló la alianza de Yavé con su pueblo, así también, sobre la Cruz, la sangre de la víctima perfecta. Jesús, va a sellar entre Dios y los hombres la Alianza Nueva.

Con la Nueva Alianza que instituirá la muerte de Cristo, cumplirá Dios su promesa, anunciada por los profetas, de salvar a su pueblo y librarlo de sus pecados. Aunque hay que añadir que Jesús se atribuye la misión de redención universal, es decir, que ha venido a salvar a todos los hombres.

Desde la perspectiva de la Resurrección se comprenden los sufrimientos y la muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios. No constituyen, en efecto, el fracaso de un hombre, sino que por la aceptación obediente se convierten en fuente de salvación para todos.

En la Pasión y Muerte del Señor se cumplieron todas las profecías sobre el Mesías Salvador, pero además se descubre, como no lo había sido hasta entonces, el amor de Dios por los hombres.

El relato de la Pasión no se puede separar del de la Resurrección porque Cristo va a triunfar. A los ojos de los que le rodeaban parecía una derrota y un fracaso pero nunca estuvo tan cerca del triunfo definitivo como entonces. La Pasión es el camino de la Gloria. Pasión y Resurrección son dos fases de un mismo misterio: poner fin a la Alianza Antigua e inaugurar el Reino de Dios.

Se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y muerte de cruz.

Muchos son los lugares donde los profetas dicen que el Mesías debía sufrir por los pecados del Pueblo. El mismo Cristo resucitado explica a los de Emaús que era preciso que el Mesías padeciese «y comenzando por Moisés y por todos lo s profetas les fue declarando cuanto a El se refería en todas las Escrituras» (Lc 24,27) Son característicos los textos del profeta Isaías que forman el llamado Poema del Siervo de Yavé. Así, dirá: «Maltratado y afligido no abrió la boca, como esclavo llevado al matadero y como oveja muda ante los trasquiladores. Fue arrebatado a un juicio inicuo, sin que nadie defendiera su causa cuando era arrancado de la tierra de los vivientes y muerto por las iniquidades de su pueblo, e hicieron su sepultura con el malvado y con el rico su sepulcro, aunque él no habla cometido violencia, ni hubo engaño en su boca» (Is 53,7-9) La claridad de esta profecía es meridiana conociendo lo que después sucedió.

Jesús anuncia tres veces a los suyos que va a morir, especificando el motivo de su muerte: «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes, de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar» (Mt 16,20) Los discípulos no entendieron entonces lo que les quería decir; lo entendieron al ver a Cristo resucitado, cuando se les apareció y les explicó las Escrituras.

Nadie ama más que el que da su vida por sus amigos.



No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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