El discípulo amado, 27 de diciembre | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
SAN JUAN EL EVANGELISTA, APÓSTOLHijo del Zebedeo, hermano del Apóstol SantiagoEtim: "El Señor ha dado su gracia"
12 Apóstoles | El amor de Dios según San Juan La misma vida se ha manifestado en la carne -San Agustín sobre I Juan El discípulo amado SAN JUAN el Evangelista, a quien se distingue como "el discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le llaman "el divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo entre los griegos y en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador. Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan remendando las redes a la orilla del lago de Galilea, cuando Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos para que fuesen sus Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago el sobrenombre de Boanerges, o sea "hijos del trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está aclarado si lo hizo como una recomendación o bien a causa de la violencia de su temperamento. Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles y que sobrevivió a todos los demás. Es el único de los Apóstoles que no murió martirizado. En el Evangelio que escribió se refiere a sí mismo, como "el discípulo a quien Jesús amaba", y es evidente que era de los mas íntimos de Jesús. El Señor quiso que estuviese, junto con Pedro y Santiago, en el momento de Su transfiguración, así como durante Su agonía en el Huerto de los Olivos. En muchas otras ocasiones, Jesús demostró a Juan su predilección o su afecto especial. Por consiguiente, nada tiene de extraño desde el punto de vista humano, que la esposa de Zebedeo pidiese al Señor que sus dos hijos llegasen a sentarse junto a Él, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en Su Reino. Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin de preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena, Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que habría de traicionarle. Es creencia general la de que era Juan aquel "otro discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer, he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso cuidado de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de llevar físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y honrarla, servirla y cuidarla en persona. Gran testigo de la Gloria del Maestro Cuando María Magdalena trajo la noticia de que el sepulcro de Cristo se hallaba abierto y vacío, Pedro y Juan acudieron inmediatamente y Juan, que era el más joven y el que corría más de prisa, llegó primero. Sin embargo, esperó a que llegase San Pedro y los dos juntos se acercaron al sepulcro y los dos "vieron y creyeron" que Jesús había resucitado. A los pocos días, Jesús se les apareció por tercera vez, a orillas del lago de Galilea, y vino a su encuentro caminando por la playa. Fue entonces cuando interrogó a San Pedro sobre la sinceridad de su amor, le puso al frente de Su Iglesia y le vaticinó su martirio. San Pedro, al caer en la cuenta de que San Juan se hallaba detrás de él, preguntó a su Maestro sobre el futuro de su compañero: «Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21) Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» (Jn 21,22) Debido a aquella respuesta, no es sorprendente que entre los hermanos corriese el rumor de que Juan no iba a morir, un rumor que el mismo Juan se encargó de desmentir al indicar que el Señor nunca dijo: "No morirá". (Jn 21,23). Después de la Ascensión de Jesucristo, volvemos a encontrarnos con Pedro y Juan que subían juntos al templo y, antes de entrar, curaron milagrosamente a un tullido. Los dos fueron hechos prisioneros, pero se les dejó en libertad con la orden de que se abstuviesen de predicar en nombre de Cristo, a lo que Pedro y Juan respondieron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.» (Hechos 4:19-20) Después, los Apóstoles fueron enviados a confirmar a los fieles que el diácono Felipe había convertido en Samaria. Cuando San Pablo fue a Jerusalén tras de su conversión se dirigió a aquellos que "parecían ser los pilares" de la Iglesia, es decir a Santiago, Pedro y Juan, quienes confirmaron su misión entre los gentiles y fue por entonces cuando San Juan asistió al primer Concilio de Apóstoles en Jerusalén. Tal vez concluido éste, San Juan partió de Palestina para viajar al Asia Menor. Efeso San Ireneo, Padre de la Iglesia, quien fue discípulo de San Policarpo, quién a su vez fue discípulo de San Juan, es una segura fuente de información sobre el Apóstol. San Ireneo afirma que este se estableció en Efeso después del martirio de San Pedro y San Pablo, pero es imposible determinar la época precisa. De acuerdo con la Tradición, durante el reinado de Domiciano, San Juan fue llevado a Roma, donde quedó milagrosamente frustrado un intento para quitarle la vida. La misma tradición afirma que posteriormente fue desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones celestiales que escribió en su libro del Apocalipsis. Maravillosas revelaciones celestiales Después de la muerte de Domiciano, en el año 96, San Juan pudo regresar a Efeso, y es creencia general que fue entonces cuando escribió su Evangelio. El mismo nos revela el objetivo que tenía presente al escribirlo. "Todas estas cosas las escribo para que podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis la vida en Su nombre". Su Evangelio tiene un carácter enteramente distinto al de los otros tres y es una obra teológica tan sublime que, como dice Teodoreto, "está más allá del entendimiento humano el llegar a profundizarlo y comprenderlo enteramente". La elevación de su espíritu y de su estilo y lenguaje, está debidamente representada por el águila que es el símbolo de San Juan el Evangelista. También escribió el Apóstol tres epístolas: a la primera se le llama Católica, ya que está dirigida a todos los otros cristianos, particularmente a los que él convirtió, a quienes insta a la pureza y santidad de vida y a la precaución contra las artimañas de los seductores. Las otras dos son breves y están dirigidas a determinadas personas: una probablemente a la Iglesia local, y la otra a un tal Gayo, un comedido instructor de cristianos. A lo largo de todos sus escritos, impera el mismo inimitable espíritu de caridad. No es éste el lugar para hacer referencias a las objeciones que se han hecho a la afirmación de que San Juan sea el autor del cuarto Evangelio. Predicando la Verdad y el amor Los más antiguos escritores hablan de la decidida oposición de San Juan a las herejías de los ebionitas y a los seguidores del gnóstico Cerinto. En cierta ocasión, según San Ireneo, cuando Juan iba a los baños públicos, se enteró de que Cerinto estaba en ellos y entonces se devolvió y comentó con algunos amigos que le acompañaban: "¡Vámonos hermanos y a toda prisa, no sea que los baños en donde está Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!". Dice San Ireneo que fue informado de este incidente por el propio San Policarpio el discípulo personal de San Juan. Por su parte, Clemente de Alejandría relata que en cierta ciudad cuyo nombre omite, San Juan vio a un apuesto joven en la congregación y, con el íntimo sentimiento de que mucho de bueno podría sacarse de él, lo llevó a presentar al obispo a quien él mismo había consagrado. "En presencia de Cristo y ante esta congregación, recomiendo este joven a tus cuidados". De acuerdo con las recomendaciones de San Juan, el joven se hospedó en la casa del obispo, quien le dio instrucciones, le mantuvo dentro de la disciplina y a la larga lo bautizó y lo confirmó. Pero desde entonces, las atenciones del obispo se enfriaron, el neófito frecuentó las malas compañías y acabó por convertirse en un asaltante de caminos. Transcurrió algún tiempo, y San Juan volvió a aquella ciudad y pidió al obispo: "Devuélveme ahora el cargo que Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia". El obispo se sorprendió creyendo que se trataba de algún dinero que se le había confiado, pero San Juan explicó que se refería al joven que le había presentado y entonces el obispo exclamó: "¡Pobre joven! Ha muerto". "¿De qué murió, preguntó San Juan. "Ha muerto para Dios, puesto que es un ladrón" , fue la respuesta. Al oír estas palabras, el anciano Apóstol pidió un caballo y un guía para dirigirse hacia las montañas donde los asaltantes de caminos tenían su guarida. Tan pronto como se adentró por los tortuosos senderos de los montes, los ladrones le rodearon y le apresaron. "¡Para esto he venido!", gritó San Juan. "¡Llevadme con vosotros!" Al llegar a la guarida, el joven renegado reconoció al prisionero y trató de huir, lleno de vergüenza, pero Juan le gritó para detenerle: "¡Muchacho! ¿Por qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía". El joven escuchó estas palabras inmóvil en su sitio; luego bajó la cabeza y, de pronto, se echó a llorar y se acercó a San Juan para implorarle, según dice Clemente de Alejandría, una segunda oportunidad. Por su parte, el Apóstol no quiso abandonar la guarida de los ladrones hasta que el pecador quedó reconciliado con la Iglesia. Aquella caridad que inflamaba su alma, deseaba infundirla en los otros de una manera constante y afectuosa. Dice San Jerónimo en sus escritos que, cuando San Juan era ya muy anciano y estaba tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a las asambleas de los fieles de Efeso y siempre les decía estas mismas palabras: "Hijitos míos, amaos entre vosotros . . ." Alguna vez le preguntaron por qué repetía siempre la frase, respondió San Juan: "Porque ése es el mandamiento del Señor y si lo cumplís ya habréis hecho bastante". San Juan murió pacíficamente en Efeso hacia el tercer año del reinado de Trajano, es decir hacia el año cien de la era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con San Epifanio. Según los datos que nos proporcionan San Gregorio de Nissa, el Breviarium sirio de principios del siglo quinto y el Calendario de Cartago, la práctica de celebrar la fiesta de San Juan el Evangelista inmediatamente después de la de San Esteban, es antiquísima. En el texto original del Hieronymianum, (alrededor del año 600 P.C.), la conmemoración parece haber sido anotada de esta manera: "La Asunción de San Juan el Evangelista en Efeso y la ordenación al episcopado de Santo Santiago, el hermano de Nuestro Señor y el primer judío que fue ordenado obispo de Jerusalén por los Apóstoles y que obtuvo la corona del martirio en el tiempo de la Pascua". Era de esperarse que en una nota como la anterior, se mencionaran juntos a Juan y a Santiago, los hijos de Zebedeo; sin embargo, es evidente que el Santiago a quien se hace referencia, es el otro, el hijo de Alfeo. La frase "Asunción de San Juan", resulta interesante puesto que se refiere claramente a la última parte de las apócrifas "Actas de San Juan". La errónea creencia de que San Juan, durante los últimos días de su vida en Efeso, desapareció sencillamente, como si hubiese ascendido al cielo en cuerpo y alma puesto que nunca se encontró su cadáver, una idea que surgió sin duda de la afirmación de que aquel discípulo de Cristo "no moriría", tuvo gran difusión aceptación a fines del siglo II. Por otra parte, de acuerdo con los griegos, el lugar de su sepultura en Efeso era bien conocida y aun famosa por los milagro que se obraban allí. El "Acta Johannis", que ha llegado hasta nosotros en forma imperfecta y que ha sido condenada a causa de sus tendencias heréticas, por autoridades en la materia tan antiguas como Eusebio, Epifanio, Agustín y Toribio de Astorga, contribuyó grandemente a crear una leyenda. De estas fuentes o, en todo caso, del pseudo Abdías, procede la historia en base a la cual se representa con frecuencia a San Juan con un cáliz y una víbora. Se cuenta que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso, lanzó un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel milagro, convirtió a muchos, incluso al sumo sacerdote. En ese incidente se funda también sin duda la costumbre popular que prevalece sobre todo en Alemania, de beber la Johannis-Minne, la copa amable o poculum charitatis, con la que se brinda en honor de San Juan. En la ritualia medieval hay numerosas fórmulas para ese brindis y para que, al beber la Johannis-Minne, se evitaran los peligros, se recuperara la salud y se llegara al cielo. San Juan es sin duda un hombre de extraordinaria y al mismo tiempo de profundidad mística. Al amarlo tanto, Jesús nos enseña que esta combinación de virtudes debe ser el ideal del hombre, es decir el requisito para un hombre plenamente hombre. Esto choca contra el modelo de hombre machista que es objeto de falsa adulación en la cultura, un hombre preso de sus instintos bajos. Por eso el arte tiende a representar a San Juan como una persona suave, y, a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba. Es necesario recuperar a San Juan como modelo: El hombre capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús, y precisamente por eso ser valiente para estar al pie de la cruz como ningún otro. Por algo Jesús le llamaba "hijo del trueno". Quizás antes para mal, pero una vez transformado en Cristo, para mayor gloria de Dios. Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV. Juan, hijo del ZebedeoBenedicto XVI, audiencia general, 5 de julio, 2006 Zenit.orgQueridos hermanos y hermanas: Dedicamos el encuentro de hoy a recordar a otro miembro muy importante del colegio apostólico: Juan, hijo de Zebedeo, y hermano de Santiago. Su nombre, típicamente hebreo, significa «el Señor ha dado su gracia». Estaba arreglando las redes a orillas del lago de Tiberíades, cuando Jesús le llamó junto a su hermano (Cf. Mateo 4, 21; Marcos 1,19). Juan forma siempre parte del grupo restringido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaúm, entra en casa de Pedro para curar a su suegra (Cf. Marcos 1, 29); con los otros dos sigue al Maestro en la casa del jefe de la sinagoga, Jairo, cuya hija volverá a ser llamada a la vida (Cf. Marcos 5, 37); le sigue cuando sube a la montaña para ser transfigurado (Cf. Marcos 9, 2); está a su lado en el Monte de los Olivos cuando ante el imponente Templo de Jerusalén pronuncia el discurso sobre el fin de la ciudad y del mundo (Cf. Marcos 13, 3); y, por último, está cerca de él cuando en el Huerto de Getsemaní se retira para orar con el Padre, antes de la Pasión (Cf. Marcos 14, 33). Poco antes de Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos para preparar la sala para la Cena, les confía a él y a Pedro esta tarea (Cf. Lucas 22,8). Esta posición de relieve en el grupo de los doce hace en cierto sentido comprensible la iniciativa que un día tomó su madre: se acercó a Jesús para pedirle que sus dos hijos, Juan y Santiago, pudieran sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en el Reino (Cf. Mateo 20, 20-21). Como sabemos, Jesús respondió planteando a su vez un interrogante: preguntó si estaban dispuestos a beber el cáliz que él mismo estaba a punto de beber (Cf. Mateo 20, 22). Con estas palabras quería abrirles los ojos a los dos discípulos, introducirles en el conocimiento del misterio de su persona y esbozarles la futura llamada a ser sus testigos hasta la prueba suprema de la sangre. Poco después, de hecho, Jesús aclaró que no había venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate de la multitud (Cf. Mateo 20, 28). En los días sucesivos a la resurrección, encontramos a los «hijos del Zebedeo» pescando junto a Pedro y a otros más en una noche sin resultados. Tras la intervención del Resucitado, vino la pesca milagrosa: «el discípulo a quien Jesús amaba» será el primero en reconocer al «Señor» y a indicárselo a Pedro (Cf. Juan 21, 1-13). Dentro de la Iglesia de Jerusalén, Juan ocupó un puesto importante en la dirección del primer grupo de cristianos. Pablo, de hecho, le coloca entre quienes llama las «columnas» de esa comunidad (Cf. Gálatas 2, 9). Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, le presenta junto a Pedro mientras van a rezar al Templo (Hechos 3, 1-4.11) o cuando se presentan ante el Sanedrín para testimoniar su fe en Jesucristo (Cf. Hechos 4, 13.19). Junto con Pedro recibe la invitación de la Iglesia de Jerusalén a confirmar a los que acogieron el Evangelio en Samaria, rezando sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo (Cf. Hechos 8, 14-15). En particular, hay que recordar lo que dice, junto a Pedro, ante el Sanedrín, durante el proceso: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Esta franqueza para confesar su propia fe queda como un ejemplo y una advertencia para todos nosotros para que estemos dispuestos a declarar con decisión nuestra inquebrantable adhesión a Cristo, anteponiendo la fe a todo cálculo humano o interés. Según la tradición, Juan es «el discípulo predilecto», que en el cuarto Evangelio coloca la cabeza sobre el pecho del Maestro durante la Última Cena (Cf. Juan 13, 21), se encuentra a los pies de la Cruz junto a la Madre de Jesús (Cf. Juan 19, 25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la misma presencia del Resucitado (Cf. Juan 20, 2; 21, 7). Sabemos que esta identificación hoy es discutida por los expertos, pues algunos de ellos ven en él al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando que los exegetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos con sacar una lección importante para nuestra vida: el Señor desea hacer de cada uno de nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente; es necesario también vivir con Él y como Él. Esto sólo es posible en el contexto de una relación de gran familiaridad, penetrada por el calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos: por este motivo, Jesús dijo un día: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos… No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». (Juan 15, 13. 15). En los apócrifos «Hechos de Juan» el apóstol, no se le presenta como fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de una comunidad constituida, sino como un itinerante continuo, un comunicador de la fe en el encuentro con «almas capaces de esperar y de ser salvadas» (18, 10; 23, 8). Le empuja el deseo paradójico de hacer ver lo invisible. De hecho, la Iglesia oriental le llama simplemente «el Teólogo», es decir, el que es capaz de hablar en términos accesibles de las cosas divinas, revelando un arcano acceso a Dios a través de la adhesión a Jesús. El culto de Juan apóstol se afirmó a partir de la ciudad de Éfeso, donde según una antigua tradición, habría vivido durante un largo tiempo, muriendo en una edad extraordinariamente avanzada, bajo el emperador Trajano. En Éfeso, el emperador Justiniano, en el siglo VI, construyó en su honor una gran basílica, de la que todavía quedan imponentes ruinas. Precisamente en Oriente gozó y goza de gran veneración. En los iconos bizantinos se le representa como muy anciano, según la tradición murió bajo el emperador Trajano-- y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio. De hecho, sin un adecuado recogimiento no es posible acercarse al misterio supremo de Dios y a su revelación. Esto explica por qué, hace años, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, a quien el Papa Pablo VI abrazó en un memorable encuentro, afirmó: «Juan se encuentra en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende» (O. Clément, «Dialoghi con Atenagora», Torino 1972, p. 159). Que el Señor nos ayude a ponernos en la escuela de Juan para aprender la gran lección del amor de manera que nos sintamos amados por Cristo «hasta el final» (Juan 13, 1) y gastemos nuestra vida por Él. SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA (+ final s. I)
1. Veinte años tendría escasamente cuando Jesús le llamó, Fue, sin duda, el más joven de los discípulos y me nor que el Maestro en una buena docena de años,
Ribereño del lago de Tiberíades, ni su género de vida como pescador, ni aquella fogosidad juvenil que le mereció el título de Boanerges (= hijo del trueno" ), compartido con su hermano Santiago el Mayor; ni su actividad apostólica en los tiempos heroicos de la primitiva Iglesia palestinense; ni su longevidad casi centenaria, la cual supone una constitución somática vigorosa; ni la intrepidez con que defendió, frente a herejes gnósticos—llamándoles "anticristos"—, la verdadera fe en Jesús Dios-hombre; ni la densidad sublime de su teología y de su mística, basadas, sin embargo, en la realidad histórica: nada de esto autoriza esa figura de jovencito blandengue—casi femenil, si no enfermizo—, tantas veces representada por un arte iconográfico que parece ignorar los datos bíblicos. Si Juan fue "el discípulo a quien amaba Jesús" y el más joven de los apóstoles, fue también el pescador robusto y vigoroso, el mozo equilibrado y sereno que respetuosamente sabe quedarse en segundo lugar cuando acompaña a Pedro; el hombre varonil a quien Jesús confía de por vida su propia Madre como herencia; el teólogo que, sin perder el contacto con la tierra, sabe elevarse a tales cumbres teológicas como ningún otro escritor neotestamentario, ni siquiera San Pablo. Todo ello supone una personalidad riquisima en cualidades humanas y una entrega interna y externa, total y decisiva, al amor y al servicio del Maestro.
Dos etapas conócense de su vida, separadas por un largo silencio de casi medio siglo. Los detalles de la primera quedaron consignados en los libros sagrados del Nuevo Testamento; los de la segunda, en la más estricta y depurada tradición contemporánea. Entre ambas, la carencia de datos durante ese prolongado silencio.
2. Respecto de la primera etapa sabemos que Juan era de Betsaida, a orillas del lago, patria también de Pedro. Sus padres fueron Zebedeo y Salomé (¿hermana de San José?). Los hijos de este matrimonio, Santiago y Juan, fueron pescadores, como su padre, pero no de condición precaria, puesto que tenían a su servicio jornaleros, poseían barca propia, pescaban al copo con amplia red barredera, y su madre era una de aquellas piadosas mujeres que con sus bienes sufragaban las necesidades materiales del Maestro,
Juan, su hermano Santiago y su amigo Pedro formaban el grupo predilecto de Jesús, Los tres fueron testigos directos de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración de Jesús en el Tabor, de su agonía en Getsemaní.
Jesús tuvo tal predilección por Juan que éste se señalaba a sí mismo como "el discípulo a quien amaba Jesús". En la noche de la cena reclinó su cabeza sobre el costado del Maestro y fue el único discípulo que estuvo al pie de la cruz, a quien Jesús agonizante dejó encomendada su divina Madre.
Su amistad con Pedro fue de siempre. Paisano suyo y compañero de pesca, ellos dos fueron los encargados por Jesús de preparar la ultima cena pascual. También fue Juan, seguramente, el que introdujo a Pedro en la casa del sumo sacerdote durante la noche de la pasión. Y en la mañana de la resurrección ambos comprueban juntos que el sepulcro está vacío. Juntos aparecen también en la curación del paralítico por Pedro, en la detención y en el juicio sufrido ante el Sanedrín, y en Samaria, adonde van en nombre de los Doce, para invocar allí, sobre los ya creyentes, al Espíritu Santo. Y cuando San Pablo, allá por el año 49, vuelve a Jerusalén al final de su primera expedición misionera, encuentra allí a Pedro y a Juan, a quienes califica de "columnas" de la Iglesia.
3. La segunda etapa de su vida coincide con el último decenio del primer siglo de nuestra era poco más o menos. Juan es ahora el oráculo de los cristianos de la provincia romana de Asia, es decir, del litoral egeo y parte de tierra adentro de la actual Turquía. El centro de su actividad apostólica es siempre Efeso.
Él mismo nos dice en el Apocalipsis que estuvo desterrado en Palmos por haber dado testimonio de Jesús. Esto debió de acontecer durante la persecución de Domiciano (años 81-96 d. C.). Su sucesor, el benigno y ya casi anciano Nerva (a. 96-98), concedió una amnistía general, en virtud de la cual pudo Juan volver a Efeso. Allí nos lo sitúa la tradición cristiana de primerisima hora, cuya solvencia histórica es irrecusable. El Apocalipsis y las tres cartas de Juan atestiguan igualmente que su autor vive en Asia y que goza allí de extraordinaria autoridad. Y no es para menos. En ninguna otra parte del mundo civilizado, ni siquiera en Roma, quedaban ya apóstoles supervivientes. Y sería de ver la veneración que sentirían los cristianos de fines del primer siglo por aquel anciano que había oído hablar al Señor Jesús, y le habia visto con sus propios ojos, y le habia tocado con sus manos, y le había contemplado en su vida terrena y ya resucitado, y había presenciado su ascensión a los cielos. Por eso el valor de sus enseñanzas y el peso de sus afirmaciones por fuerza había de ser excepcional y único. Y en este anciano, que al parecer jamás iba a morir—eso anhelaban y, en parte, creían los buenos hijos espirituales del apóstol viendo su longevidad—, encontraban aquellas comunidades cristianas un manantial inagotable de vida en Cristo. De él dependen, en su doctrina, en su espiritualidad y en la suave unción cristocéntrica de sus escritos, los Santos Padres de aquella primera generación postapostólica que le trataron personalmente o se formaron en la fe cristiana con los que habian vivido con él, como San Papias de Hierápolis, San`Policarpo de Esmirna, San Ignacio de Antioquía y San Ireneo de Lyón. Y son éstos precisamente las fuentes de donde dimanan las mejores noticias que la tradición nos transmitió acerca de esta última etapa de la vida del apóstol.
Mas la situación no era nada halagüeña para la Iglesia. A las persecuciones más o menos individuales de Nerón siguióse, bajo Domiciano, una persecución en toda regla. El inmenso poder del divinizado cesar romano se propone aniquilar la inerme Esposa de Cristo. La Bestia contra el Cordero. Y, para colmo, el cúmulo de herejías que entraña el movimiento religioso gnóstico, nacido y propagado fuera y dentro de la Iglesia, intenta corroer la esencia misma del cristianismo. Triste situación la de este nonagenario sobre cuyos hombros pesa ahora, por ser el único superviviente de los que convivieron con el Maestro, el sostenimiento de la fe cristiana. Pero Dios le concedió, providencialmente, tan largos años de vida para que fuera el pilar básico de su Iglesia en aquella hora terrible.
Y lo fue. Para aquella hora y para las generaciones futuras también. Con su predicación y sus escritos quedaba asegurado el porvenir glorioso de la Iglesia, entrevisto por él en sus visiones de Palmos y cantado luego en el Apocalipsis.
Cumplida su obra, el santo evangelista murió ya casi centenario, sin que sepamos la fecha exacta. Fue al final del primer siglo o muy a principios del segundo, en tiempos de Trajano (a. 98-117).
4. Entre estas dos etapas de la actividad apostólica de San Juan existe la gran laguna de un silencio prolongado. Desde el año 49, cuando San Pablo le encuentra todavía en Jerusalén, siendo allí "columna' de la Iglesia palestinense, hasta cerca del año 90, cuando fue desterrado a Palmos, nada se sabe de él. ¿Dónde estuvo? ¿Qué iglesias evangelizó?
Desde luego, la tradición considera su venida a Efeso después de Palmos como una vuelta, como un regreso. Allí, pues, había trabajado anteriormente. Mas ¿cuándo llegó por primera vez?
Quizá los hechos hayan de explicarse así: entre el año 66 y el 68 sucedieron muchas cosas que pudieron motivar la marcha de San Juan a Efeso. Por de pronto, la Santísima Virgen, encomendada a los cuidados filiales de Juan, había volado ya en cuerpo y alma a los cielos. Por otra parte, comenzaba en el 66 la espantosa guerra judía que terminaría con la destrucción de Jerusalén por el ejército romano, y, en conformidad con el aviso previo de Jesús, los cristianos de la Ciudad Santa se dispersaron de antemano y se situaron en otras regiones. Ya no era, pues, necesaria la presencia de Juan en Palestina. Además, hacia el año 67, Pablo, el gran evangelizador del mundo greco-romano, que había permanecido en Efeso más tiempo que en ninguna otra ciudad del Imperio, había sido decapitado en Roma. ¿Cómo dejar abandonada a sí misma la región de Asia, que por su situación, su cultura helenistica y por el estado florecientisimo de sus comunidades, amenazadas de las nuevas corrientes heréticas, podía considerarse como el centro vital de irradiación cristiana? Las circunstancias de Efeso reclamaban la presencia de un apóstol que, como Juan, continuara en Asia la siembra de Pablo y fecundara su desarrollo doctrinal. Para tal obra nadie más a propósito—y quizá ya el único disponible— como aquel animoso Boanerges, el cual, por otra parte, había calado tan hondamente en la comprensión del "misterio" de Jesús,
Estos hechos motivaron seguramente el traslado de Juan a Efeso para ejercer allí su actividad misionera, plasmada luego en sus escritos.
5. Pero el Juan misionero queda como empequeñecido por el Juan escritor. Si con su palabra hablada fue el oráculo del Asia durante muchos años, con sus escritos es y seguirá siendo, a través de los siglos, el "teólogo" y el "místico" por excelencia, el "águila" de los evangelistas, la antorcha que ilumina con claridades celestiales el futuro terrestre y eterno de la Iglesia.
Tres son la obras salidas de su pluma incluidas en el canon del Nuevo Testamento: el cuarto evangelio, el Apocalipsis y las tres cartas que llevan su nombre.
A pesar de la aparente serenidad y del buscado anonimato, en parte, de estas obras, la recia personalidad de su autor, dominada por una hondísima penetración del "misterio" de Jesús, se acusa fuertemente en ellas por la concepción y trama de las mismas, por la profundidad de sus ideas, que el lector nunca logra agotar, y por lo peculiar de su estilo, pobre de gramática y de recursos literarios, pero de un dramatismo inigualado.
Los escritos de San Juan son ya el final de los libros sagrados, el último estadio del fieri de la Iglesia naciente, la madurez definitiva de la revelación. Con media docena escasa de ideas, pero cargadas de una densidad teológica inagotable, Juan desarrolla el tema central y aun único de sus escritos: enseñarnos quién es y qué es Jesús: Dios-hombre, luz, vida, verdad y amor.
Si a San Juan se le llama el evangelista del amor, por las mismas razones debería llamársele el evangelista de la vida, del Cristo-Vida, cuya "gloria' junto al Padre, reverberada sobre la vida terrestre del Maestro, nos describe como ningún otro escritor sagrado.
Igualmente es característica de San Juan la teología de nuestra palingenesia o renacer del Espíritu Santo y la de nuestra inmanencia en Cristo mediante la fe y la Eucaristía. Y es curioso anotar que San Juan no repara en la esperanza. Nunca utiliza este término en el evangelio o en el Apocalipsis y sólo una vez en sus epístolas, Parece como si no pensara en el más allá. Pero es que, según su ideologia, para el que "permanece en Cristo" no hay fronteras entre este mundo y el venidero. Todo es ya presente para el que ama a Cristo. La vida eterna la posee ya en toda su esencia el que tiene fe en Cristo y "permanece en El" por la observancia de los mandamientos.
Los escritos de San Juan son, pues, esencialmente cristocéntricos. Su finalidad es revelarnos las riquezas que se encierran en la persona de Jesús. Su tema central es Jesús, quien, por ser tan realmente hombre y tan realmente Dios, es el revelador del Padre, y es por eso la luz del mundo, y la vida de los hombres, y la clave del universo, que en Él encuentra la razón de su existencia y de su destino,
Juan es, por último, el evangelista de la universal misión maternal de María. Aun prescindiendo de la parte que él pudo tener en transmitir las noticias recogidas en San Lucas sobre la infancia de Jesús, el evangelista San Juan, que tanto simbolismo sabe descubrir en los principales milagros de Jesús, coloca a la Santísima Virgen en el milagro de Caná y al pie de la cruz—principio y fin de la vida pública de Jesús—, como para indicar la presencia permanente de María en la obra de su Hijo y su solícita colaboración maternal con Él.
Si quisiéramos resumir en pocas palabras a qué se deben estas características de los escritos de San Juan, diriamos: primero, al amor sincero de su corazón varonil por el Maestro durante su vida terrena: segundo, a la intimidad de su diario vivir con la Santísima Virgen desde que Jesús se la encomendara al pie de la cruz hasta que Ella subió a los cielos; tercero, a un continuo repensar los hechos de que fue testigo directo durante la vida de Cristo y valorar su significación sobrenatural, y cuarto, a su constante "permanecer en Cristo" a lo largo de tantos años de unión íntima con Él por la fe y por el recuerdo con lo que consiguió esa penetración sabrosísima del "misterio" de Jesús reflejada en sus obras.
6. Hay anécdotas simpáticas, aunque históricamente no del todo seguras, que confirman la amabilidad de este santo anciano, junto con su natural viveza de carácter y el amor en Cristo que a todos profesaba.
Cuentan de él que, como descanso para su espíritu, le gustaba entretenerse en acariciar a una tortolilla domesticada que tenía. Buen precedente para San Francisco de Asís... En cierta ocasión—narra San Ireneo—, habiendo ido el bienaventurado apóstol a bañarse en los baños públicos de Efeso, vió que en ellos estaba el hereje Cerinto; e inmediatamente, sin haberse bañado, salióse fuera diciendo: "Huyamos de aquí; no vaya a hundirse el edificio por estar dentro tan gran enemigo de la verdad". En cambio habiendo sabido que un joven cristiano, educado con miras al sacerdocio, dió luego tan malos pasos que acabó en jefe de bandoleros, hízose llevar el Santo hasta el monte que al ladrón servia de guarida, y, corriendo tras él y llamándole a grandes voces: "¡Hijo mío, hijo mío!", logró rescatarle para Cristo.
Algunos autores de los primeros siglos cuentan que San Juan resucitó en cierta ocasión a un muerto. Pero el milagro principal fue el sucedido en su propia persona. Refiere Tertuliano que, llevado el apóstol a Roma poco antes de su destierro a Palmos, fue sumergido en una tinaja de aceite hirviendo, de la que salió totalmente ileso y pletórico de renovada juventud, Hay quien pone en duda la historicidad de este hecho, porque ni consta que San Juan estuviera alguna vez en Roma ni de tal milagro se hacen eco los escritores que le conocieron, mientras que Tertuliano, de la iglesia de Africa, difícilmente podía tener información segura. Con todo, la Iglesia romana celebra esta fiesta en su liturgia bajo el título de "San Juan ante portam Latinam".
Una leyenda curiosa recogió San Agustín. En el sepulcro del santo apóstol—dice—se ve moverse la tierra sobre la parte correspondiente al pecho, como si el cuerpo allí sepultado respirara todavía o palpitara aún su corazón. Simple leyenda desde luego. Pero lo que no es leyenda sino realidad, es que el corazón del santo evangelista sigue palpitando en sus escritos, y que esas palpitaciones son de amor, de admiración, de arrobamiento ante la persona de Jesús, que fue para él la gran revelación de su vida y el centro de su vivir. Y Juan quería que lo fuera también para todos los hombres. Porque Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; Él es la Luz, y la Verdad, y la Vida, y el Amor.
Juan Apóstol y Evangelista, San
El Discípulo Amado Juan, hijo de Zebedeo y de Salomé, hermano de Santiago, fue capaz de plasmar con exquisitas imágenes literarias los sublimes pensamientos de Dios. Hombre de elevación espiritual, se lo considera el águila que se alza hacia las vertiginosas alturas del misterio trinitario: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”. Es de los íntimos de Jesús y le está cerca en las horas más solemnes de su vida. Está junto a él en la última Cena, durante el proceso y, único entre los apóstoles, asiste a su muerte al lado de la Virgen. Pero contrariamente a cuanto pueden hacer pensar las representaciones del arte, Juan no era un hombre fantasioso y delicado, y bastaría el apodo que puso el Maestro a él y a su hermano Santiago -”hijos del trueno”- para demostrarnos un temperamento vivaz e impulsivo, ajeno a compromisos y dudas, hasta parecer intolerante. En el Evangelio él se presenta a sí mismo como “el discípulo a quien Jesús amaba”. Aunque no podemos indagar sobre el secreto de esta inefable amistad, podemos adivinar una cierta analogía entre el alma del “hijo del trueno” y la del “Hijo del hombre”, que vino a la tierra a traer no sólo la paz sino también el fuego. Después de la resurrección, Juan parmanecerá largo tiempo junto a Pedro. Pablo, en la carta a los Gálatas, habla de Pedro, Santiago y Juan “como las columnas” de la Iglesia. En el Apocalipsis Juan dice que fue perseguido y relegado a la isla de Patmos por la “palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.” Según una tradición, Juan vivió en Éfeso en compañía de la Virgen, y bajo Domiciano fue echado en una caldera de aceite hirviendo, de la que salió ileso, pero con la gloria de haber dado también él su “testimonio”. Después del destierro en Patmos, regresó definitivamente a Éfeso en donde exhortaba infatigablemente a los fieles al amor fraterno, como resulta de las tres epístolas contenidas en el Nuevo Testamento. Murió de avanzada edad en Éfeso, durante el imperio de Trajano, hacia el año 98.
San Juan Apostol y Evangelista (S.I)
Juan iba con Juan Bautista cuando al pasar Jesús le dijo el Precursor: "Ese es el Cordero de Dios". El mismo se llamará "el discípulo al que amaba Jesús". Juan Evangelista escribió cinco libros del Nuevo Testamento: El cuarto Evangelio, tres Cartas y el único libro profético, el Apocalipsis. Era el hijo del Zebedeo y de María la de Salomé. Era hermano menor de Santiago el Mayor. La primera llamada de Jesús la recibió Juan estando con Andrés: "Venid y veréis". Le quedaron tan profundamente grabadas las palabras de Jesús que, cuando escribía su Evangelio casi sesenta años después de aquella llamada, aún recordará la hora: Eran como las cuatro de la tarde cuando el Maestro me llamó. Juntamente con su hermano Santiago y con Simón Pedro formará parte de los tres discípulos hacia lo que el Maestro sentía una predilección especial. A ellos se los llevará a la Transfiguración al Tabor. A ellos les acercará más en la noche del Jueves Santo, en el Huerto. Si a Pedro le entrega la Iglesia, a Juan le entregará a su Madre. ¿Por qué sintió predilección especial Jesús hacia Juan? Lo ignoramos. Algunos Santos Padres pensaron que fue por su virginidad, ya que sabemos que era muy jovencillo cuando lo llamó Jesús a seguirle y que fue virgen toda su vida. Dice San Jerónimo, el Padre de las Sagradas Escrituras: "El Señor virgen quiso poner a su Madre Virgen en manos del discípulo virgen". Juan era de Betsaida, la patria de Simón Pedro y de Andrés, con quienes les unía a los hermanos Boanerges o hijos del trueno una gran amistad. Pertenecía a una familia bien acomodada, para lo que entonces se estilaba, ya que tenían jornaleros y barca propia. Juan era de los "validos" de Jesús. También asistió a la resurrección de la hija de Jairo junto con su hermano y Pedro, y fue el único que tuvo la dicha de reposar su cabeza en el Costado de Cristo la Noche de la última Cena. Juan es el único que será fiel a Jesús hasta el último momento de la Cruz. Mientras los demás le abandonarán, le venderán o le negarán, Juan le acompañará en los últimos momentos y como premio recibirá a María como Madre suya y en su nombre, de toda la humanidad. ¡Gracias, Juan, por este regalo que por tu medio nos hace Jesús! Cuando por el año 49 vuelve Pablo a Jerusalén de su primer viaje, dice que se encontró a Pedro y Juan "columnas de aquella Iglesia". Hay un lapso de más de cuarenta años que nada se sabe de Juan, desde el año 49 hasta el 90 poco más o menos. ¿Dónde pasó este tiempo y qué hizo durante todos aquellos largos años? Lo ignoramos. Sabemos que los últimos años de su vida los pasó en Efeso y Patmos, y desde allí parece ser que escribió sus tres Cartas y el Apocalipsis. Él era el sostén de aquella naciente y floreciente Iglesia. Todos escuchaban con admiración sus palabras: "Hijitos míos, les decía, amaos los unos a los otros". Le dicen sus discípulos: Padre ¿por qué siempre nos repites lo mismo?" -"Porque, contesta él, es lo que yo aprendí cuando recosté mi cabeza sobre el pecho del Maestro. Y si hacéis esto, todo está cumplido." Se cuentan muchas y bellas anécdotas de estos años, más o menos verídicas. Sus discípulos, San Papías de Hierápolis, San Policarpo, San Ignacio de Antioquía, San Ireneo, todos recogieron de sus labios las enseñanzas del Maestro. San Juan fue misionero, predicador de la Palabra de Dios, pero sobre todo "escritor" profundo del Mensaje del Maestro. Murió por el año 96, después de haber sido arrojado a una caldera de aceite hirviendo, sin hacerle daño. Con la muerte de Juan, enamorado de Cristo, se concluyó la revelación en el Nuevo Testamento. San Juan Evangelista Año 100
San Juan Evangelista: consíguenos de Dios
la gracia especial de leer con fe y cariño tu santo evangelio, y obtener de su lectura gran provecho para nuestra alma.
Dios es amor (San Juan).
Este apóstol tuvo la inmensa dicha de ser el discípulo más amado por Jesús. Y se ha hecho muy famoso por haber compuesto el cuarto evangelio. Nació en Galilea. Era hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor. Su oficio era el de pescador. Parece que fue uno de los dos primeros discípulos de Jesús, junto con Andrés. Los dos eran también discípulos de Juan Bautista y un día al escuchar que el Bautista señalaba a Jesús y decía: "Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo", se fueron detrás de Él. Jesús se volvió y les dijo: "¿Qué buscan?". Ellos le respondieron: "Señor: ¿dónde habitas?". Y Jesús les dijo: "Vengan y verán". Y se fueron con él y estuvieron en su compañía toda la tarde recibiendo sus enseñanzas. Durante toda su vida, jamás Juan podrá olvidar el día, la hora y el sitio en que se encontró por primera vez con Jesucristo. Fue el momento más decisivo de su existencia. Juan estaba después un día con su hermano Santiago, y con sus amigos Simón y Andrés, remendando las redes a la orilla del lago, cuando pasó Jesús y les dijo: "Vengan conmigo y los haré pescadores de almas". Inmediatamente, dejando a su padre y a su empresa pequeña, se fue con Cristo a dedicarse para siempre y por completo a extender el Reino de Dios. Juan evangelista hizo parte, junto con Pedro y Santiago, del pequeño grupo de preferidos que Jesús llevaba a todas partes y que presenciaron sus más grandes milagros. Los tres estuvieron presentes en la Transfiguración, y presenciaron la resurrección de la hija de Jairo. Los tres presenciaron la agonía de Cristo en el Huerto de los Olivos. Junto con Pedro, fue este apóstol encargado por Jesús de prepararle la Última Cena. Al ver la mamá de Santiago y Juan que Jesús los prefería tanto, y aconsejada por ellos dos, que eran bien orgullosos, se atrevió a pedirle al Señor una gracia muy especial: que cuando él empezara a reinar, nombrara a Juan primer ministro y a Santiago ministro también. Jesús le respondió que el señalar los primeros puestos en el Reino de los cielos le correspondía al Padre Celestial, y que estos ya estaban determinados para otros. Los demás apóstoles se indignaron contra estos dos vanidosos, pero Jesús aprovechó aquella ocasión para recordarles que en el Reino de los cielos ocuparán los primeros puestos los que se hayan dedicado a prestar servicios humildes a los demás. A Juan y su hermano Santiago les puso Jesús un sobrenombre: "Hijos del trueno". Y esto se debió a que un día fueron los apóstoles a pedir hospedaje en un pueblo de samaritanos (que odiaban a los judíos) y nadie les quiso proporcionar nada. Entonces estos dos hermanos, que eran violentos, le propusieron a Jesús que les mandara a aquellos maleducados samaritanos alguno de los rayos que tenía desocupados por allá en las nubes. Jesús tuvo que regañarlos porque no habían comprendido todavía que Él no había venido a hacer daño a ninguno, sino a tratar de salvar a cuantos más pudiera. Más tarde estos dos hermanos tan vanidosos y malgeniados, cuando reciban el Espíritu Santo, se volverán humildes y sumamente amables y bondadosos. En la Última Cena tuvo el honor de recostar su cabeza sobre el corazón de Cristo. Juan Evangelista fue el único de los apóstoles que estuvo presente en el Calvario al morir Jesús. Y recibió de Él en sus últimos momentos el más precioso de los regalos. Cristo le encomendó que se encargara de cuidar a la Madre Santísima María, como si fuera su propia madre, diciéndole: "He ahí a tu madre". Y diciendo a María: "He ahí a tu hijo". El domingo de la resurrección, fue el primero de los apóstoles en llegar al sepulcro vacío de Jesús. Se fue corriendo con Pedro (al oír la noticia de que el sepulcro estaba vacío), pero como era más joven, corrió a mayor velocidad y llegó primero. Sin embargo por respeto a Pedro lo dejó entrar a él primero y luego entró él también y vio y creyó que Jesús había resucitado. Después de la resurrección de Cristo, cuando la segunda pesca milagrosa, Juan fue el primero en darse cuenta de que el que estaba en la orilla era Jesús. Luego Pedro le preguntó al Señor señalando a Juan: "¿Y éste qué será?". Jesús le respondió: "Y si yo quiero que se quede hasta que yo venga, a ti qué?". Con esto algunos creyeron que el Señor había anunciado que Juan no moriría. Pero lo que anunció fue que se quedaría vivo por bastante tiempo, hasta que el reinado de Cristo se hubiera extendido mucho. Y en efecto vivió hasta el año 100, y fue el único apóstol al cual no lograron matar los perseguidores. Después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, Juan iba con Pedro un día hacia el templo y un pobre paralítico les pidió limosa. En cambio le dieron la curación instantánea de su enfermedad. Con este milagro se convirtieron cinco mil personas, pero los apóstoles fueron llevados al tribunal supremo de los judíos que les prohibió hablar de Jesucristo. Pedro y Juan les respondieron: "Tenemos que obedecer a Dios, antes que a los hombres". Los encarcelaron, pero un ángel llegó y los libertó. Otra vez los pusieron presos y les dieron 39 azotes a cada uno. Ellos salieron muy contentos de haber tenido el honor de sufrir esta afrenta por amor al Señor Jesús, y siguieron predicando por todas partes. Juan, para cumplir el mandato de Jesús en la cruz, se encargó de cuidar a María Santísima como el más cariñoso de los hijos. Con Ella se fue a evangelizar a Éfeso y la acompañó hasta la hora de su gloriosa muerte. El emperador Dominiciano quiso matar al apóstol San Juan y lo hizo echar en una olla de aceite hirviente, pero él salió de allá más joven y más sano de lo que había entrado, entonces fue desterrado de la isla de Patmos, donde fue escrito el Apocalipsis. Después volvió otra vez a Éfeso donde escribió el Evangelio según San Juan, que es el libro que lo ha hecho tan famoso. Este libro tiene un estilo elevadísimo e impresionantemente hermoso. Agrada mucho a las almas místicas, y ha convertido a muchísimos con su lectura. A San Juan Evangelista lo pintan con un águila al lado, porque es el escritor de la Biblia que se ha elevado a más grandes alturas de espiritualidad con sus escritos. Ningún otro libro tiene tan elevados pensamientos como en su evangelio. Dice San Jerónimo que cuando San Juan era ya muy anciano se hacía llevar a las reuniones de los cristianos y lo único que les decía siempre era esto: "hermanos, ámense los unos a otros". Una vez le preguntaron por qué repetía siempre lo mismo, y respondió: "es que ese es el mandato de Jesús, y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por añadidura". San Epifanio dice que San Juan murió hacia el año cien, a los 94 años de edad. Poco antes había ido a un monte tenebroso a convertir a un discípulo suyo que se había vuelto guerrillero, y lo logró convertir volviéndolo bueno otra vez. Dicen los antiguos escritores que amaba mucho a todos pero que les tenía especial temor a los herejes porque ellos con sus errores pierden muchas almas.
San Juan, apóstol y evangelista
fecha: 27 de diciembre
†: s. I canonización: bíblico hagiografía: Abel Della Costa
Fiesta de san Juan, apóstol y evangelista, hijo de Zebedeo, que junto con su hermano Santiago y con Pedro fue testigo de la transfiguración y de la pasión del Señor, y al pie de la cruz recibió de Él a María como madre. En su evangelio y en otros escritos se muestra como teólogo, habiendo contemplado la gloria del Verbo encarnado y anunciando lo que vio.
patronazgo: patrono de los escultores, pintores, impresores, fabricantes de papel, encuadernadores, libreros, escritores, secretarios, funcionarios públicos, notarios, teólogos, viticultores, carniceros, talabarteros, vidrieros, fabricantes de espejos, grabadores, fabricantes de velas y canasteros; protector de la amistad, protector contra las quemaduras, por el bien de la cosecha, contra el granizo, el envenenamiento, las enfermedades del pie, y la epilepsia.
oración:
Dios y Señor nuestro, que nos has revelado por medio del apóstol san Juan el misterio de tu Palabra hecha carne, concédenos, te rogamos, llegar a comprender y a amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
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Los Doce Aunque un santoral no es el lugar propio de una discusión crítica sobre las cuestiones de la autoría de los libros bíblicos, el santo que rememoramos hoy está en el centro de un problema en los estudios bíblicos llamado precisamente el «problema joánico»; he buscado mucho en santorales para hallar una hagiografía reproducible antes de decidirme a escribir esto, y veo que más o menos se opta por saltar alegremente por sobre el asunto y dar por hecho que conocemos -y casi que somos íntimos- del personaje, como para ponernos a hablar de sus siete virtudes y catorce actos heroicos, cuando a lo mejor un santoral es una ocasión mucho más cercana que un manual especializado para que el «gran público» tome conciencia de los problemas, de las herramientas y de los métodos, así como de los límites, de un estudio bíblico, de lo que sabemos y de lo que no sabemos. La misma redacción actual del Martirologio, aunque conserva su sabor antiguo, ha incorporado decenas de «decisiones críticas», que obviamente no estaban -ni podían estar, por ser más recientes- en la edición anterior. Veamos cómo nos presenta una y otra edición del Martirologio a san Juan: En Éfeso, nacimiento [en el cielo] de san Juan, Apóstol y Evangelista, quien, después de escribir el Evangelio, después de estar relegado en exilio y de recibir la Revelación (Apocalipsis) divina, perviviendo hasta el tiempo del Príncipe Trajano [98-117], fundó y dirigió iglesias por toda Asia, y por fin, agotado por la edad, en el año sexagésimo octavo después de la Pasión del Señor [hacia el 101], murió, y en la misma ciudad fue sepultado. (Vetus Martyrologium Romanum, ed. 1956)1. El mismo apóstol en el martirologio actual: Fiesta de san Juan, apóstol y evangelista, hijo de Zebedeo, que, junto con su hermano Santiago y con Pedro, fue testigo de la transfiguración y de la pasión del Señor, y al pie de la cruz recibió de Él a María como madre. En su evangelio y en otros escritos se muestra como teólogo, habiendo contemplado la gloria del Verbo encarnado y anunciando lo que vio (s. I). ¿Qué es lo que ha cambiado de uno a otro? Sencillamente el Martirologio se ha hecho esta pregunta: ¿qué es lo que, respecto del apóstol Juan, sabemos o podemos razonablemente suponer? Muchas de las respuestas que puede dar el estudio bíblico en la actualidad son hipótesis de trabajo, quizás mañana cambien, ¡pero así es el saber humano, esencialmente mudable! pero el más importante cambio de un martirologio a otro no es que hayan desaparecido unas afirmaciones y aparecido otras, sino que por fin cosas que no eran «de fe» sino de conocimiento histórico, o literario, o biográfico, han sido reconocidos como tales. Veamos una a una las distintas cosas que «sabemos y no sabemos»: -¿fue san Juan un apóstol del Señor, del grupo que luego se llamará de «los Doce», es decir, del grupo inicial, jerárquicamente distinto a los demás discípulos -que los hubo en cantidad- de Jesús? Sí, eso lo podemos afirmar más alla de toda duda: por los evangelios sabemos que Juan era hermano de otro de los apóstoles -uno de los Santiagos, el llamado «mayor»-, hijos de Zebedeo, a quienes Jesús, según Mc 3,17, les puso el sobrenombre «Boanerges», «hijos de trueno», tal vez por su carácter fogoso (Lc 9,54), aunque el sobrenombre no cumple ninguna función en la narración. -¿Eran los hijos de Zebedeo parientes de Jesús? La cuestión es harto complicada y ramificada. No proviene de una cuestión estríctamente biográfica o histórica, sino que está mezclada (innecesariamente, a mi entender) con una cuestión dogmática: Los Evangelios mencionan unos «hermanos de Jesús», sin mayores explicaciones, y luego un personaje mencionado en los Hechos de los Apóstoles llamado Santiago -al parecer importantísimo en los primeros años de la Iglesia-, deriva su autoridad de ser «hermano del Señor», al que la tradición posterior, siguiendo a san Jerónimo, identifica con «Santiago de Alfeo», uno de los Doce (pero no hay suficiente base histórica para afirmarlo). Que Jesús tuvo un grupo de «hermanos» está fuera de toda duda, porque lo afirman taxativamente los evangelios, el problema es de dónde salen estos hermanos: sabemos que no pueden ser hijos de la Virgen, así que queda como solución que sean: a) hijos de un primer matrimonio de José (viudo y casado en segundas nupcias con la Virgen) como afirma alguna parte de la tradición, b) «hermanos» en un sentido amplio y muy oriental («primos», «parientes», «convivientes»), que es la versión más aceptada por la tradición, o c) quizás prohijados («adoptivos») en casa de María y José, de algún pariente fallecido. Cualquiera de las tres soluciones es posible e históricamente aceptable, y -como se ve- no es necesario tocar el dogma de la virginidad de María para solucionar de manera del todo correcta y plausible el problema. La cuestión es que la tradición posterior, sobre todo en los siglos II y III, no contenta con tener una solución perfectamente razonable a la cuestión de los «hermanos del Señor», se lanzó a la caza de los primos, y dio por ciertas unas identificaciones que de ninguna manera el material del que disponemos permite hacer. Y así, Juan resulta ser «primo de Jesús» sobre la base de que la «Salomé» nombrada en Mc 15,40 sea la misma que la «Madre de los hijos de Zebedeo» nombrada en Mt 27,56; si además suponemos, conforme a Jn 19,25 que dice que junto a la cruz estaban «su madre y la hermana de su madre», entonces resultaría esta Salomé (¡si es la hermana de la Virgen!) ser tía de Jesús, y por tanto sus hijos, los de Zebedeo, primos... la base es completamente débil, supone un malabarismo genealógico no sólo incomprobable sino auténticamente gratuito, ya que no necesitamos para nada saber quiénes eran y cómo se llamaban los «hermanos de Jesús», y en cambio sí necesitamos -para comprender adecuadamente los evangelios- tener bien en claro que Jesús no buscó el seguimiento de sus parientes, y que prefirió el llamado y la elección, por sobre los vínculos de la sangre: su propia Madre llega ser la perfecta Discípula en la cruz, alcanzando así aun una mayor grandeza, si cabe. Así que, ¿eran los hijos de Zebedeo primos de Jesús? A lo que podemos razonablemente afirmar: no. -¿Fue san Juan el autor del Cuarto Evangelio, las Cartas y el Apocalipsis? Poco podemos saber a ciencia cierta, más allá de toda duda, de la autoría efectiva, con nombre, de ningún libro bíblico, excepto un puñado de cartas de Pablo, y poco más. En la antigüedad era harto normal (no sólo en la Biblia sino en cualquier género de escrito) la «pseudoepigrafía», es decir, poner como nombre «de autor» a quien «da su autoridad» a la tradición de la que habla el libro, personaje que a veces incluso había fallecido. Así, algunas cartas «de Pablo» son pseudoepigráficas, y sólo son «de Pablo» en el sentido en que desarrollan su tradición y pensamiento, por parte de discípulos de su círculo; el libro «de Isaías» es hoy completamente reconocido que es de al menos dos o tres momentos históricos distintos, uno de los cuales, el inicial, es de Isaías profeta; a los otros dos, por comodidad, se los llama «Segundo» y «Tercer» Isaías, pero en realidad son autores anónimos emparentados a una distancia de décadas y aun de más de un siglo con el Isaías histórico. Estos son sólo ejemplos. Pero es para que se vea que no adelantamos nada con forzar a la Biblia a que sea lo que nos gustaría, tenemos que adaptar nuestra mentalidad a lo que ella es, si queremos entender lo que dice; y la Biblia es un libro antiguo, que sigue, por lo tanto, los usos habituales en los libros antiguos, que no son los nuestros. Con este proemio nos volvemos a hacer la pregunta: ¿fue el apóstol san Juan autor de los cinco escritos atribuidos a su nombre? con toda seguridad no lo es de los cinco. Comencemos por lo más fácil: las Cartas 2 y 3 están firmadas por «El presbítero», que podría coincidir con un tal «Juan el presbítero» que conocemos por algunos documentos antiguos. Así, en al lista de libros bíblicos del papa san Dámaso I (366-384), se dice «una Epístola de Juan Apóstol, dos Epístolas de otro Juan, presbítero», más tarde que esta fecha la tradición identificó estos dos juanes en uno solo y así, unos años más tarde, el papa san Inocencio I (401-417) dirá «tres cartas de Juan», identificando la vacilante tradición con un mismo personaje. Debe quedar claro al lector que las autorías no son objeto de fe, son constataciones histórico-biográficas, que pueden servir para profundizar en el estilo de un escrito, o para saber si podemos o no leer un escrito en relación a otro, pero nada más. Así que de las cartas queda vacilante, en general en la actualidad se suelen relacionar las tres cartas con el evangelio de Juan, pero no de la mano del mismo autor, sino que serían desarrollos de la «escuela joánica». Queda el problema del Evangelio y el Apocalipsis. Nadie lo ha resuelto satisfactoriamente hasta ahora, pero hay un aspecto que se puede decir que está razonablemente probado: no pueden ser del mismo autor, así que quien diga que el Apocalipsis es del apóstol Juan, no puede decir que el Evangelio es del apóstol Juan, y viceversa, quien diga que el Evangelio es del apóstol, tiene que renunciar a asignar esa misma autoría el Apocalipsis. Explicar por qué es excesivamente largo y fuera de contexto, pero se puede tomar como un dato seguro de la crítica literaria aplicada a la Biblia. Como vemos, el propio Martirologio ha optado por aceptar la autoría del apóstol Juan aplicada al Evangelio, y por tanto ya no menciona (como el Martirologio antiguo) al Apocalipsis como obra suya. Hay una tradición bastante firme, proveniente de san Ireneo, quien en «Adversus haereses» afirma que sabe por san Policarpo de Esmirna que el apóstol Juan «publicó» (exédoke) el Evangelio; otras tradiciones paralelas, que se basan en el testimonio de Papías afirman que el Apóstol Juan lo escribió. Aunque ninguna de esas tradiciones son obligatorias -tratándose de un problema histórico- de hecho son suficientemente cercanas al origen de los evangelios como para ser del todo atendibles. Como yo soy de los (no demasiados) partidarios de que el apóstol Juan es la autoridad apostólica del Apocalipsis, entonces no acepto la autoría joánica del Evangelio, pero nada obsta a afirmar lo contrario, de hecho las dos hipótesis son defendibles, mientras no se pretenda afirmar cada cosa según sople el viento. A quien hoy celebramos es al apóstol Juan, del círculo más íntimo de Jesús, sus «Doce», miembro de las «columnas de la Iglesia» al decir de san Pablo, y autor de un cierto número de escritos apostólicos, sean estos el Evangelio y alguna carta, o el Apocalipsis. -¿Fue san Juan el "Discípulo Amado" que se menciona en el Cuarto Evangelio? esto sí que es imposible de resolver, y queda -y seguramente quedará- como hipótesis mientras dure el mundo. Si se afirma que es el apóstol con cuya autoridad se compuso el Cuarto Evangelio, hay que afirmar que es el Discípulo Amado, y si no, puede ser o no. Una tradición de hacia el 160, el «Canon de Muratori» afirma que la autoridad apostólica del Cuarto Evangelio es el apóstol Andrés; si se acepta eso, hay que afirmar que el discípulo amado es Andrés, si se acepta el testimonio de Ireneo, hay que admitir que es Juan. Lo cierto es que se trata de un personaje real, no de una figura literaria -como se afirmó durante un tiempo- y sin lugar a dudas es el garante de la autoridad apostólica de las enseñanzas del Cuarto Evangelio. Su identidad depende del ramillete de hipótesis que adoptemos en la cuestión de la autoría. Sintiendo mucho haber cnvertido esta «hagiografía» (que no resulta serlo) en una exposición de hipótesis, pero deseando haber cumplido algún servicio a la comunidad cristiana distinguiendo lo que otros pretenden que vaya en paquete y sin que la gente se pregunte cosas, quisiera concluir con que estamos seguros de que celebramos a un personaje real, completamente real, un íntimo de Jesús, sea o no el Discípulo Amado, alguien que vio y dio testimonio, uno de los garantes de la apostolicidad de la fe, la haya expresado por medio del Evangelio, por medio del Apocalipsis, o en la transmisión viva de la predicación oral. Como bibliografía puede tomarse: a) Una exposición de las hipótesis clásicas (Juan autor de todos los escritos joánicos, hijo de Salomé, Discípulo amado, etc.), un poco demasiado sintética, pero bien expuesto y con mención de fuentes en Enciclopedia Católica, artículo de L. Fonck, de 1910. Es preferible, para quien pueda, leer el original inglés. b) Exponente de los problemas críticos en torno a la autoría de Juan, ya de 1970, un autor católico abiertamente partidario de la autoría de Juan Apóstol del Cuarto Evangelio (y argumentos de por qué siendo así no puede serlo del Apocalipsis): Bruce Vawter, el artículo sobre El Evangelio de San Juan en Comentario Bíblico «San Jerónimo», tomo IV, pág. 399ss c) una mirada más compleja y rica en torno a la cuestión del Discípulo Amado, y las posibilidades de identificarlo con uno u otro apóstol, de un exégeta que ha dedicado gran parte de su obra a estudiar el «problema joánico»: Raymond Brown: «La comunidad del Discípulo Amado», en castellano ed. Sígueme, 1990. En la «Introducción al Nuevo Testamento», del mismo autor, con menos amplitud pero idéntica perspectiva, hace un repaso de la cuestión joánica d) Una aproximación puramente histórica a Juan de Zebedeo -rechazando de antemano la identificación de este Juan con todos los demás (el autor del Evangelio, el del Apocalipsis, etc)- , la muy sólida y minuciosa de Meier en «Un judío marginal», Tomo III, Ed. Verbo Divino, 2003, pág. 231-239, que comienza con estas sugestivas palabras: «Si ha habido confusión en la tradición cristiana e incluso entre los especialistas sobre las personas llamadas Santiago en el NT, la mezcla de las distintas figuras históricas y la confusión entre ellas alcanza un punto culminante tratándose de Juan el hijo de Zebedeo.» Imágenes: -Ícono griego del siglo XIV. -Hendrick Terbrugghen: Juan Evangelista, mediados del siglo XVII. -Hieronymus Bosch, San Juan en Patmos (1504-05), Museo estatal de Berlín. Nota1: «Apud Ephesum natalis sancti Joannis, Apostoli et Evangelistae, qui, post Evangelii scriptionem, post exsilii relegationem et Apocalypsim divinam, usque ad Trajani Principis tempora perseverans, totius Asiae fundavit rexitque Ecclesias, ac tandem, confectus senio, sexagesimo octavo post passionem Domini anno mortuus est, et juxta eamdem urbem sepultus.» Juan el Apóstol
Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, Pentecostés encontró a Juan el Apóstol en espera orante, ya como uno de los máximos referentes junto a Pedro de la primera comunidad. Juan acompañó a Pedro, tanto en la predicación inicial en el Templo de Jerusalén (donde, apresados, llegaron a comparecer ante el Gran Sanedrín por causa de Jesús), como en su viaje de predicación a Samaría. La mención del nombre «Juan», antecedido por el de «Santiago» y el de «Cefas» (Simón Pedro), como uno de los «pilares» de la Iglesia primitiva por parte de Pablo de Tarso en su epístola a los Gálatas es interpretada por la mayoría de los estudiosos como referencia de la presencia de Juan el Apóstol en el Concilio de Jerusalén. Las polémicas que sobre él se abatieron y aún se abaten (en particular, si Juan el Apóstol y Juan el Evangelista fueron o no la misma persona, y si Juan el Apóstol fue autor o inspirador de otros libros del Nuevo Testamento, como el Apocalipsis y las Epístolas joánicas -Primera, Segunda y Tercera-) no impiden ver la tremenda personalidad y la altura espiritual que a Juan se adjudica, no sólo en el cristianismo, sino en la cultura universal. Muchos autores lo han identificado con el discípulo a quien Jesús amaba, que cuidó de María, madre de Jesús, a pedido del propio crucificado (Stabat Mater). Diversos textos patrísticos le adjudican su destierro en Patmos durante el gobierno de Domiciano, y una prolongada estancia en Éfeso, constituido en fundamento de la vigorosa «comunidad joánica», en cuyo marco habría muerto a edad avanzada. A través de la historia, su figura ha sido asociada con la cumbre de la mística experimental cristiana. Su presencia en artes tan diversas como la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la literatura, y la cinematografía es notable. La iglesia católica, la ortodoxa, y la anglicana entre otras, lo celebran en distintas festividades (ver ficha). El águila es probablemente el atributo más conocido de Juan, como símbolo de la «devoradora pasión del espíritu» que caracterizó a este hombre.[1] [2] Precisiones sobre fuentes y alcancesJuan el Apóstol, al igual que la mayoría de las personalidades de la primera comunidad cristiana, no se verifica en fuentes del siglo I que no sean los escritos neotestamentarios. La mayor parte de la información con que se cuenta en nuestros días sobre Juan el Apóstol surge de la aplicación del método histórico-crítico (es decir, el proceso científico de investigar la transmisión, desarrollo y origen de un texto) a fuentes primarias, que consisten en diferentes pasajes del Nuevo Testamento y en otros materiales considerados apócrifos por las distintas confesiones cristianas. A esto se suma el análisis de documentos de la época patrística, que incluyen tradiciones tanto escritas como orales provenientes de las diversas comunidades y escritores cristianos, tradiciones que a veces difieren entre sí.La complejidad de una síntesis sobre Juan el Apóstol viene dada por la cantidad de antecedentes especulativos existentes sobre su figura para lograr una amalgama de todo lo valioso que contienen las diferentes aportaciones. De hecho, sólo se puede obtener una apreciación correcta de los problemas planteados respecto de Juan y de sus posibles soluciones si se considera la diversidad de enfoques. Ya Adolf von Harnack (1851-1930), teólogo luterano alemán que contribuyó a la llamada «búsqueda del Jesús histórico», puntualizó que el Evangelio que lleva el nombre de Juan es uno de los mayores enigmas del cristianismo primitivo.[4] p. 11 Años después, el teólogo y catedrático protestante Charles Harold Dodd (1884-1973) refrendó el comentario anterior diciendo que, si comprendemos a Juan, habremos comprendido qué era realmente el cristianismo primitivo.[4] p. 11 Por su parte, el exégeta y catedrático católico Raymond Edward Brown (1928-1998) destacó que la brillante originalidad de los muchos y excelentes comentarios en inglés y alemán referidos a Juan, sumada a la abundante bibliografía periódica sobre el Evangelio de Juan, han hecho que los estudios joánicos adquieran una embarazosa frondosidad. Más aún, Brown señaló en 1966 que, en el apogeo de la crítica liberal de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, pocos críticos aceptaban siquiera una ligera conexión entre el Evangelio de Juan y Juan hijo de Zebedeo. En cambio –prosiguió Brown–, después de la segunda guerra mundial se plasmó lo que se denominó «nueva visión» de los escritos joánicos, que presenta muchos puntos de contacto con la visión tradicional del cristianismo. Así, el Evangelio de Juan se rehabilitó de la crítica que lo consideraba gnóstico, y algunos críticos volvieron a sugerir que «en todo ello tiene algo que ver Juan, hijo de Zebedeo».[4] p. 24 Por lo tanto, este artículo incluye en su desarrollo diferentes fuentes primarias fácilmente identificables: pasajes del Nuevo Testamento, apócrifos neotestamentarios y, para algunos puntos, escritos patrísticos que puedan brindar información adicional proveniente de algunos Santos Padres (Ireneo de Lyon, Papías de Hierápolis, Justino Mártir, Melitón de Sardes, Clemente de Alejandría, Jerónimo de Estridón, etc.) o de escritores eclesiásticos (Orígenes, Tertuliano, Eusebio de Cesarea, etc.) de los primeros siglos del cristianismo. En simultaneidad con las fuentes primarias y, en mayor grado, al tratar puntos controvertidos, se introducen múltiples y variadas fuentes secundarias de análisis e interpretación, incluyendo las opiniones de autores de diferentes confesiones cristianas (católicos, protestantes, ortodoxos, anglicanos, etc.) como así también algunas opiniones agnósticas. Las mayores aportaciones vienen dadas por las escuelas inglesa/norteamericana y alemana, aunque no se circunscriben a ellas, siendo por ejemplo destacables para algunos temas los aportes de escritores vinculados a las iglesias de Oriente o a la escuela francesa. La participación de autores de religiones no cristianas en el análisis de Juan el hijo de Zebedeo es exigua en comparación con los anteriores. A diferencia del análisis de la persona de Juan el Apóstol en sí, su impacto en la cultura es fácilmente verificable, particularmente en fuentes generales de la historia del arte. Juan en sus inicios: la vocación de los hijos de ZebedeoJuan, quien luego sería apóstol de Jesús de Nazaret, es presentado en las Sagradas Escrituras como uno de los dos hijos de Zebedeo, hermano de Santiago y compañero de Simón Pedro (Lucas 5:10). Los tres Evangelios sinópticos lo sitúan inicialmente como pescador de Galilea, cuya vocación por el seguimiento de Jesús irrumpe a orillas del lago de Genesaret, situándose Juan entre sus primeros cuatro discípulos.[5]Bordeando el mar de Galilea, (Jesús) vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan: estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.La palabra «jornaleros» indica una retribución a sueldo por un trabajo. Esto permite inferir que Zebedeo, padre de Juan y Santiago, dentro de la modestia de un pescador de Galilea, tenía un cierto desahogo económico: era propietario de «redes» (Mateo 4:21), sin duda, de algunas barcas, y tenía «jornaleros» para sus faenas. El análisis comparado de textos de los Evangelios sinópticos parece indicar que la madre de Juan fue Salomé, una de las mujeres que siguieron a Jesús durante su vida pública (cf. Marcos 10:37) hasta su muerte. Si se cotejan los pasajes referidos a la muerte de Jesús,[6] en Mateo 27:56 («Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo») y en Marcos 15:40 («Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea[...]») se puede inferir que Salomé sería la esposa de Zebedeo y madre de Santiago el Mayor y de Juan.[Nota 1] Por el Evangelio de Lucas se sabe que entre Pedro, Juan y Santiago, tenían al menos establecida un cierta «sociedad» de pesca pues, como se detalla más adelante, eran «compañeros»: Cuando (Jesús) acabó de hablar dijo a Simón: «Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar.» [...] Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran en su ayuda.[...]Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.Por la forma de ejercicio del sacerdocio en esa época, no se descarta que Zebedeo pudiera ser levita,[7] con una casa de paso en el barrio de Jerusalén habitado por esenios o en sus cercanías, y quizá con otra propiedad en Galilea, mientras la pesca en el lago podría ayudarle al sostenimiento familiar. Se ha considerado que una empresa de pesca de mediana envergadura podría ser proveedora de pescado al propio Templo de Jerusalén. En efecto, el mar de Galilea, que aún no siendo de grandes dimensiones es el principal reservorio de agua dulce de la región, se convirtió en un centro de pesca de gran importancia para el mundo judío. Es razonable que los judíos dieran preferencia al pescado capturado por pescadores judíos frente al pescado suministrado por los gentiles, ya que el primero garantizaba el cumplimiento de los preceptos rabínicos de «pureza» alimentaria, evitando tratamientos que pudiesen tornar el alimento en impuro.[8] De hecho, el mar de Galilea se caracterizó por albergar diversos «emprendimientos» pesqueros, que involucraban no sólo a las familias de los pescadores sino también a los trabajadores contratados, a los proveedores de materias primas y de otros productos, a los «procesadores» de pescado, a los «empacadores» y a los transportistas.[9] Resultan de particular interés los términos utilizados por el Evangelio de Lucas: «[...] hicieron señas a sus socios (metachoi) del otro barco [...]»; «[...] Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, eran compañeros (koinônoi) con Simón», es decir, había un sentido de comunión previo a la existencia del grupo de «los Doce», una especie de relación cooperativa establecida entre la familia de Jonás (padre de Simón Pedro), y la de Zebedeo (padre de Santiago y Juan), que podían permitirse tener asalariados en su nónima. En resumen, se desprende que Zebedeo no era un simple pescador, sino que poseía barcas, redes y daba trabajo a diversos jornaleros, lo que hacía posible que sus hijos pudieran dejarlo para seguir más estrechamente a Jesús. La vocación de Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan presenta una forma semejante en los tres Evangelios sinópticos. Se omite probablemente la comunicación previa entre Jesús y quienes serían los primeros discípulos, como también el proceso psicológico resultante de ese trato. Según el Evangelio de Juan, el primer contacto habría tenido lugar en el Jordán (Juan 1:35-42). Andrés y otro discípulo cuyo nombre no se menciona, hasta ese momento discípulos de Juan el Bautista, mantienen una primera conversación con Jesús. Algunos estudiosos como Alfred Wikenhauser (1883-1960) y Raymond E. Brown (1928-1998) sostienen que ese discípulo cuyo nombre no aparece era el propio Juan.[10] pp. 105-106;[4] pp. 286-287 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí –que quiere decir, 'Maestro'– ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos [...] que habían seguido a Jesús.De ser precisa la interpretación de Wikenhauser y de Brown, Juan el Apóstol habría sido discípulo de Juan el Bautista antes de seguir a Jesús de Nazaret. Ya desde el comienzo del ministerio público de Jesús, Juan, hijo de Zebedeo, forma parte de un grupo selecto. Por ejemplo, a la salida de la sinagoga, Juan y Santiago, se dirigen a la casa de Pedro y Andrés, donde presencian como Jesús cura a la suegra de Pedro que padece fiebre (Marcos 1:29-31). Uno de «los Doce»Los tres pasajes evangélicos que hacen alusión a la institución de «los Doce» Apóstoles mencionan a Juan (Marcos 3:17; Mateo 10:2; Lucas 6:14). Pero el evangelista Marcos hace una referencia particular, quizá debida al ímpetu de los hijos de Zebedeo:[...]Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno[...].A diferencia de Simón, hijo de Jonás, a quien Jesús le modifica su nombre por el de Pedro en señal de dominio, no hay modificación del nombre de los hermanos Zebedeo, pero sí una calificación que algunos autores argumentan posteriormente con el pasaje único de Lucas, en el que se hace referencia a una mala acogida en un pueblo samaritano. La hostilidad de los samaritanos contra judíos y galileos era proverbial. Los samaritanos eran considerados cismáticos. Jesús se dirige a Jerusalén por el camino más directo, por Samaría, en lugar de ir por los caminos más frecuentados: por la costa occidental o por el Jordán abajo.[11] Sin embargo, al buscar hospedaje, no es recibido. [...](Jesús) se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo, sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» Pero volviéndose, (Jesús) los reprendió y se fueron a otro pueblo.Según Leal, los dos hermanos Santiago y Juan justificarían así el apelativo de «hijos del trueno» que le diera Jesús.[11] Él no aprueba ese celo demasiado humano, pero ese ímpetu bien canalizado podría ser un medio eficaz para la obra pretendida por Jesús. El académico estadounidense Alan Culpepper destaca el significado dado por el teólogo alemán Otto Wilhelm Betz (1917-2005) a las expresiones «Boanerges» e «hijos del trueno». El término «Boanerges» pertenece a una tradición temprana, que provendría incluso del mismo Jesús, puesto que la comunidad cristiana primitiva no tendría ningún interés en dar a sus pilares ese tipo de nombres. Así también, Jesús habría llamado a los dos hermanos «hijos del trueno», no como un apodo despectivo, sino como una promesa de lo que llegarían a ser.[12] p. 40 La sugerencia –dice Culpepper– de que el nombre, como en el caso de Pedro, sea una promesa o una previsión de la grandeza que alcanzarían los hijos de Zebedeo es muy meritoria. Dándoles el nombre de «Boanerges», Jesús habría anunciado que Santiago el Mayor y Juan se convertirían en «hijos del trueno», testigos valientes como «voces del cielo».[12] p. 40 Uno del «círculo de dilectos»Contrariamente a las costumbres de la época, según las cuales los discípulos elegían a los maestros que los guiarían, el Evangelio señala que es Jesús quien elige a sus discípulos: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Juan 15:16). Y Jesús elige a su vez, dentro del grupo de los doce Apóstoles, a un círculo más restringido de sólo tres (a veces cuatro), quienes lo acompañan en situaciones especiales. Ellos son Simón Pedro, Santiago y Juan, a quienes en alguna ocasión se suma Andrés.Siempre según los Evangelios, Juan, junto con Pedro y Santiago,acompaña a Jesús:
En ese momento, Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para echar fuera demonios, y le dijimos que no lo hiciera, pues no te sigue junto a nosotros.»Así mismo, resulta entendible que Juan y Santiago (Marcos 10:35-41), en conjunto con su madre, quieran asegurarse una colocación distinguida: Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?» Ella le dijo: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.» Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Él les dijo: «Mi copa, sí la beberéis, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre.» Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.Jesús aprovecha la ocasión para enseñar que, entre sus seguidores, ninguno debe hacer sentir su dignidad,[11] sino que debe obrar como el servidor de los demás, de la misma forma que él vino a servir y no a ser servido. Inmediatamente antes de la Pasión, se encuentra nuevamente a Juan el Apóstol formando parte del «círculo de dilectos» de Jesús en dos oportunidades especiales:
Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de sacrificar el cordero de la Pascua; y (Jesús) envió a Pedro y a Juan diciendo: «Id y preparadnos la Pascua para que la comamos.»
Fueron a la propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y les dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras yo hago oración.» Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dijo: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.»Finalmente, encontramos a Juan y Santiago el Mayor, mencionados indirectamente como «hijos de Zebedeo», formando parte del grupo restringido de discípulos testigos del último signo realizado por Jesús ya resucitado: su aparición a orillas del lago de Tiberíades y la pesca milagrosa. Se trata de la única referencia en el Evangelio de Juan a los dos «hijos de Zebedeo», ubicada en el epílogo del evangelio. Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestaron ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díjoles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. En la primera comunidad cristianaLuego de la Pascua de resurrección y de la Ascensión de Jesucristo, el Libro de los Hechos de los Apóstoles registra a Juan, como el segundo apóstol después de Pedro, en espera de Pentecostés junto con otros.Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. Y cuando llegaron, subieron a la estancia superior, donde vivían. Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.Mientras que, al momento de la elección de «los Doce», los Evangelios de Mateo y de Lucas citan a Juan el Apóstol en cuarto lugar (Mateo 10:2; Lucas 6:14), y el Evangelio de Marcos lo refiere en tercer lugar (Marcos 3:16-17), posteriormente Lucas lo llega a colocar en su Evangelio en segundo lugar (Lucas 8:5; Lucas 9:28), desplazando en el orden incluso a su hermano mayor, Santiago. Más aún, inmediatamente antes de Pentecostés los Hechos de los Apóstoles lo sitúan también en el segundo lugar después de Pedro (Hechos 1:13). Esto parece poner de manifiesto el reconocimiento que Juan el Apóstol ya había ganado para entonces dentro de la primera comunidad cristiana.[12] pp. 28-29 y 48[13] El trabajo apostólico junto a Simón Pedro parece intensificarse desde entonces, pues Juan aparece acompañándolo en varios pasajes de los Hechos de los Apóstoles. El pasaje que narra la curación del tullido de nacimiento, el discurso de Pedro al pueblo, la comparencia de Pedro y Juan ante el Gran Sanedrín y el asombro del tribunal supremo de Israel ante estos dos Apóstoles constituye uno de los pasajes más emblemáticos del Libro de los «Hechos de los Apóstoles» (ver: Hechos 3:1-4:22): Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Éste, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna. Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: «Míranos.» Él les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.» Y tomándole de la mano derecha lo levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos y de un salto se puso de pie y andaba [...] Todo el pueblo le vio como andaba y alababa a Dios [...]; le reconocían , pues él era el que pedía limosna sentado junto a la puerta Hermosa del Templo, y se quedaron llenos de estupor y asombro por lo que había sucedido. Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, presa de estupor, corrió donde ellos al pórtico de Salomón.Al comparecer al día siguiente, Pedro y Juan muestran tal valentía al declarar ante los jefes, ancianos y escribas, Anás, Caifás y Jonatán, Alejandro y cuantos pertenecen a la estirpe de los sumos sacerdotes, que estos quedan maravillados, sabiendo que se trata de hombres sin instrucción ni cultura. Entonces se dijeron: «A fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen ya más a nadie en este nombre.» Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de los que hemos visto y oído.»Algunos autores han analizado la falta de cultura señalada en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles como argumento en contra de la presunta autoría del Evangelio de Juan por parte del Apóstol.[14] p. 37 Sin embargo, esa condición de su juventud no pareció ser óbice para una excelente capacidad de comunicación frente al pueblo y al Gran Sanedrín, cuyos miembros quedaron «maravillados».[15] Por otra parte, el Evangelio fue escrito no menos de medio siglo después, ya que no se puede pensar en una composición anterior a los últimos años del siglo I.[14] p. 42;[Nota 2] La oración final del pasaje de los Hechos de los Apóstoles, puesta en labios de Pedro y de Juan conjuntamente, contiene una forma de expresión que se reiteraría en los escritos joánicos. Si se compara la frase manifestada por Pedro y Juan con el pasaje de la I Epístola de Juan, puede verse su similitud: Otra aparición explícita de Juan tiene lugar acompañando a Pedro en el evangelización en Samaría, fechada por la Escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén (École Biblique et Archéologique Française de Jérusalem) entre 34 y 45. Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron con ellos para que recibieran el Espíritu Santo.[...] Ellos, después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos.Al yuxtaponer el pasaje de Lucas 9:54 (señalado más arriba), en el que Juan y Santiago ofrecen hacer bajar fuego del cielo para consumir a un pueblo samaritano, con el pasaje de Hechos 8:14-15.25 (también escrito por Lucas), en el que Juan proclama la Buena Noticia a los samaritanos, Alan Culpepper sugiere que Lucas estaría indicando un cambio marcado en el temperamento de Juan. Según las Escrituras, el apóstol ya no busca hacer bajar fuego sobre los cismáticos samaritanos, sino que ora para que reciban al Espíritu de Dios, tal como lo señala Hechos 8:15.[12] p. 48 En apoyo de esta opinión se cuenta con el pasaje propio del Evangelio de Juan, en el que Jesús mantiene un largo diálogo con una mujer samaritana (Juan 4:4-42), una perícopa indiscutiblemente propia de la tradición joánica. Raymond E. Brown reconoce que sólo en el Evangelio de Juan se menciona un «ministerio de Jesús en Samaría»,[4] p. 419 lo cual habría sido imitado después por el propio apóstol. Antes de la Pascua de 44 y según los Hechos de los Apóstoles, Herodes Agripa I ordena decapitar a Santiago, hermano de Juan (Hechos 12:1-2). Esa persecución contra los cristianos provoca quizá la dispersión momentánea de los Apóstoles fuera de Palestina, que se sitúa por esa época. No sería improbable que Juan migrara por un tiempo hacia otras localidades, quizá a Asia Menor. Carece de consistencia cronológica la teoría de algunos críticos sobre la muerte de Juan en ese tiempo, ya que Pablo de Tarso lo encuentra nuevamente en Jerusalén,[11] [12] pp. 48-49[16] como se detalla en la sección siguiente. El Concilio de Jerusalén y el silencio posteriorExiste la opinión generalizada entre los exégetas acerca de la participación de Juan en las deliberaciones del Concilio de Jerusalén (hacia el año 48 a 50) a las cuales hace referencia la epístola a los Gálatas.[12] pp. 48-49[16] En esta última, Pablo de Tarso refiere literalmente:[...] y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos.Los Hechos de los Apóstoles no proporcionan información posterior alguna acerca de Juan el Apóstol lo cual, según Culpepper,[12] p. 49 puede ser interpretado de tres formas:
Pero, según el teólogo alemán Wikenhauser, la información atribuida a Papías es más que dudosa.[10] pp. 20-23 El solo título de «Teólogo» que se adjudica a Juan el Apóstol es un título que solo se usó mucho más tarde en la Iglesia griega. Ya esto demuestra que no estamos en condiciones de saber qué fue realmente lo que escribió Papías. Y no es casualidad que Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea, habiendo leído detenidamente su obra, no hicieran mención de este pasaje. Si realmente hubieran encontrado en Papías lo que dice Filipo de Side, seguramente lo habrían aprovechado como argumento excelente a favor de su tesis de la residencia de Juan el Apóstol en Éfeso. Hoy, ningún historiador serio se atreve a desacreditar a Ireneo de Lyon y a Eusebio para favorecer una hipótesis de Filipo de Side, cuya obra se reduce a la de un compilador carente de discernimiento crítico. Esta posición es compartida por otros autores que, aún teniendo en cuenta la antigüedad de ciertas tradiciones litúrgicas que aluden al martirio temprano de Juan el Apóstol, las consideran erróneas.[17] Sobre la hipótesis a favor de la muerte temprana de Juan por martirio, se destaca la obra de Marie-Émile Boismard (1916-2004).[18] Este libro presenta una cantidad de elementos de interés: algunos de ellos se mencionan más adelante. Sus últimos años, en los escritos patrísticosRespecto de los años que siguieron a los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles, la tradición apostólica más antigua está de acuerdo en ubicar el ministerio de Juan el Apóstol en Éfeso, con un período de exilio en la isla de Patmos.Las hipótesis de diferentes autores modernos son de lo más variadas: desde aquellos que manifiestan que no existe evidencia directa alguna de la presencia de Juan en Éfeso (fundamentando su postura, por ejemplo, en la ausencia de referencias a Juan por parte de Pablo en su carta a los Efesios), hasta aquellos que sostienen que Juan fue fundador de la Iglesia de Éfeso (considerando que ya existía una comunidad cristiana en Éfeso a la llegada de Pablo), pasando por quienes postulan que Pablo de Tarso y Juan «el Presbítero» (ver más adelante) fundaron comunidades separadas.[19] pp. 270-271 Ireneo de Lyon (ca. 130 - ca. 202) escribió sobre «Juan, discípulo del Señor» en varias oportunidades, identificándolo con el discípulo a quien Jesús amaba y haciendo referencia a su permanencia en Éfeso hasta los tiempos del emperador Trajano: «[...]Por fin Juan, el discípulo del Señor «que se había recostado sobre su pecho» (Jn 21:20; 13:23), redactó el Evangelio cuando residía en Efeso[...]»[20] «[...]todos los presbíteros de Asia que, viviendo en torno a Juan, de él lo escucharon, puesto que éste vivió con ellos hasta el tiempo de Trajano. Algunos de ellos vieron no sólo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a quienes han escuchado decir lo mismo.»[21] «Finalmente la Iglesia de Efeso, fundada por Pablo, y en la cual Juan permaneció hasta los tiempos de Trajano, es también testigo de la Tradición apostólica verdadera.»[22]Ireneo suele dar a este Juan el título de «discípulo del Señor» (más de quince veces), título que en singular no aplica a ningún otro. En otro pasaje de su obra parece aplicarle el título de apóstol.[23] Tesis sobre el enfrentamiento de Juan el Apóstol con Domiciano «dominus et deus>>A fines del siglo I, Éfeso era la tercera o cuarta metrópoli del Imperio Romano, después de Roma, Alejandría, y quizá Antioquía. Su número de habitantes se estimaba entre 180.000 y 250.000, según los autores.[19] p. 17 Era un centro estratégico para el comercio y las comunicaciones hacia oriente. Junto con el culto a Artemisa,[19] pp. 19-29 el culto imperial era un aspecto muy significativo de la vida en Éfeso en tiempos de Juan.[19] pp. 30-36 Por entonces, el culto a los emperadores hacía énfasis en la dinastía Flavia: Vespasiano, Tito y Domiciano.[24] El nivel del culto imperial impuesto llegaba a ocasionar molestias, incluso entre los latinos. Se conserva un poema del escritor Marco Valerio Marcial, en el cual él hace alusión a la ruptura del hábito de llamar con el título de «señor» a Domiciano: «non est hic dominus, sec imperator» (Martial X, 72). Domiciano fue señalado por los escritores cristianos antiguos como el segundo emperador romano en perseguir a los cristianos, luego de Nerón.[25]Muchos investigadores coinciden en la hipótesis de que el Apocalipsis fue escrito durante el gobierno de Domiciano como reacción a la intolerancia religiosa del emperador.[26] Mientras que el emperador se hacía llamar «Domitianus dominus et deus» («señor y dios Domiciano»), el Apocalipsis respondía: «Εγω ειμαι το Α και το Ω, αρχη και τελος, λεγει ο Κυριος» («Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor» -Apocalipsis 1:8-), y manifestaba así una convicción que ya aparecía bien explicitada dos décadas antes: «un solo Señor» (Efesios 4:5).[Nota 5] La tensión también se manifiesta en vestigios de la época, como el Grafito de Alexámenos descubierto en el Palatino, que sugiere la representación en sorna de un cristiano adorando a un asno crucificado. Tertuliano (ca. 160 – ca. 220), en su De praescriptione haereticorum XXXVI, asentó que Juan padeció sin morir el martirio en Roma, en una caldera de aceite hirviente.[27] [Nota 6] Según este relato milenario de la Iglesia, el martirio habría tenido lugar aproximadamente entre los años 91 y 95, en las cercanías de la Puerta Latina (Porta Latina), en los Muros Aurelianos. Juan habría salido ileso. El emperador Domiciano habría considerado este prodigio como una especie de magia y, no animándose a intentar otra clase de ejecución, habría desterrado a Juan a la isla de Patmos.[28] Aún cuando algunos revisionistas contemporáneos minimizan el carácter persecutorio de Domiciano tanto en la arena política como en la religiosa,[29] los historiadores Tácito y Suetonio mencionan en sus obras una escalada de persecuciones hacia el final del gobierno de aquel emperador, particularmente hacia oponentes que detentaban algún poder o dinero. Ambos historiadores identifican el momento crítico de esas persecuciones en algún punto entre 89, año de la supresión de la revuelta de Saturnino, y 93.[30] [31] Según Suetonio, aquellos de los que el emperador sospechaba eran declarados culpables de corrupción o de traición. Entre los escritores eclesiásticos, Eusebio de Cesarea cita a Melitón, obispo de Sardes (c. 170)[32] y a Tertuliano. Éste último señaló que Domiciano «casi igualó a Nerón en crueldad»,[33] palabras que historiadores como Brian W. Jones consideran retóricas, mientras que los escritores cristianos no.[Nota 7] El destierro de Juan el Apóstol desde Éfeso a la isla de Patmos (donde según Ireneo de Lyon fue escrito el Libro del Apocalipsis),[34] y la ejecución del senador Tito Flavio Clemente son ejemplos de la falta de libertad religiosa que habría tenido lugar en esa época. Según el historiador Dion Casio (67.14.1-2), Domitila y Flavio Clemente fueron acusados de ateísmo y condenados: Flavio Clemente fue ejecutado y Domitila desterrada a Pandateria.[35] pp. 504-506 Como señala el historiador y jurista español José Orlandis (1918-2010),[36] la acusación de «ateísmo» en la historia del Imperio Romano refirió con frecuencia la negación a adorar a los dioses romanos en general y a reconocer el origen divino del emperador en particular.[Nota 8] Luego del asesinato de Domiciano el 18 de septiembre de 96, Juan habría retornado a Éfeso. La permanencia de Juan el Apóstol en Éfeso es conocida asimismo por Clemente de Alejandría (hacia el año 200), quien refiere que «Juan, después de la muerte del tirano (Domiciano), regresó de la isla de Patmos a Éfeso».[37] Tesis sobre el martirio de Juan el ApóstolAl igual que sucede con otras tradiciones orales o escritas relacionadas con personas de tiempos antiguos, no existen pruebas documentales o arqueológicas de que el episodio del martirio de Juan el Apóstol no seguido de muerte haya tenido lugar en Roma, o en Éfeso, o que sea el resultado de una elaboración posterior.[38] Tampoco existen evidencias directas que lo descalifiquen, por lo cual todo se resume a hipótesis y argumentaciones a favor y en contra, según los autores. Sin embargo, hay una cuestión subyacente al tema del martirio de Juan en sí: es el cumplimiento de la frase profética de Jesús a los dos hijos de Zebedeo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado». Esto fue investigado por Marie-Émile Boismard, quien profundizó en numerosos elementos patrísticos y litúrgicos de interés.[18] [Nota 9]«Yo, Juan»: por los caminos del ApocalipsisEl Apocalipsis da detalles escasos pero no irrelevantes acerca de su autor: su nombre es «Juan» (Apocalipsis 1:1,Apocalipsis 1:4, Apocalipsis 1:9, Apocalipsis 22:8). El autor se incluye entre los profetas (Apocalipsis 22:9) y se atribuye varios títulos genéricos, tales como «siervo» de Dios (Apocalipsis 1:1) y «hermano y compañero en la tribulación» del grupo al que se dirige (Apocalipsis 1:9). Su presencia en la isla de Patmos (Apocalipsis 1:9) fue la probable consecuencia de un destierro impuesto por las autoridades romanas. Las cartas que envía a las siete iglesias (Apocalipsis 2:1-3:22) manifiestan que era muy conocido por los cristianos de Asia y que, dentro de las comunidades cristianas, gozaba de una autoridad indiscutida. A partir del siglo II se repiten dos preguntas sobre el autor del Apocalipsis:
La autoría del Apocalipsis en los siglos II a IVLas respuestas tradicionales gozan de una considerable antigüedad. En el siglo II, el autor desconocido del apócrifo Hechos de Juan,[39] Papías de Hierápolis (c.69-c.150) y Justino Mártir (100/114-162/168) en su «Diálogo con Trifón» atribuyen el Apocalipsis a Juan el Apóstol. Justino Mártir, al comentar el texto simbólico de la resurrección como renovación de la Iglesia por mil años después de la persecusión romana (Apocalipsis 20:4), escribe:Había un hombre con nosotros, cuyo nombre era Juan, uno de los apóstoles de Cristo, quien profetizó, por una revelación que se hizo para él, que quienes creyeran en Cristo vivirían mil años [...].[40]Desde mediados del siglo II hasta mediados del siglo III aparece esta misma convicción en los padres y escritores de Oriente: Melitón de Sardes (muerto hacia 180), citado por Eusebio,[41] Clemente de Alejandría (c.150-211/7),[42] y Orígenes (185-254) en su «Comentario sobre el Evangelio de Juan».[43] Occidente tampoco es ajeno a esta tendencia: el «Prólogo antimarcionita a Lucas», Ireneo de Lyon en su «Adversus haereses» IV, 30, 4,[44] Hipólito de Roma,[45] y Tertuliano en su «Adversus Marcionem» 3.14 y 4.5[46] son ejemplos de la atribución del Apocalipsis a Juan el Apóstol. A partir del siglo III surgen repentinamente algunas voces discordantes. En Occidente son escasas y poco influyentes: el presbítero romano Gayo y los álogos (es decir, los negadores del Logos joánico). En Oriente, por el contrario, los adversarios del origen apostólico del Apocalipsis son más importantes. El más serio entre ellos es Dionisio de Alejandría (muerto hacia 264/65), que combate el milenarismo y sus excesos, herejía basada en el reinado de mil años que se menciona en Apocalipsis 20:1-6. Como el libro del Apocalipsis, de cuya interpretación literal nace el milenarismo, tiene fuerte aceptación en la Iglesia primitiva, Dionisio busca apoyo para descalificar el Apocalipsis en una escrupulosa comparación del lenguaje, estilo y pensamiento de este libro con los del Evangelio de Juan y de la I Epístola de Juan, concluyendo que sólo el Evangelio de Juan y la I Epístola de Juan son obra de Juan el Apóstol, mientras que el Apocalipsis habría sido escrito por Juan el Presbítero (ver más adelante en este artículo).[47] Los adversarios del milenarismo acogen con entusiasmo la opinión del ilustre obispo, y así se suman en aquel momento al rechazo del Apocalipsis distintos obispos de Siria y de Asia Menor. Se produce entonces la negativa de la escuela de Antioquía a aceptarlo como apostólico, y la Iglesia siria en su conjunto lo rechaza todavía en la actualidad. Como resultado, queda como argumento serio contra la paternidad literaria del Apocalipsis por parte de Juan el Apóstol su omisión de la Vulgata siria. Varias listas canónicas de las iglesias orientales omiten el Apocalipsis, y muchos manuscritos griegos anteriores al siglo IX no lo incluyen. Sin embargo, debido a la influencia de Atanasio de Alejandría (c.296-373), se fue estableciendo en Oriente cierta unanimidad y, cuando los milenaristas decrecieron, el libro del Apocalipsis recobró el lugar que le asignaron los testimonios de los Padres más antiguos. En contraste, en Occidente nunca surgieron dificultades serias, y el Apocalipsis, junto con el Evangelio de Juan y las tres Epístolas joánicas, fueron aceptados como obra del apóstol Juan. La autoría del Apocalipsis desde XVIHasta el siglo XVI no se alza ninguna objeción contra esta convicción común.[48] Entonces Erasmo de Rotterdam pone de nuevo en duda la identidad del autor de Apocalipsis, del Evangelio de Juan y de las epístolas. Para Martín Lutero, el Apocalipsis no es apostólico ni profético. A partir del siglo XVIII va creciendo el número de investigadores que niegan el origen apostólico del Apocalipsis y su relación con el Evangelio de Juan. Según el «Comentario Bíblico "San Jerónimo"»,[48] «actualmente, la mayoría de los exégetas católicos y algunos protestantes mantienen la doble opinión tradicional. Un pequeño grupo de no católicos rechaza el origen apostólico del Apocalipsis, pero sostiene que este libro fue redactado por el autor del Evangelio de Juan. Por otra parte, algunos piensan que el apóstol Juan escribió el Apocalipsis, pero no el Evangelio de Juan. Finalmente, varios críticos niegan que exista relación alguna entre el hijo de Zebedeo y el Apocalipsis o el Evangelio de Juan y atribuyen ambas cosas a distintos autores apenas conocidos». Ugo Vanni, concienzudo investigador del Apocalipsis en más de un centenar de trabajos y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica, afirma que el texto del Apocalipsis tiene un refinamiento literario propio y una capacidad simbólica del todo suya, diferente de la técnica simbólica adoptada en el Cuarto Evangelio.[49] Vanni considera que Juan el Apóstol es a su vez el evangelista, mas no el autor directo del Apocalipsis: «el autor del Apocalipsis no es Juan, el apóstol y el evangelista sino un discípulo perteneciente a la gran iglesia de Juan, el cual quiere hacer revivir, en su presente, un mensaje que él (el autor real) atribuye al gran fundador de la iglesia de Juan».[49]Similitudes y diferencias entre el Apocalipsis y el Evangelio de JuanUna serie de indicios internos parecen relacionar entre sí el Apocalipsis y el cuarto evangelio, al menos en el sentido de que los dos libros tienen algún origen común. Es de notar, por ejemplo, que varios detalles no aparecen en ningún lugar del Nuevo Testamento fuera de estas dos obras: Jesucristo es presentado como «Cordero» en el Evangelio de Juan (Juan 1:29; Juan 1:36) y 28 veces en el Apocalipsis, pero con diferentes palabras griegas; su nombre es «Palabra de Dios», es decir, «el Verbo» (Juan 1:1; Apocalipsis 19:13); la imagen de la «esposa» recuerda al pueblo de Dios (Juan 3:29; Apocalipsis 21:2-9;Apocalipsis 22:17); la vida es simbolizada por medio del agua en expresiones como «agua viva» (Juan 4:10) y «agua de la vida» (Apocalipsis 7:17; Apocalipsis 21:6; Apocalipsis 22:1-17).Por otra parte, se ha de admitir que son muchos los detalles que separan ambas obras. Se suele insistir en las diferencias de lenguaje y de perspectiva escatológica. Mientras el griego del Evangelio de Juan es sencillo y habitualmente correcto, el del Apocalipsis es pródigo en solecismos y forzamientos de la lengua griega. En cuanto al tema del «más allá», el Apocalipsis está dominado por el punto de vista y los símbolos de la tradición apocalíptica, la cual espera en un futuro que traerá consigo la salvación prevista por Dios para su pueblo. El Evangelio, en cambio, se muestra muy independiente de la visión apocalíptica y considera la salvación casi siempre como ya poseída por el creyente. Algunos términos que son centrales en el Evangelio (ver más adelante) apenas si aparecen en el Apocalipsis; de hecho, varios no aparecen en absoluto: por ejemplo, el verbo «creer» (98 veces en el Evangelio de Juan, nunca en el Apocalipsis) y el término «fe» (4 veces en el Apocalipsis, nunca en el Evangelio de Juan), por citar dos ejemplos.[50] En qué sentido son «joánicos» los «escritos joánicos»Todos los datos anteriores son una muestra que permite entender por qué los exégetas han adoptado posiciones tan divergentes. El estado fragmentario de nuestros conocimientos impide proponer hoy una solución categórica desde un punto de vista racional. Más aún si se considera que la gran mayoría de los biblistas e historiadores concuerda hoy con Ireneo de Lyon en que el Apocalipsis fue escrito durante la persecución que tuvo lugar al final del gobierno de Domiciano.[29] [36] [48] [49] Esta datación volvería a la redacción del Libro del Apocalipsis casi contemporánea de la del Evangelio de Juan. Considerando distintas evidencias internas y arqueológicas, el escriturista Rivas concluye: «entre los investigadores se sostiene, de manera muy generalizada, que el Evangelio fue escrito en la última década del siglo I, o a más tardar en los primeros años del siglo II».[14] En efecto, la existencia del 52 (papiro 52, datado de 125 d. C. aproximadamente) desestima la fijación de fechas más tardías para la redacción del Evangelio de Juan.[3] pp. 85 y 87Más allá de la posibilidad latente de una pseudonimia, tal como expresa Vanni,[49] no hay tampoco razón para sospechar de la argumentación de Robert H. Charles: el autor del Apocalipsis nos habría dejado su nombre real. Tras examinar la hipótesis de la pseudonimia, Charles concluye perentoriamente que no existe la más pequeña prueba en favor de la hipótesis de que el Juan del Apocalipsis sea un pseudónimo,[51] y esta argumentación clásica permanece hasta hoy.[48] El testimonio tradicional que afirma el origen apostólico de todos y cada uno de los escritos joánicos es tan antiguo y tan abundante que no resultaría serio desconocerlo o descartarlo por completo. Parece muy difícil explicar cómo pudieron equivocarse todos los testigos más importantes de los siglos II y III. Las escasas pero significativas coincidencias entre el Apocalipsis y el Evangelio de Juan parecen exigir al menos cierto origen común para ambos libros. Por otra parte, las múltiples diferencias muestran la dificultad de que el Apocalipsis y el Evangelio de Juan hayan podido ser escritos por el cálamo de una misma y única persona. En espera de una solución más concreta podría resultar importante la sugerencia ponderada de algunos autores modernos de distinta extracción (por ejemplo, los escrituristas Charles K. Barrett,[52] François-Marie Braun,[53] y André Feuillet[54] ) que se resume en los siguientes puntos. Según las fuentes cristianas de los siglos II y III, Juan el Apóstol habría sido la gran autoridad cristiana de Asia hacia fines del siglo I a punto tal que, como bien señala el español José Orlandis, en razón del testimonio de esas fuentes, las iglesias de Asia llegan a considerar a Juan como «su propio Apóstol».[55] A pesar del disenso de la escuela de la Iglesia siria respecto del Apocalipsis, la influencia de Juan habría llegado a tal punto que «las iglesias asiáticas se resistieron durante mucho tiempo a unificar su disciplina con la de las restantes iglesias, alegando que su uso estaba sancionado por la autoridad de Juan el Apóstol, que lo había introducido en ellas».[36] Por lo tanto, él habría inspirado esos «materiales» joánicos, quizá a través de una vigorosa «escuela» localizada en Éfeso, pero la redacción y reelaboración de esos escritos podría haber sido llevada a cabo por distintos discípulos suyos, familiarizados con el pensamiento del apóstol. Al tratar más adelante los temas referidos a Juan el Presbítero y al autor de Evangelio de Juan, se verá que esta postura parecería hoy la más madura. Para aquéllos que, siguiendo la mentalidad de los antiguos, consideran autor a aquella persona cuyas ideas se plasman en un papiro y no tanto al escribiente, la predicación de Juan el Apóstol sería el eje inspirador de los «escritos joánicos» de fines del siglo I. Juan el Apóstol: un consejo para todosJerónimo de Estridón (c. 340 – 420) también conoció el relato del martirio de Juan en el caldero de aceite en Roma y de su destierro en Patmos, pues lo refiere en su Commentariorum in Evangelium Matthaei XX, 23, al explicar el pasaje en que Jesús predice a los dos hijos de Zebedeo que beberían el mismo cáliz que él.[56]Pero San Jerónimo escribe además que Juan, en su ancianidad, no podía ir por su pie a las reuniones de los cristianos, y los discípulos lo llevaban en una silla a las asambleas de los fieles de Éfeso. Su consejo era siempre el mismo: «Hijitos, amaos los unos a los otros». Cuando le preguntaron por qué repetía siempre la frase, Juan respondió: «Porque ése es el mandamiento del Señor y, si lo cumplís, lo habréis hecho todo».[57] Jerónimo también hace referencia a la larga vida de Juan y a su muerte en Éfeso a comienzos del siglo II. «Juan el Apóstol» y «Juan el Presbítero»No carece de importancia un dato que aporta el historiador de la Iglesia Eusebio de Cesárea, a principios del siglo IV. Eusebio informa sobre una obra en cinco volúmenes del obispo Papías de Hierápolis (fallecido hacia el año 120), hoy perdidos. Allí, Papías habría mencionado que él no llegó a conocer a los Apóstoles, pero que recibió la doctrina de aquellos que habían estado próximos a los Apóstoles. También se refirió a personas que habían sido «discípulos del Señor», citando los nombres de Aristión y de un tal «presbítero Juan». Así lo expresa Eusebio de Cesarea:[...] Papías, según el prólogo de sus tratados, no se presenta a sí mismo de modo alguno como oyente y como testigo ocular de los sagrados apóstoles, sino que enseña haber recibido lo referente a la fe de boca de quienes los habían conocido.[58]Luego, Eusebio cita el texto de Papías al que acaba de hacer referencia: [...] si me salía al encuentro alguno que había tratado con los presbíteros (ancianos), le preguntaba curiosamente cuáles fuesen los dichos de los ancianos: qué dijeron Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Santiago, Juan , Mateo. Y qué dicen Aristión y el presbítero Juan, discípulos del Señor.Finalmente, Eusebio agrega de su propia cuenta este comentario: Se ha de observar que en estas palabras incluye dos veces el nombre de Juan. La primera vez junto con Pedro, Santiago, Mateo y los demás apóstoles [...] Pero luego, estableciendo una distinción de lenguaje, coloca a otro Juan entre aquellos que están fuera del número de los apóstoles, anteponiendo a un tal Aristión, al cual llama expresamente presbítero. De modo que por estos dichos se comprueba la verdad de la historia de los que dicen quen en Asia hubo dos personas que llevaron el mismo nombre de Juan, que en Éfeso hay dos sepulcros, y que todavía se dice que ambos son de Juan [...][59]Eusebio llega a su conclusión de que Papías hace una distinción entre dos personas distintas y que ambas llevan el mismo nombre Juan: una está citada entre nombres de apóstoles que coinciden con nombres del «grupo de los Doce», y otra refiere el nombre de un «presbítero». Según señala el teólogo alemán Wikenhauser, Eusebio tiene al primero de estos dos personajes por autor del Evangelio de Juan, y se inclina a atribuir al segundo la paternidad del Apocalipsis; pero críticos independientes contemporáneos, apartándose en esto de Eusebio, atribuyen la composición del cuarto Evangelio al presbítero Juan.[10] pp. 17-19 La distinción entre un «presbítero Juan» y «Juan el Apóstol» fue extendida en Europa Occidental por San Jerónimo, basado en la autoridad de Eusebio. La Enciclopedia Católica considera que la distinción no cuenta con una base histórica: ni Ireneo de Lyon, ni ningún otro escritor anterior a Eusebio, tuvieron conocimiento alguno de un segundo Juan en Asia. Asimismo, la Enciclopedia Católica sostiene que la palabra «presbítero» sólo puede entenderse como «apóstol».[60] Por otra parte, J. Ratzinger incorpora esta hipótesis como posible.[7] De esta información y de otros indicios afines, se desprende que en Éfeso hubo una especie de «escuela joánica», que remontaba su origen a una figura identificada en el Evangelio de Juan con el discípulo a quien Jesús amaba. Es posible que esa escuela joánica haya tenido como base a «Juan el Apóstol», a quien Ireneo de Lyon,[20] Justino Mártir,[61] y otros varios Padres de la Iglesia acreditan haber habitado en Éfeso. Además, contó con la autoridad de un «presbítero Juan». Así lo expresa Ratzinger: Esta información es verdaderamente digna de atención; de ella y de otros indicios afines, se desprende que en Éfeso hubo una especie de escuela joánica, que hacía remontar su origen al discípulo predilecto de Jesús, y en la cual había, además, un «presbítero Juan», que era la autoridad decisiva. Este «presbítero» Juan aparece en la Segunda y en la Tercera Carta de Juan (en ambas, 1,1) como remitente y autor, y sólo con el título de «el presbítero» (sin mencionar el nombre de Juan). Es evidente que él mismo no es el apóstol, de manera que aquí, en este paso del texto canónico, encontramos explícitamente la enigmática figura del presbítero. Tiene que haber estado estrechamente relacionado con él, quizá llegó a conocer incluso a Jesús. A la muerte del apóstol se le consideró el depositario de su legado; y en el recuerdo, ambas figuras se han entremezclado finalmente cada vez más. En cualquier caso, podemos atribuir al «presbítero Juan» una función esencial en la redacción definitiva del texto evangélico, durante la cual él se consideró indudablemente siempre como administrador de la tradición recibida del hijo de Zebedeo.[7] La figura del «Discípulo Amado» por el SeñorEn el Evangelio de Juan aparece en varias ocasiones y sin revelar jamás su verdadero nombre, una figura que no se verifica en ningún otro escrito del Nuevo Testamento: la del discípulo a quien Jesús amaba («ο μαθητης ον ηγαπα ο Ιησους», también mencionado como «ον εφιλει ο Ιησους» según aparece en Juan 20:2).(1) El «Discípulo Amado» aparece recostado sobre el pecho de Jesús, durante la Última Cena, preguntándole quién es el discípulo que le va a entregar: Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale de quién está hablando.» El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dijo: «Señor, ¿quién es?» Le respondió Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.» Y, mojando el bocado, le tomó y se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote.(2) Asimismo, el «Discípulo Amado» se presenta al pie de la cruz, junto a la madre de Jesús: Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.(3) El «Discípulo Amado» es quien, al igual que Simón Pedro, corre hacia el sepulcro vacío: El primer día de la semana fue María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y vio la piedra quitada del sepulcro. Echó a correr y llegó donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro siguiéndole, entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.(4) También se encuentra al «Discípulo Amado» al lado de Simón Pedro durante la aparición de Jesús resucitado ante sus discípulos a orillas del Mar de Tiberíades: Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díjoles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dijo entonces a Pedro: «Es el Señor». Cuando Simón Pedro oyó «es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.(5) Posiblemente, el «Discípulo Amado» muere a una edad muy avanzada, pues entre sus seguidores corre la voz de que no moriría nunca: Pedro se volvió y vio siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dijo a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.»Raymond E. Brown sugiere además la identificación del «Discípulo Amado» con el discípulo anónimo que aparece en otros pasajes del Evangelio de Juan,[4] pp. 118-119 por ejemplo:
Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: «He ahí el Cordero de Dios.» Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dijo: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, “Maestro” - ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.
Características que identifican a este «Discípulo Amado>>Según Cornelis Bennema,[62] el trato entre el «Discípulo Amado» y Jesús de Nazaret en el Evangelio de Juan parece implicar una relación de confianza, lealtad y permanencia (es decir, una relación estable, firme). Esas características harían del «Discípulo Amado» un testigo calificado del mismo Evangelio de Juan. Por otra parte, el «Discípulo Amado» se manifiesta como alguien muy perceptivo respecto de la persona de Jesús: es el primero en reconocerlo en el mar de Tiberíades, luego de la resurrección. Siempre según Bennema,[62] el Evangelio de Juan pone en evidencia otras características del «Discípulo Amado», a través de su interacción con otras personas:
No se puede asegurar que haya sido la modestia lo que indujo a este testigo presencial a no referirse a sí mismo con el propio nombre, porque constantemente llama la atención sobre el amor de dilección que Jesús le tenía. Una solución posible sería que el «Discípulo Amado» se haya referido a sí mismo como «el otro discípulo» y que sus seguidores hayan incorporado al Evangelio de Juan la alusión al «Discípulo Amado». La solución comúnmente aceptada desde el siglo II y hasta el desarrollo de la «crítica bíblica» a mediados del siglo XIX fue que el «Discípulo Amado», garante del Evangelio de Juan, era Juan el Apóstol, el hijo de Zebedeo. A partir el siglo XVIII comienza a difundirse el uso del método histórico-crítico en lugar de métodos de índole estrictamente religiosa para construir un conocimiento verificable de Jesús de Nazaret. Este método fue utilizado particularmente para interpretar el Evangelio de Juan en general y la figura del «Discípulo Amado» en particular. Más aún, se propusieron significados alternativos del «Discípulo Amado» con los que se buscó superar las posibles debilidades que los críticos argumentaban había en la identificación con Juan el Apóstol. No se trataba de un tema menor, pues representaba indirectamente un desafío a la misma autoría del Evangelio. Este proceso, reservado en principio a los estudiosos, demandó décadas. Con los años, las distintas hipótesis esgrimidas sobre la identidad del «Discípulo Amado» como alguien distinto a Juan el Apóstol mostraron a su vez sus debilidades, mientras que se edificaron nuevas hipótesis sobre el proceso de redacción del Evangelio que, en la opinión de muchos, enmarcaba el grado de responsabilidad del «Discípulo Amado» en el mismo. Juan el Apóstol como «Discípulo Amado>>Argumentos externos patrísticos y apócrifosJean Colson (1913-2006) analiza el nivel de respaldo otorgado por los escritores cristianos más antiguos a la identificación de Juan el Apóstol como «Discípulo Amado».[63] [Nota 10] La interpretación de las referencias de los Padres de la Iglesia no es unánime (por ejemplo, Joseph Newbould Sanders pone en duda algunas referencias de los Padres Apostólicos,[64] y Richard Bauckham se opone a la interpretación del «Discípulo Amado» como Juan el Apóstol en Ireneo de Lyon),[65] pero es mayoritaria a favor de la hipótesis que presenta a Juan el Apóstol como el «Discípulo Amado».Entre los Padres de la Iglesia que mencionaron al «Discípulo Amado» se destaca Ireneo de Lyon. Ireneo no dice que se trate del «hijo de Zebedeo»: siempre refiere el nombre de «Juan» como «discípulo» del Señor (más de 15 veces). Se podría objetar que, dado que Juan es mencionado únicamente como «discípulo» y no como «apóstol», su identidad estaría en duda ya que los apóstoles son indicados con ese título. Sin embargo, una lectura cuidadosa de todo el texto de Ireneo permite inferir que, al mencionar Ireneo la figura de «Juan, el discípulo del Señor que se reclinó sobre su pecho», se refiere inequívoca y consistentemente al apóstol Juan.[10] p. 11 En efecto, Ireneo menciona: «[...]todos los presbíteros de Asia que, viviendo en torno a Juan, de él lo escucharon, puesto que éste vivió con ellos hasta el tiempo de Trajano. Algunos de ellos vieron no sólo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a quienes han escuchado decir lo mismo.»[21] «[...]Por fin Juan, el discípulo del Señor «que se había recostado sobre su pecho» (Jn 21:20; 13:23), redactó el Evangelio cuando residía en Efeso[...]»[20]La frase de Ireneo: «... no solamente vieron a Juan, sino también a otros apóstoles...» implica directamente que Ireneo, al mencionar a Juan, se refiere a un apóstol, es decir, al hijo de Zebedeo. R. A. Culpepper,[12] p. 124 quien no reconoce a Juan hijo de Zebedeo como «Discípulo Amado», señala sin embargo que resulta difícil dudar de que Ireneo, al mencionar a «Juan el discípulo del Señor», se refiera a otro que no sea Juan el Apóstol. A Ireneo de Lyon se suman ciertos matices de Eusebio de Cesarea[66] y, con mayor énfasis, el apócrifo «Hechos de Juan» que identifica al apóstol Juan como aquél que se reclinó sobre el pecho de Jesús en la Última Cena. El apócrifo «Hechos de Juan»,[67] datado de la segunda mitad del siglo II, insiste en los detalles ya conocidos por los evangelios canónicos que refieren la personalidad del apóstol. Narra la vocación de Juan y su hermano Santiago al apostolado (Hechos de Juan 88:2, paralelo de Marcos 1:19), como también el episodio de la Transfiguración (Hechos de Juan 21 y 90; paralelos de Mateo 17:1-9). El gesto de reclinarse sobre el pecho de Jesús durante la Última Cena, que se atribuye al «Discípulo Amado» en Juan 13:23, se señala en los Hechos de Juan 89, como si se tratara de una actitud habitual de Juan el Apóstol. Es posible que los «Hechos de Juan» sean anteriores a los escritos de Ireneo de Lyon, de Tertuliano y de otros escritores que aparecen como testigos de esas tradiciones. Por esa razón, los «Hechos de Juan» no podrían nunca ser deudores de las obras de otros autores. El escritor Orígenes (185-254), principal referente teológico del cristianismo hasta Agustín de Hipona, apunta una y otra vez: Juan, el hijo de Zebedeo, dice en su Apocalipsis[...] [...]Una vez más, en su descripción del Logos de Dios en el Apocalipsis, el Apóstol y Evangelista (y el Apocalipsis le da también el título de profeta) dijo que vio la Palabra de Dios en el cielo abierto[...] [...] ¿Qué vamos a decir de él, que se apoyó en el pecho de Jesús, a saber, Juan, que dejó un Evangelio, a pesar de confesar que él podría hacer tantos que el mundo no los contendría? Pero también escribió el Apocalipsis [...].[43]Muchos académicos que no aceptan la opción de Juan el Apóstol como «Discípulo Amado» han desconsiderado las evidencias patrísticas mencionadas. Esta tendencia fue puesta en evidencia recientemente por el profesor Donald Carson.[68] [Nota 11] En efecto, alguna falta de explicitación por parte de varios Padres de la Iglesia en la identificación plena de «Juan, el hijo de Zebedeo», o de «Juan el Apóstol» con «Juan el discípulo» o con el «Discípulo Amado», se ha de contrastar con la sugestiva ausencia total de referencias explícitas de los restantes candidatos a «Discípulo Amado» por parte de los mismos Padres (ver más adelante). Argumentos fundados sobre el análisis externo comparadoAlgunos argumentos a favor de la identificación de Juan el Apóstol con el «Discípulo Amado» surgen del análisis comparado entre el Evangelio de Juan, los Evangelios sinópticos y los Hechos de los Apóstoles,[10] pp. 23-28;[53] [68] [69] [70] [71] [72] [73] [74] [75] [76] [15] [77] [78] [79] [80] y pueden resumirse brevemente en los siguientes puntos:
Argumentos fundados sobre el análisis interno del Evangelio de JuanPresencia en la Última CartaP. Parker funda buena parte de sus críticas en que la identificación del hijo de Zebedeo como «Discípulo Amado» depende excesivamente de los Evangelios sinópticos, que aseguran que sólo «los Doce» estuvieron presentes en la Última Cena.[81] Indirectamente, esta postura sostiene la hipótesis de la independencia total del Evangelio de Juan con respecto a los Evangelios sinópticos, y afirma que las similitudes con estos podrían explicarse satisfactoriamente por la tradición oral y por las ideas difundidas en el ambiente religioso en que se hallaba el Evangelista.En efecto, el Evangelio de Juan, no hace expresa mención de la presencia exclusiva del grupo de «los Doce» apóstoles en la Última Cena, la cual aparece únicamente en los Evangelios sinópticos. Este silencio acerca del grupo de «los Doce» en el Evangelio de Juan es usado como argumento para sugerir que, en la Última Cena, no solamente habrían estado presentes «los Doce» sino también otros discípulos, y que el «Discípulo Amado» podría no pertenecer al «grupo de los Doce». Nuevamente, se trata de una argumentación sobre una prueba negativa y, por lo tanto, meramente especulativa. La debilidad de esta argumentación radica en que, en el mismo Evangelio de Juan, no aparece mencionado en la Última Cena ninguna persona que no sea un apóstol (Simón Pedro, Felipe, Tomás, Judas Iscariote, y «Judas –no el Iscariote–» que es una probable referencia a Judas Tadeo). Más aún, el Evangelio de Juan hace uso de un término clave: «elegir», como distintivo del escogimiento del «grupo de los Doce» por parte de Jesús: Jesús les respondió: «¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce?...»Llamativamente, en la Última Cena del Evangelio de Juan, vuelve a aparecer el verbo «elegir», sugiriendo que –también para ese Evangelio– solamente estaban presentes «los Doce», los Apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca.» Ausencia de un «Grupo de Dilectos» en el Evangelio de JuanCríticos como Parker atacan el argumento que refiere la preferencia de Jesús por los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan.[81] Esta «preferencia» no aparece en el Evangelio de Juan, en el que no se hace referencia alguna a un círculo de apóstoles dilectos dentro del grupo de «los Doce».Quienes sustentan que Juan el Apóstol sería el «Discípulo Amado»,[74] sostienen que el autor del Evangelio de Juan habría conocido a alguno o a varios de los Evangelios sinópticos (particularmente el de Lucas y/o el de Marcos)[83] y que, eventualmente, podría haber utilizado esos materiales (o haberlos dado por supuestos) para componer su obra. Por ejemplo, la única mención directa e inesperada de «los hijos de Zebedeo» en el Evangelio de Juan, sin haberlos presentado previamente (a diferencia de los demás Apóstoles, que son introducidos en varios otros pasajes previos) implica que los lectores del Evangelio de Juan conocían perfectamente quienes eran «los hijos de Zebedeo», ya sea por el acceso a los Evangelios sinópticos, ya porque la comunidad en la que se escribió el Evangelio de Juan sabía muy bien de quienes se trataba. Más aún, cuando el Evangelio de Juan menciona al grupo de «los Doce» (sólo en 4 oportunidades: Juan 6:67; Juan 6:70-71; Juan 20:24), lo hace al pasar sin hacer nunca una introducción a su significado, lo que parece dar por supuesto su conocimiento por parte de los lectores del Evangelio. De hecho, estas menciones tienen afinidad con los Evangelios sinópticos y podrían tener su origen en alguna de las fuentes utilizadas por estos.[14] p. 237 Por su parte, en todo el Evangelio de Juan jamás son mencionados los apóstoles Santiago y Juan.[84] En ese marco, cabe preguntarse si tendría sentido exigir al Evangelio de Juan la referencia al «círculo de dilectos», aquel grupo dentro de «los Doce» constituido por los discípulos preferidos por Jesús (Pedro, Santiago y Juan). ¿Cómo hacer referencia a un «círculo» de cuyos tres miembros no fueran mencionados dos? Por las mismas razones, en el caso de que las comunidades en las cuales se difundió el Evangelio de Juan tuvieran acceso a alguno de los Evangelios sinópticos, el autor del Evangelio de Juan no tendría razón para reiterar pasajes como el de la Transfiguración de Jesús, relatado por los tres Evangelios sinópticos, en los cuales apareciera ese «círculo de dilectos» como testigos privilegiados. Conocimiento del Sumo SacerdoteLlama la atención el pasaje en el cual un discípulo anónimo entra en la casa de Anás por ser «conocido del Sumo Sacerdote» Caifás, e incluso obtiene permiso para que Simón Pedro haga otro tanto.Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro.Según Jerónimo de Estridón en su epístola 127, 5 (ad Principiam), Juan el Apóstol era conocido del sumo sacerdote.[85] Raymond E. Brown sugiere la identificación del «Discípulo Amado» con este discípulo anónimo.[4] pp. 118-119 Esto suscita también dificultades para la identificación de Juan el Apóstol. ¿Cómo podría el hijo de Zebedeo, un pescador de Galilea, ser conocido del Sumo Sacerdote? Según Drum, existe una paráfrasis del Evangelio de Juan (la llamada Metabole kata Ioannou) escrita por el griego Nonnus de Panopolis, que data de la primera mitad del siglo V, en la cual ya se identificaba al «discípulo sin nombre» del pasaje anterior como un joven pescador.[86] De allí se sugirió que la empresa pesquera de los Zebedeo podría involucrar la provisión de pescado a Jerusalén y al templo (o a la casa del Sumo Sacerdote) como posibles destinos del producto. Por otra parte, un manuscrito del siglo XIV o XV, Historia passionis Domini, informa que el llamado Evangelio de los Nazarenos contenía la misma explicación: «En el Evangelio de los Nazarenos, se da la razón por la cual Juan era conocido del Sumo Sacerdote. Como era el hijo del pobre pescador Zebedeo, el había llevado con frecuencia pescado al palacio de los sumos sacerdotes Anás y Caifás».[87] Algunos estudiosos que mantienen una postura crítica prefieren suponer que el «Discípulo Amado» debería tener conocimiento del Sumo Sacerdote por tratarse de un personaje hipotéticamente vinculado al templo, cuya identidad no resulta explícita hasta hoy. Brian J. Capper sugiere que el «Discípulo Amado» sería un aristócrata, miembro sacerdotal de un «barrio asceta», situado en la prestigiosa colina suroeste de Jerusalén, quien habría sido anfitrión de Jesús en la Última Cena.[88] Posible vínculo con María, madre de JesúsEn un pasaje referido a la crucifixión de Jesús, dice el Evangelio de Juan:Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.A partir del texto surge la pregunta: ¿quién era «la hermana de su madre»? En su obra La muerte del Mesías, Raymond E. Brown ofrece un posible cuadro comparativo de las mujeres que aparecen en la escena de la crucifixión en los distintos evangelios, a fin de tratar de aclarar la cuestión de la identidad,[6] cuadro que se resume en la Tabla 1. Brown parte de un supuesto al que considera verosímil: de que Juan 19:25 trata de 4 mujeres que se citan en la primera columna de la Tabla 1, interpretación que, según Culpepper,[12] p. 8 asume la mayoría de los intérpretes. En efecto, según Bauckham y Rivas el texto del Evangelio de Juan permite entender que estas mujeres eran dos, tres o cuatro, según se coloquen los signos de puntuación.[89] p. 204-205;[14] p. 496;[Nota 12]
Finalmente, en Marcos y Mateo aparece otra mujer mencionada por su nombre: «Salomé». En Mateo 20:20 aparece como «la madre de los hijos de Zebedeo» la misma mujer que Marcos identifica como «Salomé». Si se interpreta que las mujeres citadas por los evangelistas son las mismas, se podría inferir que Salomé era, no solo la madre de los apóstoles Santiago y Juan, sino también la hermana de la madre de Jesús. Sin embargo, el mismo Brown en la obra citada, y Culpepper señalan que el riesgo de realizar esta inferencia es evidente, pues depende de la suposición de que los evangelistas estén nombrando a las mismas mujeres, aunque con diferentes formas de identificación.[12] pp. 9 y 74 Según Culpepper,[12] p. 9, esta interpretación implicaría que Juan el Apóstol sería sobrino de María, la madre de Jesús. Esto apoyaría la hipótesis de Juan como «Discípulo Amado» ya que ayudaría a explicar, desde un punto de vista meramente humano, por qué Jesús habría confiado su madre al Apóstol. A favor de esta intepretación se hallaría la idea de que el Evangelio de Juan, que veló el nombre de Juan el Apóstol, también habría velado el nombre de su madre Salomé. Contra esta identificación, se han dado muchas otras interpretaciones del nombre «Salomé» que en nada se relacionan con «la hermana de su madre» (por ejemplo la interpretación de Sivertsen de que «Salomé» formaría parte de la familia de José de Nazaret, y no de la de María, madre de Jesús).[93] R. Bauckham no coincide con Brown en cuanto a los paralelismos entre los Evangelios.[89] [Nota 13] Los versículos citados en la Tabla 1 contribuyeron al origen de la llamada hipótesis de las «Tres Marías», largamente discutida en la historia del cristianismo. Las interpretaciones de las identidades de estas mujeres exceden los alcances de este artículo e incluyen argumentos que involucran tanto los principios de diferentes confesiones cristianas como elementos filológicos e históricos. El pasaje se presta para muy diferentes análisis y razonamientos. Por ejemplo, Richard Bauckham toma distancia del argumento de Brown al comentar que las identificaciones de la Tabla 1 presentan un sustento racional exiguo, ya que los Evangelios sinópticos establecen que muchas mujeres (que seguían a Jesús desde Galilea) estaban presentes al momento de la crucifixión y que los nombres «María» y «Salomé» eran muy comunes entre las mujeres judías de Palestina.[89] p. 210 Para Bauckham, Salomé está ausente de la escena en Juan 19:25.[89] p. 237 En cualquier caso, conviene no perder de vista que en ningún momento el Evangelio de Juan se refiere a la existencia de un parentesco carnal entre la figura del «Discípulo Amado» y la madre de Jesús. Independientemente de que ese parentesco haya existido o no, el Evangelio parece estar mucho más interesado en señalar a los ojos del lector el surgimiento de un vínculo de orden espiritual entre estos dos personajes (aunque el concepto católico de la maternidad espiritual de María sobre cada creyente es un desarrollo posterior, ya que aparece en Oriente con Jorge de Nicomedia en el siglo IX, como comenta Brown).[4] p. 1331-1332 Siempre según Raymond Brown,[4] p. 124 la posibilidad de que el apóstol Juan fuese sobrino de María, madre de Jesús, podría ayudar a explicar sus relaciones con el sacerdocio (v. gr., Caifás) pues María tenía parientes en la familia sacerdotal según el Evangelio de Lucas: María era pariente de Isabel (Lucas 1:36), quien estaba casada con el sacerdote Zacarías (Lucas 1:5). Independientemente de estos puntos de análisis crítico, existen otras derivaciones apologéticas y populares de las cuales Raymond Brown cita algunas.[4] pp. 1329-1330 Los versículos de Juan 19:25-27 referidos a la madre de Jesús y al «Discípulo Amado» quizá hayan iniciado la tradición cristiana según la cual Juan el Apóstol, cuando se trasladó a Éfeso, habría llevado consigo a María, madre de Jesús. Los restos de la Casa de la Virgen María, al sur de la ciudad, son considerados por los cristianos ortodoxos en general como el lugar donde habrían vivido.[12] p. 65 Esta tradición lleva consigo el aval de la beata mística Anne Catherine Emmerich (1774-1824), quien describió a la perfección la casa sin haber visitado jamás el lugar, y antes de que se realizara el descubrimiento arqueológico de sus restos a principios de la década de 1890.[94] La existencia de un silencio llamativoA partir de los datos mencionados se infiere que el Evangelista parece querer guardar la identidad de la figura del «Discípulo Amado» a propósito, siendo que jamás explicita su nombre. Pero existen en el Evangelio de Juan otras figuras que parecen deliberadamente ausentes, considerando los niveles de importancia que les prodigan otros escritos neotestamentarios.Esto conduce al que quizá sea uno de los mayores enigmas del Evangelio de Juan a favor de la identificación de Juan, hijo de Zebedeo, como el «Discípulo Amado». ¿Por qué no se hace mención de Juan el Apóstol siquiera una vez en el Evangelio de Juan siendo que, por dar un ejemplo, Simón Pedro es mencionado 40 veces?[Nota 14] John Chapman señala este aspecto llamativo del Evangelio de Juan:[84] su silencio absoluto respecto de Juan el Apóstol, de su hermano Santiago el Mayor, y aún de la misma expresión indirecta de «hijos de Zebedeo» que aparece únicamente en Juan 21:2, un apéndice que la gran mayoría de los estudiosos clasifica como un agregado posterior a la redacción del corpus del Evangelio. Este silencio absoluto es tanto más sugestivo cuanto que Juan el Apóstol aparece 17 veces en los Evangelios sinópticos, Santiago el Mayor 15 veces y la expresión «hijos de Zebedeo» –sin nombrarlos expresamente– 3 veces.[Nota 15] Como se mencionó, en el Evangelio de Juan, el otro apóstol que pertenecía al círculo de predilectos de Jesús, Pedro (mencionado como tal o como «Simón Pedro», «Simón llamado Pedro», o «Cefas») es mencionado 40 veces, lo que significa un número sustancialmente mayor que en los Evangelios de Mateo (26), Marcos (25) o Lucas (29). A partir de J. de Maldonado,[95] se postula una explicación plausible: que la comunidad cristiana de Asia, durante la redacción final del Evangelio de Juan, pudo velar el nombre de Juan el Apóstol bajo el título de «Discípulo Amado», cuya persona y méritos habrían conocido personalmente. El silencio del Evangelio de Juan sobre la figura de Juan el Apóstol parece tan deliberado como el silencio sobre la identidad del «Discípulo Amado». Este punto es reconocido por Sanders (quien, recordemos, hipotetiza en contra de la identificación de Juan el Apóstol como el «Discípulo Amado») al decir que se trata de una «argumentación sustancial» a favor de Juan, hijo de Zebedeo.[64] p. 43 Otros personajes propuestos como «Discípulo Amado»Se han esgrimido hipótesis muy variadas respecto de la identidad del «Discípulo Amado»: que sería Lázaro,[96] [97] [98] Juan Marcos,[99] [100] o Matías el Apóstol,[101] o Pablo de Tarso,[102] o la mujer samaritana.[103] También se ha propuesto que sería un sacerdote o alguien allegado al Templo, conocido del Sumo Sacerdote (Juan 18, 15),[104] ya que la figura del «Discípulo Amado» sólo aparece en la segunda mitad del Evangelio, durante la pasión, muerte y resurrección de Jesús en Jerusalén. Estas opciones, cuyo análisis detallado excede a este artículo, se discuten más ampliamente en otro («El discípulo a quien Jesús amaba»). Posiblemente las opciones que más resonancia tuvieron hayan sido la de Lázaro y de Juan Marcos, algunas de cuyas fortalezas y debilidades se comparan de forma esquemática con las de Juan el Apóstol en la Tabla 2, considerando referencias generales,[4] pp. 111-125;[12] pp. 56-88;[105] a las que se suman otras incluidas en la misma tabla.
CorolarioEn resumen, existen objeciones para considerar a Juan el Apóstol como «Discípulo Amado», particularmente si no se consideran los elementos en conjunto, sino aisladamente del resto. Entre éstas se encuentra la dificultad de acceso a la casa de Anás por parte de un pescador de Galilea (aunque en ese pasaje no se explicita que se trate del «Discípulo Amado»). La necesidad de recurrir a los Evangelios sinópticos para conocer quienes eran los discípulos preferidos por Jesús de Nazaret es también un impedimento en el reconocimiento de Juan el Apóstol como «Discípulo Amado» para quienes apuntan a una interpretación del Evangelio de Juan por sí solo, sin dependencia alguna de los sinópticos. Cabe, sin embargo, objetar que, en el caso de querer explicar el Evangelio de Juan sin conocimiento alguno de los Evangelios sinópticos, muchas otras de sus expresiones internas quedarían también sin explicación o sustento (por ejemplo, el conocimiento de qué era el grupo de «los Doce»).Por otra parte, la presentación de personajes (Lázaro, Juan Marcos, Juan el Presbítero, la mujer samaritana, Pablo, etc.) distintos de Juan el Apóstol en calidad de presunto «Discípulo Amado», requiere de llamativos supuestos que parecen satisfacer poco; por ejemplo:
A partir de Ireneo de Lyon, los cristianos comenzaron a llamar a Juan el Apóstol con el epíteto de «Episthetios» (de epì tò stêthos), que significa «sobre el pecho» (de Jesús).[106] De allí que las Iglesias en general continúan interpretando al «Discípulo Amado» como Juan el Apóstol. Así lo celebra la Iglesia Católica en la liturgia del 27 de diciembre, festividad de «San Juan, Apóstol y Evangelista».[107] Aún teniendo como opción la elección de alguna perícopa de los Evangelios sinópticos que presente de forma explícita al hijo de Zebedeo, la Iglesia Católica adopta para la liturgia el pasaje correspondiente a Juan 20:2-8, en el cual no se menciona al hijo de Zebedeo, sino al discípulo a quien Jesús amaba. La imagen del discípulo idealSuponiendo que Juan el Apóstol fuera el «Discípulo Amado», aquél «que ha escrito estas cosas» (Juan 21:24), seguramente era reconocido por la comunidad en la que se desarrolló el Evangelio. Bajo tal supuesto se ha conjeturado que Juan pudo no mencionar su nombre por una cuestión de honestidad intelectual, por creer que el principal inspirador de esos escritos era el Espíritu de Dios, «el más profundo autor del Evangelio de Juan».[108] Y también es posible que quisiera dejar, a través de la figura del «Discípulo Amado», una imagen del discípulo ideal.[4] [104]Alv Kragerud postula que el «Discípulo Amado» sería una figura simbólica.[109] Para esa interpretación, este autor se basa particularmente en la relación entre el «Discípulo Amado» y Pedro. Sin embargo, una dificultad para considerar la figura del «Discípulo Amado» solamente como un símbolo es que los restantes personajes asociados al «Discípulo Amado» (Simón Pedro, la madre de Jesús, y el mismo Jesús) son considerados por el autor del Evangelio como personajes históricos. Una yuxtaposición de personajes históricos y simbólicos no tendría mucho sentido. T. Lorenzen señala que se debe considerar, además de la figura histórica del «Discípulo Amado», su significado simbólico.[110] Según R. Bauckham, la imagen del «Discípulo Amado» en el cuarto Evangelio presenta al autor ideal.[111] Su especial intimidad con Jesús, su presencia en los eventos clave en la historia y su percepción de su significado lo califica para ser el testigo ideal de Jesús y por lo tanto el autor ideal de un Evangelio. Por su parte, Raymond E. Brown sostiene que resulta patente que el «Discípulo Amado» tiene una dimensión figurada, que presenta rasgos de ejemplaridad y que, en muchas formas, es el modelo de cristiano. Sin embargo -agrega Brown- la dimensión simbólica no significa que el «Discípulo Amado» sea nada más que un mero símbolo.[4] pp. 120-121 Siguiendo esa línea de pensamiento y considerando la «dimensión figurada» antes mencionada, el discípulo ideal amado por el Señor sería aquél que:
Juan el Apóstol en la literatura apócrifaVarios «libros apócrifos», que no fueron reconocidos como material inspirado por Dios por parte de las diferentes confesiones cristianas, presentan a Juan el Apóstol en distintos pasajes, como protagonista de relatos prodigiosos, inclusive risueños,[Nota 19] escritos buscando quizá despertar la admiración o la simpatía de los lectores. Sin embargo, algunos pasajes presentes en esos libros permearon las artes e incluso las celebraciones litúrgicas. No dejan de tener importancia, no solo como fuente de información, sino también como fundamento de un buen número de tradiciones, presentes todavía en nuestra cultura (en el arte, en la literatura y en el folclore).En los «Hechos de Juan», material datado aproximadamente de la segunda mitad del siglo II o del siglo III, no se presenta a Juan el Apóstol como un fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de comunidades ya conformadas, sino como un comunicador itinerante de la fe, en el encuentro con «almas capaces de esperar y de ser salvadas» (Hechos de Juan 18:10.23:8).[106] [Nota 20] Celebraciones litúrgicas de Juan el ApóstolA la hora de reconocer a los hombres insignes del cristianismo del siglo I, las Iglesias cristianas no manifestaron duda alguna respecto de Juan el Apóstol, aun cuando no hubiera muerto martirizado. El culto del apóstol Juan se consolidó a partir de su ministerio en Éfeso. Según la tradición cristiana, su tumba se localiza en Ajasoluk, hoy Selçuk, una colina al nordeste de Éfeso.[106] En ese lugar se erigió primero una capilla, que luego fue considerada insuficiente. Justiniano edificó allí una basílica tan grande y magnífica que rivalizó con la de Constantinopla dedicada a los apóstoles. Si bien el culto a Juan en Occidente tuvo inicialmente un tono menor respecto del de otros apóstoles como Pedro y Pablo, la influencia bizantina daría a Juan el Apóstol un lugar de preeminencia a fines de la Edad Antigua y principios de la Edad Media.[106]Ese reconocimiento se pone de manifiesto hoy según las características propias de cada rito. La Iglesia Católica Romana lo celebra en su festividad del 27 de diciembre, bajo el título de «San Juan, Apóstol y Evangelista»,[107] mientras que la Comunión Anglicana lo llama «Juan, Apóstol y Evangelista» en su calendario litúrgico.[116] De igual forma y en el mismo día es recordado por la Iglesia Luterana.[117] Más allá de que, a partir de la Reforma, el contenido del calendario litúrgico y de la liturgia misma fuera considerado responsabilidad de la región en que se encontraba cada Iglesia protestante, la festividad referida a Juan se mantuvo con llamativa consistencia acompañando el tiempo de la Natividad.[118] Recientemente, el teólogo litúrgico Philip Pfatteicher desarrolló su objetivo de proporcionar un calendario común para luteranos, metodistas, presbiterianos y episcopales, con paralelismos con el calendario católico romano, de forma de reflejar la comprensión actual de los santos y de sus celebraciones. En su obra presenta la celebración de «San Juan, Apóstol, Evangelista» el día 27 de diciembre,[119] lo cual sugiere la solidez de esta festividad en los diferentes ritos cristianos. En los orígenes de la festividad, se celebraba conjuntamente a Juan y a su hermano Santiago el Mayor el día 27 de diciembre: ambos nombres aparecen juntos en el Calendario Cartaginés, en el Martyrologium hieronymianum (Martirologio jeronimiano, siglo VI) y en los libros litúrgicos galicanos. Pero en Roma, ya desde fechas tempranas, la fiesta fue reservada a San Juan únicamente. Más aún, en el Calendario Tridentino se conmemoraba a Juan hasta el día 3 de enero inclusive, es decir, la octava de la festividad del 27 de diciembre. Esta octava fue suprimida, junto con otras, por el Papa Pío XII en 1955: solamente las octavas de Pascua, Navidad y Pentecostés se continuaron celebrando.[120] Además de la octava del 27 de diciembre, el Calendario Tridentino celebraba también la festividad de San Giovanni a Porta Latina (San Juan ante la Puerta Latina) el 6 de mayo.[121] Esta celebración se asociaba con la referencia de Tertuliano, según la cual San Juan fue llevado a Roma durante el reinado del emperador Domiciano, y arrojado en una caldera de aceite hirviendo, de la que fue preservado milagrosamente, saliendo ileso. En conmemoración, se levantó un oratorio o templete en el lugar, que lleva el nombre de San Giovanni in Oleo y cuya última refacción es de Gian Lorenzo Bernini. A pocos metros, se alzó la Basilica di San Giovanni a Porta Latina, cuya primera fase de construcción paleocristiana se documentó arqueológicamente entre los siglos V y VI d.C. Fue consagrada por el Papa Adriano I en 780.[122] Como se observa en la Tabla 3, confeccionada con datos obtenidos de las fuentes primarias indicadas, las celebraciones a San Juan se registraron en la liturgia de Occidente en general (Occidentales Liturgiae)[123] y en diferentes calendarios y martirologios antiguos en particular.[124] Las mayores diferencias radican en la inclusión o no de la antigua festividad de Juan ante la Puerta Latina.
El 26 de setiembre se celebra en la liturgia ortodoxa oriental el «Reposo del Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo» (pues se lo considera autor del Evangelio de Juan, de las I, II y III Epístolas de Juan, y del Libro del Apocalipsis).[128] La «partida» de Juan el Apóstol se menciona en el Menologio de Constantinopla y en el Calendario de Nápoles en esa fecha.[60] En el rito armenio se celebra a los «Santos Apóstoles Santiago y Juan, "Hijos del Trueno"», usualmente el 29 de diciembre.[129] En el rito ortodoxo siríaco se celebra al «Apóstol Juan, el Evangelista» el 8 de mayo.[130] Por su parte, el Synaxarium de la Iglesia Ortodoxa Copta conmemora la «partida de San Juan el Evangelista y Teólogo» en el cuarto día del mes tobi (quinto mes del calendario copto). Considera como año de su partida el 100 d.C., y afirma que él predicó en Éfeso, ciudad habitada por gente de dura cerviz, acompañado por su discípulo, el diácono Prócoro. El Synaxarium copto establece que San Juan el Evangelista vivió más de 90 años, y que solía ser llevado a las reuniones de los creyentes, según lo comentado por San Jerónimo más arriba. Le atribuyen el Evangelio que lleva su nombre, así como el Libro del Apocalipsis, y las tres epístolas joánicas. La Iglesia copta señala que Juan murió en Éfeso a una edad avanzada.[60] Algunas características que le atribuye el cristianismoAlgunas de las características que el cristianismo asocia a Juan el Apóstol son consecuencia de atribuirsele los llamados «escritos joánicos» (Evangelio de Juan, Apocalipsis y I, II y III Epístola de Juan) e identificársele como «el discípulo a quien Jesús amaba», atribuciones e identificación cuyos alcances ya se discutió en secciones anteriores.Entre esas características que el cristianismo le atribuye se destacan dos: 1) su visión y su misticismo. 2) su lenguaje, por el cual se lo llama el «Apóstol del Amor» Su visión y su misticismo«El que lo vio lo atestigua y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis» (Juan 19:35). Quienes sostienen que el discípulo al que Jesús amaba era el propio Juan (ver referencias anteriores), consideran asímismo que el testigo ocular del que habla el Evangelio de Juan sería el mismo Apóstol: él «vio y creyó» (Juan 20:8).El águila «es el símbolo del apóstol Juan».[2] ¿Por qué? El águila es el pájaro solar, imagen del fuego, de la altitud, de la profundidad y de la luz. Es el ave que posee una vista penetrante, comparable al «ojo que todo lo ve», capaz de elevarse por encima de las nubes y de mirar fijamente el sol. Simboliza todo estado trascendente, la potencia más elevada, la contemplación, el genio y el heroismo. Es el símbolo de la ascensión espiritual, que la mantiene elevada en las alturas.[2] Hay quienes consideran que las palabras de Juan son para la meditación, porque nacieron de la meditación y contemplación. De allí que se pueda considerar al Evangelio de Juan como una de las cumbres de la mística experimental cristiana.[131] Evelyn Underhill, la escritora y pacifista inglesa venerada por la Iglesia de Inglaterra y conocida por sus numerosos trabajos sobre misticismo cristiano y psicología, definió al Evangelio de Juan como «el más difícil y fascinante de los libros», y escribió de él: «A partir [...] de un examen imparcial del libro en sí, un dato parece emerger: que su poder, que su originalidad audaz, y sus características únicas sólo pueden explicarse como el fruto de una experiencia interior profunda, una experiencia tan intensa que se parece al yo, que posee una verdad mucho más profunda que cualquier evento meramente externo. No es un tratado, no es una biografía, no es un documento polémico. Aunque la mente de su autor estaba impregnada en la teología de San Pablo y perfectamente familiarizada con la filosofía judeo-helenística popular en su tiempo, su autor era principalmente un vidente místico.»[131]En línea con lo anterior, Orígenes escribió en el siglo III: «Nadie podrá comprender el sentido (del Evangelio de Juan) si no ha reposado sobre el pecho del Señor y no ha recibido de Jesús a María, convertida así en madre suya».[132] Su lenguajesEn comunidades dinámicas de contacto de grupos y lenguas, los individuos definen su posición social no sólo mediante la selección de una variedad lingüística concreta, sino que demuestran su relación con diferentes grupos a través de la mezcla de elementos pertenecientes a diferentes variedades o «lenguas».[133] Por lo tanto, el lenguaje es un descriptor de la personalidad y de la relación con el grupo en que se vive. Y comparando la cantidad de veces que aparecen algunos términos en el Evangelio de Juan, en los Evangelios sinópticos y en los Hechos de los Apóstoles (Tabla 4),[50] se ve con claridad la importancia que Juan otorga a considerar a Dios como «Padre», y a vivir la «vida» verdadera, es decir, «permanecer» en el «amor», la «luz» y la «verdad». Quien así vive, «conoce» a Dios, «cree» en él, y «da testimonio» de él.
San Juan en las artesBuena parte de las obras de arte dedicadas a San Juan hacen referencia al carácter de «Evangelista», aunque no faltan las que lo reconocen en carácter de «Apóstol». Al hacer referencia artística a «Juan el Evangelista», tanto en la edificación de Basílicas o Iglesias, en la realización de estatuas u obras pictóricas, los autores no lo hicieron ciertamente para celebrar a Juan el Presbítero, figura de la cual ninguna conmemoración específica se tiene. En efecto, Juan el Apóstol tiene un relieve incomparable con el de sus otros homónimos, Juan el Presbítero y Juan Marcos.[106] Desde el Medioevo y hasta nuestros días, los artistas que evocan a Juan como Evangelista consideran que «el Apóstol es el Evangelista». Las obras maestras fueron realizadas siguiendo la liturgia de la Iglesia, y el común sentir de los fieles. En tal sentido, se considera intelectualmente honesto incluir las referencias a esas obras en este artículo.En la arquitecturaEntre las innumerables basílicas e iglesias dedicadas a San Juan, se destacan:
En la esculturaEntre las numerosas esculturas y tallas que tienen como tema a San Juan, cabe citar:
En la pinturaEn las artes pictóricas, Juan el Apóstol ha sido tratado en una profusa serie de motivos clásicos,[141] [142] y sus representaciones alcanzan varios centenares. Entre ellas, cabe citar:
En la literaturaEntre las obras literarias que hacen referencia a Juan el Apóstol, la Divina Comedia de Dante Alighieri ocupa un lugar excluyente como exponente máximo de la literatura italiana y probablemente uno de las diez más encumbrados de la literatura universal.[143] En su travesía por las gradas superiores del Paraíso acompañado de su amada Beatriz, sube el Dante al octavo cielo de las estrellas fijas donde dice no poder describir todo lo que ve. Allí es indagado por 3 sapientes y muy particulares «profesores», Pedro, Santiago (a quien se refiere como «el varón por quien allá abajo Galicia se visita») y Juan el Apóstol («este es aquel que reposó sobre el pecho»), quienes lo examinan respectivamente sobre la fe, la esperanza y el amor-caridad (Paraíso, Cantos XXIII al XXVII).[144]Cuando aparece San Juan como la luminaria apostólica mayor y señor del amor (El Paraíso, Canto XXV, 100-139), Dante pierde la vista por exceso de luz al querer mirarlo.[144] [146] Como el que contempla y se ingenia San Juan interroga a Dante sobre el amor-caridad, cuál es su objeto, los motivos que lo mueven al amor a Dios y al amor al prójimo. Luego de responder a las preguntas del apóstol, y por mediación de Beatriz, Dante recupera la vista. Así, Dante Alighieri presenta a Juan el Apóstol guardando fidelidad a la imagen que del mismo tienen los creyentes, quienes lo consideran el «Apóstol del amor» por antonomasia. Adam de Saint-Victor, considerado el más importante poeta latino de la Edad Media, dedica a San Juan el poema titulado «Jocundare plebs fidelis», además de distintas secuencias. El poeta lírico alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843) incluye explícitamente a Juan el Apóstol en su obra «Patmos» (1802), un himno notable donde incorpora distintos aspectos de la espiritualidad joánica. El poeta norteamericano Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882) se inspira en la leyenda de San Juan errante por la tierra hasta el retorno de Cristo para su obra «San Juan» («Saint John»), que se subtitula «Saint John wandering over the face of the earth». Además menciona a Juan el Apóstol en su «John Alden». El famoso poeta y dramaturgo inglés Robert Browning (1812-1889) también se inspira en la figura de Juan el Apóstol para su obra «A Death in the Desert», que forma parte de su «Dramatis personae» (1864). Robert Browning, conocedor de la crítica racionalista que arrecia contra la figura de Juan, responde así a los trabajos de Ernest Renan y de David Friedrich Strauss, quien mitifica al Evangelio de Juan. «A Death in the Desert» fue catalogada por William Temple como «la más penetrante interpretación de San Juan que existe en la lengua inglesa». En la músicaMeses después de iniciar su tarea en Leipzig, Johann Sebastian Bach estrena su «Johannes-Passion» o «Pasión según San Juan» (BWV 245), el viernes santo de 1724 en la Iglesia de San Nicolás (Leipzig). Es una obra para voces solistas, coro y orquesta que tiene por origen los capítulos 18 y 19 del Evangelio de Juan, aunque cuenta también con otras fuentes. La intención de Bach para esta obra es mantener vivo el espíritu de la congregación en el culto.[147]La zarzuela «San Juan del Monte», compuesta en 1920 por Basilio Miranda con letra de Tomás Nozal, es una derivación de las Fiestas de San Juan del Monte. Es posible que la figura de «San Juan del Monte» sea legendaria, ya que no existe un santo canonizado con ese nombre. La fiesta comenzó a realizarse el 6 de mayo, en conjunto con la celebración de San Juan ante la Puerta Latina. Es probable que, con el paso del tiempo, la fiesta haya derivado hacia costumbres más localistas, en que se considera a San Juan como ermitaño. Hoy, esta fiesta popular es la segunda en importancia en España. En la cinematografíaEn un sitio web, cuyo objetivo es informar sobre la aparición de figuras específicas en películas cinematográficas y miniseries para televisión, se señala que la figura de Juan el Apóstol se interpreta en más de 60 títulos, a veces como protagonista.[148]Entre otras, cabe mencionar las películas: «The King of Kings» (Rey de Reyes, 1927) con Joseph Striker como Juan; «King of Kings» (Rey de Reyes, 1961), con Antonio Mayans como Juan el Apóstol; «The Greatest Story Ever Told» (La historia más grande jamás contada, 1965), con John Considine como Juan; «Jesus of Nazareth» (Jesús de Nazaret, Partes I y II, 1977) con John Duttine en el papel de Juan; «Peter and Paul» (Pedro y Pablo, 1981; TV), con Giannis Voglis como Juan; «St. John in Exile» (San Juan en el Exilio, 1986), con Dean Jones como San Juan; «San Giovanni - L'Apocalisse» (San Juan – El Apocalipsis, 2002) (TV), protagonizada por Richard Harris como Juan, y «The Passion of the Christ» (La pasión de Cristo, 2004), con Hristo Jivkov como Juan. El nombre de «Juan» entre los cristianosIohannes (Juan) es uno de los nombres utilizados con mayor asiduidad por los cristianos, en recordatorio de dos figuras excluyentes del cristianismo: San Juan el Bautista y San Juan el Apóstol. En ciertos períodos, fue tan acostumbrado su uso que se llegaron a acuñar expresiones como «Juan del Pueblo» (por antonomasia, cualquier hijo del pueblo o el pueblo mismo) y «Juan Español» (por antonomasia, el pueblo español).[1] Es el nombre más adoptado por los Papas de la Iglesia Católica Romana: un total de 23 veces. El último, Angelo Roncalli (el beato Juan XXIII, también llamado «el Papa bueno»), al manifestar el nombre que elegía para su pontificado, dijo:«Elijo Juan... un nombre dulce para nosotros porque es el nombre de nuestro padre, querido para mí porque es el nombre de la humilde iglesia parroquial donde fui bautizado, el nombre solemne de innumerables catedrales esparcidas por todo el mundo, incluyendo nuestra propia basílica San Juan de Letrán. Veintidós Juanes de legitimidad indiscutible (que han sido Papas), y casi todos tuvieron un breve pontificado. Hemos preferido ocultar la pequeñez de nuestro nombre detrás de esta magnífica sucesión de Papas Romanos. Amamos el nombre de Juan, porque nos recuerda a Juan el Bautista, precursor de nuestro Señor... y al otro Juan, el discípulo y evangelista, quien dijo: "Hijos míos, ámense unos a otros, ámense unos a otros porque este es el gran mandamiento de Cristo." Tal vez podamos, tomando el nombre de esta primera serie de Papas santos, tener algo de su santidad y fortaleza de espíritu, incluso -si Dios lo quiere- hasta el derramamiento de la propia sangre.»[149]Llamativamente, «Juan Pablo», que conlleva los nombres de dos apóstoles de Jesús de Nazaret, es el único nombre compuesto utilizado por los Papas, el último de ellos Juan Pablo II. Asimismo, en la Lista de los Patriarcas Coptos de Alejandría, 19 llevaron el nombre de «Juan». Legado de Juan el ApóstolA diferencia de la mayoría de las representaciones occidentales de Juan el Apóstol, que lo figuran como «eternamente joven», en la iconografía bizantina se lo representó como un hombre anciano, con barba, y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio.[106] Estas representaciones parecen querer indicar que la sabiduría de las palabras de Juan nació del tiempo y del silencio. Aquel impulsivo «hijo del trueno», quien cuando joven quiso hacer bajar fuego del cielo para aniquilar a quienes no recibían a Jesús, luego de conocerlo en profundidad, terminó por proponer el amor y el silencio como camino de testimonio y de conocimiento.Así lo entendió Atenágoras I, el Patriarca ecuménico de Constantinopla, cuando afirmó: «Juan se halla en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende» (O. Clément, Dialoghi con Atenagora, Turín 1972, p. 159; citado por R. Vignolo).[106] Quizá ese sea uno de los mayores legados de Juan, el Apóstol. Notas
Referencias
BibliografíaLibros y capítulos de libros
Artículos en revistas de circulación periódica
Véase también
Enlaces externos
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*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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