Queridos amigos y hermanos del blog: el nombre 'Jesús', significa 'Salvador'. Este mismo Jesús, que vivió treinta años en Nazaret, en Galilea, es el Hijo Eterno de Dios, 'concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de María Virgen'. Lo proclaman los Símbolos de la Fe, el Símbolo de los Apóstoles y el niceno-constantinopolitano; lo han enseñado los Padres de la Iglesia y los Concilios, según los cuales, Jesucristo, Hijo eterno de Dios, es 'ex substantia matris in saeculo natus' (Cfr. Símbolo Quicumque).
La Iglesia, pues, profesa y proclama que Jesucristo fue, concebido y nació de una hija de Adán, descendiente de Abrahán y de David, la Virgen María. El Evangelio según Lucas precisa que María concibió al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, 'sin conocer varón' (Cfr. Lc 1, 34 y Mt 1, 18. 24-25). María era, pues, virgen antes del nacimiento de Jesús y permaneció virgen en el momento del parto y después del parto. Es la verdad que presentan los textos del Nuevo Testamento y que expresaron tanto el V Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla el año 553, que habla de María 'siempre Virgen', como el Concilio Lateranense, el año 649, que enseña que 'la Madre de Dios... María... concibió (a su Hijo) por obra del Espíritu Santo sin intervención de varón y que lo engendró incorruptiblemente, permaneciendo inviolada su virginidad también después del parto'.
Esta fe está presente en la enseñanza de los Apóstoles. Leemos por ejemplo en la Carta a de San Pablo a los Gálatas: 'Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos la adopción' (Gal. 4, 4-5). Los acontecimientos unidos a la concepción y al nacimiento de Jesús están contenidos en los primeros capítulos de Lucas, llamados comúnmente 'el Evangelio de la infancia', y es sobre todo a ellos a los que hay que hacer referencia.
Especialmente conocido es el texto de Lucas, porque se lee frecuentemente en la liturgia eucarística, y se utiliza en la oración del Ángelus. El fragmento del Evangelio de Lucas describe a anunciación a María, que sucedió seis meses después del anuncio del nacimiento de Juan Bautista (Cfr. Lc 1, 5-25). ' fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María' (Lc 1, 26).
El ángel la saludó con las palabras 'Ave María', que se han hecho oración de la Iglesia (la 'salutatio angélica'). El saludo provoca turbación en María: 'Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo... Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios' (Lc 1, 29-35). El ángel anunciador, presentando como un 'signo' la inesperada maternidad de Isabel, pariente de María, que ha concebido un hijo en su vejez, añade: 'Nada hay imposible para Dios'. Entonces dijo María: 'He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra' (Lc 1, 37-38).
Este texto del Evangelio de Lucas constituye la base de la enseñanza de la Iglesia sobre la maternidad y la virginidad de María, de la que nació Cristo, hecho hombre por obra del Espíritu. El primer momento del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios se identifica con la concepción prodigiosa sucedida por obra del Espíritu Santo en el instante en que María pronunció su 'sí': 'Hágase en mi según tu palabra' (Lc 1, 38).
Este texto del Evangelio de Lucas constituye la base de la enseñanza de la Iglesia sobre la maternidad y la virginidad de María, de la que nació Cristo, hecho hombre por obra del Espíritu. El primer momento del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios se identifica con la concepción prodigiosa sucedida por obra del Espíritu Santo en el instante en que María pronunció su 'sí': 'Hágase en mi según tu palabra' (Lc 1, 38).
Para identificar la fuente de la que deriva el Evangelio de la infancia, hay que referirse a la frase de San Lucas: 'María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón' (Lc 2, 19). Lucas lo dice dos veces: después de marchar los pastores de Belén y después del encuentro de Jesús en el templo (Cfr. 2, 51). El Evangelista mismo nos ofrece los elementos para identificar en la Madre de Jesús una de las fuentes de información utilizadas por él para escribir el 'Evangelio de la infancia'. María, que 'guardó todo esto en su corazón' (Cfr. Lc 2, 19), pudo dar testimonio, después de la muerte y resurrección de Cristo, de lo que se refería a su propia persona y a la función de Madre precisamente en el período apostólico, en el que nacieron los textos del Nuevo Testamento y tuvo origen la primera tradición cristiana.
El testimonio evangélico de la concepción virginal de Jesús por parte de María es de gran relevancia teológica. Pues constituye un signo especial del origen divino del Hijo de María. El que Jesús no tenga un padre terreno porque ha sido engendrado 'sin intervención de varón', pone de relieve la verdad de que Él es el Hijo de Dios, de modo que cuando asume la naturaleza humana, su Padre continúa siendo exclusivamente Dios.
La revelación de la intervención del Espíritu Santo en la concepción de Jesús, indica el comienzo en la historia del hombre de la nueva generación espiritual que tiene un carácter estrictamente sobrenatural (Cfr. 1 Cor 15, 45-49). De este modo Dios Uno y Trino 'se comunica' a la criatura mediante el Espíritu Santo. Es el misterio al que se pueden aplicar las palabras del Salmo: 'Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra' (Sal 103/104, 30). En la economía de esa comunicación de Sí mismo que Dios hace a la criatura, la concepción virginal de Jesús, que sucedió por obra del Espíritu Santo, es un acontecimiento central y culminante. El inicia la 'nueva creación' Dios entra así en un modo decisivo en la historia para actuar el destino sobrenatural del hombre, o sea, la predestinación de todas las cosas en Cristo. Es la expresión definitiva del Amor salvífico de Dios al hombre, del que hemos hablado en las catequesis sobre la Providencia.
En la actuación del plan de la salvación hay siempre una participación de la criatura. Así en la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo María participa de forma decisiva. Iluminada interiormente por el mensaje del ángel sobre su vocación de Madre y sobre la conservación de su virginidad, María expresa su voluntad y consentimiento y acepta hacerse el humilde instrumento de la 'virtud del Altísimo'. La acción del Espíritu Santo hace que en María la maternidad y la virginidad estén presentes de un modo que, aunque inaccesible a la mente humana, entre de lleno en el ámbito de la predilección de la omnipotencia de Dios. En María se cumple la gran profecía de Isaías: 'La virgen grávida da a luz' (7, 14. Cfr. Mt 1, 22-23); su virginidad, signo en el Antiguo Testamento de la pobreza y de disponibilidad total al plan de Dios, se convierte en el terreno de acción excepcional de Dios, que escoge a María para ser Madre del Mesías.
Que en María, como colaboradora de Dios en dar a su Eterno Hijo, encontremos siempre el instrumento de nuestra unión con Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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