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Incomunicación, la tumba del amor |
Vaya título, querido lector, que se me ha ocurrido buscar hoy para mi nuevo artículo, pero el objetivo es totalmente contrario a lo que puede dar a entender. Si lo que entierra ese amor es la incomunicación tratemos sobre la medicina que le pone remedio, el diálogo matrimonial.
Puede ocurrir, y no en pocas ocasiones, que tras los años de noviazgo y los primeros de vida matrimonial la pareja llegue a un estado en el que no tengan mucho que decirse, en otras ocasiones, tal vez las más frecuentes, llega cuando se llevan bastantes años de matrimonio. Lo que no suele fallar es que no se produce de repente sino tras un recorrido, más o menos largo, de abandonos y pocas atenciones por alguna de las partes o por ambas.
Una exagerada dedicación a los temas profesionales, a las amistades y actos sociales, la práctica deportiva sin la familia, pasar muchas horas en casa ante el ordenador y todas aquellas actividades que alejan de la vida familiar son el mejor abono para que en un matrimonio cada una comience a hacer su vida.
Sin que la pareja se trate, hable de los temas que afectan al hogar y a los hijos, es difícil, me atrevo a decir que prácticamente imposible, la unidad familiar. Además, la educación de los hijos, comprenderlos y conseguir su obediencia son aspectos que no se conseguirán sin una unidad de criterio por parte de los cónyuges. Si consideramos, salvando las distancias y los objetivos, que la unión matrimonial es algo parecido a montar una empresa con un socio no debe, ni puede, llevar uno solo lo que es cosa de dos.
Sería bueno que supiéramos colocar en nuestra agenda ese hueco para tratar los asuntos familiares y que le demos el valor de los asuntos importantes. No me refiero a que convirtamos las conversaciones familiares en reuniones o juntas análogas a las de la empresa, pero deben tener reservado su momento cosas como dar un paseo, tomar un aperitivo, comer y cualquier tipo de ese estar juntos sin prisas para hablar de nuestras cosas, de las de los dos y de las del resto de la familia.
En esos momentos hay que hablar, sí, pero sobre todo saber escuchar. Se trata de exponer nuestro punto de vista, de acuerdo, pero es fundamental conocer y respetar las opiniones del otro. Me preguntaréis cómo se aprende a actuar así, pues ensayando, poco a poco, corrigiéndose y con cierto esfuerzo se pueden obtener buenos resultados. Como ya tengo escrito en algún otro lugar hay que saber escuchar, saber comprender y saber aceptar. Éste es uno de los remedios más importantes, para mantener vivo el fuego del amor en el matrimonio. Se llama comunicación, y su importancia viene resumida por esa conocida frase “el amor es como el fuego, si no se comunica se apaga”.
La comunicación origina compañía, seguridad, alegría y confianza mientras que la incomunicación produce todo lo contrario, aislamiento, inseguridad, tristeza y desconfianza. Por eso hay que procurar fomentar las cosas que facilitan la primera compartiendo gustos, aficiones y experiencias, valorar lo que nos cuenta el otro, hablar con serenidad, escuchar con atención y restar importancia a las diferencias en asuntos opinables. Pero, sobre todo, saber escuchar que para eso tenemos dos oídos y sólo una boca, así que hagamos caso a la naturaleza y escuchemos porque, además, está demostrado que quien escucha, que es más que oír, alcanza buena comunicación.
A casi todos nos gustan que nos den recetas para aplicarlas y obtener pronto buenos resultados. Esto es prácticamente imposible porque lo mismo que no hay dos personas iguales tampoco existen matrimonios idénticos. Sin embargo podemos considerar algunos aspectos que, siendo de carácter general, ayudan a facilitar la comunicación matrimonial:
-Sinceridad, es decir, mostrarse tal como se es. -Escapar juntos, alguien podrá quedarse con los niños. -Pensar en el matrimonio. No caer en la rutina y darle la importancia que tiene. -Mantener una disposición personal de ayuda al otro, de confianza en sus posibilidades, de interés por su mejora.
Podríamos preguntarnos, finalmente, en qué se basa la comunicación matrimonial, sobre qué hablar, y os respondería que en los hijos y su educación, en las cosas del hogar, los gustos y aficiones personales, la familia y sus cosas, los amigos y el trato con ellos, los valores sobre los que fundamentan su existencia, los sentimientos, los afectos...
En definitiva podríamos que decir que se construye sobre lo que constituye la propia vida y la vida común de la pareja. Si el matrimonio lo comparamos con una planta, la comunicación vendría a ser como el agua que le da vida porque, como ya he escrito en otros de mis artículos, hay que tomarse muy en serio aquella frase magistral de Julián Marías:
“El matrimonio es, sobre todo, cincuenta años de conversación”.
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