Queridos amigos y hermanos del blog: en su catequesis del miércoles 24 de abril, ante más de 80 mil peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Obispo de Roma reflexionó sobre tres textos del Evangelio que ayudan a entrar en el misterio de una de las verdades que se profesan en el Credo: que Jesús «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos». En este marco Francisco expresó que el tiempo de la espera, es el tiempo que Jesús otorga antes de su venida final. Hablando a los jóvenes les dijo: “¡No entierren sus talentos! La vida no se tiene para guardarla para uno mismo, se tiene para entregarla”.
Les ofrezco el texto íntegro de la catequesis papal:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Credo profesamos que Jesús "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". La historia humana comienza con la creación del hombre y de la mujer, a imagen y semejanza de Dios, y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo nos olvidamos de estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el regreso de Cristo y el juicio final, a veces no es tan clara y fuerte en los corazones de los cristianos. Jesús, durante su vida pública, se ha centrado a menudo en la realidad de su venida final. Hoy me gustaría reflexionar sobre tres textos evangélicos que nos ayudan a entrar en este misterio: el de las diez vírgenes, de los talentos y aquel del juicio final. Los tres son parte del discurso de Jesús en los últimos tiempos, en el evangelio de san Mateo.
En primer lugar recordemos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios ha llevado ante el Padre nuestra humanidad asumida por él, y quiere atraer a todos hacia sí, para llamar a todo el mundo para que sean recibidos en los brazos abiertos de Dios, y al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre.
Está, sin embargo, este "tiempo inmediato" entre la primera venida de Cristo y la última, que es precisamente el momento que estamos viviendo. En este contexto del "tiempo inmediato", encontramos la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt. 25,1-13). Se trata de diez muchachas que esperan la llegada del Esposo, pero este tarda y ellas se duermen. Ante el anuncio repentino de que el Esposo viene, todas se preparan para recibirlo, pero mientras que cinco de ellas, sabias, tienen aceite para alimentar sus lámparas, otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas, ya que no lo tienen; y mientras buscan, el Esposo viene, y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que conduce a la fiesta de bodas. Tocan con insistencia, pero ya era demasiado tarde, el Esposo responde: no las conozco. El Esposo es el Señor, y el tiempo de espera de su llegada es el momento que Él nos da, a todos nosotros, con misericordia y paciencia, antes de su venida final; es un tiempo para vigilar; un tiempo en que debemos tener encendidas las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad; en el cual tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; tiempo de vivir de acuerdo a Dios, porque no sabemos ni el día ni la hora del regreso de Cristo.
Lo que se pide de nosotros es estar preparados para el encuentro --preparados para un encuentro, para un encuentro bello, el encuentro con Jesús--, que significa ser capaz de ver los signos de su presencia, mantener viva nuestra fe con la oración, los sacramentos; estar atentos para no caer dormidos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No debemos dormirnos!
La segunda parábola, la de los talentos, nos hace reflexionar sobre la relación entre la forma en que usamos los dones recibidos de Dios y su retorno, de los cual se nos preguntará cómo los hemos utilizado (cf. Mt. 25,14-30). Conocemos bien la parábola: antes de la salida, el patrón entrega a cada siervo algunos talentos, para que sean bien utilizados durante su ausencia. Al primero, le entrega cinco, dos al segundo y uno al tercero. Durante el período de ausencia, los dos primeros siervos multiplican sus talentos --se trata de monedas antiguas--, mientras que el tercero prefiere enterrar el suyo y entregarlo intacto a su dueño. A su regreso, el maestro juzga su trabajo: alaba a los dos primeros, mientras que al tercero se le bota afuera en la oscuridad, porque ha mantenido escondido por temor el talento, cerrado sobre sí mismo.
Un cristiano que se cierra en sí mismo, que esconde todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios por todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera de la venida del Señor es la hora de la acción --estamos en el momento de la acción--, un tiempo para sacar fruto de los dones de Dios, no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los otros, un tiempo para tratar siempre de hacer crecer el bien en el mundo. Y especialmente en este tiempo de crisis, en la actualidad, es importante no cerrarse sobre sí mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atento con el otro.
En la plaza, he visto que hay muchos jóvenes, ¿es cierto eso? ¿Hay mucha gente joven? ¿Dónde están? A ustedes, que están en el comienzo del viaje de la vida, pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en cómo los pueden poner al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! Apuesten por grandes ideales, aquellos ideales que agrandan el corazón, aquellos ideales de servicio que harán fecundos sus talentos. La vida no se nos da para que la guardemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos. Queridos jóvenes, ¡tengan un alma grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas grandes!
Por último, una palabra sobre el pasaje del juicio final, que describe la segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los hombres, vivos y muertos (cf. Mt. 25,31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que separa las ovejas de las cabras. A la derecha se sitúan los que han actuado de acuerdo a la voluntad de Dios, socorriendo a quien estaba hambriento, sediento, al extranjero, al desnudo, al enfermo, a quien estaba en prisión --dije "extranjero": pienso en tantos extranjeros que están aquí en la diócesis de Roma: ¿que hacemos por ellos?--, mientras a la izquierda van los que no han socorrido al prójimo. Esto nos dice que seremos juzgados por Dios en la caridad, en la forma en que amábamos a los hermanos, especialmente a los más vulnerables y necesitados. Por supuesto, siempre hay que tener en cuenta que somos justificados, somos salvados por la gracia, por un acto libre de amor de Dios, que siempre nos precede; nosotros solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don que hemos recibido. Sin embargo, con el fin de dar fruto, la gracia de Dios requiere siempre de nuestra apertura a Él, de nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene para traernos la misericordia de Dios que salva. Se nos pide que confiemos en él, de responder al don de su amor a través de una vida buena, compuesta por acciones animadas por la fe y el amor.
Queridos hermanos y hermanas, mirar al juicio final no debe darnos nunca miedo; nos empuja más bien a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este momento, a fin de que aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres y en los pequeños, que nos comprometamos con el bien y estamos vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, pueda reconocernos como siervos buenos y fieles. Gracias.
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