Esposas muy queridas del Señor, que, arrojadas en la cárcel de Indecibles penas, carecen de la presencia del Amado hasta que los purifiques, como el oro en el crisol de las reliquias que te dejaron las culpas; nosotras, que desde esas voraces llamas claman con mucha razón a tus amigos “¡Misericordia!” “Yo, me compadezco de tu dolor y quisiera tener caudal suficiente para satisfacer tu deuda; pero ya que soy más pobre que ustedes mismas, apelo a la piedad de los justos, a los ruegos de los bienaventurados, al tesoro de las indulgencias, a la intercesión de María Santísima y a la preciosa Sangre de Jesucristo, para que por este medio logren el deseado consuelo, y yo, por tu intercesión, gracia para arrepentirme de mis culpas, y al fin de la vida eterna gloria.
Amén.
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