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viernes, 29 de noviembre de 2013

Ofrecimiento de Vida


OFRECIMIENTO DE VIDA

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HISTORIA: 

La Santísima Virgen favoreció con abundantes locuciones y visiones extraordinarias, durante varios años, a Sor Natalia Magdolna (1901-1992), religiosa húngara, nacida cerca de Pozsony (en la actual Eslovaquia), perteneciente a la congregación de Hermanas del Buen Pastor de Sta. Mª Magdalena de Keeskemet.

Su vida estuvo llena de gracias sobrenaturales y de una intensa comunicación con Dios. Murió en olor de santidad, siendo de edad ya avanzada.

Las promesas que a continuación ofrecemos, están entresacadas de varios mensajes que Jesús y María le comunicaron, y que fueron editados en el libro "La Victoriosa Reina del Mundo" por Ediciones Xaverianas, S.A. de C.V. - Ave. Juan Palomar y Arias 694 - Prados Providencia - A.P.1/133-44100 Guadalajara, Jal. (MÉXICO). Puede leer o descargar el libro completo "La Victoriosa Reina del Mundo", haciendo clic aquí.

El Padre Jeno Krasznay, Director Espiritual de Sor María Natalia por algún tiempo, renombrado teólogo europeo y Auxiliar del Obispo Isvan Hasz, declaró verídicas estas experiencias místicas, así como las visiones y mensajes, tras un largo período de investigación y examen.

Una pequeña participación en los sufrimientos de Cristo 

Durante el Año santo Mariano (1983-1984) la Santísima Virgen me dijo:

–Ustedes, queridos hijos, deben todavía con mayor fervor compartir los sentimientos del Salvador. Miren con compasión cómo sudó sangre en el huerto de los Olivos, miren sus cadenas, las sogas, cómo fue arrastrado de un juez a otro, los salivazos en el rostro, las diferentes torturas, cómo fue azotado, el manto de burla, la corona de espinas, el peso de la cruz, sus caídas y dolorosos encuentros. De corazón deben ustedes seguirle para llegar hasta el monte Calvario y verle allí, desde que le quitan sus vestidos y lo crucifican. Colgado de la cruz, empapado en su sangre en la agonía, cuánto dolor, cuánto tormento hasta exclamar: “¡Todo está consumado!”

–Mi santo Hijo, queridos hijos, realizó la obra de la Redención. Su sacrificio reparador era pleno, pero de él dejó a ustedes también una pequeña participación en cuanto que elige y llama a algunas almas a ofrecer en unión íntima con Él, el sacrificio de su vida. Comparte con ellas sus sufrimientos para gloria del Padre y el bien de las almas para que ni una sola de ellas se pierda. Estas almas son almas enteramente entregadas y pueden hacer mucho para la gloria de Dios y salvación de las almas. Mi santo Hijo encuentra su gozo en ellas.

–En el mundo de hoy, hijos míos, mi santo Hijo tiene cien veces mayor necesidad de corderos para el sacrificio. Pero deben ustedes pensar que la participación en la obra de la Redención sólo puede consistir en el sacrificio. Hay que partir desde el huerto de Getsemaní y seguir el camino que recorrió mi santo Hijo. Sin esto no habría méritos ni ofrenda de vida fecunda.

–Cuanto más pronta es la entrega de un alma, tanto más glorifica al Padre, y por ello, más almas ayuda a salvar y será bienhechor de la humanidad entera. ¡Oh cuántas gracias puede alcanzar para la Iglesia y para los sacerdotes! Un alma así coopera eficazmente a la conversión de los pecadores, al alivio de los enfermos, a la salvación de los moribundos y para que las almas lleguen a la patria de la eterna felicidad. Un alma así realiza, en unión con mi Santísimo Hijo, una verdadera obra redentora.

–Con todo corazón y con entera confianza pueden ustedes, mis amados hijos, contar con su Madre celestial, quien está siempre con ustedes para que juntos podamos seguir al divino Redentor hasta el pie de la Cruz a donde su Madre lo siguió.

– ¡Sean ustedes árboles del Señor que producen siempre buenos frutos, bendición para la tierra y alegría de todo el cielo! ¡Bendita sea la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo por todos los siglos. Amén! 


La Ofrenda de Vida lo compendia todo 

He sentido gozo al ver cómo una y otra vez los fieles que se encontraban en el templo hacían ofrecimiento de su vida movidos por el celo de mi padre espiritual. Pensaba para mis adentros: ¿Lo estarán viviendo? ¿Es suficiente entregarse una sola vez? ¿Lo recordarán luego? Entonces mi Jesús me habló así:

–Si alguien, hija mía, no hace sino una sola vez el ofrecimiento de vida, ¿entiendes, hija mía? una sola vez, en un momento de gracia se encendió en su corazón el fuego de amor heroico, ¡con esto selló toda su vida! Su vida, aunque no piense conscientemente en ello, es ya propiedad de ambos Sagrados Corazones. Para mi Padre no existe el tiempo. La vida del hombre está ante Él como un todo.

Aunque uno haya hecho otro ofrecimiento, la ofrenda de vida por amor lo compendia todo y está por encima de ellos. Esta será, pues, la corona, el aderezo más precioso y el distintivo de su nobleza espiritual en la Patria Eterna. 


A los que tienen la cruz del sufrimiento 

La Santísima Virgen dijo:

–Cuando les llega, hijos míos, un gran sufrimiento corporal o espiritual y ustedes lo aceptan con espíritu de oblación, eso puede ser fuente de gracias innumerables. Pueden pagar con ello los pecados, las omisiones de toda su vida y cuando ya han cancelado toda su deuda, pueden ustedes alcanzar, con el restante sufrimiento, llevado con paciencia, la conversión de los pecadores empedernidos y dar gloria a Dios. Las almas salvadas, gracias a los sufrimientos aceptados por ustedes, pueden alcanzar incluso la santidad. 

–Cuando pesa sobre ustedes la cruz del sufrimiento, sea por causa de una enfermedad o de un sufrimiento espiritual, recuerden que no son sino peregrinos en la tierra. Más allá de la tumba, hay un mundo maravillosamente más bello, que Dios ha preparado para sus hijos, donde les espera una felicidad muchísimo mayor que la que merecían debido a sus sufrimientos pacientemente sobrellevados. En un estado de felicidad que “ojo jamás vio, ni oído nunca oyó” estarán sumergidas sus almas durante toda una eternidad. Aunque la vida de uno esté llena de sufrimiento, será siempre muy corta, y se acabará pronto. Alégrense, aun cuando estén sufriendo, porque avanzan hacia una meta segura y al final del camino les espera el brazo tierno de su Madre y el amor eterno de la Santísima Trinidad. 

–Los llamo a ustedes, mis queridos hijos, a un apostolado de especial elección, para que soporten el martirio espiritual por los pecados de los demás, y para que por medio del sacrificio de sus vidas, ofrecido con gran corazón, Dios pueda derramar ríos de su misericordia. Piensen, mis queridos hijos, qué inmensa multitud de almas pueden salvar de la eterna condenación si llevan con paciencia esa pequeña astilla de la cruz de mi santo Hijo, que Él les ha dado, para que tomando la mano de su Madre participen ustedes también de la obra de la Redención. No pidan, hijos míos, el sufrimiento; pero acepten siempre con humilde entrega, aquellos que el Señor les da. 


“No puedo quitar la cruz a las almas escogidas” 

Jesús dijo:

–Hijos míos, apóstoles míos: las almas necesitan tanto de los sufrimientos aceptados por ustedes como los enfermos de la medicina. No puedo descargar la cruz de los hombros de ustedes aunque por momentos les parezca que ya van a caer bajo su peso; porque si la quitara, se interrumpiría el proceso de curación de las almas y dejaría perecer a aquellas que todavía pueden ser salvadas. Cuando se cancela la deuda de una o varias almas o termina su tratamiento curativo gracias al sufrimiento ofrecido por ellas, entonces quito la cruz por algún tiempo para que cobre nuevo vigor mi apóstol, destinado a tan sublime vocación.

–Hijos míos, una sola alma que se pone sobre el altar del sacrificio por amor a mí y a sus hermanos, aumenta cien veces la gloria de mi Padre y la alegría de mi querida Madre. ¡Levántense, hijos míos, con un fervor más intenso! Mi Iglesia nunca ha tenido una necesidad tan grande de víctimas generosas como ahora... Hacen falta almas que no estén rumiando sus propios problemas, sino cuya mirada esté puesta en los demás buscando cómo puedan ayudarles en lo corporal y en lo espiritual. Vuelquen sus pensamientos y su amor desinteresado sobre cómo poder salvar a los infieles y a los pecadores, porque saben muy bien que no hay nada tan precioso en el mundo como las almas... ¡Láncense, hijos míos, una y otra vez hacia la sagrada meta de salvar las almas! ¡Háganse santos para que puedan ser verdaderamente mis apóstoles revestidos de Cristo ante la faz de mi Padre! 


Mensaje de la Virgen para los que hacen la Ofrenda de Vida 

La Santísima Virgen dijo:

–Cuando el Eterno Padre escoge un alma para darle la gracia de ser uno de los elegidos, la destina a que ya en la tierra sea semejante a su Hijo Unigénito. Y, ¿en qué debe ser semejante a Él? En el amor y en la aceptación de los sufrimientos. Si en esto siguen ustedes a su Jesús, el Eterno Padre reconocerá en ustedes a su santo Hijo.

–Las almas a las cuales el Eterno Padre escogió para que hagan el ofrecimiento de vida deben esforzarse por salvar el mayor número de almas para Dios. Lo pueden alcanzar con la oración fervorosa, con la práctica de la caridad activa y servicial, con la mansedumbre, con la humildad, con la mortificación, pero sobre todo con la aceptación paciente de los sufrimientos. Creo que mi Corazón maternal encontrará entre mis hijos, almas que con el ardor de los mártires amen a Dios.

–Aun en tiempo de las más grandes pruebas, mis queridos hijos, deben tomar con confianza ilimitada la mano de su Madre. Juntos vayan ustedes al Corazón Eucarístico de Jesús que es su fortaleza en su peregrinación terrenal. Así, fortalecidos diariamente por Él, continúan ustedes el camino hacia el hogar de la eterna felicidad donde en glorioso éxtasis, se reconocerán entre sí los que hayan hecho de su vida una ofrenda de amor a gloria de Dios y el bien de las almas.

–Entonces, mi santísimo Hijo les va a estrechar a su Corazón inflamado de amor, para sumergirlos en el gozo de la unidad de amor de la Santísima Trinidad, en el estado de la eterna felicidad, para que puedan alegrarse sin fin en compañía de las almas para quienes con su generoso ofrecimiento de vida lograron alcanzar la salvación.

– ¡Amen y tengan confianza, hijos míos, porque Dios está con ustedes! El Señor ama la vida de cada alma que hizo la entrega de sí misma. Precisamente por eso no pongan límite a sus sacrificios. ¡Dar más, amar mejor! Sea ésta la consigna de su vida. 


El Amor Misericordioso de Jesús 

En cierta ocasión recibí un libro y leí en él que nuestro Jesús se quejaba de que las almas caían al infierno como bajan en invierno los copos de nieve. Al leer esto comencé a ver el mundo que está a mi alrededor y en espíritu lloré a los pies de Jesús. Entonces Jesús me dijo:

–No llores, porque esto viene del maligno espíritu que quiere denigrar el Amor Misericordioso de mi Padre. Entiende, hija mía. Si las almas cayeran al infierno como caen los copos de nieve en invierno, mi Padre jamás hubiera creado al hombre. Pero lo creó porque quiso derramar sobre sus creaturas la felicidad de la Santísima Trinidad.

–Es verdad que el hombre cometió el pecado con su desobediencia, pero mi Padre envió al Hijo, quien con su obediencia lo reparó todo. Sólo caen en las tinieblas exteriores aquellas almas que hasta el último momento de su existencia rechazan a Dios. Pero el alma que antes de abandonar el cuerpo sólo dijera con arrepentimiento: “¡Dios mío, sé misericordioso conmigo!”, ya se ha librado de las tinieblas exteriores.

–Pero mira, hija mía, el Amor Misericordioso de mi Padre alcanza incluso a los pecadores empedernidos. Por eso pido el ofrecimiento de vida que, cual sacrificio unido a mi cruento sacrificio, alcanza que la Justicia Divina sea satisfecha y de esta manera pueda haber misericordia también para los empedernidos, al menos en el último día o último momento de su vida. Por eso convocaré una multitud de almas entregadas para esta pesca apostólica de almas”. 


Oración de Ofrecimiento de Vida 

Mi amable Jesús, delante de las Personas de la Santísima Trinidad, delante de Nuestra Madre del Cielo y toda la Corte celestial, ofrezco, según las intenciones de tu Corazón Eucarístico y las del Inmaculado Corazón de María Santísima, toda mi vida, todas mis santas Misas, Comuniones, buenas obras, sacrificios y sufrimientos, uniéndolos a los méritos de tu Santísima Sangre y tu muerte de cruz: para adorar a la Gloriosa Santísima Trinidad, para ofrecerle reparación por nuestras ofensas, por la unión de nuestra santa Madre Iglesia, por nuestros sacerdotes, por las buenas vocaciones sacerdotales y por todas las almas hasta el fin del mundo.

Recibe, Jesús mío, mi ofrecimiento de vida y concédeme gracia para perseverar en él fielmente hasta el fin de mi vida. Amén. 


Jaculatorias de arrepentimiento 

Jesús mío, ¡Te amo sobre todas las cosas!

Por amor a Ti, me arrepiento de todos mis pecados.

Me duelen también los pecados de todo el mundo.

¡Oh Amor misericordioso!, en unión con nuestra Madre Santísima y con su Corazón Inmaculado, Te suplico a Ti perdón de mis pecados y de todos los pecados de los hombres, mis hermanos, hasta el fin del mundo!

¡Mi amable Jesús!, en unión a los méritos de tus Sagradas Llagas, ofrezco mi vida al Eterno Padre, según las intenciones de la Virgen Santísima Dolorosa.

¡Virgen María, Reina del Universo, Intercesora de la Humanidad y esperanza nuestra, ruega por nosotros! 

Cinco promesas de la Santísima Virgen para los que hacen el Ofrecimiento de Vida 

1. Sus nombres estarán inscritos en el Corazón de Jesús, ardiente de amor, y en el Corazón Inmaculado de la Virgen María.

2. Por su ofrecimiento de vida, unido a los méritos de Jesús, salvarán a muchas almas de la condenación. El mérito de sus sacrificios beneficiará a las almas hasta el fin del mundo.

3. Nadie de entre los miembros de su familia se condenará, aunque por las apariencias externas así parezca, porque antes de que el alma abandone el cuerpo, recibirá en lo profundo de su alma, la gracia del perfecto arrepentimiento.

4. En el día de su ofrecimiento, los miembros de su familia que estuvieran en el purgatorio, saldrán de ahí.

5. En la hora de su muerte estaré a su lado y llevaré sus almas, sin pasar por el purgatorio, a la presencia de la Gloriosa Santísima Trinidad, donde en la casa hecha por el Señor, se alegrarán eternamente junto Conmigo.

Mensaje a las madres del mundo (1986) 

La Santísima Virgen dijo:

–En el corazón de muchas madres arde el dolor. Se les oprime el corazón, por el estado espiritual de sus hijos, por su conducta inmoral, por el destino de su vida más allá de la muerte. Por amor hacia ellas, movida de compasión, alcancé con mis ruegos las cinco promesas. Que se consuelen, que ofrezcan con una entrega total todos los sucesos de su vida, porque el sacrificio ofrecido por los demás produce frutos de salvación para las almas. Además, no es posible aventajar el amor misericordioso de Dios.


Los hijos más queridos de la Virgen (1986) 

La Santísima Virgen dijo:

–Den a conocer, hijos míos, las grandes gracias que aporta el ofrecer la vida por amor: a quienes sufren mucho en cuerpo y alma, a los enfermos incurables, a los que están impedidos de moverse, a los que yacen postrados en el lecho. Anúncienles que no sufren en vano. Divisa de oro es para toda la humanidad, y para ellos mismos, porque alcanza a tener en su alma y en su corazón, paz, fuerza y alivio, al pensar que por la aceptación paciente de sus sufrimientos, gran gozo y felicidad les espera en el cielo. 


El alma escogida 

Esta petición de nuestra Santísima Madre, por la gracia del Señor, ya la estoy practicando desde hace mucho tiempo, y he experimentado en qué gran medida han sentido alivio los enfermos graves, cuando a la luz de la gracia han podido comprender los grandes beneficios que reciben por la aceptación y la donación de sí mismos.

Visitaba en los hospitales a los enfermos graves, especialmente a aquellos a quienes ni sus propios familiares les iban a ver y a aquellos que han perdido su contacto con los familiares. El mayor sufrimiento lo encontraba en los enfermos que padecían de cáncer o estaban postrados en el lecho. La mayoría de ellos estaban conscientes de que su enfermedad era incurable, y por ello ya no tenía sentido para ellos la vida. Creían que ya no podían ser útiles a nadie.

Pero cuando lograron comprender:

– que son ellos los hijos más queridos de la Santísima Virgen,

– que en ellos el Señor Jesús está buscando compañeros,

– que Jesús los llama a que unan sus sufrimientos con los sufrimientos de su sacrificio en la Cruz continuando su Redención,

– que ellos son los verdaderos tesoros de la Iglesia,

– que con sus sufrimientos pueden salvar almas,

– que pueden alcanzar santas vocaciones sacerdotales,

– que pueden contribuir a que se establezca la paz en el mundo,

– que por medio de sus sufrimientos pueden reparar los pecados propios y ajenos,

– que a la hora de su muerte llegarían –sin pasar por el purgatorio- al reino de los cielos: entonces, al tomar conciencia de esto, la gracia trabajaba admirablemente en ellos. Lloraban de alegría al ver cuánto los ama Dios y la Santísima Virgen. Habían creído que Dios estaba enfadado con ellos y tomaban su sufrimiento como castigo. Había quienes no creían que existe Dios y pensaban en quitarse la vida. Cuando reconocieron qué gran gracia se esconde en hacer el ofrecimiento de vida y que la creatura no puede dar más a su Creador, han experimentado un gran cambio. Se volvieron pacientes y su estado general mejoró. La enfermera no pudo menos de notar la tranquilidad de los enfermos, su nuevo y hermoso comportamiento. Han llegado a ser santos ocultos del Señor y han mantenido su ofrecimiento fielmente hasta el fin. Unos recuperaron la salud, otros murieron santamente.

Oramos cada noche junto con nuestra bondadosa y dulce Madre celestial para que aumente el número de los que tienen la gracia de ofrecer sus vidas por amor, la cual les dará alivio, paz, tranquilidad y fuerza para soportar el sufrimiento de la tierra, y la eterna bienaventuranza en el cielo. Nuestra Madre celestial ora también por aquellos a quienes han llegado ya la gracia de ofrecer su vida, para que perseveren en ella fielmente, con fe viva, hasta la muerte. 


Oración recomendada por la Santísima Virgen a los enfermos 

Jesús mío, sé que Tú me amas. Aquel a quien Tú amas está enfermo. Si es posible, pase de mí este cáliz de sufrimiento. Pero añado yo también aquello que Tú dijiste en el huerto de Getsemaní: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Fortaléceme y consuélame, Jesús mío. Madre nuestra, Virgen Santísima, Tú que curas a los enfermos, ruega por mí ante tu Santo Hijo. Amén.

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