lunes, 25 de noviembre de 2013

Meditación: Festividad de Cristo Rey del Universo

      XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(2 Sam 5, 1-3; Sal 121; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43)

LECTURAS

«Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel."» (2 Sam)
Vamos alegres a la casa del Señor (Sal 121)
Damos gracias a Dios Padre, Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. (Col)
Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» (Lc)
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CONTEMPLACIÓN

"Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra". Tú has creado el universo, Tú eres el Señor, todo te pertenece. Tú has querido hacer al ser humano a imagen tuya, reflejo del rostro de tu Unigénito.
Por tu inabarcable providencia amorosa me has hecho capaz de recibir la naturaleza encarnada de tu Hijo amado, me has hecho humano, de la misma carne del Verbo, del nacido de mujer. He sido divinizado por tu misericordia, gracias a la Redención, a la sangre de Jesucristo.
Sin mérito alguno, me has dado la dignidad de hijo tuyo, miembro del único cuerpo de Cristo. Por las aguas bautismales he entrado a formar parte de tu familia, me has hecho heredero de tu reino, coheredero de quien es el Rey del universo, primogénito de toda criatura, primero en todo.
Reconozco que la dignidad de toda criatura procede de ti. Todos somos en tu Hijo sacramentos de su misma persona, identidad sagrada que debo cuidar y respetar en mí y en todos, hasta llegar a escuchar, ante tu presencia gloriosa, "ven, bendito de mi Padre".
Mientras aguardo la venida gloriosa de quien reconozco como Señor, al tiempo de doblar la rodilla, unido a todos los seres celestes, ante el nombre de Jesús, te ruego que no apartes tu mirada de mi pobreza. Mantenme siempre en el gozo de pertenecerte.
Gracias a la oblación de tu Hijo en la Cruz, proclamado Rey, comprendo el modo privilegiado de llevar la señal de pertenencia, la entrega total, el desasimiento de todo, por tener la esperanza suprema en ti, en tu reino de gloria.
Como los discípulos y las santas mujeres, deseo proclamar a Jesucristo Señor, y confesarlo Dios y Señor. ¡Gloria y honor a ti, Señor Jesús!

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