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viernes, 8 de noviembre de 2013

María Fortunata Viti, Beata


Monja, 20 de noviembre
 
María Fortunata Viti, Beata
María Fortunata Viti, Beata

Noviembre 20


Etimológicamente significa “ princesa de las aguas”, en lengua siria; “espejo”, en lengua hebrea.

Jeremías dice: “Mis designios sobre vosotros, dice el Señor, son designios de paz y no de desgracia, de daros un porvenir y una esperanza”.

Fue una monja del siglo XX.

La llevó a los altares el Papa Pablo VI. La santidad de María Fortunata Viti no tiene nada de clamoroso.

Su santidad parece anacrónica, fuera de nuestro tiempo. Vivió casi cien años dedicada a sus trabajos diarios.

Había nacido en 1827 y le pusieron por nombre Ana Felisa. Su padre lo dilapidó todo en vino y en juego.

Murió su madre cuando tenía 14 años, y ella tuvo que hacer frente a las tareas de la casa con sus hermanos.

A los 24 años pudo pensar en sí misma y se hizo monja benedictina en Veroli,
Era iletrada y su trabajo fue el trabajo manual. Todo lo hacía con gusto, con penitencia y con la oración.

Decía frecuentemente: " Quiero hacerme santa".

Y lo alcanzó gracias a su supo ser fiel a su regla y a su piedad y al trabajo continuo.

Llevó a cabo todos los designios que Dios le dictaba a su delicada conciencia.

Tuvo esperanza en todo lo que se propuso. Y, de esta manera, todo le salió bien a pesar de todo cuanto tuvo que sufrir.

 
Beata María Fortunata Viti, monja
fecha: 20 de noviembre
n.: 1827 - †: 1922 - país: Italia
canonización: B: Pablo VI 8 oct 1967
hagiografía: Santi e Beati
En Veroli, cerca de Frosinone, en el Lacio, de Italia, beata María Fortunata (Ana Felicia) Viti, de la Orden de San Benito, que casi toda su vida estuvo al cuidado del ropero, intentando solamente ajustarse de todo corazón al cumplimiento de la Regla.

En su vida no hay nada de excepcional, salvo una notable longevidad: casi 96 años. Más bien fue una vida humilde, escondida, algunos podrían decir insignificante, que es casi difícil de hablar de ella. Los puntos de partida no son los más felices: el padre es un rico hacendado de Veroli que arruina su salud y su cartera en su pasión por el juego y su tendencia a consolarse con beber bastante vino. Su madre muere de insuficiencia cardíaca a los 36 años, después de dar a luz a nueve hijos, y ella, a sus 14 años de edad, se vuelve la madre precoz de los otros ocho. Tiene tanto que hacer, que no puede pensar ni en sí misma ni en su futuro. Su ocupación principal es garantizar que en la casa todos respeten a ese padre -colérico, alcoholizado y reducido a la miseria- como es capaz de hacer ella misma, que cada noche besa su mano y le pide la bendición, tragando lágrimas y humillación. ¡Y pensar que la habían bautizado Anna Felice, y de hermana se llamará Fortunata! A los 24 años, de hecho, se decide a entrar en el convento de las «buenas hermanas», es decir, las benedictinas de su ciudad. Mantiene su firme propuesta, formulada en ese día, de «ser santa»; no sabe que para alcanzar el objetivo deberá vivir 70 años más, «sepultada en vida» en el anonimato de su celda, con días todos idénticos, marcados por acciones repetitivas que alguien podría incluso definir monótonas: hilar y coser, lavar y remendar.

Y rezar. Aunque para ella esto no debería ser un problema, ya que siempre parece absorta en la contemplación de su Dios. Sólo después se podrá descubrir cuánta aridez espiritual se escondía tras el fervor, cuántos tormentos y batallas íntimas fueron cubiertas por su imperturbable aparente serenidad. No sabe leer ni escribir, por su bien conocida historia familiar, y por lo tanto no puede ser admitida en el coro, es decir, entre las monjas dedicadas a funciones litúrgicas. Para ella sólo hay trabajo, con una jornada que comienza a las tres y media de la mañana y prosigue en acciones laboriosas y humildes, que cumple tan bien que se transforman en obras maestras, sazonadas con mucha oración aun en medio de la de la más completa aridez espiritual.

Cargada de trabajo, consumida por la edad, afectada por un reumatismo que en los últimos años la fuerza a permanecer en la cama, incapaz de moverse lo mínimo, termina ciega, sorda, y paralítica, después de 72 años de reclusión, en 1922. De ella parece no darse cuenta nadie y rápidamente es enterrada, al día siguiente, en la fosa común. Pero la desentierran 13 años más tarde, por el clamor popular, y la sepultan en la iglesia: tantos son los milagros que ocurren en su tumba. Y no termina allí: Pablo VI en 1967, proclamó beata a sor María Fortunata Viti, la monja que, trabajando y sonriendo, se iba santificando en la monotonía de la vida cotidiana, en el encierro de un convento, y con una gran cantidad de dolencias.



¡Felicidades a todo el que lleve este nombre!

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