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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Beata María Teresa de Jesús, virgen y fundadora

 
fecha: 14 de noviembre
n.: 1825 - †: 1889 - país: Italia
otras formas del nombre: Maria Scrilli
canonización: B: Benedicto XVI 8 oct 2006
hagiografía: Vaticano
En Florencia, Italia, beata María Teresa de Jesús (Maria Scrilli), virgen, fundadora de la congregación de Hermanas de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
Fragmentos de la homilía del card. Mons. José Saraiva Martins, prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, en la misa de beatificación de la nueva beata, el 8 de octubre de 2006 en Fiésole. La homilía puede leerse completa aquí. En este dossier carmelita pueden encontrarse datos de interés sobre la beata.


Hoy, en el sugestivo marco de este anfiteatro romano, celebramos la misa de beatificación de la madre María Teresa Scrilli. Por consiguiente, se reconoce oficialmente, por mandato del Santo Padre Benedicto XVI, la ejemplaridad de las virtudes heroicas de una mujer de esta tierra de Toscana, que en una época de grandes fermentos culturales supo dar un «sí» total al Señor. Fue Dios quien la atrajo al desierto y habló a su corazón, para convertirla en su esposa para siempre. Por tanto, la nueva beata, María Teresa Scrilli, fundadora del instituto de las Religiosas de Nuestra Señora del Carmen, vivió una experiencia de santidad.

Los textos litúrgicos que acabamos de escuchar, en la primera lectura, tomada del profeta Oseas, y en el pasaje del evangelio de san Mateo, subrayan esta relación esponsal entre Dios y su pueblo, entre Dios y la Iglesia, entre Dios y toda alma consagrada. [...] La santidad de la nueva beata maduró en una espiritualidad esponsal. Precisamente el oráculo de Oseas, que acabamos de escuchar en la primera lectura, pone de relieve esta dimensión. En efecto, el profeta quiere subrayar, en la vida del creyente, la experiencia del redescubrimiento, de la recuperación de una dimensión más viva, más existencial, en la relación entre Dios e Israel, como relación de pertenencia recíproca. La imagen matrimonial subraya también el aspecto personal e interpersonal del diálogo entre Dios y su pueblo. El Señor renueva esta relación con su pueblo «para siempre». [...] Para comprender mejor la dimensión bíblica de la espiritualidad y de la santidad cristiana que vivió la nueva beata, bastará volver a escuchar algunas frases de su Autobiografía: «Ya no me consideraba dueña de mí, sino sólo guiada por aquel impulso que sentía en mi corazón, procedente de mi dulcísimo Amor, que todo lo poseía. ¡Oh Esposo mío!, decía yo, nadie me impedirá complacerte, nada me lo impedirá. Tú eres mucho más fuerte: dígnate indicarme el camino» (Autobiografía, 45).

Otra importante dimensión de la santidad cristiana es la dimensión cristocéntrica, que consiste fundamentalmente en la identificación con Cristo, en la configuración con él y, por tanto, en la conformidad con su voluntad. La nueva beata comprendió y vivió a fondo también esta dimensión de la santidad. En efecto, la configuración con el Señor y su total conformidad con su voluntad constituye uno de los pilares de su intensa espiritualidad. En las primeras Reglas y Constituciones de su instituto recordaba a sus compañeras: «No estamos en esta tierra más que para cumplir la voluntad de Dios y llevar almas a él» (Reglas y Constituciones 1845-1855, n. 7). En varias partes de su Autobiografía, en las que nos revela los caminos misteriosos por donde la llevaba el Espíritu, los espacios de inmensidad que engendraron celos y alegrías, sufrimientos y abrazos amorosos, se aprecia más claramente este deseo: «Me comparaba a mí misma, entregada a Dios, con el oro en manos de un orfebre y con la cera en manos de quien la modela, dispuesta a tomar cualquier forma que le agradara a él» (Autobiografía, 45).

Además de estas frases, que se refieren a su juventud, antes de entrar en el convento de carmelitas de Santa María Magdalena de Pazzi de Florencia, se pueden citar otras afirmaciones hechas en un período de tribulación, después de la fundación del Instituto, en las que decía: «Señor, por mí misma no puedo nada; y, aunque pudiera, no quisiera nada, porque mi único deseo es que se haga tu voluntad en mí, sobre mí, en torno a mí. Fiat voluntas tua. Si el Instituto debe proseguir con mi contribución, ayúdame y fiat; si debo abandonarlo e ir a ti, con el miedo de que deje de existir al morir yo, fiat; si quieres que siga viviendo y que, atribulada e impotente, vea que se deshace lo que he construido y obtenido, fiat. Sí, Dios mío, siempre repetiré: hágase tu voluntad. Fiat» (Autobiografía, 90).

Uno de los ejes de la espiritualidad de la beata madre Scrilli es la adhesión a Dios en el camino de la cruz. Todos sus escritos expresan de un modo sencillo, pero muy eficaz, esta convicción. Dice: «sufrir por amor». Y también: «En la oración, considerando las grandes ofensas que se hacían a Dios, fue tanto mi dolor, que le pedí con gran insistencia que me concediera sufrir, pues quería convertirme en víctima para repararle a él» (Autobiografía, 61). Este amor al sufrimiento y el deseo de reparar las ofensas que se hacían al Señor estaban sostenidos por una continua meditación en la pasión de Cristo. [...] Estas afirmaciones ponen de manifiesto que la madre Scrilli comprendía plenamente el misterio de muerte y resurrección con el que el bautismo marca a todo creyente, pero debe convertirse en programa de vida, itinerario de santidad, camino de transformación interior, especialmente para quien quiere tender a la perfección.

En la economía divina, la fuerza revitalizadora del carisma de todo fundador o fundadora está unida, de algún modo, a la vida propia del Instituto conservada y desarrollada con su auténtica originalidad en su carisma específico. Para responder a los anhelos de su tiempo, la madre Scrilli quiso dar a las jóvenes, en especial a las más indigentes, una preparación humana completa desde el punto de vista cultural, escolar y religioso, que respondiera a las necesidades de su vida específica de mujeres, preparándolas para un trabajo digno. Desde esta perspectiva, se puede comprender el carisma contemplativo-educativo que la madre Scrilli vivió y transmitió a sus hijas. Les pidió que, además de los tres votos acostumbrados -castidad, obediencia y pobreza-, hicieran un cuarto voto: el de «ofrecerse para bien del prójimo por medio de la instrucción moral cristiana y civil de las mujeres» (Reglas y Constituciones, 1854-1855, n. 1). [...]

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