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lunes, 28 de octubre de 2013

La oración continua





Es necesario orar siempre, sin cansarse. (Lc 18,1)

La vida en su sentido más profundo, se resume en dos actos constantes de extrema simplicidad: el primero es el amor del cual la fuente es Dios, el segundo es la adoración, que es lo proprium de la creación: “Dios es amor” (1Jn 4,16); “Yo no soy más que oración (Sal 109,4). Estos dos actos son ininterumpidamente constantes; así, Dios no cesa de amar a la creación y la creación no cesa de adorar a Dios: “Os digo, que si estos cayan, gritarán las piedras” (Lc 19,40)

Todos los actos y las múltiples ocupaciones de la vida pasarán y desaparecerá después de tener su válida condena o recompensa, y solo quedarán estos dos extraordinarios actos: el amor de Dios por nosotros y nuestra adoración a Dios. No pasarán nunca y quedarán eternamente, porque Dios es feliz amándonos: “He puesto mis delicias entre los hijos del hombre” (Pr 8,31) y nosotros encontramos toda nuestra felicidad en la adoración de Dios.

Esta adoración es una intuición divina depositada por Dios en el corazón de la naturaleza del hombre, para que él tenga la alegría de adorar la fuente de la verdadera felicidad. Lo hemos tocado con nuestra mano, experimentado y verificado tantas y tantas veces. Hemos adquirido la certeza de que la oración y la adoración son fuentes de felicidad permanente. 

¿Hay pues un medio para conducir una vida de adoración y de oración ininterrumpida, para poner a Dios en el centro de nuestro pensamiento, para hacer que todos nuestros actos y nuestros comportamientos graviten entorno a él, para vivir en su presencia desde  la mañana a la tarde y de la tarde a la mañana?

 En realidad, esta obra no es poca cosa. Exige de nuestra parte una gran determinación, perseverancia y mucha atención. No olvidemos sin embargo que, haciendo esto, realizamos el vértice de la voluntad de Dios y del plan divino y que, por consecuencia, encontraremos inevitablemente la ayuda, el amor y la guía de Dios.

Resumamos como sigue la sustancia de este ejercicio.


1. Los objetivos de la oración continúa:

- Vivir siempre en la presencia de Dios.

- Asociar a Dios a toda nuestra actividad, a todos nuestros pensamientos y conocer su voluntad.

- Acceder a una vida de alegría, acercándonos a la fuente misma de la felicidad: Dios, y alegrarnos de su amor.

- Adquirir un alto conocimiento de Dios en su mismo ser.

- Practicar una feliz separación de las cosas de este mundo, sin añorar nada.


 2. Algunas indicaciones sobre la oración continúa:

- Reavivar el sentimiento de estar en la presencia de Dios que ve todo lo que hacemos y siente todo lo que decimos.

- Intentar hablarle de tanto en tanto con breves frases que traduzcan nuestro estado del momento.

- Asociar a Dios a nuestros trabajos pidiéndole que esté presente en nuestra actividad, rindiéndole a él cuenta luego de haberla concluido, agradeciéndole en caso de éxito, manifestándole nuestra pena en caso de haber fallado, buscando las razones: ¿nos hemos alejado quizás de él o hemos omitido pedir su ayuda?

- Buscar percibir la voz de Dios a través de nuestros trabajos. Muy a menudo él nos habla interiormente pero no estamos atentos a él, perdemos lo esencial de sus orientaciones.

- En los momentos críticos, cuando recibimos noticias alarmantes o cuando estamos agobiados, pidámosle enseguida consejo. En la prueba, él es el amigo más seguro.

- En cuanto el corazón comienza a irritarse y los sentimientos a agitarse, volvámonos a él para calmar la nefasta agitación antes que invada nuestro corazón. La envidia, la cólera, el juicio, la venganza, todo lo que nos hace perder la gracia de vivir en su presencia, porque Dios no puede cohabitar con el mal.

- Intentar en cuanto nos sea posible no olvidarlo, volviéndonos rápidamente a él, apenas nuestos pensamientos sean descubiertos en fragante crimen de vagabundeo..

- No emprender un trabajo o dar una respuesta antes de haber recibido un estímulo de Dios. Esta se volverá siempre mejor discernible en la medida de la fidelidad de nuestro camino en su presencia y de nuestra determinación a vivir con él.


3. Principios básicos para una vida de oración continua:

- ¿Crees en Dios? Entonces que Dios sea la base de todos tus comportamientos. Con él acoge todo lo que encuentres en la vida, felicidad o tristeza. Que tu fe no cambie cada día según las circunstancias. No dejes que sea el éxito lo que aumente tu fe, ni el fracaso, la pérdida y la enfermedad lo que la debiliten o destruyan.

- ¿Has aceptado vivir con Dios? Entonces, de una vez por todas, pon en él toda tu confianza y no busques retroceder o batirte en retirada. Sé fiel a él hasta la muerte.

- Confíale todos tus asuntos materiales y espirituales. Él es verdaderamente capaz de manejarlos a todos. Sabed que la vida con Dios soporta todo: enfermedad, hambre, humillaciones… y no te sorprendas si te ocurren estas cosas. Sé paciente y las verás transformarse y ponerse de tu parte para un mayor bien.

- Concentra tu amor en Dios y no permitas que los obstáculos lo reduzcan. Por el contrario, acoge cada sufrimiento sin amargura sino con dulzura, en razón de este amor, porque el verdadero amor transforma el sufrimiento en felicidad.

- Felices aquellos que han sido considerados dignos de sufrir por su Nombre. Aún más felices los que desean sacrificarse por amor a su Nombre.


Breve historia de la oración continua.

La oración continua es una disciplina espiritual particular que compromete las facultades interiores del alma y toca centros precisos del cerebro con el objetivo de adquirir la calma interior necesaria para llegar a un estado de vigilia espiritual constante y de percepción permanente de la presencia divina, acompañada por un completo dominio de los pensamientos y de las pasiones. Constituye la obra espiritual más importante y más elevada que, conducida con éxito, puede hacernos alcanzar las cumbres de la vida espiritual.

Esta forma de oración está ya mencionada en las enseñanzas de los primeros padres del desierto de Egipto: Macario el Grande habla de la recitación constante del “dulce Nombre de Jesús” [1] y abba Isaac, discípulo de Antonio, hizo un gran elogio sobre la repetición continua del versículo de un salmo. Ambos han vivido hacia finales del siglo IV y las enseñanzas del segundo han sido recogidas por Casiano durante sus viajes por Egipto.

A través de las palabras de abba Isaac aprendemos que este método de oración, constituye unas de las tradiciones ascéticas más importantes entre aquellas que los padres habían recibido de sus predecesores, “es un secreto que nos ha sido revelado de aquellos pocos padres pertenecientes al buen tiempo antiguo, pero que viven aún. Nosotros lo revelamos a su vez a un pequeño número de almas que demuestran una verdadera sed de conocerlo” [2].

En cuantro a los efectos de esta práctica sobre las facultades del alma y de la mente, estos eran conocidos por los padres desde el inicio, como se deduce a las palabras de Isaac: “[Esta oración] expresa todos los sentimientos de los cuales es capaz la naturaleza del alma. Conviene perfectamente a todos los estados y a toda suerte de tentación… Que el alma (mens) piense incesantemente esta fórmula, de modo que, a fuerza de repetirla, adquiera la capacidad de rechazar y alejar de sí todas las riquezas representadas por nuestros múltiples pensamientos.” [3]

Desde entonces, es decir, desde el siglo IV, la oración continua se ha difundido en Egipto y en todo el oriente cristiano hasta ocupar un lugar preponderante en la doctrina ascética de todas las iglesias orientales. La encontramos, entre otros, en las enseñanzas de Nilo el Sinaíta (+430), después en las de Juan Clímaco al inicio del siglo VII (570-640), y de Hesiquio de Batos (Siní, siglo VII o VIII). La importancia otorgada a la hesyquía (tranquilidad) se amplia progresivamente hasta alcanzar uno de sus vértices en las enseñanzas de Isaac el Sirio, obispo de Nínive, hacia fines del siglo VII.

Los elementos particulares de estas enseñanzas fueron recogidos en una doctrina sistemática sólo con la llegada de Simeón el Nuevo Teólogo (1022) y después en Gregorio el Sinaíta, que las organizaron en una doctrina mística de tipo específicamente bizantina. Gregorio el Sinaíta, seguido por su discípulo Calixto que se convertirá en patriarca de Constantinopla, la introdujo en el Monte Athos al final del siglo XIII e hizo de la oración continua una práctica mística fundamental en la tradición bizantina, después de haber recogido casi la totalidad de las palabras de los padres referidas a este argumento, ordenándolas, explicándolas y comentándolas.

Con la estadía de Nilo Sorskij en el Monte Athos, en la segunda mitad del siglo XV, se abre una amplia puerta para la implantación en Rusia de la oración continua. Toda la heredad oriental antigua, con sus riquezas, se encuentra transferida a los padres rusos que rivalizaron en ardor por aplicarla con amor, fidelidad y devoción. Ya, esta práctica ocupará un lugar muy importante en la vida de las generaciones siguientes, como nos podemos dar cuenta leyendo los Relatos de un peregrino ruso.

Pero, dejando el desierto de Egipto, su lugar de origen, la oración continua pierde buena parte de su simplicidad originaria. Quien la practicaba en los primeros siglos, vivía espontáneamente en profundidad sus efectos espirituales sin examinar el cómo. Recogía los frutos sin que suscitase en él ambiciones espirituales.

Esta forma de oración ha pues pasado de una humilde práctica ascética a una sistematización mística elaborada, provista de disciplinas propias, condiciones propias, grados y resultados. El orante puede tomar conciencia de todo incluso antes de comenzar a practicarla. Lo que, naturalmente, no ha dejado de atribuir al método una gran complejidad, aumentada por una dañina falta de naturalidad. A pesar de esto, la oración continua tiene siempre sus adeptos y sus practicantes expertos y, aquellos que la aman no dejan de derramar en abundancia sus efectos benéficos, sus gracias y sus bendiciones. El autor mismo confiesa los beneficios de esta oración en lo que respecta a su persona.


Palabra de los Padres

Extractos de la décima conferencia de Juan Casiano con abba Isaac, discípulo de Antonio el Grande:

“Les propongo ahora este modelo de oración que estáis buscando. El monje que quiere llegar a mantener el pensamiento continuamente en Dios, debe acostumbrarse a meditar incesantemente esta regla y a alegar por esta todo otro pensamiento. Porque no podrá conservarla si no está liberado completamente de preocupaciones y solicitudes materiales. Es un secreto que nos ha sido revelado por aquellos pocos padres pertenecientes al buen tiempo antiguo, pero que viven aún. Nosotros lo revelamos a su vez a un pequeño número de almas que demuestran una verdadera sed de conocerlo. Para permanecer siempre con el pensamiento de Dios, deberéis proveeros continuamente de esta fórmula de piedad: “¡Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, apresúrate a socorrerme!” (Sal 70,2).”

“Hay una razón profunda por la cual este versículo ha sido extraído de todo el cuerpo de la sagrada Escritura. Expresa todos los sentimientos de los cuales es capaz la naturaleza humana. Conviene perfectamente a todos los estados y a toda suerte de tentaciones.”

“Contiene la invocación a Dios contra todos los peligros, contiene una humilde y pía confesión, expresa la vigilancia de un alma siempre alerta, llena de santo temor, el reconocimiento de nuestra debilidad. Expresa también la fe de ser escuchados y la confianza en el auxilio de Dios, siempre y en todo lugar presente. En efecto, quien incesantemente invoca a su protector, evidentemente está seguro de tenerlo cerca. Es la voz del amor y de la caridad ardiente… Para todos los que son atormentados por los asaltos de los demonios, este versículo es un muro inexpunable… Si, ¡que la meditación de este versículo sea la ocupación continua de vuestro corazón! En cualquier lugar, en cualquier deber, sea viajando, el monje debe siempre cantarlo. Al comer, al dormir, en toda otra necesidad natural, debe meditar sobre estas palabras. Este pensamiento continuo se convertirá en una fórmula de salvación que, no sólo protegerá de los asaltos de los demonios, sino que purificará también de todo vicio y de toda mancha terrestre; elevará a la contemplación de las cosas celestes e invisibles; conducirá a un ardor inefable de oración, que solo pocos conocen por experiencia. El sueño les venga mientras meditan este versículo. A fuerza de repetirlo deberéis tomar el hábito de cantarlo incluso durante el sueño. Aquellas palabras sean el primer pensamiento que se presente a vuestra mente, antes de todo otro pensamiento.”
Juan Casiano, Col. 10,10.


“Discípulo: ¿Cuál es el final de todas las fatigas de esta obra – la hesyquía- así cuando uno llega entienda haber llegado al final de su recorrido?”

“Maestro: Cuando es digno de la continuidad en la oración. Cuando se ha llegado a esto, en efecto, ha llegado al final de todas las virtudes, porque entonces se ha convertido en morada del Espíritu Santo. Es imposible que uno realice en el reposo la oración continua si no ha recibido justamente el don del Paráclito. Está escrito: el Espíritu cuando ha hecho morada en el hombre, no deja de orar. El Espíritu en efecto ora continuamente. Entonces la oración no se interrumpe en su alma ni cuando duerme, ni cuando está despierto. Así sea que comas, sea que bebas, sea que duermas, sea que hagas cualquier cosa, e incluso si estás sumergido en el sueño, las fragancias de la oración se infunden sin fatiga en su corazón. Entonces ha obtenido la oración… para siempre.”
Isaac el Sirio, Serm.asc. 35. 


“De tal modo se realizará en nosotros la oración que nuestro Salvador dirige al Padre en favor de sus discípulos: “Para que el amor con el cual me has amado esté en ellos y yo en ellos” (Juan 17,26) y también: “Para que todos sean una sola cosa. Com tú, Padre estás en mí y yo en ti, que ellos también sean una sola cosa en nosotros” (Juan 17, 21). Cuando se cumpla esta oración del Señor –que no puede permanecer de ningún modo sin ser escuchada- entonces aquel amor perfecto con el cual Dios “nos ha amado primero” (1Juan 4,19) se transmitirá también a nuestros corazones. Esto sucederá cuando Dios sea el único término de nuestro amor y de nuestro deseo, de todo nuestro compromiso y de todos nuestros esfuerzos, de nuestros pensamientos y de nuestra vida. La unidad que reina entre el Padre y el Hijo y entre el Hijo y el Padre se transformará en nuestros sentimientos y en nuestra alma. Como Dios nos ama con un amor puro e indisoluble, así también nosotros nos amaremos en él con un amor perpetuo e inseparable. Estaremos unidos  a él de modo tal que toda nuestra respiración, cada movimiento de la inteligencia, cada movimiento de la lengua cuando hable, llevará la impronta de Dios.”

“Llegaremos al fin de lo que hemos hablado y que el Señor pide por nosotros en su oración: “Para que todos sean una sola cosa. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, sean también ellos en nosotros una sola cosa. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en la unidad”. Y también: “Padre, quiero que también aquellos que me has dado estén conmigo donde yo esté” (Juan 17, 21-24).”

“Este es el ideal del solitario, a esta meta debe tender con todas sus fuerzas:  merecer poseer una semejanza de la bienaventuranza eterna desde esta vida, gustar en este mundo una anticipación de la vida y de la gloria celeste. Este es el fin de toda perfección: que el alma sea aligerada hasta tal punto de la pesadez de la carne, que pueda ascender cada día más hacia las alturas de las realidades espirituales, hasta que toda la vida, todos los movimientos del corazón, se conviertan en una oración única e incesante.”
Abba Isaac, discípulo de Antonio en Juan Casiano, Col 10, 7.


“Como no es posible que un hombre que camina sobre la tierra no respire este aire, así es imposible purificar nuestro corazón de pensamientos pasionales y expulsar  de él a los enemigos espirituales, sin la prolongada invocación de Jesúcristo.”
Hesiquios de Batos, A Teodulo 3, 28.


“Verdaderamente feliz aquel que se ha unido la mente a la oración de Jesús y la invoca sin interrupción en el corazón, como el aire está unido a nuestro cuerpo o como la llama a la cera. Y así como el sol pasando sobre la tierra hace al día, el santo y adorable Nombre del Señor Jesús, resplandeciendo continuamente en la mente, generará innumerables pensamientos brillantes como el sol.”
Hesiquios de Batos, A Teodulo 3,196.


“Es necesario que el monje, sea que coma, sea que beba, sea que esté sentado, o haga un servicio o esté de viaje, y en cualquier otra cosa que haga, incesantemente grite: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”… A fin de que el Nombre del Señor Jesús, descendiendo a las profundidades del corazón, humille al dragón que ocupa sus prados, y salve y vivifique al alma. Permanece pues continuamente en el Nombre del Señor Jesús, a fin de que el corazón absorba al Señor y el Señor al corazón, y los dos se vuelvan uno.”
Juan Crisóstomo, en Calixto de Xanthopoulos, Método 1,21.


“No separeis vuestro corazón de Dios, sino perseverad y custodiadlo siempre con el recuerdo de nuestro Señor Jesucristo: a fin de que el Nombre del Señor se haya enraizado en el corazón y no refleje en ningún otro; y así sea magnificado Cristo en vosotros.”
Juan Crisóstomo, en Calixto de Xanthopoulos, Método 1,21


“Principio de toda obra agradable a Dios es la invocación, con fe, del Nombre salvífico de nuestro Señor Jesucristo, ya que él mismo ha dicho: “Sin mi no podeis hacer nada” (Juan 15,5). Junto a esto es necesario también la paz, ya que ha dicho: “Es necesario orar sin ira ni contienda” (cf. 1Tm 2,8); y también el amor, ya que “Dios es amor” y “Quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (1 Juan 4,16). Esta paz y este amor no solo hacen aceptable la oración sino que nacen y  brotan a su vez de la oración como dos rayos gemelos provenientes de Dios y crecen y se perfeccionan.”
Juan Crisóstomo, en Calixto de Xanthopoulos, Método 1,8


 

[1] Umiltà e misericordia. Virtù di san Macario, a cargo de L. Cremaschi, Bose 1996, pp. 56-58, 62-63. Cf. También Vita e detti, pp. 300-321.

[2] Giovanni Cassiano, Conl. 10,10.

[3] Ibid. 10,10.11.

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